lunes, 12 de octubre de 2009

Acta de renuncia

I.
Hace nueve años, una cartomante me miró a los ojos con franca pesadumbre. Con esa piedad que quiere ser de madre y la voz cortada, me dijo entre balbuceos que muy probablemente sería figura pública, que algún día me vería a mí mismo sentado frente a una multitud dando un discurso. El costo de ello (Aquiles) sería quedar solo.
Como en ocasiones posteriores, respondí impasible.
Kate Bush no parece buena compañía a la luz de ese recuerdo.

II.
Hace casi dos años –falta algo menos de dos meses; exacerbada memoria al respecto–, uno de esos hombres a los que se respeta no sólo por ser figura de autoridad y experiencia sobradas, sino por la candidez de trato, fue la primera persona en acercarse y ponerme la mano en el hombro. "Sucede, lo sabemos todos. Lo que usted necesita ahora es trabajar, y no pensar. Le sentará bien."
A los veladores de este centro tengo por testigos.

II bis.
Pero un día el trabajo no es suficiente para mantener a flote, no hay distractor. Un día, a pesar de que la bandeja rebosa de pendientes para con quienes hay fechas de entrega de por medio, no hay manera de eludir una idea que no es propia.

III.
Considerando seria, poderosamente, hacer propia esa idea, hacer caso a ambos, asumir ambos, aceptar ambos impasible, fusilar nuevamente ilusiones (las de escenario): dejar de gastar la sangre.
Tomar decisiones intempestivas. Saldar viejas cuentas. Respirar lentamente. No decidir con las tripas ardiendo.

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