viernes, 30 de noviembre de 2007
martes, 27 de noviembre de 2007
Minuta
No sé cómo escribir esta entrada, sobre todo porque apenas puedo pensar debido al cansancio. Demasiado para procesarlo y decir las cosas con alguna coherencia; estoy tentado a simple y llanamente hacer una enumeración caótica, pero quiero que se entienda lo que escribo.
Empezaré por lo difícil que fue sobrellevar el jueves y lo mucho que agradezco que mis amigos quisieran distraerme, aunque no lo lograron; sin embargo, mejor lo logró -sin planearlo- Elías García Islas, el amabilísimo taxista que me llevó al aeropuerto el viernes por la mañana. Y aún en mis paupérrimas condiciones, casi incapacitado para entender nada, tuve lucidez suficiente para mirar el vapor que sale del pasto, temprano por la mañana, y sonreír.
En esas mismas condiciones, llegué a Chihuahua para conocer de nueva cuenta a mi familia. Puede que esté mal que yo lo diga y quizá alguien puna el comentario, pero qué guapas son mis primas; sobrado más importante, son tres mujeres esplendorosas, terriblemente hermosas, que hoy tienen mi cariño y a quienes quiero un chorro, aun con este mal corazón, más dado a muy otros sentimientos menos lindos. Nunca un helado me hizo tanto bien, ni una lata de cerveza que me duró como ochenta segundos, o una cena y una taza de café.
Más o menos (más o menos) en el mismo tenor, fue bien linda la nevada: hacía dieciocho años (quizá más) que no veía nieve. "Te vas a cagar de frío, tápate, te presto una chamarra, llévate una cobija", me decían todos, pero nada: supongo que me hacía falta el aire helado, por algún motivo que no conozco. En todo caso, ¿a quién le importa el frío, si los copos eran casi del tamaño de una moneda de cinco pesos, si todo se cubrió por un instante de blanco?
Y a pesar de que me muevo solo por el mundo, me sentí constante y gratamente acompañado y por muchos (los que lo saben, no tengo que enumerarlos): el buen Pitufo, Fany, los novios y maridos de las primas, los hijos de la prima, y mención especial a Anabel, enfermera a la que tuve a bien coquetearle dos días seguidos. Decir gracias no es suficiente.
En muy otros menesteres, también tuve oportunidad de afilar la ironía: alguien debiera erigirle una estatua al que llamó a una calle del centro de Chihuahua la "13 1/2", evidentemente entre la décima tercera y la décima cuarta.
Nada, que me dobla el sueño y me sobra el trabajo. Y me sobra el cansancio y el hartazgo y la falta de paciencia y la rabia y chorros de otras cosas que no tengo ya manera ni intención de nombrar.
Empezaré por lo difícil que fue sobrellevar el jueves y lo mucho que agradezco que mis amigos quisieran distraerme, aunque no lo lograron; sin embargo, mejor lo logró -sin planearlo- Elías García Islas, el amabilísimo taxista que me llevó al aeropuerto el viernes por la mañana. Y aún en mis paupérrimas condiciones, casi incapacitado para entender nada, tuve lucidez suficiente para mirar el vapor que sale del pasto, temprano por la mañana, y sonreír.
En esas mismas condiciones, llegué a Chihuahua para conocer de nueva cuenta a mi familia. Puede que esté mal que yo lo diga y quizá alguien puna el comentario, pero qué guapas son mis primas; sobrado más importante, son tres mujeres esplendorosas, terriblemente hermosas, que hoy tienen mi cariño y a quienes quiero un chorro, aun con este mal corazón, más dado a muy otros sentimientos menos lindos. Nunca un helado me hizo tanto bien, ni una lata de cerveza que me duró como ochenta segundos, o una cena y una taza de café.
Más o menos (más o menos) en el mismo tenor, fue bien linda la nevada: hacía dieciocho años (quizá más) que no veía nieve. "Te vas a cagar de frío, tápate, te presto una chamarra, llévate una cobija", me decían todos, pero nada: supongo que me hacía falta el aire helado, por algún motivo que no conozco. En todo caso, ¿a quién le importa el frío, si los copos eran casi del tamaño de una moneda de cinco pesos, si todo se cubrió por un instante de blanco?
Y a pesar de que me muevo solo por el mundo, me sentí constante y gratamente acompañado y por muchos (los que lo saben, no tengo que enumerarlos): el buen Pitufo, Fany, los novios y maridos de las primas, los hijos de la prima, y mención especial a Anabel, enfermera a la que tuve a bien coquetearle dos días seguidos. Decir gracias no es suficiente.
En muy otros menesteres, también tuve oportunidad de afilar la ironía: alguien debiera erigirle una estatua al que llamó a una calle del centro de Chihuahua la "13 1/2", evidentemente entre la décima tercera y la décima cuarta.
Nada, que me dobla el sueño y me sobra el trabajo. Y me sobra el cansancio y el hartazgo y la falta de paciencia y la rabia y chorros de otras cosas que no tengo ya manera ni intención de nombrar.
miércoles, 21 de noviembre de 2007
And I say
Won't make me feel any better, won't necessarily find any hope, won't actually make me see there's a sun about to come, won't feel the ice melting, but may there be a good song for those days full of sound and fury where you'd rather lay down and fall sound asleep.
martes, 20 de noviembre de 2007
Porque hace poco se hacía acá la cita
[Un necio, en otro lugar, quiere regalar esto. Le ayudo a su lectora a que lo encuentre: si alguno de ambos lo lee, entienda el servicio.]
RECIBE ESTAS ROSAS costarricenses,
Myriam, con estos versos de amor:
mis versos te recordarán que los rostros
de las rosas se parecen al tuyo; las rosas
te recordarán que hay cortar el amor,
y que tu rostro pasará como Grecia y Roma.
Cuando no haya más amor ni rosas de Costa Rica
recordarás, Myriam, esta triste canción.
-Ernesto Cardenal
RECIBE ESTAS ROSAS costarricenses,
Myriam, con estos versos de amor:
mis versos te recordarán que los rostros
de las rosas se parecen al tuyo; las rosas
te recordarán que hay cortar el amor,
y que tu rostro pasará como Grecia y Roma.
Cuando no haya más amor ni rosas de Costa Rica
recordarás, Myriam, esta triste canción.
-Ernesto Cardenal
viernes, 16 de noviembre de 2007
A un cumpleaños más
[Las costillas me apuesto a que no lee este blog, y quizá para mi salud general sea lo mejor; quizá. Pero me veo impelido, también a escuchar una sola canción, y ya sabrá alguien por qué detento esta necedad.]
LXXV
Odi et amo. quare id faciam, fortasse requiris.
nescio, sed fieri sentio et excrucior.
-Gaius Vallerius Catullus
HAY UN LUGAR junto a la laguna de TiscapaOdi et amo. quare id faciam, fortasse requiris.
nescio, sed fieri sentio et excrucior.
-Gaius Vallerius Catullus
-un banco debajo de un árbol de quelite-
que tú conoces (aquélla a quien escribo
estos versos, sabrá que son para ella).
Y tú recuerdas aquel banco y aquel quelite;
la luna reflejada en la laguna de Tiscapa,
las luces del palacio del dictador,
las ranas cantando abajo en la laguna.
Todavía está aquel árbol de quelite;
todavía brillan las mismas luces;
en la laguna de Tiscapa se refleja la luna;
pero aquel banco esta noche estará vacío,
o con otra pareja que no somos nosotros.
que tú conoces (aquélla a quien escribo
estos versos, sabrá que son para ella).
Y tú recuerdas aquel banco y aquel quelite;
la luna reflejada en la laguna de Tiscapa,
las luces del palacio del dictador,
las ranas cantando abajo en la laguna.
Todavía está aquel árbol de quelite;
todavía brillan las mismas luces;
en la laguna de Tiscapa se refleja la luna;
pero aquel banco esta noche estará vacío,
o con otra pareja que no somos nosotros.
miércoles, 14 de noviembre de 2007
El más grave amor
Admito mis lágrimas y lo mucho que me cuesta ordenar mis ideas en este momento. Recibí hace unos instantes una noticia que creo peor que la muerte de alguien a quien amo: su decisión de rendirse. Parece que vuelvo sobre mis pasos y se replantea por sí mismo el tema del último post: no es la muerte en sí misma o su evento, sino su expectativa, el cúmulo que la antecede, el tiempo que tengo que mirar. Sé que va a morir, como todos, como yo; pero la conciencia es crueldad.
En el general de los casos, la muerte ya no importa y saber que alguien quiere morirse me es irrelevante, como me es irrelevante mi propia muerte; pero sucede que es la persona a la que más amo y por sobre la que no hay nada: mucha gente me es gravemente importante y puedo profesarles el más sincero amor, pero ninguno de ellos jamás logrará un lugar similar siquiera. Perdón por eso, pero el amor no se parangona; en este caso, tampoco el respeto ni la admiración.
Creo que por hoy dejo de traducir: quisiera tirarme a dormir.
En el general de los casos, la muerte ya no importa y saber que alguien quiere morirse me es irrelevante, como me es irrelevante mi propia muerte; pero sucede que es la persona a la que más amo y por sobre la que no hay nada: mucha gente me es gravemente importante y puedo profesarles el más sincero amor, pero ninguno de ellos jamás logrará un lugar similar siquiera. Perdón por eso, pero el amor no se parangona; en este caso, tampoco el respeto ni la admiración.
Creo que por hoy dejo de traducir: quisiera tirarme a dormir.
martes, 13 de noviembre de 2007
Ni le voy a poner título
No lo sé, de verdad que no: quizá fue la generosacasiabsurda cantidad de cerveza que consumí el fin de semana entero que participó activamente en la depresión de mi sistema nervioso, o quizá sea que es peligrosísimo para gente como yo leer en tanto uno se apropia en demasía la experiencia literaria (gracias a Darien, este autor empírico se hizo en su momento de alguna prenda sin el pago correspondiente) y la visión y actitud de Raskólnikov son materia grave, pero el asunto es que estos días el mundo es raro.
Ayer por la mañana hice brevísima consulta antes de decidirme a ir a las taquillas del Palacio de los Deportes para comprar dos boletotes para el concierto de Soda Stereo de este viernes: regresé a casa con los bienhabidos boletos y tres mil pesos menos en la cartera (fuera yo tan pudiente como para gastármelos así nomás de buenas a primeras: me los hubiera robado). De camino, entre que de mal humor porque no había comido y la chica que estaba en la fila de la taquilla antes que yo se tardó como quince minutos en comprar cuatro boletos, llegué a una de esas conclusiones (que después desvarió hasta convertirse en este post) que parece que requieren de un esfuerzo mental y emocional enorme y no son otra cosa que sentido común aplicado.
Una experiencia no dura exclusivamente el periodo de tiempo que le toma para suceder, sino que inevitablemente se extiende hacia el tiempo que la antecede y la precede (benditas perogrulladas: si un teórico de la Historia leyera este blog, segurito quedaría prendado de la idea y la publicaría en su siguiente libro...). Expectativa y memoria, así de simple.
El asunto se vuelve grave cuando uno se hace consciente de ello: puedo estar emocionado [sic] por un concierto que por sí solo es harto emocionante, pero también me siento susceptible cuando en ese mismo espacio cabe una mujer (o varias) de hace tiempo, cuando me acuerdo de la infame cantidad de idioteces que he cometido, de las cosas que he perdido, de las que nunca tuve, de los días que fui más feliz y ya no son. Ésos últimos son los peores: las fotografías retratan un instante, sí, pero eso no quiere decir que el instante continúe con todas sus particularidades, y eso es otra perogrullada.
En fin, voy por un desenfriolito porque la gripa se está poniendo de a peso y no quiero sumarle más necedad a la experiencia del viernes. ¿Alguien se sabe un chiste? Me contaron uno rebueno el sábado, pero es de ésos que funcionan mejor en lo presencial.
Ayer por la mañana hice brevísima consulta antes de decidirme a ir a las taquillas del Palacio de los Deportes para comprar dos boletotes para el concierto de Soda Stereo de este viernes: regresé a casa con los bienhabidos boletos y tres mil pesos menos en la cartera (fuera yo tan pudiente como para gastármelos así nomás de buenas a primeras: me los hubiera robado). De camino, entre que de mal humor porque no había comido y la chica que estaba en la fila de la taquilla antes que yo se tardó como quince minutos en comprar cuatro boletos, llegué a una de esas conclusiones (que después desvarió hasta convertirse en este post) que parece que requieren de un esfuerzo mental y emocional enorme y no son otra cosa que sentido común aplicado.
Una experiencia no dura exclusivamente el periodo de tiempo que le toma para suceder, sino que inevitablemente se extiende hacia el tiempo que la antecede y la precede (benditas perogrulladas: si un teórico de la Historia leyera este blog, segurito quedaría prendado de la idea y la publicaría en su siguiente libro...). Expectativa y memoria, así de simple.
El asunto se vuelve grave cuando uno se hace consciente de ello: puedo estar emocionado [sic] por un concierto que por sí solo es harto emocionante, pero también me siento susceptible cuando en ese mismo espacio cabe una mujer (o varias) de hace tiempo, cuando me acuerdo de la infame cantidad de idioteces que he cometido, de las cosas que he perdido, de las que nunca tuve, de los días que fui más feliz y ya no son. Ésos últimos son los peores: las fotografías retratan un instante, sí, pero eso no quiere decir que el instante continúe con todas sus particularidades, y eso es otra perogrullada.
En fin, voy por un desenfriolito porque la gripa se está poniendo de a peso y no quiero sumarle más necedad a la experiencia del viernes. ¿Alguien se sabe un chiste? Me contaron uno rebueno el sábado, pero es de ésos que funcionan mejor en lo presencial.
jueves, 8 de noviembre de 2007
Cuando uno se hace famoso y no es cosa de elección
De entre la banda que he conocido a últimas fechas, resalta con particularidad el equipo de producción de El Podcast Sin Nombre, podcast de actualidad y teorías bizarras. Mi gallarda embajadora ante el mundo entero y zonas circunvecinas ha participado en dos emisiones del mencionado, y para la más reciente se aventó la puntada de reseñar, grosso modo, cierta aventura mía. He de advertir que la calidad del audio no es excelsa, pero si no se cagan de la risa seguramente será porque tienen lodo en las venas.
En fin, aquí esa reciente emisión.
En fin, aquí esa reciente emisión.
lunes, 5 de noviembre de 2007
¿Mabrazas?
Ayer, por andar de buen brother (lo que no necesariamente significa de buena vibra), anduve regalando abrazos en el Parque México. La idea, evidentemente, no fue mía: es bien sabido que soy un malencarado/humor negro/que se incendie el mundo, al punto de pedir desinfectante en gel por esa cuestión del contacto físico.
Y sin embargo, también es bien sabido que tengo mi corazoncito de pollo (en el sentido más literal de la expresión) y que no pude poner la cara de hijoputa cuando un chavito de ¿tres años? (al que su madre parecía pasear como perro, pues las correas al pecho casi le apretaban) salió corriendo a pedirme un abrazo, y después volvió -trompita parada- a pedirme un beso, que por sabiduría le di en el cachete (mejor no provocar a las familias).
Linda experiencia, para qué digo que no: pasada una profunda contemplación de media hora, cavilando los elementos filosóficos de un momento como es un abrazo, llegué a la conclusión [...] de que el chiste no sólo ayudó a la gente que abrazamos (llegados los 250 en una hora [algunos por demás deprimidos, con cara de borrego a medio morir, o de enfermo cuasiterminal], me dio hueva seguir contando), sino que nos ayudó también a los siete que andábamos de abrazadores. Después de todo, cuando uno abraza también es abrazado. ¿A poco no es bien bonito decir perogrulladas y hacer creer que de verdad hubo un esfuerzo en la reflexión?
Pues sí, estuvo padre. Hay días que me choca tener corazón de pollo...
Y sin embargo, también es bien sabido que tengo mi corazoncito de pollo (en el sentido más literal de la expresión) y que no pude poner la cara de hijoputa cuando un chavito de ¿tres años? (al que su madre parecía pasear como perro, pues las correas al pecho casi le apretaban) salió corriendo a pedirme un abrazo, y después volvió -trompita parada- a pedirme un beso, que por sabiduría le di en el cachete (mejor no provocar a las familias).
Linda experiencia, para qué digo que no: pasada una profunda contemplación de media hora, cavilando los elementos filosóficos de un momento como es un abrazo, llegué a la conclusión [...] de que el chiste no sólo ayudó a la gente que abrazamos (llegados los 250 en una hora [algunos por demás deprimidos, con cara de borrego a medio morir, o de enfermo cuasiterminal], me dio hueva seguir contando), sino que nos ayudó también a los siete que andábamos de abrazadores. Después de todo, cuando uno abraza también es abrazado. ¿A poco no es bien bonito decir perogrulladas y hacer creer que de verdad hubo un esfuerzo en la reflexión?
Pues sí, estuvo padre. Hay días que me choca tener corazón de pollo...
jueves, 1 de noviembre de 2007
Este post no se iba a llamar así
Originalmente me iba a limitar a mencionar que ya hace siete años que esta cabeza no tiene cabello (parafraseando a un ciego, la superior...). Pero eso tuvo que quedar en suspenso por un extraordinario motivo.
Ayer por la tarde, un gran amigo me habló por teléfono: "¿Qué vas a hacer en la noche?". Lo habitual es nada o sentarme a fingir que trabajo, después de mis cuatro trabajos. "¿Y no quieres ir al concierto de Daft Punk? Me sobra un boleto".
Jijo, jíjoles: yo pensé que nunca iba a ver un concierto que le ganara en visuales a Roger Waters, pero Bangalter y de Homem-Christo están bien chonchos. Bajo la advertencia del Niño, abrí ojitos esperando un show harto espectacular, pero me sobrepasaron, sobre todo porque nunca esperé que absolutamente todo fuera un sistema de iluminación y toda superficie del escenario (ellos incluidos después del encore, uff) se prendiera. Tenía tiempo que no me sorprendía así.
En otros menesteres, creo que la parte más anecdótica (y menos relevante para la música) es que ahora resulta que me parezco a Thom Yorke [sic...]: una bandita de chavitos como de dieciquince -ya en muy altas condiciones etílicas- se tomó en serio el chiste de uno de ellos. Triste, en cierto sentido:
--Thom (tono refresa), eres la onda Thom. Oye wey, acá está Thom Yorke wey.
--Pues estoy acostumbrado a que me relacionen con OTRO personaje...
--Oye, Thom, how does it feel, hum, making the, hum, music of In...?
--Silencio, no le hables a dios a los ojos --me encanta robarles chistes y quitarles el encanto; bueno, a ellos, porque el Niño y yo nos hemos burlado... uff.
--Perdón si chingo mucho wey, pero es que Thom Yorke wey es dios wey.
--Lo sé. Me conozco.
--Neta wey. Yo creo que Thom Yorke es más importante para mí que mi pito.
--Creo que tienes un problema ontológico.
Silencio sepulcral. ¿A poco no es bien bonito ser más inteligente?
Y fui Thom Yorke para toda la banda que estaba alrededor; por supuesto, la salomónica visión y memoria del Niño:
--Perdón Pollo, pero no te pareces nadita.
Evidentemente no. Pero eso no fue importante: la bailoteada estuvo rebuena. Mi oído derecho como que no funciona debidamente, pero qué buena bailoteada.
Ayer por la tarde, un gran amigo me habló por teléfono: "¿Qué vas a hacer en la noche?". Lo habitual es nada o sentarme a fingir que trabajo, después de mis cuatro trabajos. "¿Y no quieres ir al concierto de Daft Punk? Me sobra un boleto".
Jijo, jíjoles: yo pensé que nunca iba a ver un concierto que le ganara en visuales a Roger Waters, pero Bangalter y de Homem-Christo están bien chonchos. Bajo la advertencia del Niño, abrí ojitos esperando un show harto espectacular, pero me sobrepasaron, sobre todo porque nunca esperé que absolutamente todo fuera un sistema de iluminación y toda superficie del escenario (ellos incluidos después del encore, uff) se prendiera. Tenía tiempo que no me sorprendía así.
En otros menesteres, creo que la parte más anecdótica (y menos relevante para la música) es que ahora resulta que me parezco a Thom Yorke [sic...]: una bandita de chavitos como de dieciquince -ya en muy altas condiciones etílicas- se tomó en serio el chiste de uno de ellos. Triste, en cierto sentido:
--Thom (tono refresa), eres la onda Thom. Oye wey, acá está Thom Yorke wey.
--Pues estoy acostumbrado a que me relacionen con OTRO personaje...
--Oye, Thom, how does it feel, hum, making the, hum, music of In...?
--Silencio, no le hables a dios a los ojos --me encanta robarles chistes y quitarles el encanto; bueno, a ellos, porque el Niño y yo nos hemos burlado... uff.
--Perdón si chingo mucho wey, pero es que Thom Yorke wey es dios wey.
--Lo sé. Me conozco.
--Neta wey. Yo creo que Thom Yorke es más importante para mí que mi pito.
--Creo que tienes un problema ontológico.
Silencio sepulcral. ¿A poco no es bien bonito ser más inteligente?
Y fui Thom Yorke para toda la banda que estaba alrededor; por supuesto, la salomónica visión y memoria del Niño:
--Perdón Pollo, pero no te pareces nadita.
Evidentemente no. Pero eso no fue importante: la bailoteada estuvo rebuena. Mi oído derecho como que no funciona debidamente, pero qué buena bailoteada.
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