viernes, 16 de mayo de 2008

Otro berrinche antes de irme

Me quejo constante y necia y reiteradamente de las estupideces que escriben los importantísimos doctores en ciencias que publican en mi revista (bueno, en la revista del Centro de Ciencias de la Atmósfera para la cual trabajo). Sin embargo, si mucho me quejo de estos señores, gallardamente cubiertos con una bata de laboratorio (a la mejor usanza de las elegantísimas capas de los fijosdalgo del Lazarillo de Tormes), provistos de hiperbólicos presupuestos para analizar aguas contaminadas o suelos contaminados o líquidos residuales hospitalarios o vetas mineras o bichos que determinan la toxicidad de un entorno biológico, con un currículo de publicaciones internacionales que ya quisiera yo esa cantidad de lectores y publicaciones; si mucho me quejo de esta gente que escribe, sin ningún empacho, "embiastes" [sic y recontra sic], más me quejo todavía de los artistas de mi revistita de arte contemporáneo.
El peor vicio que puede tener un crítico (en cualquier disciplina) es el abuso de la retórica. Pensémoslo así: la labor de un crítico literario es trazar líneas para la mejor lectura de un obra, dar indicios que viertan alguna luz sobre el texto o que revelen algún alcance oculto en él. Por supuesto, esa heroica labor requiere de claridad, concresión, pertinencia, absoluto cuidado, disciplina, rigor, muchas veces elegancia, respeto, humildad (hummm... empiezo a especular un motivo por el que ya no hago crítica tan usualmente); ergo, un discurso ultrarrebuscado, que no se acerca a su materia de trabajo, más que aclarar, oscurece. Y en todo caso, si uno no puede evitar ese rebuscamiento, lo menos que puede hacer, en atención al lector, es tirar una miriada de citas al pie de página para darle alguna herramienta adicional de lectura.
Eso en el caso específico de la crítica literaria, donde sí puedo decir que entiendo y que tengo argumentos cabales para espetar esta perorata. Pero los críticos de arte... ¿Quién putas les dijo que su discurso ininteligible era interesantísimo? Y peor todavía, ¿quién putas les dijo a los mequetrefes que hacen "arte contemporáneo" (aunque es contemporáneo desde los sesenta o por ahí) que sus justificaciones (porque no son otra cosa; quizá excusas) elevan sus piezas ridículas al estatuto de obra de arte?
Desprecio a la gente idiota (ah... sentido común, ¿quién te hizo tan inusual? Eres el oxímoron que más me pesa), desprecio profundamente a la gente interesantísima que cree saber absolutamente todo de absolutamente todo (me conozco un chorro de datos curiosos y domino muy pocas cosas, pero me falta bastante para ufanarme de experticia en nada). Vamos, que me chocan los intelectuales de bolsillo. Ya alguien echó una mejor definición que yo, y está claro que me quedo a medio camino: no veré el sol muy a menudo, pero al menos puedo decir (y la gente me entiende) por qué corchos me parece hermosa una instalación Xu Bing o algún pasaje de El arpa y la sombra o una ardilla corriendo afuera de mi oficina.
En fin, de regreso a corregir las infamias que quieren publicar en mi revistita de arte...

2 comentarios:

Xotlatzin dijo...

Si la gente supiera escribir no te emplearían. Perdón pero no te entiendo, ¿de qué te quejas?

Saludos.

Julián Iriarte (bueno, ya: Oliver) dijo...

Bueeeno, mi meta en la vida no es ser corrector de estilo: hay otras cosas que me llaman más en el trabajo editorial, y no digamos en términos amplios de literatura. Sí, hay días que me hacen reír, pero hay otros que...
La queja va en dos sentidos: la desesperantemente estúpida retórica de estos estúpidos y su necedad de creer que de veras saben decir las cosas. Ya verás: lo vamos a dejar al buen criterio de quien lea.
Un segundo en lo que copio y pego...