Hoy por fin se desahoga un poco mi carga laboral; por otra parte, hoy me siento algo más repuesto después de la insensata noche que pasé el martes: de una junta de trabajo, terminé en casa de un artisto con otros artistos y críticos, tomando tequila hasta las cinco y media de la mañana.
En fin, que eso va siendo culpa mía por andar de metiche y nada más.
Hace dos o tres semanas iba camino a casa cuando me crucé con un grupo de chicos entre 24 y 30 años, frente al edificio de la Comisión Nacional del Agua. Tres de ellos cantaba ¿himnos? en un megáfono, mientras el resto repartía volantes y explicaba a los transeúntes determinado asunto. Por inercia acepté uno de esos volantes (cosa que no suelo hacer, ni aunque la chica que los reparte sea una checa o húngara despampanante [bueno, quizá me rindiera ante una mujer así]); ya en el camión, comencé una lectura, abrumada por la curiosidad.
Perdonen ustedes, y perdonen los autores de aquel panfleto, si cometo algún error, pues esa hoja se perdió entre los chorros de papeles que abandono sin mucha estrategia en la mesa y el librero. Haremos todos como que mi memoria es más extraordinaria de lo que es y procuraré que todo cuanto escribo aquí sea tan fiel a lo que ese día leí.
Por principio de cuentas, el grupo formaba parte de las Juventudes LaRouchistas, agrupación internacional adscrita al Movimiento LaRouchista. Para quien quiera hacer la investigación y metichería pertinente, Lyndon LaRouche es un político, filósofo y economista norteamericano, cuyo dato más interesante es -quizá- su constante postulación a la presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica, ocho desde 1976 (el Récord Guinness debiera considerarlo para el premio al mayor número de derrotas electorales en la historia política norteamericana; quizá ya lo hicieron); y quizá más interesante todavía, una de esas postulaciones la hizo desde prisión.
El panfleto leía la urgencia de aumentar la producción ante la crisis alimentaria que se vive a nivel global, poniendo ejemplos de ciertas ciudades (no recuerdo, creo que en África y Sudamérica) donde comenzaban a suscitarse disturbios y asaltos por falta de comida. Por otra parte, ponía en evidencia las prácticas oligárquicas de las empresas transnacionales y la administración del presidente George W. Bush. O eso decían hacer, pues el comentario se limitaba a "Su gobierno [el de Bush] ha asignado el presupuesto más alto de la historia para el ejército y armamento", sin hacer mención específica de las asignaciones para el campo y otras industrias afines.
Después de una página a renglón seguido, con datos estadísticos de imposible interpretación (aunque de verdad lo intenté; y si querían que una gran cantidad de gente -sin los conocimientos técnicos requeridos- comprendiera la idea, definitivamente no lo lograron), hacían mención de las soluciones que estábamos en posibilidad de aplicar, en calidad de extrema urgencia. Independientemente de las medidas económicas, relucía un proyecto (cuyo nombre no recuerdo; y maldita sea, porque sí quisiera tener algún dato adicional al respecto) que debe aprovechar el cauce del Río Bravo (otra vez, creo que era el Río Bravo), desviarlo, e irrigar el desierto de tres estados del norte mexicano.
En consecuencia, la "producción" de campos de cultivo aumentaría en varios miles de hectáreas las supeficies cultivables, además de generar cientos de miles de empleos entre agricultores, constructores, ingenieros y agregados, del desviación que menciona el proyecto. Por añadidura, el proyecto se anuncia altamente atractivo, debido a su bajo costo con respecto a los beneficios económicos que derramaría a mediano plazo.
Ahora, advierto que estos dos últimos párrafos omiten los juicios de valor y la gran mayoría de los adjetivos que el original presentaba. Creo que mi favorito (y esto sí estoy seguro que lo recuerdo textualmente, seguramente por su tono) es "los vampirescos colmillos" de la WWF [World Wide Fund for Nature, Fondo Mundial para la Naturaleza], el Banco Mundial y otras tantas organizaciones y empresas. Su argumento para denostar al WWF se basa en que se niegan categóricamente a apoyar proyectos que pongan en riesgo un determinado ecosistema, especie, región o -dicho en palabras llanas- el balance ecológico; tal reticencia se traduce en el desaprovechamiento de zonas útiles para uso y consumo humano.
En cuanto al Banco Mundial, el motivo es que, en un futuro no muy lejano, las grandes potencias y el imperio capitalista usarán el hambre como mecanismo de control y opresión, lo que podría provocar la esclavitud (o un estado muy similar) de miles de millones de personas alrededor del mundo, aún en países desarrollados.
Y habiendo hecho el relato de ese documento, tan sobrio como me fue posible, paso a mi opinión al respecto.
Hasta donde me queda claro, la solución que proponen es idiota, por una serie de razones. Primeramente, me encantaría saber qué oligárquica empresa (porque es evidente que de ninguna otra categoría cuenta con los recursos suficientes) invertiría en un proyecto de tales dimensiones, cuyo réditos se verían ¿veinte, treinta? años después de inaugurada la obra. Por otra parte, si bien en Israel se han construido campos de cultivo en medio del desierto, ésos han sido proyectos a pequeña escala, en terrenos con condiciones climáticas y físicas que permitieron el buen éxito; sin embargo, en ningún lugar de aquel documento mencionaron un estudio que demuestre que las condiciones (suelo, humedad relativa, escorrentías, acidez y alcalinidad, yacimientos de metales pesados...) de los desiertos mexicanos permiten llevar a cabo este proyecto.
Otra consideración, y ésta es gravísima, es el tiempo necesario para probar exitoso este asunto: si la crisis alimentaria es ahora y no antes de quince años se podrían aprovechar los cultivos (¿o de veras creerán que un manzano da frutos en tres semanas?), no tiene mayor uso tratar de resolver el problema por esa vía.
Si eso no es suficiente (y disculpen la misantropía), me parece más criminal la intervención humana en un espacio natural, "vampirescamente defendido" por organizaciones conservacionistas, que la hambruna de millones. En
Cambiarte la Arenita, probablemente el blog más interesante del que tenga noticia y muy afín a un chorro de cosas que me interesan, hay varios comentarios al respecto, como
éste y
éste otro. Me parecen muy ilustrativas las entradas, y tanto más útiles para la reflexión que pretendo hacer.
Y creo que lo más turbulento de una propuesta así es que se parece a un médico pendejo: en lugar de curar la enfermedad, cura los síntomas. El asunto no está en producir los alimentos necesarios para los miles de millones que poblamos el planeta, sino en reducir la población; estoy muy tentado a promover suicidios colectivos (sin culto religioso detrás de ellos), el homicidio como nuevo deporte olímpico, aplaudir las hecatombes que arrasan con miles de vidas y la castración como medidas de control, pero seguramente un ejército de detractores me tachará de inhumano, criminal, sicópata... Más inteligente, y para sacudirme de la espalda tan mala imagen que me acabo de crear y ser políticamente correcto, es indispenable educar a la gente: planificación familiar, jornadas de métodos anticonceptivos en instituciones de educación básica (esperarse a que el chamaco tenga catorce años para explicarle cómo corchos usar un condón es una irresponsabilidad), distribución gratuita de condones (hasta donde recuerdo, los centros de salud de esta ciudad reparten miles de condones al año, y se quedan con chorros de cajas en las bodegas); información encausada.
Haciendo un ejercicio matemático locamente sencillo, los índices poblacionales se verían significativamente mermados (con tendencia persistente a cero) si las parejas tuvieran un solo hijo; por el contrario, con dos hijos basta para que sucedan los incrementos que hemos visto en los últimos años (a más largo plazo, cierto). Si no me creen, busquen cómo funciona la secuencia Fibonacci y los propios ejemplos que usó Fibonacci en el S. XIII. ¿A qué va el comentario? Algún día, si la cosa sigue como hasta ahora, no se sorprendan si los gobiernos del mundo aplican políticas restrictivas para el control de la natalidad. ¿Vieron
Inteligencia Artificial de Spielberg (bueno, realmente es guión de Kubrick, nomás que no le dio tiempo)?
Muy bien, cuestionemos al sistema y pongámosle todos los traspiés que sean necesarios, pero no los posibles: ahí se cae con facilidad en el exceso sin fundamento. Definitivamente es necesario que los más jóvenes piensen y tomen una postura ante el mundo, pero la falta de criterio no ayuda a tomar las mejores decisiones.
Y como corolario de todo este asunto, me voy a comer, que ya es tarde.