lunes, 25 de abril de 2011

No te me mueras

Hoy me preguntaron si sabía qué fecha era; contesté inmediatamente, con perfecta conciencia. Hoy es un día agridulce.
Por una parte, es el cumpleaños de uno de mis recuerdos más queridos. Pasan los años, nos hacemos personas distintas, me vuelvo cada vez más cauto, más silencioso, más ácido y honestamente más distante; él también cambia lentamente, pero no sé cómo: hace años ya que no lo veo, que no cruzamos al menos una palabra o tomamos una cerveza juntos. Hace mucho que no sé siquiera cómo está, o cuándo vino y cuándo se fue. Y lo sigo queriendo, y lo sigo presumiendo mi mejor amigo.
Y justo hoy falleció Gonzalo Rojas. Lamento terriblemente no haberlo escuchado en una lectura que dio el año pasado: tuve un instante de rabia por enterarme tarde.
Como casi todos los grandes que me son preciados, conocí a Gonzalo Rojas en la carrera, en una clase de Poesía y poética latinoamericana. Esa voz poderosa, tan suya, sonora, con profunda carraspera, reconoce humildemente a Pound y a Williams y a una vasta generación de poetas norteamericanos a quienes tradujo. Ahí había una enseñanza que Rojas llevó a su campo personal para decir: la frase musical a su servicio. Suya es una obra hermosa y potente del siglo pasado, con un oído en el amor y las manos en los conflictos que le demandaban atención.


No le copien a Pound
No le copien a Pound, no le copien al copión maravilloso
de Ezra, déjenlo que escriba su misa en persa, en cairo-arameo, en sánscrito,
con su chino a medio aprender, su griego translúcido
de diccionario, su latín de hojarasca, su libérrimo
Mediterráneo borroso, nonagenario el artificio
de hacer y rehacer hasta llegar a tientas al gran palimpsesto de lo Uno;
no lo juzguen por la dispersión: había que juntar los átomos,
tejerlos así, de lo visible a lo invisible, en la urdimbre de lo fugaz
y las cuerdas inmóviles; déjenlo suelto
con su ceguera para ver, para ver otra vez, porque el verbo es ése: ver,
y ése el Espíritu, lo inacabado
y lo ardiente, lo que de veras amamos
y nos ama, si es que somos Hijo de Hombre
y de Mujer, lo innumerable al fondo de lo innombrable;
no, nuevos semidioses
del lenguaje sin Logos, de la histeria, aprendices
del portento original, no le roben la sombra
al sol, piensen en el cántico
que se abre cuando se cierra como la germinación, háganse aire,
aire-hombre como el viejo Ez, que anduvo siempre en el peligro, salten intrépidos
de las vocales a las estrellas, tenso el arco
de la contradicción en todas la velocidades de lo posible, aire y más aire
para hoy y para siempre, antes
y después de lo purpúreo
del estallido
simultáneo, instantáneo
de la rotación, porque este mundo parpadeante sangrará,
saltará de su eje mortal, y adiós ubérrimas
tradiciones de luz y mármol, y arrogancia; ríanse de Ezra
y sus arrugas, ríanse desde ahora hasta entonces, pero no lo saqueen; ríanse, livianas
generaciones que van y vienen como el polvo, pululación
de letrados, ríanse, ríanse de Pound
con su Torre de Babel a cuestas como un aviso de lo otro
que vino en su lengua;
cántico,
hombres de poca fe, piensen en el cántico.


¿Qué se ama cuando se ama?

¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida
o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se halla, qué
es eso: amor? ¿Quién es? ¿La mujer con su hondura, sus rosas, sus volcanes,
o este sol colorado que es mi sangre furiosa
cuando entro en ella hasta las últimas raíces?

¿O todo es un gran juego, Dios mío, y no hay mujer
ni hay hombre sino un solo cuerpo: el tuyo,
repartido en estrellas de hermosura, en partículas fugaces
de eternidad visible?

Me muero en esto, oh Dios, en esta guerra
de ir y venir entre ellas por las calles, de no poder amar
trescientas a la vez, porque estoy condenado siempre a una,
a esa una, a esa única que me diste en el viejo paraíso.


Retrato de mujer
Siempre estará la noche, mujer, para mirarte cara a cara,
sola en tu espejo, libre de marido, desnuda
en la exacta y terrible realidad del gran vértigo
que te destruye. Siempre vas a tener tu noche y tu cuchillo,
y el frívolo teléfono para escuchar mi adiós de un solo tajo.

Te juré no escribirte. Por eso estoy llamándote en el aire
para decirte nada, como dice el vacío: nada, nada,
sino lo mismo y siempre lo mismo de lo mismo
que nunca me oyes, eso que no me entiendes nunca,
aunque las venas te arden de eso que estoy diciendo.

Ponte el vestido rojo que le viene a tu boca y a tu sangre,
y quémame en el último cigarrillo del miedo
al gran amor, y vete descalza por el aire que viniste
con la herida visible de tu belleza. Lástima
de la que llora y llora en la tormenta.

No te me mueras. Voy a pintarte tu rostro en un relámpago
tal como eres: dos ojos para ver lo visible y lo invisible,
una nariz arcángel y una boca animal, y una sonrisa
que me perdona, y algo sagrado y sin edad que vuela de tu frente,
mujer, y me estremece, porque tu rostro es rostro del Espíritu.

Vienes y vas, y adoras al mar que te arrebata con su espuma,
y te quedas inmóvil, oyendo que te llamo en el abismo
de la noche, y me besas lo mismo que una ola.
Enigma fuiste. Enigma serás. No volarás
conmigo. Aquí, mujer, te dejo tu figura.


Enigma de la deseosa
Muchacha imperfecta busca hombre imperfecto
de 32, exige lectura
de Ovidio, ofrece: a) dos pechos de paloma,
b) toda su piel liviana
para los besos, c) mirada
verde para desafiar el infortunio
de las tormentas;
____________no va a las casas
ni tiene teléfono, acepta
imantación por pensamiento. No es Venus;
tiene la voracidad de Venus.

sábado, 23 de abril de 2011

Prueba A

Un día por fin te decides a bañar a los gatos. Todo sale razonablemente bien: sólo tres rasguños serios en el brazo (peor te ha ido). Cuando terminas, te das cuenta de que ya es tarde (pasan de las cinco), no hace tanto calor como otros días y esos dos siguen mojados.
Iluminación: si los cepillas, entra aire (o debiera) al pelo y en consecuencia se seca más rápido. ¿Qué obtienes de casi una hora de cepillado?


lunes, 18 de abril de 2011

Imperatrix mundi

Let's not be afraid to be Don Quixotes.
Algirdas Julien Greimas

Para Aquiles, la gran preocupación era fama y gloria (que no necesariamente pasar a la inmortalidad, como se pretende en la multimillonaria y muy libre adaptación en Troya): podía quedarse sentado a la vera de su tienda y esperar a que llegara la muerte en la vejez, perdido en el olvido de los hombres, uno más sin pasado; o podía levantarse, con la certeza de que quedaría tendido en los campos de Troya y la inconmensurable fama de haber sido el mayor guerrero que recordaran los hombres. Y sin embargo, Odiseo encuentra en los infiernos a uno que preferiría ser un esclavo vivo a un rey entre los muertos.
La fama, entonces, se volvió carga a cuestas para los siguientes siglos, todos penando por pasar a la memoria del mundo. Fama y Fortuna comandaron los actos hasta entrado el S. XVI, y sólo hasta que Don Alonso se burló —sin saberlo— de esa gloria, paró ésta de encontrar su camino.
La defensa de la fama no ha perdido vigencia, y una medida es mantener la cordura, aparentar solvencia en todos los órdenes de la vida, lograr sin demasiada pirotecnia que Fortuna sonría y su rueda nos encuentre en alto. No cometer impertinencia o imprudencia alguna, ser probos, mantenerse en los lindes del respeto convenido, hacerse del reconocimiento a punta de méritos.
Pero entonces falta la voluntad, el asalto del cambio, una oscura pulsión de vida que dicta: "no tiene importancia, no hay decisión absoluta, puedes cambiar la opinión ajena si tienes la tenacidad, reventar la locura, disolver el tiempo". Se vislumbra la posibilidad de vencer en batallas absurdas o que ya han sido ganadas, de cargar contra un justo. Y entonces hacerse de su nombre.
¿A quién mira Fortuna desde lo alto? ¿Al que espera que lo aplaste, o al que se yergue para alcanzarla? El refrán es viejo: Audaces fortuna iuvat.

domingo, 17 de abril de 2011

Una dinámica

Es cierto que se dejan de hacer ciertos libros. Sin embargo, tal no quiere decir que se dejen de hacer libros, o que uno no quiera seguir haciendo libros.
Suponiendo que no conozcan Ars Electronica, baste decir que es el festival de artes electrónicas (duh) más importante y de más añeja historia en el mundo. Vamos, el que entra a la selección oficial de verdad sabe manipular nuevas tecnologías y objetos digitales.
En el marco del Festival de México el año pasado, Ars Electronica tuvo presencia con una selección internacional que, ahora, me parece arrebatadora (bueno, casi toda). Disculparán si voy un año tarde, pero lo cierto es que apenas en octubre supe realmente lo que sucedió, y sólo hasta hace relativamente poco tengo una razón de peso para entrar en materia.
La tarea fue descomunal: el catálogo es trilingüe, con textos densos y un montón de gente trabajando en traducciones y lecturas. Medie la aclaración, mi participación no estuvo en la edición, sino sólo en la corrección del inglés; lo que no quiere decir que no fuera descomunal para mí también: cuando terminé, sentí los brazos entumidos durante tres días.
Pero aquí está mi ejemplar y me rebosa el orgullo cada vez que lo repaso.



lunes, 11 de abril de 2011

El precio de las cosas

I.
[...] después de haber estado sentado unas cuatro horas con mi impresor para corregir las pruebas de una de mis obras, más tarde, cuando había salido de la imprenta, aún flotaban delante de mis ojos las imágenes de aquellos pequeños mecanismos a los que había mirado tan intensamente, e incluso durante la noche me parecía verlos.
Bernardino Ramizzini (1700)

Tengo una razón de peso para escribir esta entrada: no queda muy en claro cuáles son las funciones de un corrector, y consecuentemente cómo hace su trabajo.
Doy un ejemplo veloz: hace unos días me pidieron que corrigiera un texto cuyo lector final era el director de operaciones de importante empresa. Antes siquiera de terminar el primer párrafo tenía sobre las espaldas un sutil reclamo: "¿Sabes qué? Pasemos a lo que sigue porque ya tengo que enviar ese documento. Llevo prisa." Eso último quería decir que yo debía leer un documento de quizá tres cuartillas en siete minutos, reloj en mano.
Sin embargo, no tengo licencia para culparlo: distinto de un cirujano plástico, un violinista, un abogado o un contador, el corrector de estilo no se forma propiamente en una universidad y esencialmente pasa desapercibido en cualquier proceso del que forme parte. La corrección no constituye una profesión a la que aspiren los estudiantes (yo mismo despreciaba la idea de ser corrector cuando estaba en la carrera) y no hay "convenciones" socialmente establecidas en torno a ella, como la bata blanca o el traje inmaculado.
Las consecuencias de eso abarcan un espectro ridículo, desde quiénes son susceptibles de obtener un puesto de corrector –como egresados de literatura y ciencias de la comunicación o médicos (en el caso de la corrección de literatura médica) con experiencia editorial, en lugar de lingüistas, mucho mejor preparados para semejante tarea–, hasta quiénes deben asumir esa responsabilidad en una empresa: resulta que el copy en una agencia de publicidad es el encargado de corregir hasta las cartas del director, o periodistas y traductores deben corregirse a sí mismos. Y eso sin mencionar a la miriada de (hay que decirlo) charlatanes que aprietan un botón en Word y dicen que corrigieron el texto en cuestión; conocí dos, así que es honesta la frase.

II.
Entre los factores indispensables del mundo literario, ningúno [sic] tan poco apreciado generalmente como el corrector de pruebas, cuyos inestimables servicios debieran proclamarse diariamente para que, siendo conocidos, pudieran ser debidamente recompensados.
Manuel Ossorio y Bernard (1880)

Pero eso agobia un poco menos que el tiempo del que dispone un corrector para hacer una lectura digna, o lo que pretenden pagarle por no poco esfuerzo. En México al menos, las tareas editoriales se tasan siguiendo los parámetros del Fondo de Cultura Económica; probablemente me traicione la memoria, pero en mi mente flotan $17 por cuartilla. El resto de las editoriales mantiene precios similares, a veces muy por debajo. En Porrúa ni siquiera leen originales y toda la corrección se hace sobre pruebas formadas.
El tiempo, por supuesto, es el gran látigo en las espaldas. Ya lo decía en el ejemplo del inicio, pero es recurrente, aún en empresas que conocen a fondo las implicaciones del proceso editorial (v.g. las editoriales mismas). Entonces un corrector tiene doscientas cuartillas sentadas en la mesa, y tres días montados sobre las espaldas: no hay café que te permita atrapar al vuelo las erratas más evidentes si el día ha durado más de doce horas.

III.
¿En qué consiste, ya para ponernos de acuerdo, una corrección de estilo? Por principio de cuentas, el corrector está justo en el punto donde se cruza el fuego del autor, el lector y el texto: no es solamente cazar errores gramaticales y ortográficos fusil en mano (el texto), sino comprender el mensaje original (el autor) y asegurarse de que sea claro y transmisible (el lector). Más todavía, tiene que conocer al lector potencial del texto –de definición mucho menos precisa que el lector ideal– y apegarse a los términos que le son familiares.
Por supuesto, gramática, ortografía, sintaxis; pero también sentido. En la semántica se nos queman las espaldas, pues de pronto resulta que la última afirmación traiciona el sentido del párrafo entero. Un corrector disciplinado, por regla general, pasa más tiempo en textos periféricos que en el texto que va a entregar.

IV.
Encima de eso, hay una sensación oscura de que la competencia es feroz y deshonesta. Pero entonces caemos en un círculo vicioso: si no especifico en qué consiste mi trabajo y cuánto cuesta, a menos de que me pidan una cotización, entonces mantengo a raya a mi competencia. Y mis clientes potenciales tampoco conocen los pormenores de lo que hago, y nadie sabe reconocer un trabajo bien hecho, correctamente tasado.

V.
Ninguno hay que no pueda ser maestro de otro en algo.
–Baltasar Gracián (1657)
Por todo lo anterior, así aparece una nueva etiqueta en este blog, y una sección en la columna de la derecha. Y para dar en mano:
  • Corrección de estilo (originales): $55 - $80
  • Corrección de pruebas formadas (digital): $45
  • Corrección sobre pruebas de impresión: $50
  • Corrección de estilo en inglés: $90 - $110
  • Traducción: $140 - $220
Estos precios se dan en pesos mexicanos y se contabilizan en cuartillas editoriales de 1,500 caracteres, contando espacios. El costo varía en función de la complejidad del lenguaje y el volumen de trabajo. El tiempo de entrega oscila entre cinco y siete días hábiles, aunque siempre estará en directa relación con el volumen: ni en broma logro traducir cuarenta cuartillas en un día.
Quede en defensa de las mejores prácticas (disculparán, pero a últimas fechas la jerga del mercadólogo es moneda corriente).

*Algunos de los epígrafes que aquí se leen fueron tomados de Libros y Bitios (de varias entradas, así que pueden tomarse el gusto de repasarlo a fondo).

jueves, 7 de abril de 2011

I haven't yet

Hace dos días fue el aniversario luctuoso de Allen Ginsberg. Podrían encontrar anécdotas hermosas como el día en que los Beatles -poco después de que pusieran pie en Nueva York- se sintieron intimidados ante la presencia de Ginsberg, invitado personal de Bob Dylan; y entre anonadado y confuso, incómodo por el silencio que había en la sala, se sentó en las piernas de John. "Dime John, ¿te gusta la poesía?" Y raudo negó. "Ah, no mientas: tu favorito es Blake", se escucha entonces en la voz mordaz de Yoko.
Allen Ginsberg, en cierto sentido, es el paradigma del poeta contemporáneo que conjuga dos tradiciones. Por un lado, el poeta maldito que explora los bajos fondos y conoce por experiencia propia la mezquindad humana, que está dispuesto a consumir el mundo en todas sus formas, radical, contestatario y crítico; se declaró abiertamente homosexual temprano en su carrera -cosa locamente escandalosa en los cincuenta, en especial para un judío; en terrenos del arte, también constituía algo cercano al suicidio- y consumió todas las drogas que existían en su tiempo. Por otro lado, era practicante poco ortodoxo del budismo zen, sobrio, moderado, de conocimiento enciclopédico. Ginsberg podía ser a la vez el Beaudelaire de cabello teñido de verde y el Kenneth Rexroth que traduce poetas místicas japonesas.
Y así como la poesía de Ginsberg es sumamente personal, me siento movido a recordar el impacto que tuvo en mí, esa clase de literatura norteamericana en que escuché una grabación del "Howl" en su voz y sentí cómo me golpeaba la espalda, el ritmo que no podía alejar y que tuve que imitar de alguna manera, la profundidad con que entendí Estados Unidos a través de algo más potente que la crónica histórica o la propia imagen directa. Sin embargo, no es justo: todo eso se volvió mío de una manera, pero puede ser de alguien más de otro modo.