La primera vez que tuve noticia del DRM (o lo que es lo mismo, Digital Rights Management, que se traduce como 'Gestión de Derechos Digitales') fue mientras hacía la traducción de un artículo de estética y arte digital, del cual he de admitir que no entiendo mucho, pero qué bonita me quedó y qué orgullo que un journal TAN pesado (si no me creen, nomás echen ojo a su Consejo Editorial) la admitió para su publicación. Y ahora que me acuerdo, me costó muchas horas de trabajo y a algún hijoeputa se le hizo facilísimo copiar y pegar, sin preguntar siquiera (por cierto, si de verdad fuera yo tan hijoeputa como me vendo, ya hubiera reportado el chiste con los Kroker... quizá lo haga en la semana).
Nomás para captar la atención de los metiches que hagan puerto en este blog, de muy menor relevancia para la abrumadora mayoría del universo (como bien me demuestran mis estadísticas de uso), tendré la esencial cortesía de explicar, hasta donde puedo, qué corchos es el DRM.
Antes, para proteger una obra artística había que registrarla y reservar los derechos patrimoniales y morales del autor (si tienen un abogado cerca, que les explique con detalle [si quieren], porque ahí sí me pierdo refácil). Sin embargo, ante la apertura de la accesibilidad a los medios de comunicación e intercambio de información, ante la aparición de nuevos formatos que no podían ser contemplados cuando se formularon las leyes de derechos de autor, las empresas discográficas y editoriales, en su abrumadora mayoría, tuvieron que inventar nuevos medios para restringir el uso indebido de los materiales que nos venden y a partir de los cuales se hacen asquerosamente millonarias. Uno de esos medios fue el DRM, que entre implicaciones legales y sistemas tecnológicos, restringen la transferencia, copia, reproducción, modificación, edición y cualquier otro procedimiento que se considere un cambio o intercambio de la obra.
La cosa no es nueva y ya hace mucho se presentaron borradores ante los cuerpos legislativos de chorros de países (impulsados, también en su abrumadora mayoría, por esas empresas que se hacen asquerosamente ricas con el producto de sus ventas, las más de las veces con un excedente de valor de varios miles porcentuales: ¿alguna vez se han preguntado cuánto cuesta hacer un disco o un libro, considerando todos los procesos, materiales e incluso intermediarios?) para implementar este asunto del DRM en todo lo que se pueda implementar, entiéndase objetos digitales de la suya preferencia.
Votos a favor y en contra, acaloradas discusiones con argumentos de valor por ambas partes, llantos, berrinches, manazos y lloriqueos de todas las partes (el público consumidor en los primeros lugares), las respuestas no se han hecho esperar, en algunos casos porque la supervivencia de determinados mercados y productores depende de la libre transferencia de información (editoriales independientes, por supuesto). Esas respuestas implican nuevos modelos de trabajo y ejercicios significativos de independencia, además de aprenderle algo a las nuevas tecnologías y producir de manera semi-artesanal las obras que se liberan para consumo de nosotros, el público en general.
En otro momento echaba yo loas a la obra y no tanto al esfuerzo que implica publicar una obra bajo este nuevo régimen. He de confesar que nomás conozco a otros dos que hayan hecho lo mismo: Saul Williams (tsss... ni voy a dar un adjetivo, hagan un esfuercito y búsquenlo: todo que disfrutar) y Trent Reznor. Y por fin, después de mi divagación introductoria, llego al quid de este post.
Para el lanzamiento de Year Zero -en todos los sentidos atípico disco de Nine Inch Nails (ojito al Wikipedia, cotejo de fechas, estilos, medios de distribución...)-, Reznor lo puso a disposición de los fans en la página de NIN, con una versión gratuita y otra a cinco dólares. Y ahora, por accidente casi, me entero que Reznor jugó parecido: Ghosts, 36 composiciones (gloriosas) más o menos en la línea de la música ambiental (aunque ni de lejos se parece a Brian Eno y Music for Airports), se presenta en cuatro versiones para quien guste adquirirlo.
Y de verdad, es estúpidamente hermoso, con texturas harto emotivas y chorros de momentos de ésos en que uno quiere estar tirado en la cama. Por supuesto, como todo NIN, no apto si no te gusta algo de ruido, o mucho ruido, o ruido.
¿Se dieron cuenta que lo único que quería decir se concentra en los últimos tres párrafos? Disculpen ustedes, amables lectores, mi verbosa impertinencia...
P.D. Dicho en inglés, spread the word.
Antes, para proteger una obra artística había que registrarla y reservar los derechos patrimoniales y morales del autor (si tienen un abogado cerca, que les explique con detalle [si quieren], porque ahí sí me pierdo refácil). Sin embargo, ante la apertura de la accesibilidad a los medios de comunicación e intercambio de información, ante la aparición de nuevos formatos que no podían ser contemplados cuando se formularon las leyes de derechos de autor, las empresas discográficas y editoriales, en su abrumadora mayoría, tuvieron que inventar nuevos medios para restringir el uso indebido de los materiales que nos venden y a partir de los cuales se hacen asquerosamente millonarias. Uno de esos medios fue el DRM, que entre implicaciones legales y sistemas tecnológicos, restringen la transferencia, copia, reproducción, modificación, edición y cualquier otro procedimiento que se considere un cambio o intercambio de la obra.
La cosa no es nueva y ya hace mucho se presentaron borradores ante los cuerpos legislativos de chorros de países (impulsados, también en su abrumadora mayoría, por esas empresas que se hacen asquerosamente ricas con el producto de sus ventas, las más de las veces con un excedente de valor de varios miles porcentuales: ¿alguna vez se han preguntado cuánto cuesta hacer un disco o un libro, considerando todos los procesos, materiales e incluso intermediarios?) para implementar este asunto del DRM en todo lo que se pueda implementar, entiéndase objetos digitales de la suya preferencia.
Votos a favor y en contra, acaloradas discusiones con argumentos de valor por ambas partes, llantos, berrinches, manazos y lloriqueos de todas las partes (el público consumidor en los primeros lugares), las respuestas no se han hecho esperar, en algunos casos porque la supervivencia de determinados mercados y productores depende de la libre transferencia de información (editoriales independientes, por supuesto). Esas respuestas implican nuevos modelos de trabajo y ejercicios significativos de independencia, además de aprenderle algo a las nuevas tecnologías y producir de manera semi-artesanal las obras que se liberan para consumo de nosotros, el público en general.
En otro momento echaba yo loas a la obra y no tanto al esfuerzo que implica publicar una obra bajo este nuevo régimen. He de confesar que nomás conozco a otros dos que hayan hecho lo mismo: Saul Williams (tsss... ni voy a dar un adjetivo, hagan un esfuercito y búsquenlo: todo que disfrutar) y Trent Reznor. Y por fin, después de mi divagación introductoria, llego al quid de este post.
Para el lanzamiento de Year Zero -en todos los sentidos atípico disco de Nine Inch Nails (ojito al Wikipedia, cotejo de fechas, estilos, medios de distribución...)-, Reznor lo puso a disposición de los fans en la página de NIN, con una versión gratuita y otra a cinco dólares. Y ahora, por accidente casi, me entero que Reznor jugó parecido: Ghosts, 36 composiciones (gloriosas) más o menos en la línea de la música ambiental (aunque ni de lejos se parece a Brian Eno y Music for Airports), se presenta en cuatro versiones para quien guste adquirirlo.
Y de verdad, es estúpidamente hermoso, con texturas harto emotivas y chorros de momentos de ésos en que uno quiere estar tirado en la cama. Por supuesto, como todo NIN, no apto si no te gusta algo de ruido, o mucho ruido, o ruido.
¿Se dieron cuenta que lo único que quería decir se concentra en los últimos tres párrafos? Disculpen ustedes, amables lectores, mi verbosa impertinencia...
P.D. Dicho en inglés, spread the word.
1 comentario:
Vas acelerado hacia lo inaccesible para las personas que, aunque inteligentes, no podemos alcanzar tan hondos espacios de la ultimísima onda intercultural por la que que te estás zambullendo y buceando placenteramente.
Bueno, por muy elitista que seas, aun puedo y quiero lanzar una débil sonda a tu persona, a ese "ente receptor, abstracción de la Humanidad comprensiva... a tu espíritu desnudo y blanco, al buscador de perfección".
No sé qué más decir ante tan gran despliegue de actividad crítica y artística.
Sólo que también, en los seres diferentes de edad, cultura, oportunidades, situación social y mental... en esos seres hay mucho en común: de humanidad que se cansa, se ilusiona, profundiza, busca, estudia, fracasa, se comunica y queda incomunicado.
En fin, que entiendas a los frágiles y aceptes tu fragilidad y te roconcilies con ella.
Te he mandado, creo, un power point que me envió Rosa y que seguramente también te lo envió a tí sobre cómo la Humanidad quiere volar.
Besos y espero alguna humana respuesta.
Tu evanescente amiga, Concha.
¡Hay que ver qué palabras me inspira tu culta y distante actitud! Es la primera vez que me surge este término de "evanesceste".
Bueno, antes de desvanecerme, te envío el beso de siempre.
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