miércoles, 17 de septiembre de 2008

¿Ya cargaron los fusiles?

Como es costumbre en esta sepultura, hoy no tenía ni la más remota intención de escribir ni siquiera puntos suspensivos: luego se quejan de que despotrico y me quejo como párvulo bajo la influencia de altísimas cantidades de azúcar. Y tratando de sabio como Eclesiastés, mejor me guardo de decir palabra.
Y para no variar en esta sepultura, alguien hace algo y me da de qué escribir...
La Caza anunció ya los títulos de las doce novelas que hemos (porque, por supuesto, ustedes van a estar muy al pendiente de todo cuanto suceda ahí, y eso es en tono imperativo: recuerden que esto es una tiranía) de leer próximamente. Si en la primera edición no entendí cómo se iban a hacer las cosas hasta que empezaron, esta vez parece ser igual y mi imaginación -bastante corta a últimas fechas (les suplico que me reten, por amor a lo que le tengan amor)- no me ayuda a vislumbrar los ejercicios ni de lejitos. Pero eso no es cosa que debiera preocupar a nadie, pues para eso hay tres que entienden muchísimo más de talleres y ejercicios que yo.
Tenía la oscura intención de hablar sobre los seudónimos de los concursantes de esta edición y que algunos me parecen ridículos, por decir lo menos, y de la importancia de tener un nombre (si no, vean a Lorena, que es más fácil encontrarla a ella que a Nohemí; por cierto, un abrazo) y de la historia detrás de Julián Iriarte y la novela que se supone le estoy escribiendo, pero he de ser franco y admitir que no tengo ganas de escribir más.
Con su amabilísimo, incuestionablemente amabilísimo, me voy a mi casa a cenar y dibujar una hora, o hasta que me duelan las muñecas, lo que suceda primero.

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