Habiendo leído las biografías de los doce, puedo decir(me) a quiénes les falta mucho trabajo; y para ello no requiero invocar a demonio de ninguna clase: conmigo me basto. Tres me llaman la atención por su técnica, muy sobria (como me gusta la literatura, en su mayoría), y las experiencias que se despliegan por debajo de la lectura.
Sé de cierto que alguien se tomó la molestia de leer con cuidado las solicitudes y materiales entregados a la Dirección de Literatura de la Universidad Nacional Autónoma de México; sé de cierto que se hizo una selección que consideró el valor de esos materiales y discriminó (sentido etimológico, por favor) aquéllos que no sostenían un determinado nivel de calidad. Ello no quiere decir que todos mantengan la misma altura; y justo ahí es donde se encajan las agujas que revientan la roca, cosa que casi no me gusta hacer, claro está.
En otros menesteres, me salta algo considerablemente interesante: el primer texto que estos nuevos doce entregaron, aparte de la colección de cuentos, fue una autobiografía ficcional. Me llama la atención que una mayoría de esos personajes construidos tiene una relación con la escritura y la literatura, a saber: hablen en primera o tercera persona, los personajes son escritores y lectores por vocación, como remedio a su condición, por las circunstancias… De ello se colige que la mano que escribe escoge un camino "sencillo" (no hay tal cosa en literatura, todos lo sabemos) y narra mayoritariamente su propia experiencia. Se me puede contestar que nadie escribe desde otro lugar, pero lo cierto es que la imaginación y la experiencia puesta en perspectiva llevan al autor a construir otro tipo de historias, las más de las veces de mayor interés y fuerza.
Quiero creer que todos empezamos así, ceñidos a lo que hemos vivido y sufrido, y sin tamizar mucho se vierte en escrito. Pero también tengo la certeza de que eventualmente hay que imaginar más de lo que se recuerda, pues no hay relato de vivencia que recupere íntegramente lo sucedido o que no añada. Toda narración es siempre una ficción (aunque a algunos historiadores les queme que un literato diga tal).
Otra cosa me llama la atención: los dialectos del español pueden reconocerse por el banco lingüístico al que recurre el hablante/escribiente, de donde se deduce o supone su nacionalidad. En este caso, las alusiones a ciudades y paisajes son dispares: a veces es evidente dónde está el autor, otras no (recordemos que esta edición de la Caza es internacional: las dos anteriores todos jugábamos de local), a veces se tiene la impresión de que podría ser de varias nacionalidades. El lenguaje revela, de eso no hay duda. Pero eso es mera curiosidad lingüística: nada que de verdad tenga peso literario.
Ah, parece que esta edición la voy a disfrutar más que la anterior.
Sé de cierto que alguien se tomó la molestia de leer con cuidado las solicitudes y materiales entregados a la Dirección de Literatura de la Universidad Nacional Autónoma de México; sé de cierto que se hizo una selección que consideró el valor de esos materiales y discriminó (sentido etimológico, por favor) aquéllos que no sostenían un determinado nivel de calidad. Ello no quiere decir que todos mantengan la misma altura; y justo ahí es donde se encajan las agujas que revientan la roca, cosa que casi no me gusta hacer, claro está.
En otros menesteres, me salta algo considerablemente interesante: el primer texto que estos nuevos doce entregaron, aparte de la colección de cuentos, fue una autobiografía ficcional. Me llama la atención que una mayoría de esos personajes construidos tiene una relación con la escritura y la literatura, a saber: hablen en primera o tercera persona, los personajes son escritores y lectores por vocación, como remedio a su condición, por las circunstancias… De ello se colige que la mano que escribe escoge un camino "sencillo" (no hay tal cosa en literatura, todos lo sabemos) y narra mayoritariamente su propia experiencia. Se me puede contestar que nadie escribe desde otro lugar, pero lo cierto es que la imaginación y la experiencia puesta en perspectiva llevan al autor a construir otro tipo de historias, las más de las veces de mayor interés y fuerza.
Quiero creer que todos empezamos así, ceñidos a lo que hemos vivido y sufrido, y sin tamizar mucho se vierte en escrito. Pero también tengo la certeza de que eventualmente hay que imaginar más de lo que se recuerda, pues no hay relato de vivencia que recupere íntegramente lo sucedido o que no añada. Toda narración es siempre una ficción (aunque a algunos historiadores les queme que un literato diga tal).
Otra cosa me llama la atención: los dialectos del español pueden reconocerse por el banco lingüístico al que recurre el hablante/escribiente, de donde se deduce o supone su nacionalidad. En este caso, las alusiones a ciudades y paisajes son dispares: a veces es evidente dónde está el autor, otras no (recordemos que esta edición de la Caza es internacional: las dos anteriores todos jugábamos de local), a veces se tiene la impresión de que podría ser de varias nacionalidades. El lenguaje revela, de eso no hay duda. Pero eso es mera curiosidad lingüística: nada que de verdad tenga peso literario.
Ah, parece que esta edición la voy a disfrutar más que la anterior.
2 comentarios:
Es cierto, supongo, salvo para quienes no nos "ceñimos", no al principio, a nada más que ese alivio-embrujo de empuñar el lápiz.
Tal vez por eso debería abandonar eel calvario que está siendo terminar la novela que me impide empezar otra cosa. Años de trabajo de investigación y sigo necia, porque al inicio, esto no tuvo NADA que ver conmigo salvo que un día vi a una Eva y una Lilith claritas como personas ante mí.
En conferencia escuché a Pedro Ángel Palou (aunque no le haya leído ni la cuarta de forros) decir que el momento más difícil de escribir ciertas novelas es admitir que se sabe lo suficiente: luego a uno le entra la necia de saber todo sobre el tema y ahí se jode la cosa.
Una cosa es cierta: un escritor responable evita a toda costa escribir sobre lo que no conoce.
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