Elmer Davidson [sic]
4/feb/07
1) Alguien me dijo que leía poesía (específicamente a Neruda, aunque no siempre) cuando se sentía más triste (habrá que ver si levantó a Pessoa en un momento así), y prefería el cuento cuando su humor era más alegre; alguien más me decía que su mejor manera para lidiar con el miedo a volar era García Márquez (cada quien...). Y así otros tantos, donde resaltan la melancolía, la tristeza, el hastío y uno que otro de imaginación ágil para los temas carnales; y uno lo relaciona y de pronto resulta que se lee desde cierto espacio, o para llegar a otro.
2) “Siempre te veo leyendo –me dice un día el gerente del banco al que tengo que presentarme regularmente, siendo yo, en este trabajo que tengo (al cual no le voy a dar adjetivo, por esencial respeto a mi lector) un factotum–, es bonita la lectura: a mí me sirve para escaparme del mundo de todos los días y relajarme”; respondo, solamente, que alguna vez fui estudiante de literatura y que la ficción tiene sus particularidades. Como primera regla y más obligatoria, no salgo a la calle sin un libro (o dos, mientras quepan en las bolsas del pantalón) y cualquier fila es buen tiempo de lectura.
3) Frase regular entre algunos promotores de la lectura: “No importa si no hemos visitado Moscú o París o Río de Janeiro, porque la literatura nos permite viajar a otros lugares, conocer otros mundos y otros tiempos, vivir una vida que no es la nuestra”. Cierto. Falso. Esquizofrénico. Pero si Comala no existe, ni Macondo, ¿adónde nos transportamos, entonces?
4) (y último) Tenemos la tendencia a creer que la literatura es una forma de fuga, por medio de la cual las sombras de todos los días desaparecen al menos por un instante: el tiempo se suspende, el espacio se cancela, el universo es otro. Pero no: la literatura –a pesar de su abrumadora amplitud– difícilmente es más que un divertimento: pesa más el torrente de pasión del enojo, del amor, de la obnubilación, de la ensoñación. Alguna posibilidad de fuga, pero no más que eso: como traicionados, los escritos caen de espaldas ante el rigor de un recuerdo, cualquiera. Y uno vuelve a la última oración cuyo sentido recuerda, repasa el mismo párrafo tres, ocho, doce veces, para empezar a leer el capítulo entero porque no entiende nada.
¿Leer desde algún lugar, para llegar a otro? Sólo en el trayecto entre la casa y el trabajo.
4/feb/07
1) Alguien me dijo que leía poesía (específicamente a Neruda, aunque no siempre) cuando se sentía más triste (habrá que ver si levantó a Pessoa en un momento así), y prefería el cuento cuando su humor era más alegre; alguien más me decía que su mejor manera para lidiar con el miedo a volar era García Márquez (cada quien...). Y así otros tantos, donde resaltan la melancolía, la tristeza, el hastío y uno que otro de imaginación ágil para los temas carnales; y uno lo relaciona y de pronto resulta que se lee desde cierto espacio, o para llegar a otro.
2) “Siempre te veo leyendo –me dice un día el gerente del banco al que tengo que presentarme regularmente, siendo yo, en este trabajo que tengo (al cual no le voy a dar adjetivo, por esencial respeto a mi lector) un factotum–, es bonita la lectura: a mí me sirve para escaparme del mundo de todos los días y relajarme”; respondo, solamente, que alguna vez fui estudiante de literatura y que la ficción tiene sus particularidades. Como primera regla y más obligatoria, no salgo a la calle sin un libro (o dos, mientras quepan en las bolsas del pantalón) y cualquier fila es buen tiempo de lectura.
3) Frase regular entre algunos promotores de la lectura: “No importa si no hemos visitado Moscú o París o Río de Janeiro, porque la literatura nos permite viajar a otros lugares, conocer otros mundos y otros tiempos, vivir una vida que no es la nuestra”. Cierto. Falso. Esquizofrénico. Pero si Comala no existe, ni Macondo, ¿adónde nos transportamos, entonces?
4) (y último) Tenemos la tendencia a creer que la literatura es una forma de fuga, por medio de la cual las sombras de todos los días desaparecen al menos por un instante: el tiempo se suspende, el espacio se cancela, el universo es otro. Pero no: la literatura –a pesar de su abrumadora amplitud– difícilmente es más que un divertimento: pesa más el torrente de pasión del enojo, del amor, de la obnubilación, de la ensoñación. Alguna posibilidad de fuga, pero no más que eso: como traicionados, los escritos caen de espaldas ante el rigor de un recuerdo, cualquiera. Y uno vuelve a la última oración cuyo sentido recuerda, repasa el mismo párrafo tres, ocho, doce veces, para empezar a leer el capítulo entero porque no entiende nada.
¿Leer desde algún lugar, para llegar a otro? Sólo en el trayecto entre la casa y el trabajo.
4 comentarios:
Bueno, también se piensa que los bibliotecarios se la pasan el día leyendo, o que son magos que saben exactamente donde encontrar algún libro...la verdad es triste decirlo pero no todos los bibliotecarios leen.
A veces leer se convierte en una pesada carga, especialmente cuando como tu dices "repasa el mismo párrafo tres, ocho, doce veces, para empezar a leer el capítulo entero porque no entiende nada", a veces mejor cierro la página y duermo.
En general, la gente presume que si formas parte del sistema cultural, en cualquiera de sus formas, eres cultísimo y capaz de bombardearlos con datos curiosos de historia, vida y obra de artistas de la más variada índole. Es bien divertido cuando me preguntan si ya leí a no-sé-quién y no-sé-cuál y les digo sin empacho que todavía no llego a ellos, pero como en veinte años cuando termine con todo lo que tengo en fila tal vez les dedique algún tiempo.
Hay días en que prefiero salir a caminar a quedarme en la casa leyendo.
Es decepcionante pero Comala existe. Y está en Colima, y nada de Susana Sanjuan o Juan Preciado. Es un pueblito brillante famoso por su pan (aún tengo una concha gigante en la panera)y por la comida de los portales donde puedes atiborrarte de mil cosas a título de "botana". Me quedo con Rulfo.
Aquí entra una de esas poderosas argumentaciones que se le vinieron a a la cabeza a Roman Ingarden: además de los objetos reales (la Comala de Colima) y los imaginarios (la abstracción de un triángulo y cualquier cosa que el ser humano dedujo), hay otros a medio camino, que tienen una existencia simultánea en muchos espacios, tiempos y dimensiones. No es que Susana San Juan no exista, sino que existe en un plano no-material. La teoría de Ingarden es harto reveladora.
En términos generales, muchos nos quedamos con las ficcionalizaciones por sobre las versiones reales.
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