jueves, 11 de septiembre de 2008

Las consecuencias reales del calentamiento global

Uno de mis grandes placeres es comer, y una de las mayores envidias que me pueden tener (reinas) es que puedo hacerlo durante dos horas seguidas y mantenerme en mis 46 ñangos kilos, sin importar si el buffet es de supremas de cabra en salsa de fresa o tacos de suadero. Y por supuesto, es un crimen levantarse de la mesa sin tomarse dos tacitas de café bien cargado y dos o tres platitos de postre.
Ese gusto por comer se traduce en el gusto por cocinar, y si en general mi creatividad para los platos es más bien corta, puedo seguir recetas e improvisar un tanto sin caer en el crimen de tirar lo que cociné porque el sabor es espantoso. No es sorpresa: me pasé casi toda la infancia en la cocina con mi madre y mi hermana es chef, aunque hace ya mucho que no me toca uno de esos platos espectaculares que preparaba en la carrera (bueno, es un decir, porque dos veces estuvo a punto de envenenarnos: le perdonamos ésas nomás porque eran los primeros semestres).
En consecuencia, ir al supermercado a comprar fruta y verdura es hasta relajante; y además es bien bonito cuando las señoras se me quedan viendo porque me paso diez minutos escogiendo melones y tomates...
Pero los tres párrafos anteriores son mero introito, así que bien se los pudieron haber saltado y la diferencia sería mínima o nula... Pasemos al punto: el domingo, después de mucho de no poner pie en el súper, fui por fin a comprar fruta. Y en el pasillo de entrada me ofende esto:


Un segundo después de tomar la foto me pregunté si no era todavía verano; momento: todavía es verano, al menos astronómicamente, ¿o acaso será que en mi ostracismo no me di cuenta de que ya fue el equinoccio de otoño? Sí, me desconcertaron el señor de rojo que baila y canta villancicos, el reno y los muñecos de nieve.
Al cabo de las reflexiones, mi única conclusión es que el calentamiento global no tendrá consecuencias inminentes o a corto plazo: ya las estamos viviendo en toda su trágica amplitud y no hay ya distinción de estaciones climáticas, así que el señor barbado del Polo Norte simplemente no supo distinguir y presumió de iniciado el invierno. Aunque también creo que me quieren ver la cara en el supermercado...
Con su permiso, creo que se me está haciendo tarde para comprar un pino. Sirve que de paso compro otra cajita de cereal, como la de abajo.



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