El gravísimo problema de que a uno por fin le fluya la sangre en el cuerpo es que se da cuenta de todas las cosas que sucedieron y a las que no les prestó atención, o más bien a las que apenas puede prestarles alguna, o las que acaba de descubrir. Y son suficientes como para escribir varias entradas, o retacar una sola de la manera más dispersa.
I.
Terminó la Caza, y no tuve la disciplina para seguirla de inicio a fin. Digamos que se me cruzaron un par de pequeñeces, minucias despreciables que consumieron estúpidamente mi atención, y yo de imbécil se las fui a dar. En fin, rabia a parte: No tengo tiempo fue la novela ganadora; y otra vez, como hace un año, igualito que con la Falanja, desde el principio supe quién las traía. No, ya no practico mancias, así que no ha lugar llamar a la magia: la crítica sí sirve para algo.
II.
Mis editoras de revistas para señoras tontas, francamente desesperadas, me rogaron que reescribiera una nota que garabateó una señora tonta; y para que ellas mismas lo afirmaran, sin que yo dijera una sola palabra, es confirmación suficiente.
Por una parte, admito que me divierte, e imaginar la cara de la autora cuando vea que nada de lo publicado lo escribió ella raya en lo glorioso; además, el ejercicio de describir algo que presumo, pero que no domino y donde no tengo autoridad, es bien interesante. Pero por otra, implica rumiar ideas, ordenarlas y redactarlas, y hay como treinta pendientes de científicos locos que resolver.
Tengo la impresión (y sólo es una vaga impresión) de que esa editorial eventualmente me va a reclutar ya no como corrector de estilo: con toda mi arrogancia, les soy más útil que eso. Y lo saben.
III.
Mi casa, a un ritmo desesperante, toma por fin forma de casa: los libros, los utensilios de cocina, la comida enlatada, ya todo está saliendo de las cajas, y los pocos muebles ya tomaron su lugar. Ahora el asunto es limpiar, que entre pelo de gato, polvo y todos los hoyos que le he abierto a las paredes, ese departamento ya da miedo.
Sí, soy una señora quisquillosa para la limpieza, ¿y qué?
IV.
Ah, ¿cuántos como Gene Kelly? Cuando sea grande, quiero ser como él, y tener cuates como los de Mint Royale.
I.
Terminó la Caza, y no tuve la disciplina para seguirla de inicio a fin. Digamos que se me cruzaron un par de pequeñeces, minucias despreciables que consumieron estúpidamente mi atención, y yo de imbécil se las fui a dar. En fin, rabia a parte: No tengo tiempo fue la novela ganadora; y otra vez, como hace un año, igualito que con la Falanja, desde el principio supe quién las traía. No, ya no practico mancias, así que no ha lugar llamar a la magia: la crítica sí sirve para algo.
II.
Mis editoras de revistas para señoras tontas, francamente desesperadas, me rogaron que reescribiera una nota que garabateó una señora tonta; y para que ellas mismas lo afirmaran, sin que yo dijera una sola palabra, es confirmación suficiente.
Por una parte, admito que me divierte, e imaginar la cara de la autora cuando vea que nada de lo publicado lo escribió ella raya en lo glorioso; además, el ejercicio de describir algo que presumo, pero que no domino y donde no tengo autoridad, es bien interesante. Pero por otra, implica rumiar ideas, ordenarlas y redactarlas, y hay como treinta pendientes de científicos locos que resolver.
Tengo la impresión (y sólo es una vaga impresión) de que esa editorial eventualmente me va a reclutar ya no como corrector de estilo: con toda mi arrogancia, les soy más útil que eso. Y lo saben.
III.
Mi casa, a un ritmo desesperante, toma por fin forma de casa: los libros, los utensilios de cocina, la comida enlatada, ya todo está saliendo de las cajas, y los pocos muebles ya tomaron su lugar. Ahora el asunto es limpiar, que entre pelo de gato, polvo y todos los hoyos que le he abierto a las paredes, ese departamento ya da miedo.
Sí, soy una señora quisquillosa para la limpieza, ¿y qué?
IV.
Ah, ¿cuántos como Gene Kelly? Cuando sea grande, quiero ser como él, y tener cuates como los de Mint Royale.
I've a smiiile on my face