martes, 24 de junio de 2008

Sinestesia

Estimado lector: si usted leyó esta entrada el día de ayer, le comunico que ha sido ampliada, por si su curiosidad quiere continuar con la metichería. Disfrute (?) la lectura.

Muy a pesar de que quisiera identificarme con un humor sanguíneo, lo cierto es que -según la astrología- me rijo por la bilis amarilla; por tanto, soy colérico, idealista, irascible y malhumorado. Aunque crea poco a asuntos de estrellas, debo admitir que hay razón: mucho lo he comprobado en estos pocos días.
Pero ése no es el punto de este post; o quizá sí, muy en el fondo: en tanto necesito distraer todo esto que se arrebuja en mis tripas, recurro a un pequeño descubrimiento que hice ayer por la noche.
Después de despotricar por los errores de otra correctora de estilo (díganme si tal no es el colmo: un corrector corrigiendo los errores de otro corrector, tan graves que pareciera que no hizo su trabajo), llegué a casa terriblemente cansado, lo cual ya no es novedad. De camino inicié una conversación por mensajitos (ésos del bendito celular [antes de tener el chunche, mi memoria era mucho mejor; y mi paranoia tenía menos motivos para dispararse]) que no terminó sino hasta la una de la mañana: no soy devoto de hablar por teléfono, el chat del correo sólo lo uso para asuntos de trabajo, no envío correos salvo que sea algo muy importante (los del trabajo no cuentan: todos los días he de mandar unos veinte y no son suficientes); y sin embargo, el chisme estaba sorprendentemente bueno.
Hubo un momento en que la conversación se detuvo, y no pude evitar acomodarme en la cama y agarrar un gato; y sí: casi me quedo dormido. En la duermevela, con un dedo de consciencia, escuché en mi cabeza un chorro de música. A veces ya no tengo muy claro qué he escuchado en el transcurso del día (452 horas de música para escoger), pero sé de cierto que nunca he escuchado lo que ayer: cuartetos de cuerdas con evoluciones feroces, música electrónica con reminiscencias de jazz.
No estaba del todo dormido: sabía que esa música estaba en mi cabeza, que no la había escuchado. Las piezas se seguían unas a otras sin orden ni sentido, duraban apenas unos segundos, y para cuando encontraba el ritmo, ya escuchaba alguna otra cosa.
El asunto no se quedó a nivel auditivo: escuché un chirrido de disco rayado y sentí en la coronilla una vibración; cuando recibí el mensaje que esperaba, abrí los ojos y una cortina roja estalló.
Las experiencias metafísicas no son de mi particular interés, pero si mis capacidades me permitieran (harto remoto) fijar algo de toda esa música, seguramente me haría de un disco por demás interesante, al menos para mí.

Addendum:
Como es evidente (Eclesiastés, más sabio que nosotros, lo dijo mejor: no hay nada nuevo bajo el sol), alguien más ya ha pasado por una situación similar. Traduzco de la introducción a The Scarlet Letter, "The Custom-House" (donde encuentro un montón de resonancias con mi propia experiencia, toda proporción guardada), de Hawthorne:
La página de la vida que se abría ante mí parecía aburrida y de lugar común sólo porque no había comprendido su significado profundo. Un libro mejor que cualquiera que escriba jamás estaba ahí: presentándose hoja tras hoja ante mí, justo como era escrito por la realidad de la hora revoloteante, y desvaneciéndose tan rápido como se escribía, sólo porque mi cerebro quería el entendimiento, y mi mano la astucia, para transcribirlo. Algún día futuro, quizá, habré de recordar algunos fragmentos dispersos y párrafos rotos y los escribiré, y veré las letras convertirse en oro en la página.

2 comentarios:

Kenneth Moreno May dijo...

Excelente libro, excelente referencia.



Lo de la sinestesia me pasó una vez pero con alucinógenos (¿no cuenta?)

Me gustaría saber cómo se "ve" la 1812 de Tchaikovsky....

la del pajarito es una historia muy buena

saludes

Julián Iriarte (bueno, ya: Oliver) dijo...

Ya quisiera yo que eso mío de verdad hubiese sido sinestesia; supongo que se le parece, y espero que pase más seguido...
Cuenta la leyenda que una generosa cantidad de LSD dispara procesos sinestésicos, lo mismo que los hongos y el peyote (algún día, quizá).
Y para ver música, podríamos preguntarle al Aphex Twin (Rubber Johnny es una locura) qué ve: es difícil saberlo, porque es un gran mentiroso y un excéntrico como pocos, pero cuenta el chisme que hace música loca para ver cosas más locas y luego hacer música todavía más loca.