lunes, 13 de octubre de 2008

"Te escribo desde un país lejano"

I.
Aquí, dice ella, no tenemos más que un sol al mes y por poco tiempo. Nos frotamos los ojos con anticipación. Pero en vano. Tiempo inexorable. El sol no llega más que a su hora.
Entonces hay un mundo de cosas que hacer, mientras dura la claridad, aunque apenas tenemos tiempo para mirarnos un poco.
El problema es por la noche, cuando hay que trabajar. Y sin remedio: nacen enanos constantemente.

II.
Cuando paseamos por el campo, le confía ella, sucede que nos topamos en el camino con unas masas enormes. Son las montañas y tarde o temprano habrá que arrodillarse. De nada sirve resistir, no se puede avanzar, aun haciéndose daño.
No es para herir que lo cuento. Podría decir otras cosas si quisiera herir de verdad.

III.
La aurora es gris aquí, continúa ella. No siempre fue así. No sabemos a quién culpar.
Por la noche el ganado lanza grandes mugidos, largos y aflautados al final. Tenemos compasión, pero ¿qué hacer?
El olor de los eucaliptos nos envuelve: bondad, serenidad. Pero el solo olor no puede protegernos de todo. ¿O crees tú que realmente pueda protegernos de todo?

IV.
Añado una palabra más, mejor una pregunta.
¿También fluye el agua en tu país? (No recuerdo si ya me los has dicho). Y, si es ella realmente, produce escalofríos.
¿Que si me gusta? No sé. Cuando está fría una se siente tan sola dentro de ella. Pero es una cosa distinta cuando está tibia. Entonces. ¿Cómo juzgar? ¿Cómo juzgan ustedes, dime, cuando hablan de ella sin disimulo, a corazón abierto?

V.
Te escribo desde el fin del mundo. Es necesario que lo sepas. A menudo tiemblan los árboles. Recogemos las hojas. Tienen una increíble cantidad de nervaduras. ¿De qué sirve? Nada queda entre ellas y el árbol. Nosotras, molestas, nos dispersamos.
¿Será que la vida en la tierra no podría continuar sin viento? ¿O será preciso que todo tiemble siempre, siempre?
También existen movimientos subterráneos, y en la casa cóleras que vienen a enfrentarme, como seres despiadados que quisieran arrancarte confesiones.
Nada vemos, salvo aquello que importa poco ver. Nada, y sin embargo temblamos. ¿Por qué?

VI.
Todas vivimos aquí con un nudo en la garganta. Aunque soy muy joven, has de saber que en otros tiempos fui aún más joven, al igual que mis amigas. ¿Qué significa esto? Seguro que hay algo horrible.
Y en ese tiempo cuando, como ya te dije, éramos aún más jóvenes, teníamos miedo. Alguien podría haberse aprovechado de nuestra confusión, diciéndonos: "Pues bien, el momento ha llegado, vamos a enterrarlas." Y nosotras, pensando: "Es verdad, bien podríamos ser enterradas esta noche si se comprueba que es el momento."
Y sin atrevernos a correr demasiado, jadeantes, sin poder dar un paso más, frente a la fosa abierta, sin aliento, sin tiempo para decir una palabra.
Dime, ¿cuál es el secreto de todo esto?

VII.
Hay, constantemente, añade ella, leones que se pasean a sus anchas por la ciudad. Como no les prestamos atención, ellos tampoco se fijan en nosotros.
Pero si frente a ellos pasa corriendo una muchacha, no pueden contener su emoción. ¡No! Y la devoran de inmediato.
Es por eso que se pasean constantemente por la ciudad, donde nada tienen que hacer, pues igual bostezarían en otros lugares. ¿No es verdad?

VIII.
Hace mucho, pero mucho tiempo -le confía ella-, estamos en lucha con el mar.
Muy raras veces es azul. Cuando está sereno, hasta parece contento. Pero dura poco. Además, su olor lo delata: un olor a podrido (si no fuese su amargura).
Aquí debo explicar el asunto de las olas. Es terriblemente complicado, y el mar... Pero, te suplico, ten confianza en mí. ¿Crees que me atrevería a engañarte? El mar no es sólo una palabra, no es sólo un temor. El mar existe, lo juro, está siempre a la vista.
¿A la vista de quién? Pues de nosotras, nosotras lo vemos. Viene de muy lejos para embaucarnos y atemorizarnos.
Cuando vengas, lo verás con tus propios ojos y quedarás pasmado. "¡Caray!", dirás, pues el mar asombra.
Juntos lo contemplaremos. Estoy segura que entonces no tendré miedo. Dime. ¿Será posible?

IX.
No puedo dejarte con una duda -continúa ella-, con una falta de confianza. Quisiera volver a hablarte del mar. Aunque la confusión persiste. Los arroyos avanzan, pero no el mar. Escucha, no te enojes, juro que no intento engañarte. El mar es así. Por más que se debata, un poco de arena lo detiene. Es un gran indeciso. Él quisiera avanzar, pero así es la cosa.
Tal vez más tarde, algún día, el mar avanzará.

X.
"Estamos, como nunca, rodeadas de hormigas", dice su carta. Inquietas, pecho a tierra, empujan el polvo. No se interesan en nosotras.
Ninguna alza al cabeza.
Es la sociedad más cerrada que existe, aunque en constante expansión. Poco les importan los proyectos futuros, las preocupaciones... las hormigas están entre hormigas en cualquier parte.
Y hasta ahora ninguna se ha vuelto a mirarnos. Antes se aplastarían.

XI.
Ella le escribe:
"No te imaginas todo lo que hay en el cielo, tienes que verlo para creerlo. Allá están las... pero no quisiera decirte su nombre tan pronto."
A pesar de su enorme apariencia, pues abarcan casi todo el cielo, no son más pesadas que un recién nacido.
Las llamamos nubes.
Es cierto que les sale agua, pero nunca por exprimirlas ni por triturarlas. Sería inútil, tienen muy poca.
Pero, a fuerza de abarcar anchuras y anchuras, larguras y larguras, profundidades y profundidades: llegan, a fuerza de hincharse, a soltar algunas gotitas de agua. Sí, de agua. Y quedamos hermosamente mojadas. Corremos furiosas por haber sido sorprendidas, pues nadie sabe el momento en que arrojarán sus gotas. A veces pasan días enteros sin soltarlas y sería en vano quedarse en casa esperando.

XII.
La educación de los escalofríos no se imparte bien en este país. Ignoramos las verdaderas reglas y cuando el suceso aparece nos toma desprevenidas.
Es el Tiempo, por supuesto. (¿Es igual entre ustedes?) Bastaría con llegar antes que él -tú me entiendes-, apenas un poquito antes. ¿Conoces el cuento de la pulga en el cajón? Por supuesto que sí, ¡y de veras es cierto! No sé qué más decir. En fin, ¿cuándo nos veremos?

-Henri Michaux
(presumo que en Poesía y poética, ni idea qué número)

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