lunes, 20 de octubre de 2008

Las galletas y la rabia

Ayer comí en un restaurante "japonés" (enrollar productos de mar con arroz no es sushi; y no hablemos de envolverlos con tiras de fruta...), tan incuestionablemente tradicional y respetuoso de la identidad cultural de cada país que regalan galletas chinas de la suerte con la cuenta. Digo, si tiene los ojos rasgados seguramente es chino, así que no hay necesidad de tener miramientos con respecto a geografía o historia o cocina: son amarillos y punto.
Al margen de la profunda disquisición geopolítica que tenía conmigo mismo, las galletas chinas eran lo más parecido a un postre en ese momento; y como yo soy un atascado, el papelito de una de mis dos galletas reza:
Eres un perfeccionista. No lo arruines.
Eso ya lo sé: mi obsesión me exige hacer bien lo que sea que estoy haciendo, desde el inicio (el anterior presupuesto se limita a trabajo y actividades manuales; no aplica en lo general para relaciones humanas); y por esa misma obsesión suelo joder las cosas de cabo a rabo. Sólo para no variar, la ambigüedad de las galletas de la suerte no sorprende. ¿O sí?
Las dificultades de hoy llevan a las recompensas de más adelante.
Si tal es cierto, si la sabiduría de la galleta me sobrepasa, si los misterios del universo se cifran en un trocito de papel escondido en una oblea dulce de harina, si he de permitirme una epifanía debido a una sabia galleta china de un restaurante japonés, entonces probablemente seré uno de los hombres más afortunados que ha visto la Historia; digamos que en la planta del pie derecho tengo una marca de nacimiento:
  • No se mezcle con otros productos de índole social.
  • No se exponga a la socialización directa.
  • No diseñado para la vida en convivencia.

2 comentarios:

Adriana del Moral dijo...

Pasé a poner las rolas que amablemente pusiste a petición mía (No tengo bocinas en el trabajo, ja). Y esta entrada me encantó. Aunque me atinan a menudo las galletas de la suerte (aún las de restaurantes chafamente japoneses o chinos)creo que las tuyas fueron, lo menos, escalofriantes. Igual y debo llevar a alguien a comer ahí.

Julián Iriarte (bueno, ya: Oliver) dijo...

Parafraseando ese mote de guerra de la ley de la demanda: "Al lector, lo que pida". Sugerencia: unos audífonos le evitan a mi vecino de escritorio mis actos de terrorismo auditivo.
Digamos que la primera no me sorprende, y la segunda de veritas quisiera leerla sin ironía.