viernes, 24 de octubre de 2008

De profundis

No tengo que repetir una sola vez más que mis hijos tienen el gobierno de mi imperio. Y cómo corchos no, miren nomás a Timoteo:
Aunque por supuesto, el caballero tiene sus bemoles, como todos:
"Soy pachón, ¿y qué?"

Insisto en que los míos son mapaches disfrazados de gato; si no, no me explico su volumen... Además de pachón, Timoteo tiene otra particularidad: es más jodetas que yo. Y además de eso, su intrepidez mezclada con su falta de pericia (en términos biológicos, sigue siendo un niño; y no voy a abundar en el tema), razón por la cual comete una estupidez de proporción una vez cada cuanto. Paso al quid.
Cada noche, los gatos me reciben en la puerta de la casa; independientemente del inconmensurable amor que me tienen [sic], cada noche hacen un intento para salirse a pasear a las escaleras del edificio, comerse las plantas de los vecinos, revolcarse en los pasillos, subir y bajar uno o dos pisos (aunque se pierden y después lloran porque no saben cómo regresar a la casa...). Si el cansancio no es terrible, me siento en las escaleras y los veo jugar hasta que me da hambre (v.g. cinco o diez minutos después).
Hace dos días, cargado con bolsas de comida, resoplando los cuatro pisos, medio harto de mis clases (arghhh...) y mis alumnos de la tarde, los gatos me ganaron y se me escurrieron por la puerta. Después de acomodar un par de las chunches que cargaba, salí a buscarlos. Al tercer piso no se fueron, así que tengo que subir al quinto.
Ésa no es una foto conceptual ni juega al Expresionismo Abstracto Norteamericano ni es (ni de lejitos) una imitación a Álvarez Bravo: la camarita del celular no hace maravillas de noche. Ésa de ahí es una perspectiva de todos los metros que el lelo de Timoteo hubiera recorrido en caída libre, pues cuando lo vi estaba colgado y pataleando para no caerse del último descanso de la escalera. Ahogado el grito de señora aterrorizada, subí a pescarlo y se me volvió a escurrir; y tranquila y comodinamente, el muy cabrón se revolcó a sus anchas, en el filo del descanso del cuarto piso...
Quiero convencerme, desde lo más hondo de las tripas, que mis gatos me quieren como yo a ellos; y quizá más hondo todavía quisiera -toda proporción guardada- que me lo demostraran más o menos así (encarecida sugerencia: déle play en este momento a las Rolotas de allá arriba y quítele el volumen a la pantalla del YouTube; de corazón se lo digo).



Aunque, por supuesto, las cosas siempre pueden suceder de otra manera...

1 comentario:

Catexia dijo...

Imagino a un gran hombre (y por gran entiendase al tamaño) disfrazado de Timoteo, y me caigo de risa... me vuelvo a caer