Pero cuando juega con su pelotita con cascabelito a las cuatro y media de la mañana, y cruza rampante la cama entera y me pisotea y se pelea con los pantalones arrumbados en la esquina de la cama y vuelve a cruzarla y sigue jugando con la pelotita por toda la casa, no resisto tirarle el chanclazo.
Y sólo tres horas después:
- Papá... Papá... [manita mulléndome el cachete]
- [...] [gruñido aguardentoso]
- Papá... Papá... [ronroneo de tractocamión en estéreo, imposible de ignorar]
- Papá, ¿me preparas el desayuno?
- Ahi voy,asfd uñioasdkfuq.elr"kacuias42
- Ay, mi papá. Qué poco nos atiende.
- Gato cabrón, nomás porque pesas seis kilos y no me dejas mover...
Me acordé de esos años en que entraba al cuarto de mis papás un domingo por la mañana y me aplastaba a ver televisión y brincotear por el cuarto; qué podía importarme si tenían sueño: yo quería ver tele. Gatos jijos de bruja, aunque me arranquen el sueño, miren si los he de querer.
2 comentarios:
Y ahí nace la empatía... aunque debo decir que me resulta un poco extraño que entiendas a tus padres por tu relación con los gatos -por lo general es cuando se tiene hijos- pero bueno, eso es lo de menos, aquí lo importante es el fin, no el medio... creo.
Saludos.
Pero si son mis hijos. ¿Cómo no voy a entender a mis padres? Por lo demás, me tocó una parte importante de la crianza de cuatro. No en balde todavía me acuerdo cómo cambiar un pañal, bañar a un niño, entretenerlo, preparar una botella de fórmula y esterilizar un biberón.
Beso
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