El mundo efectivamente se acabó: La Fura dels Baus, como siempre, hizo del espectáculo que ejecuta algo que rebasa los límites que permiten reconocerlo tal. Dicho en palabras más claras (disculparán: la cabeza sigue obnubilada), el teatro deja de serlo para convertirse en otra cosa: un experimento social, un comentario a las instituciones y el sistema del poder y los medios de comunicación institucionales y la opresión, una reflexión en torno a las pulsiones que nos obligan (eso ya no era un motivo) a llevar nuestros actos a sus últimas consecuencias, una conversación entre un texto dramático que se revela a sí mismo en su discurso representacional y una acción que materializa las ideas sobre las que se construye ese texto. Las resonancias, por supuesto calculadas, llegaban a ser descorazonadoras: hasta donde parece evidente, el género humano no ha cambiado sus modos y formas, probablemente jamás lo haya hecho. La conciencia exacerbada conduce, casi irremisiblemente, al cinismo; y entonces todos podemos gritar a voz en cuello "nuestra generación tiene derecho a hacer historia", como lo intentaron todas las que nos antecedieron y las que vendrán. Oh, terrible condición humana...
Un grupo armado toma un teatro por asalto, exigiendo respeto, atención y concesión de demandas: un ejercicio político con ametralladoras, cinturones de C4 y doce bombas repartidas entre los asientos. Terroristas, pues, como se les define por extensión; ¿o en el concenso se admite llamarlos 'libertadores' o 'defensores de la patria'? La Fura no logró que sintiera terror, pero tampoco era ése el cometido. Boris Godunov es un ejercicio de reclusión y frustración, donde sentirse sofocado es terriblemente fácil. Como siempre, salí de ahí con una necesidad de vino, los hombros tensos, temblando y ansioso, después de mecerme en el asiento y mirar con subordinación al encapuchado que caminaba por el pasillo, la ametralladora en la mano.
Me apena, sin embargo, admitir que llegué tarde a la parte inaugural de tan magno evento, pero no a su desarrollo medular. Sin duda, ciertos eventos deben suceder en compañía, especialmente cuando uno acompaña –a manera de la guarnición en el plato– a quien merece la atención.
La mañana de hoy se ha ido, o quizá sólo me la guardo. Todos los días puede suceder otra mañana.
Un grupo armado toma un teatro por asalto, exigiendo respeto, atención y concesión de demandas: un ejercicio político con ametralladoras, cinturones de C4 y doce bombas repartidas entre los asientos. Terroristas, pues, como se les define por extensión; ¿o en el concenso se admite llamarlos 'libertadores' o 'defensores de la patria'? La Fura no logró que sintiera terror, pero tampoco era ése el cometido. Boris Godunov es un ejercicio de reclusión y frustración, donde sentirse sofocado es terriblemente fácil. Como siempre, salí de ahí con una necesidad de vino, los hombros tensos, temblando y ansioso, después de mecerme en el asiento y mirar con subordinación al encapuchado que caminaba por el pasillo, la ametralladora en la mano.
Me apena, sin embargo, admitir que llegué tarde a la parte inaugural de tan magno evento, pero no a su desarrollo medular. Sin duda, ciertos eventos deben suceder en compañía, especialmente cuando uno acompaña –a manera de la guarnición en el plato– a quien merece la atención.
La mañana de hoy se ha ido, o quizá sólo me la guardo. Todos los días puede suceder otra mañana.
2 comentarios:
Magnífica la Fura, y la chela, y la plática y los planes de paisajes permanentes por ventanas de trolebús. Abrazo
Que se han de hacer uno y otro y otro de nuevo.
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