lunes, 30 de junio de 2008

Reuters

El autor de estas notas y, por tanto, culpable de este blog, anuncia sin muestra mayor de gusto que se dispone por fin a hacer camino a su casa.
Cronotopo: lunes 30 de junio, 01:20 hrs., Centro de Ciencias de la Atmósfera, Instituto de Geofísica, Universidad Nacional Autónoma de México, Coyoacán, sur de la Cd. de México.
O en castellano regular: ya es otro día y sigo metido en mi oficina. Grrr...
¿Buenos días?

domingo, 29 de junio de 2008

Un cambio

El Festival del Centro Histórico terminó en marzo, motivo suficiente para que la lista de reproducción que estaba hasta hace unos minutos fuera una necedad; la otra es que ya tenía mucho tiempo ahí pegada y bien vale la pena darle salida a las cuatrocientas y no sé cuántas horas de música que hay en esta computadora.
A su disposición queda el Melody Mountain de Susanna & the Magical Orchestra, v.g. Susanna Karolina Wallumrød y Morten Qvenild, dos noruegos que ah, qué lindas cosas hacen, y con bien pocos recursos: voces y teclados (piano, sintetizadores, órgano...). No voy a decir cuál es mi favorita, aunque haré una advertencia: si tienen que trabajar largas horas y por ello requieren música que les suba la pila, busquen otro blog.
Y ahora hagan todos como que me echan una porra, porque me falta mucho que investigar y todavía tengo que escribir una nota (si saben de una base de datos de desastres naturales ocurridos en México durante este año, mucho les agradeceré).

Susanna & the Magical Orchestra

viernes, 27 de junio de 2008

Estados etílicos

I.
- Estoy con unos amigos. Les estoy platicando mis penas y nos estamos tomando una cerveza.
- Ah, está padre.
- ¡Qué asco! Me dieron a probar una margarita de vainilla y sabe a madres.
- Uy, paso: no le entro a los cocteles. Bueno, con cuidadito. Te oyes rara.
- No, estoy bien.
Una hora después:
- Oli, me siento mal. Estoy muy mareada y no puedo caminar en línea recta.
- Es normal. Estás borracha.
- No, no eshtoy [sic] borracha.
- Yo creo que sí... Toma mucha agua.
El asunto es que tomó una pastilla por la tarde, y por supuesto hizo corto circuito. La otra parte del asunto es que no tiene mucha costumbre y apenas se aventura en la cerveza; no sé de cierto cuál sea su tolerancia, pero al menos yo, a los diecinueve, no duraba más de tres (quizá menos). Se mantuvo en sus cinco sentidos, aunque hubo de padecer los síntomas iniciales (y los más divertidos: ya después de eso no me la paso tan bien) de una borrachera.

II.
Muy ordenado y responsable, me encamino a la fiesta de inauguración de un evento de radio por internet; fuimos requeridos como plataforma publicitaria y a cambio nos dieron chance de presentar la revista de arte. Mi labor (aunque me suene ridículo) debía consistir en jugar al de Relaciones Públicas, tarea absurda para alguien que tiene muy poca disposición para socializar.
- ¿Y con quién me tengo que acercar?
- Va a estar Jägermeister. Eso sirve.
Por supuesto, asumimos que iba a haber Jäger para tirar y escupir y hacer fuentecitas como angelito; y sin embargo, no: hasta donde vi (porque llegué muy tarde), sacaron como seis botellas para unas doscientas personas.
- La fiesta se sigue en el bar P... Nos vemos allá.
- Sí, seguro. Nosotros llegamos.
- Oye, me están invitando a ir al bar B..., que está casi del otro lado de la ciudad.
- Como que no estoy de humor, y como que me quiero ir a dormir.
Salomónicamente, la decisión fue brincar a un bar más barato y de paso cenar algo, que buena falta me hacía (por cierto, tengo hambre). ¿Otra cervecita? Pues otra: dos no matan. Al menos no a mí, pero otros varios ya caminaban con el estilo "rebote, sosténgase, impúlsese, rebote de nuevo, intente seguir su camino", lo cual suele ser un espectáculo esperpéntico.
Y no mataron: me pesó más caminar media hora a la una de la mañana, cruzando con los varios borrachos que rondan la ciudad una madrugada de viernes.

III.
Tomo el camión que recorre Insurgentes -presumiblemente la calle más larga del mundo (no me acuerdo del dato)- en su servicio nocturno. Ya me he acostumbrado a que suban borrachos en muy deplorables condiciones, y probablemente también los choferes: en una ocasión, alguno -sentado en la última banca- tuvo la gracia de vomitar hasta los malos recuerdos. Me dio mucho gusto, por supuesto.
Sin embargo, los dos que me tocaron ayer alcanzaron el estatuto de icónico.
Sin verles la cara siquiera, sabía que estaban muy borrachos (como se veían me he visto, y me veré seguramente de nueva cuenta) desde que pusieron pie en el camión; ya estaba muy cansado y me era difícil leer, así que su conversación (si tal se le puede llamar) me distraía a cada instante. Por lo demás, me divertía:
- Es que, yo creo, que...
- Sí, no mames.
- Pues sí. Una mujer que tuvo que ver con Alonso no conviene.
- Tsí [sic].
- ¿Dónde nos bajamos?
- Hasta la última parada.
Y tres minutos después, brinca uno y el otro lo sigue, tambaleándose, casi dormidos. Y diez segundos después se vuelven a subir al camión.
- Disculpe, chofer: nos faltaron algunas.
Y por supuesto: les faltaban como veinte paradas antes de llegar adonde debían. Me cagué de la risa, pero por respeto me hice bolita, miré para otro lado y traté de reírme para mis adentros: al menos a mí no me gusta que se burlen de mi borrachera. Pero no era yo el único que se reía: el camión entero (v.g. doce personas) se caracajeaba en silencio.
Diez minutos después llego a mi destino, y junto conmigo bajan también estos dos. Nuevamente me río, asumo que se van a dar cuenta otra vez del error y se van a subir al instante, van a poner la misma cara de borrego ante el chofer, se van a sentar y listo, pero no. Miran para todos lados, no saben dónde están, y sabrán los dioses si llegaron en una pieza a casa, lo cual ya no es de mi incumbencia: no puedo decir que me importa gravemente. Si hubiera sido quien protagonizó I, en ese instante hubiera buscado la manera de resolver, pero estos dos no me son relevantes, aunque la anécdota tenga su encanto.

IV.
En algún momento, hace unos pocos años, me hubiera importado un corcho meterme 40° de alcohol un día entre semana, pero a estas alturas, con estos trabajos, con todos estos pendientes, con mis horas frente a la computadora, con mi cansancio a cuestas, ya me pienso dos veces antes de salir de fiesta antes del viernes. Ayer me lo dijeron, en perfecto tono de sorna, y no me quedó duda: "Ya estás viejo".
Chale, 25 años y ya estoy viejo. Me queda el consuelo de los mejores vinos: edad, rico sabor y aroma, excelente cuerpo (bueno, eso último es mentira, que lo ñango nomás no se arregla y estoy tan cucho que todo cruje).

jueves, 26 de junio de 2008

Resonancias

Ayer apunté que encuentro, toda proporción guardada, un chorro de resonancias entre mi experiencia y la de Nathaniel Hawthorne. "The Custom-House", texto autobiográfico introductorio para The Scarlet Letter, es el recuento de los años que el autor pasó en la Oficina de Aduanas de Boston, que -de manera tangencial- le dieron pie para la escritura del libro.
Pero no tengo necesidad de comentar más sobre el asunto: ahí tienen el Wikipedia y el Google y los libros de historia de la literatura norteamericana y los estudios sobre la obra de Hawthorne y "The Custome-House" para que se den una idea completa de qué corchos se trata el asunto. En atención a ello, y confiando irrestrictamente en los alcances y capacidad para la metichería de mis lectores, me limito a copiar (porque ese inglés, ya en desuso, merece ser leído varias y varias veces) y traducir (así los habré de querer) el fragmento con el que más estrechamente me relaciono.
It is a good lesson -though it may often be a hard one- for a man who has dreamed of literary fame, and of making for himself a rank among the world's dignataries by such means, to step aside out of the narrow circle in which his claims are recognised, and to find how utterly devoid of significance, beyond that circle, is all that he achieves, and all he aims at. I know not that I especially needed the lesson either in the way of warning or rebuke; but, at any rate, I learned it thoroughly; nor, it gives me pleasure to reflect, did the truth, as it came home to my perception, ever cost me a pang, or require to be thrown off in a sigh. In the way of literary talk, it is true, the Naval Officer -an excellent fellow, who came into office with me, and went out only a little later- would often engage me in a discussion about one or the other of his favourite topics, Napoleon or Shakespeare. The Collector's junior clerk, too -a young gentleman who, it was whispered, occasionally covered a sheet of Uncle Sam's letter-paper with what (at the distance of a few yards) looked very much like poetry- used now and then to speak to me of books, as matters with which I might possibly be conversant. This was my all of lettered intercourse; and it was quite sufficient for my necessities.

Es una buena lección -aunque puede ser dura- para un hombre que ha soñado con la fama literaria, y con hacerse de un rango entre los dignatarios del mundo por dichos medios, salirse del estrecho círculo en el que sus derechos son reconocidos, y notar cuán totalmente desprovisto de significado, fuera de ese círculo, es todo cuanto logra, y todo lo que se propone. No sé si yo no necesitaba especialmente la lección, ya fuera a modo de advertencia o reproche; pero, en todo caso, la aprendí perfectamente; tampoco, me complace reflexionar, la verdad, en tanto llegaba al hogar de mi percepción, me costó jamás un remordimiento, o requirió ser arrojada en un suspiro. Al modo de una conversación literaria, es cierto, el Oficial Naval -un excelente individuo, quien entró a la oficina conmigo, y se retiró sólo un poco después- regularmente me engancharía en una discusión sobre uno u otro de sus temas favoritos, Napoleón o Shakespeare. El asistente del Recaudador -un joven caballero quien, se murmuraba, ocasionalmente cubría una hoja para carta del Tío Sam con lo que (a la distancia de una cuantas yardas) en mucho parecía poesía- también acostumbraba de vez en cuando hablar conmigo de libros, como asuntos en los que yo pudiera ser versado. Éste era todo mi intercambio letrado; y era por demás suficiente para mis necesidades.

martes, 24 de junio de 2008

Sinestesia

Estimado lector: si usted leyó esta entrada el día de ayer, le comunico que ha sido ampliada, por si su curiosidad quiere continuar con la metichería. Disfrute (?) la lectura.

Muy a pesar de que quisiera identificarme con un humor sanguíneo, lo cierto es que -según la astrología- me rijo por la bilis amarilla; por tanto, soy colérico, idealista, irascible y malhumorado. Aunque crea poco a asuntos de estrellas, debo admitir que hay razón: mucho lo he comprobado en estos pocos días.
Pero ése no es el punto de este post; o quizá sí, muy en el fondo: en tanto necesito distraer todo esto que se arrebuja en mis tripas, recurro a un pequeño descubrimiento que hice ayer por la noche.
Después de despotricar por los errores de otra correctora de estilo (díganme si tal no es el colmo: un corrector corrigiendo los errores de otro corrector, tan graves que pareciera que no hizo su trabajo), llegué a casa terriblemente cansado, lo cual ya no es novedad. De camino inicié una conversación por mensajitos (ésos del bendito celular [antes de tener el chunche, mi memoria era mucho mejor; y mi paranoia tenía menos motivos para dispararse]) que no terminó sino hasta la una de la mañana: no soy devoto de hablar por teléfono, el chat del correo sólo lo uso para asuntos de trabajo, no envío correos salvo que sea algo muy importante (los del trabajo no cuentan: todos los días he de mandar unos veinte y no son suficientes); y sin embargo, el chisme estaba sorprendentemente bueno.
Hubo un momento en que la conversación se detuvo, y no pude evitar acomodarme en la cama y agarrar un gato; y sí: casi me quedo dormido. En la duermevela, con un dedo de consciencia, escuché en mi cabeza un chorro de música. A veces ya no tengo muy claro qué he escuchado en el transcurso del día (452 horas de música para escoger), pero sé de cierto que nunca he escuchado lo que ayer: cuartetos de cuerdas con evoluciones feroces, música electrónica con reminiscencias de jazz.
No estaba del todo dormido: sabía que esa música estaba en mi cabeza, que no la había escuchado. Las piezas se seguían unas a otras sin orden ni sentido, duraban apenas unos segundos, y para cuando encontraba el ritmo, ya escuchaba alguna otra cosa.
El asunto no se quedó a nivel auditivo: escuché un chirrido de disco rayado y sentí en la coronilla una vibración; cuando recibí el mensaje que esperaba, abrí los ojos y una cortina roja estalló.
Las experiencias metafísicas no son de mi particular interés, pero si mis capacidades me permitieran (harto remoto) fijar algo de toda esa música, seguramente me haría de un disco por demás interesante, al menos para mí.

Addendum:
Como es evidente (Eclesiastés, más sabio que nosotros, lo dijo mejor: no hay nada nuevo bajo el sol), alguien más ya ha pasado por una situación similar. Traduzco de la introducción a The Scarlet Letter, "The Custom-House" (donde encuentro un montón de resonancias con mi propia experiencia, toda proporción guardada), de Hawthorne:
La página de la vida que se abría ante mí parecía aburrida y de lugar común sólo porque no había comprendido su significado profundo. Un libro mejor que cualquiera que escriba jamás estaba ahí: presentándose hoja tras hoja ante mí, justo como era escrito por la realidad de la hora revoloteante, y desvaneciéndose tan rápido como se escribía, sólo porque mi cerebro quería el entendimiento, y mi mano la astucia, para transcribirlo. Algún día futuro, quizá, habré de recordar algunos fragmentos dispersos y párrafos rotos y los escribiré, y veré las letras convertirse en oro en la página.

lunes, 23 de junio de 2008

Un mano a mano

En esta esquina, con un sueldo definido intermitentemente (y pagado con mayor intermitencia) y una larga lista de asaltos ganados por decisión, el campeón casi indiscutible: el workaholic.
Y en esta otra, sin retribución material alguna, sin historial pugilístico, militar, disciplinario, académico o de ningún otro tipo, el retador: un pajarillo.
¿Y quién venció en esta esperpéntica pelea? Efectivamente, el bendito pajarillo. Corrijo: no fue el bicho, sino la sorpresa.
Ayer (sí, domingo) salí a las diez y media de la noche (sí, tarde, muy tarde, en domingo) de mi oficina. Tiene su encanto salir ya de noche (no en domingo) de este Centro de Ciencias de la Atmósfera, sobre todo en estas fechas, calurosas en el día y lluviosas/húmedas por la tarde/noche. Esta Universidad abunda en jardines, zonas semiboscosas, reservas ecológicas y bichos (raro el día que no veo ardillas), y eso -libre del bullicio de estudiantes y camiones y autos y cualquier otra molestia- se disfruta harto.
Y cuando cruzaba por uno de esos jardines recibí una llamada, que no alcanzó -a pesar de serme de sumo valiosa- a sustraer mi atención del todo. A mi izquierda, un gorrión estaba parado sobre la cerca que limita el pasillo. Momento: son las diez y media de la noche, hace frío, el aire está húmedo; ¿qué hace éste ahí, parado, con los ojos abiertos, inmóvil? Me detengo, me acerco lentamente, sin dejar de prestar atención a mi llamada. El bicho no se mueve; me acerco más, cuarenta centímetros, veinte centímetros: no se mueve.
Bien, esto ya es demasiado raro. Al otro lado me preguntan qué paso; explico someramente. Miro al gorrión, tratando de encontrar por qué está ahí quieto: no veo nada en sus patas, no se ve lastimado (al menos no tiene marcas de mordidas). Y de pronto, tengo la impresión de que se encajó en la punta de la malla ciclónica. Tsss...
Con mucho cuidadito le rasco la espalda: no se mueve. Especulo, ahora, que el bicho, ensartado en un alambre, ya se congeló y se quedó tieso. Pero no: de pronto mueve un ojo y la cabeza.
Me gritan desesperadamente que salve al bicho, pero la Facultad de Veterinaria ni siquiera abrió sus puertas el día de hoy y llevarlo a la casa para que juegue con mis gatos resulta tanto más contraproducente.
Con más cuidadito todavía, acerco la mano e intento levantarlo; no se queja, así que puedo apretar con algo más de fuerza (el ingrato bicho está firmemente agarrado al tubo) y jalar. No estaba ensartado, pero no permitió mayor examen: soltó un chillido, aleteó y (básicamente) me mandó a la mierda y se fue.
He de admitir que me asustó un tanto el aleteo: es una sensación extraña, por darle algún nombre. Aquí me siento impelido a contar una anécdota, cuyo protagonista siente poco orgullo. Imagine usted, amable lector, un tipo de bien logrados 1.85 m, generosos 70 kilos, perforaciones varias, cara de pocos amigos, y además oriundo de barrio ríspido de esta ciudad (o sea, más de la mitad de los barrios de esta ciudad). Y sin embargo, es tipo de buen corazón, de difícil acceso, pero agradable después de establecida la relación; vamos, que estudia medicina veterinaria precisamente en esta H. Universidad.
Pero el mundo no sería interesante si no estuviera inundado de ironías que frisan lo ridículo: le tiene fobia a las aves, y es hasta absurdo verlo correr cuando oye piar a un pollito. Digamos que si no lo conociera y ayer me lo hubiese topado en mi camino, yo me hubiera alejado de él y él hubiera huído despavorido del bicho que yo sostuve en la mano.
Todo lo anterior para decir que se me olvidó el trabajo y el cansancio por tres minutos y se lo debo a un pajarito tan común y corriente como cualquier otro.

miércoles, 18 de junio de 2008

De una vez

[Debiera estar corrigiendo, pero ya entré en negación... 500 puntos al que reconozca la fuente.]

Murámonos ya y de una buena vez. No importe lo que pienses: murámonos para no ser felices ni para cargar pena y lágrimas; murámonos por el puro gusto de ganarnos una apuesta, por reírnos de nosotros mismos, porque alguien inventó el hilo azul y alguien va a encontrar agua, porque tiene sentido y sabe a miel, o porque huele a ceniza y se oye la tormenta. Murámonos por el mero ejercicio, porque podemos decidir y porque nos "sugieren" qué hacer, o tenemos ganas y alguna voluntad. Muérete, para que muera yo detrás de ti, o a tus pies o bajo tus ojos; muérete para que ahora sí arrojemos los brazos, para que me saque la piel de su lugar y vea con los dedos, para que tenerte sea otra idea. Que corra la sangre y se nos escurra el aire entre los labios, que los huesos se nos hagan llamas y los ruidos nos corten las piernas, que los libros escupan la memoria que esconden en polvo, que nos arranquen la sombra de luna que cuidamos cada mediodía en el pecho y los ojos se nos vayan como humo ligero, que venga alguien más a tomar nuestro lugar. Que nos muramos no es nada, que se nos rompa la médula y la tráquea significa lo mismo que morder una ciruela, que nos digamos adiós cada tarde es tan tibio como el sol de la noche que empieza. Y decirnos una sola gota más es razón suficiente para morirnos ya.

lunes, 16 de junio de 2008

Ostracismo

I.
El martes de la semana pasada, mientras esperaba el camión del transporte interno de la Universidad Nacional Autónoma de México -que muy cómodamente me deja casi en la puerta de entrada de mi oficina-, leía La narrativa de Arthur Gordon Pym de Nantucket. Perverso como pocas cosas, extraño como poquísimas, y ah, qué buen libro.
Siento a alguien acercarse a mí, se detiene a dos pasos, se asoma al forro del libro (me encanta cuando la gente metichea en mis libros). Una señora de cuarenta y algunos, muy sonriente, me mira con gusto.
- Vaya: alguien lee en este país.
- [risa algo nerviosa] Sí, algunos.
- Me da gusto. Una pregunta, ¿qué camión me deja en la Facultad de Medicina?
Le doy las explicaciones pertinentes y decide tomar otra ruta.
- Muchas gracias, jovencito. Y felicidades.
- Gracias, tenga muy buen día.

II.
El viernes salgo casi corriendo de la oficina: tengo que cruzar la mitad de la ciudad, no he comido y voy a una junta que terminó siendo de cualquier otra cosa menos de trabajo. Me siento, nuevamente, en el camión de transporte interno de esta Universidad; levanto The Scarlet Letter, y comienzo mi lectura. Un instante después, alguien se sienta a mi lado.
El hacinamiento en estos camiones es moneda corriente, así que uno se ve fácilmente distraído por tantas personas que mirar y tantas conversaciones que no se puede evitar escuchar. Hago como que no le estoy prestando atención a todo eso y me aferro a mi lectura. Sin embargo, ese alguien que se sienta a mi lado está meticheando en mi libro.
Hawthorne hace un comentario sardónico sobre los oficiales de aduanas de Salem, y sin empacho me río. La gente suele verme con rareza cuando hago eso, pero ¿qué corchos me importa que me vean raro si los chistes son rebuenos y a nadie hago daño con mi risa? El alguien se asoma inmediatamente a mi libro, como tratando de encontrar eso de lo que me río.
- Ése es un buen libro.
Levanto la mirada. Un chico negro me mira contento, y hasta sonriente. Su acento suena raro: especulo que es uno de los muchos estudiantes de intercambio que recibe la universidad.
- Supongo que sí.
- ¿Lo has leído antes?
- No, es la primera vez.
- Uff, entonces lo vas a disfrutar.
- ¿Hace cuánto lo leíste?
- En la secundaria, en mi país.
Quien haya conversado conmigo sabe que articulo terriblemente mal, con volumen bajo, un seseo involuntario (producto de un accidente social en mi casa, que me costó una golpiza maravillosa y por la que me quedó la mandíbula chueca; pero ésa es historia para otro momento). Lo más pertinente fue preguntarle si hablaba inglés -aunque eso yo ya lo sabía- y evitarle la pena de obligarle a entender mi español mordido.
- ¿De dónde vienes?
- De San Vicente, en el Caribe.
En adelante, la conversión giró en torno a su país y mis suposiciones de lo lindo que debe ser el rumbo (qué malditas ganas de pasar un tiempo allá); del carnaval, que inicia por estas fechas, y que nada tiene que ver con el de Brasil; del carnaval de las islas vecinas, que no le llegan ni a los tobillos al de San Vicente; de las constantes sugerencias de visitar San Vicente porque es un lugar maravilloso; de lo que hacía cada uno: él estudiante de relaciones ¿o comercio? internacional y yo editor.
- ¿Cómo me dijiste que te llamabas?
- Oliver.
- Yo soy Mark. Nos vemos, disfruta el libro.
- Seguro, buena tarde Mark.

III.
A ver, ahora que me digan que la lectura no sirve para relacionarse con los individuos y promueve el ostracismo...

viernes, 13 de junio de 2008

Propuesta de matrimonio

Mi roomie, que también es mi mejor amiga desde que íbamos al kinder (ella es vegetariana [que a últimas fechas como que se le ha olvidado], así que yo le pedía a mi madre que le preparara sándwiches de crema de cacahuate, a sabiendas de que no comía jamón), dice que ya es mi turno para casarme. Su argumento es que, en tanto las otras dos incasables ya se casaron o al menos ya están comprometidas, pues la tendencia natural es que yo siga.
Mi contraargumento es que sí, yo podría ser el siguiente, si tuviera con quien casarme, para empezar. ¿Novia en mi horizonte? No desde hace cuatro años...
Cierto, el matrimonio no está en mis planes, y en mucho afecta mi manera de ser: dice mi hermana que no ha nacido la mujer que me tolere, y creo que secundo la opinión. Sin embargo (muy sin embargo), mi boda tendría que ser algo como esto. Me pregunto qué haría mi esposa si mi selección cambiara un poco, digamos un Ligeti y Daft Punk y Sonic Youth y Cocteau Twins...

jueves, 12 de junio de 2008

Pirámide alimenticia

Hoy por fin se desahoga un poco mi carga laboral; por otra parte, hoy me siento algo más repuesto después de la insensata noche que pasé el martes: de una junta de trabajo, terminé en casa de un artisto con otros artistos y críticos, tomando tequila hasta las cinco y media de la mañana.
En fin, que eso va siendo culpa mía por andar de metiche y nada más.
Hace dos o tres semanas iba camino a casa cuando me crucé con un grupo de chicos entre 24 y 30 años, frente al edificio de la Comisión Nacional del Agua. Tres de ellos cantaba ¿himnos? en un megáfono, mientras el resto repartía volantes y explicaba a los transeúntes determinado asunto. Por inercia acepté uno de esos volantes (cosa que no suelo hacer, ni aunque la chica que los reparte sea una checa o húngara despampanante [bueno, quizá me rindiera ante una mujer así]); ya en el camión, comencé una lectura, abrumada por la curiosidad.
Perdonen ustedes, y perdonen los autores de aquel panfleto, si cometo algún error, pues esa hoja se perdió entre los chorros de papeles que abandono sin mucha estrategia en la mesa y el librero. Haremos todos como que mi memoria es más extraordinaria de lo que es y procuraré que todo cuanto escribo aquí sea tan fiel a lo que ese día leí.
Por principio de cuentas, el grupo formaba parte de las Juventudes LaRouchistas, agrupación internacional adscrita al Movimiento LaRouchista. Para quien quiera hacer la investigación y metichería pertinente, Lyndon LaRouche es un político, filósofo y economista norteamericano, cuyo dato más interesante es -quizá- su constante postulación a la presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica, ocho desde 1976 (el Récord Guinness debiera considerarlo para el premio al mayor número de derrotas electorales en la historia política norteamericana; quizá ya lo hicieron); y quizá más interesante todavía, una de esas postulaciones la hizo desde prisión.
El panfleto leía la urgencia de aumentar la producción ante la crisis alimentaria que se vive a nivel global, poniendo ejemplos de ciertas ciudades (no recuerdo, creo que en África y Sudamérica) donde comenzaban a suscitarse disturbios y asaltos por falta de comida. Por otra parte, ponía en evidencia las prácticas oligárquicas de las empresas transnacionales y la administración del presidente George W. Bush. O eso decían hacer, pues el comentario se limitaba a "Su gobierno [el de Bush] ha asignado el presupuesto más alto de la historia para el ejército y armamento", sin hacer mención específica de las asignaciones para el campo y otras industrias afines.
Después de una página a renglón seguido, con datos estadísticos de imposible interpretación (aunque de verdad lo intenté; y si querían que una gran cantidad de gente -sin los conocimientos técnicos requeridos- comprendiera la idea, definitivamente no lo lograron), hacían mención de las soluciones que estábamos en posibilidad de aplicar, en calidad de extrema urgencia. Independientemente de las medidas económicas, relucía un proyecto (cuyo nombre no recuerdo; y maldita sea, porque sí quisiera tener algún dato adicional al respecto) que debe aprovechar el cauce del Río Bravo (otra vez, creo que era el Río Bravo), desviarlo, e irrigar el desierto de tres estados del norte mexicano.
En consecuencia, la "producción" de campos de cultivo aumentaría en varios miles de hectáreas las supeficies cultivables, además de generar cientos de miles de empleos entre agricultores, constructores, ingenieros y agregados, del desviación que menciona el proyecto. Por añadidura, el proyecto se anuncia altamente atractivo, debido a su bajo costo con respecto a los beneficios económicos que derramaría a mediano plazo.
Ahora, advierto que estos dos últimos párrafos omiten los juicios de valor y la gran mayoría de los adjetivos que el original presentaba. Creo que mi favorito (y esto sí estoy seguro que lo recuerdo textualmente, seguramente por su tono) es "los vampirescos colmillos" de la WWF [World Wide Fund for Nature, Fondo Mundial para la Naturaleza], el Banco Mundial y otras tantas organizaciones y empresas. Su argumento para denostar al WWF se basa en que se niegan categóricamente a apoyar proyectos que pongan en riesgo un determinado ecosistema, especie, región o -dicho en palabras llanas- el balance ecológico; tal reticencia se traduce en el desaprovechamiento de zonas útiles para uso y consumo humano.
En cuanto al Banco Mundial, el motivo es que, en un futuro no muy lejano, las grandes potencias y el imperio capitalista usarán el hambre como mecanismo de control y opresión, lo que podría provocar la esclavitud (o un estado muy similar) de miles de millones de personas alrededor del mundo, aún en países desarrollados.
Y habiendo hecho el relato de ese documento, tan sobrio como me fue posible, paso a mi opinión al respecto.
Hasta donde me queda claro, la solución que proponen es idiota, por una serie de razones. Primeramente, me encantaría saber qué oligárquica empresa (porque es evidente que de ninguna otra categoría cuenta con los recursos suficientes) invertiría en un proyecto de tales dimensiones, cuyo réditos se verían ¿veinte, treinta? años después de inaugurada la obra. Por otra parte, si bien en Israel se han construido campos de cultivo en medio del desierto, ésos han sido proyectos a pequeña escala, en terrenos con condiciones climáticas y físicas que permitieron el buen éxito; sin embargo, en ningún lugar de aquel documento mencionaron un estudio que demuestre que las condiciones (suelo, humedad relativa, escorrentías, acidez y alcalinidad, yacimientos de metales pesados...) de los desiertos mexicanos permiten llevar a cabo este proyecto.
Otra consideración, y ésta es gravísima, es el tiempo necesario para probar exitoso este asunto: si la crisis alimentaria es ahora y no antes de quince años se podrían aprovechar los cultivos (¿o de veras creerán que un manzano da frutos en tres semanas?), no tiene mayor uso tratar de resolver el problema por esa vía.
Si eso no es suficiente (y disculpen la misantropía), me parece más criminal la intervención humana en un espacio natural, "vampirescamente defendido" por organizaciones conservacionistas, que la hambruna de millones. En Cambiarte la Arenita, probablemente el blog más interesante del que tenga noticia y muy afín a un chorro de cosas que me interesan, hay varios comentarios al respecto, como éste y éste otro. Me parecen muy ilustrativas las entradas, y tanto más útiles para la reflexión que pretendo hacer.
Y creo que lo más turbulento de una propuesta así es que se parece a un médico pendejo: en lugar de curar la enfermedad, cura los síntomas. El asunto no está en producir los alimentos necesarios para los miles de millones que poblamos el planeta, sino en reducir la población; estoy muy tentado a promover suicidios colectivos (sin culto religioso detrás de ellos), el homicidio como nuevo deporte olímpico, aplaudir las hecatombes que arrasan con miles de vidas y la castración como medidas de control, pero seguramente un ejército de detractores me tachará de inhumano, criminal, sicópata... Más inteligente, y para sacudirme de la espalda tan mala imagen que me acabo de crear y ser políticamente correcto, es indispenable educar a la gente: planificación familiar, jornadas de métodos anticonceptivos en instituciones de educación básica (esperarse a que el chamaco tenga catorce años para explicarle cómo corchos usar un condón es una irresponsabilidad), distribución gratuita de condones (hasta donde recuerdo, los centros de salud de esta ciudad reparten miles de condones al año, y se quedan con chorros de cajas en las bodegas); información encausada.
Haciendo un ejercicio matemático locamente sencillo, los índices poblacionales se verían significativamente mermados (con tendencia persistente a cero) si las parejas tuvieran un solo hijo; por el contrario, con dos hijos basta para que sucedan los incrementos que hemos visto en los últimos años (a más largo plazo, cierto). Si no me creen, busquen cómo funciona la secuencia Fibonacci y los propios ejemplos que usó Fibonacci en el S. XIII. ¿A qué va el comentario? Algún día, si la cosa sigue como hasta ahora, no se sorprendan si los gobiernos del mundo aplican políticas restrictivas para el control de la natalidad. ¿Vieron Inteligencia Artificial de Spielberg (bueno, realmente es guión de Kubrick, nomás que no le dio tiempo)?
Muy bien, cuestionemos al sistema y pongámosle todos los traspiés que sean necesarios, pero no los posibles: ahí se cae con facilidad en el exceso sin fundamento. Definitivamente es necesario que los más jóvenes piensen y tomen una postura ante el mundo, pero la falta de criterio no ayuda a tomar las mejores decisiones.
Y como corolario de todo este asunto, me voy a comer, que ya es tarde.

domingo, 8 de junio de 2008

61

Hoy es tu cumpleaños. Y aunque lo he pensado por días, ahora difícilmente puedo decir una sola palabra a ese respecto.
Dudo que hayas cantado esto para mí (no lo sé: tu gusto, a pesar de no serme ajeno, no siempre empata con el mío); en todo caso, sé que lo haces con otras palabras. Pensémoslo un juego de espejos: esto, que yo te canto, es como quisiera que me cantaras.

Beautiful Boy - John Lennon

jueves, 5 de junio de 2008

Un informe del que apenas formo parte

Estoy a nada de quejarme, pero no lo hago porque segurito Xotlatzin me regaña.
Y sin embargo lo voy a hacer (disculpe usted, caballero, pero el impulso de la costumbre es más poderoso que la contención): por motivos que resultaron muy cómodos para mi jefe, llevo dos días leyendo el Informe de Labores 2007 del Centro de Ciencias de la Atmósfera, donde orgullosamente laboran cinco (¿o seis? Tendría que revisar los cuadros que colgaron en el Muro del Orgullo [!!!]) miembros del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, a quienes -como bien sabrán- galardonaron con el Premio Nobel de la Paz junto con Al Gore.
Lo que nos pareció ridículo a varios es que el Panel obtuviera un premio que ni de lejos le corresponde: ¿alguien ha visto mejores condiciones de vida después de iniciadas las labores del IPCC, en algún lugar? ¿No? Pero si es harto evidente que los estudios sobre los fenómenos de El Niño y La Niña redundan en un beneficio directo para la situación política y social de países como Congo o Ruanda o Irán o Tibet, tan en boga últimamente. Para no ir más lejos, el análisis de las partículas suspendidas menores a 10 micras sin lugar a dudas ha sido coadyuvante esencial para lograr acuerdos con los grupos armados del sureste mexicano.
En fin, que en el Informe se ufanan -con alguna justicia: la abrumadora mayoría no nos hemos ganado distinción tan importante, aún- que un número significativo de los investigadores mexicanos galardonados con el Nobel forman parte de la plantilla de este Centro.
Pero independientemente de mis quejas por la falta de sentido común (reitero y reiteraré hasta que tenga una lápida encima: el oxímoron que más me pesa [más que mi lápida]), hoy me quejo de las 117 páginas que tengo que corregir. Y puede que no estén terriblemente mal escritas, pero cuando uno pregunta "¿Y cuándo tengo que entregar esto?" y contestan "Para ayer", pues jodida la cosa.
Como corolario funesto, la Secretaria Académica acaba de detenerse en la puerta de mi oficina: "¿Cómo va el Informe?". En mi cabeza suena un grillo, y yo tengo que contestar que ahí va, ya pronto.
Si yo fuera parte de la escoria que conforma el H. Sindicato de Trabajadores de la UNAM (el consenso es que nada peor le puede suceder a la Universidad), me levantaría rabioso y echando espumarajos, gritando que no son mis funciones y amenazando con que les voy a cerrar la dependencia... Mala cosa tener constitución moral.

martes, 3 de junio de 2008

Vacíos (rellenos) en la comunicación

Identificador de llamadas: Mugres. Desde diciembre no me hablas, bruja, y si yo no te hablo, ni de chiste llamas de menos para contar chistes (que al final es lo que más hacemos).
- ¿Bueno?
- ...
- ¿Bueno?
- ...
- ¿BUENO? Contesta, mugrosa.
- ...
- ... [???]
- Mami, te llegó un mensaje.
- ¿Ilán? Ilán, pásame a tu mamá.
- Mira mami.
- Niño, niño... Qué la chingá...
- ¿Quién me escribió?
- Mugres, Mugres. ¿Qué pasó?
- ¿Quihubo flaco? ¿Para qué me hablaste?
- Tú me hablaste. Aquí dice "Llamadas recibidas: Mugres".
- ¡Pinche chamaquito cabrón! ¡Tu sobrino [el de ocho meses] anda jugando con mi teléfono!
- !!! [atorado de risa] No mames, qué cagados son tus hijos...
- !!! [atorada de risa] Ya me voy, tengo que ver a [no sé quién].
- Ta bueno [atorado todavía de risa].
- Te quiero.
- Yo también, mugrosa. Besos a los niños.

En términos generales, y a pesar de que participo de ella en muchas formas, me choca la comunicación si no es de frente (demasiadas cosas que se pierden en lo escrito; otras tantas que se ganan, pero más las que se pierden [ah, le presté atención a una única clase de Lingüística III, y me fui a llevar la parte más necia de todas]). Pero cuando estas cosas ridículas pasan, uno tiene que levantarse y aplaudir y darle las gracias en lo más profundo de su corazón a Alexander Graham Bell por inventar el teléfono y al necio que después inventó el celular (hace ya 25 años de eso último).
Entre mis gatos y mis sobrinos, no sé con quién me río más.