viernes, 29 de mayo de 2009

Aaarrghhh!!


Sometimes I hate these days...

Homónimo

[no publicado; tarada...]
Gravemente vanidoso. Pretendo leer, para enfrascarme en un círculo vicioso, el número 2331 del 14 de enero de este año, del presente semanario; me esmero, me fugo de mi oficina para recoger personalmente un ejemplar –mi ejemplar– y presumirme a mí mismo que ya soy un publicado. Abro la página diez y encuentro el encabezado –mi encabezado–, con letras grandes: “Bajo la furia”; y con una sonrisa absolutamente sincera, me quejo amargamente: “Ah, qué bonito; pero ése no es mi nombre”, y me río con gusto.
Ni de lejos me enoja el asunto: de hecho lo disfruto, como cualquier otro juego de la ironía (siendo un animal harto irónico, sería inmoral arremeter contra una situación así). Después de todo, no escogí mi nombre y si lo conservo es por pura costumbre; además, los pseudónimos son moneda corriente en las artes (¿eso ya me hace artista? Seguramente no).
Dos casos: Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, ante la inconformidad de su padre debida a la vocación poética del hijo, se hizo dueño del apellido de un poeta checo de finales del S. XIX y de pronto Pablo Neruda nos suena más natural y cierto en Chile y en español, que Jan Neruda en checo en una república de la Europa central.
Fernando António Nogueira de Reabra Pessoa, por su parte, no recurría al pseudónimo sino al heterónimo (alrededor de setenta, según la última cuenta de su editora en Portugal, lo que no descarta la posibilidad de que existan otros tantos), cuya principal diferencia radica en que uno es meramente un nombre falso, mientras que el otro implica una personalidad, fisonomía, biografía y estilo particular. Y entonces uno no es solamente Fernando Pessoa, sino Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Álvaro de Campos y Bernardo Soares al mismo tiempo, sin ser ninguno a cada instante.
(Dicho sea de paso, Harold Bloom, reputadísimo crítico literario norteamericano, apunta en El canon occidental que estos dos son los poetas más representativos del S. XX; decir tal, sin duda, es complicado, considerando la larga, larguísima lista de enormes poetas que cruzaron el siglo.)
En cualquier caso, inmerso en un poema, se nos olvida el nombre del autor, el del libro, hasta el título del poema mismo: existe el poema, existo yo en relación al poema, sus incidencias en algún lugar donde no puedo poner los dedos, existe en muy menor medida el objeto correlativo con que lo ato a mi realidad y por el que se rediseña el mundo y sus objetos. Y apenas queda nada del nombre del poeta.
Que diga Elmer, Octavio, Omar, Julio, Olivier, Ulises o Arnoldo, pues, va dando lo mismo: de cualquier manera, y digan lo que me digan, ya soy un publicado.

jueves, 28 de mayo de 2009

Estimado Metiche:

A pesar de que gusto de amasar datos curiosos, las más de las veces irrelevantes para la vida práctica o inútiles según los paradigmas del mundo contemporáneo; a pesar de que tengo a mi disposición una generosa cantidad de bases de datos de temas diversos; a pesar de que soy un metiche irredomable -probablemente mucho más metiche que tú- y tengo disposición para erogar mi tiempo en temas que pueden o no tener relación con mis trabajos; a pesar de que me consumo las horas del día de manera caprichosa y puedo relegar mis compromisos y responsabilidades diarias por averiguar cómo funciona un algoritmo o buscar ideas para diseñar y construir mi casa o cazar la selección más ecléctica de música o simplemente jugar solitario para distraerme de mi propio hastío; a pesar de lo anterior, lamento decirte que no soy tu repositorio de información, que alguien tuvo la providencia de inventar herramientas increíblemente prácticas como Google y las bases de datos de EBSCO y Science Direct, que puedes ser un poco más metiche y menos huevón y ahorrarme la penosa necesidad de responderte de mala gana que no sé dónde encontrar lo que tú no quieres buscar, que no estoy a tu entera disposición y que tengo cosas más importantes que hacer como perder mi tiempo como me venga en gana o dejar de fingir demencia ante todos mis pendientes, que todos los días tengo trabajo para delegar y aún así mantenerme ocupado por largo tiempo y -por tanto- me provocas un desagradable malestar cuando ves en mí una solución a tu ominosa pereza.
Teniendo en cuenta las consideraciones arriba citadas, mucho te agradeceré que no me busques a menos de que demuestres que has hecho un esfuerzo de alguna talla para resolver tus problemas. Por otra parte, no tengo ingerencia sobre persona alguna, por lo que puedes omitir definitivamente toda solicitud de que resuelva de manera expedita esa fea situación por la que estás pasando: lo más que podrías conseguir de mí es alguna empatía poco significativa, pero ningún tipo de apoyo.
Dicho en castellano viejo: no me estés jodiendo, cabrón, que no tengo ganas ni tiempo de ser amable contigo.
Hay días en que no distingo entre la salsa de los tacos de canasta y la rabia del gato montés que vive en mi hígado.

miércoles, 27 de mayo de 2009

Justificación a los dolores de mis manos

Una obsesión sin fin es inútil.
Una obsesión que no conoce límite, que no termina, que no reconoce un uso ulterior, es inútil.
Si le creyera a Alberto Ruy Sánchez y dios es geométrico, busco una epifanía.



martes, 26 de mayo de 2009

Hambre

Uno que es increíblemente servicial y terriblemente amable y un obseso que trabaja como si fuera lo único importante y que procura tan bien como puede todos sus trabajos (sí, eso último es una franca expresión de mi cinismo) y que además los disfruta tanto como lo permiten las circunstancias (a últimas fechas tengo ganas de fusilar a algunos científicos locos, no así chefs), me permito anunciar que Gastronómica de México (aka una de las revistas que corrijo) anuncia su blog. Copio textual el correo que recibí:
Amigos,
Tenemos el gusto de comunicarles que la revista Gastronómica de México lanza su blog.
A partir del 1o. de junio, los invitamos a que hagan clic en este enlace para que degusten los posts publicados y nos dejen sus comentarios.
Con la finalidad de presentar lo más actual en la cultura culinaria, estaremos atentos a sus invitaciones para cubrir eventos, lanzamientos, cursos, congresos y todo lo relacionado con el mundo de la gastronomía. Asimismo seguimos abiertos a publicar colaboraciones y links a otros blogs o sitios destacados.

Reciban un cordial saludo,
Equipo editorial
Gastronómica de México
El oso que vive en mi barriga da fe que las recetas son gloriosas; o al menos así las presumimos, porque nunca en mi cocina se han preparado esos platos. Por lo demás, la abrumadora mayoría de los artículos son reinteresantes (tengo mis reservas con respecto a cierta sección, pero no hay necesidad de incinerar a los autores aquí, si ya lo hice en la corrección y mis notas) y a veces hasta reveladores.
No sé las suyas, pero lo único que me asusta de mi cocina es el pelo de gato en la comida enlatada recién abierta.

lunes, 25 de mayo de 2009

Only by the night

Cuando frisa la medianoche y un gemido -no sé si de película o de la mujer que asalta ocasionalmente a mi vecino, o a qué vecino, o qué vecina- no me ha dejado conciliar el sueño, es desconcertante y sorprendente reconocer los acordes de esta canción, ver perdido el trabajo y empezar otra vez la tarea de dormir y sentir los acordes retumbando en el fondo del pecho. No sé por qué, pero de pronto me siento así.



viernes, 22 de mayo de 2009

Buenos días, alegría

Una ternurita la señora de mis afectos. Miren nomás si es chula.
¡Buenos días, papá!

Pero cuando juega con su pelotita con cascabelito a las cuatro y media de la mañana, y cruza rampante la cama entera y me pisotea y se pelea con los pantalones arrumbados en la esquina de la cama y vuelve a cruzarla y sigue jugando con la pelotita por toda la casa, no resisto tirarle el chanclazo.


Y sólo tres horas después:
- Papá... Papá... [manita mulléndome el cachete]
- [...] [gruñido aguardentoso]


- Papá... Papá... [ronroneo de tractocamión en estéreo, imposible de ignorar]
- Papá, ¿me preparas el desayuno?
- Ahi voy,asfd uñioasdkfuq.elr"kacuias42


- Ay, mi papá. Qué poco nos atiende.
- Gato cabrón, nomás porque pesas seis kilos y no me dejas mover...



Me acordé de esos años en que entraba al cuarto de mis papás un domingo por la mañana y me aplastaba a ver televisión y brincotear por el cuarto; qué podía importarme si tenían sueño: yo quería ver tele. Gatos jijos de bruja, aunque me arranquen el sueño, miren si los he de querer.

jueves, 21 de mayo de 2009

Ensayo sobre la memoria de la ceguera

No he leído a Saramago; creo que no me interesa hacerlo.
Hoy pongo a dormir, esencialmente de manera definitiva, a quienes me acompañaran por c. cinco años, quizá más. No recuerdo cuándo fui por ellos, pero sí sentarme a leer en el Starbucks de Centro Coyoacán, la cafetería más cercana a la óptica y que por tanto no implicaba el riesgo de cruzar una calle: si no alcanzo a ver el monitor a cuarenta centímetros, un objeto en movimiento tiene valores exponenciales de peligro.
Conocí a quien le angustiara terriblemente colgar un cuadro en su casa por las implicaciones de relación que había detrás del acto de hacerle un hoyo a la pared. "En el momento en que deje marcas en estas paredes, va a haber prueba de que yo existí aquí y que de una u otra manera tuve una relación afectiva con este departamento, y de una u otra manera voy a tener una responsabilidad que no se va a ir si me voy yo." Un delirio paranoico-fenomenológico a lo Merleau-Ponty, pero con un viso de verdad: también somos los objetos.
Difícilmente me conozco sin lentes, tanto más sin éstos.

miércoles, 20 de mayo de 2009

After all, it is

I think I had a beautiful life. I didn't wish for anything that I couldn't get and I got pretty near everything I wanted because I worked for it.
-Louis 'Satchmo' Armstrong



What a Wonderful World - Louis Armstrong

viernes, 15 de mayo de 2009

A merced del lector

[no publicado; tarada...]
Conversando hace unas semanas con mi editor (que es el editor de este semanario, pues nadie más me edita, cosa que no sorprende), después de varias escalas como la narrativa africana –que recordamos sólo a dos o tres autores, porque al menos yo no conozco más– y los cuerpos geométricos del universo no euclideano, tocamos el tema de las traducciones del Quijote al espanglish y la virulenta reacción de la crítica “especializada” de reputado periódico nacional en torno al asunto. Después de todo, es una clara abominación suplir el elegantísimo ‘matalotaje’ (de uso tan común y cotidiano entre nosotros) por algo tan vulgar y repudiable como ‘itacate’; más abominable, por supuesto, que los resúmenes “para niños” que reducen a Alonso Quijano a un payaso ridículo y esquizofrénico.
La plática me llevó a pensar sobre el hecho en otra dirección: esto fue con el Quijote, tan venerada y sólida institución en los panteones literarios, pero ¿no revela una generalidad que debiéramos considerar?
Los libros, ciertamente, son más débiles de lo que creemos y pocas veces están en posibilidad de defenderse; por ejemplo, todo texto literario es susceptible de ser traducido, por supuesto si el traductor es suficientemente hábil como para sortear problemáticas tan complejas como las de Vladimir Mayakovski, E.E. Cummings, los hermanos de Campos o Stéphane Mallarmé. Ahora bien –y por eso mismo–, dice la definición popular que toda traducción es una traición.
En otro aspecto técnico, también la edición modifica eso de que uno se apropia: tengo dos copias de El principito en casa, una de bolsillo a una tinta y otra de gran formato a todo color, y ni el niño en traje de gala ni los baobabs ni las rosas ni los pozos se me figuran los mismos. Si cernimos eso en fino, de la edición príncipe del Quijote a la crítica de Francisco Rico hay algunas horas luz de distancia.
Obviamente, todo libro es objeto de lectura (bueno: verdad de Perogrullo e ilusión platónica y utópica); y ahí mismo pierde la cualidad de único, sólido, inamovible: aunque la descripción de Alonso sea la misma, su imagen será distinta para cada persona que la lea. Y si yo lo imagino escuálido, moreno y de barba blanca caída, un polaco podría verlo algo más corpulento, tez clara y luengo mostacho daliliano. O los molinos están rodeados de tulipanes o no, lo mismo que los castillos pueden ser góticos, mudéjares o como el de Shrek o Disney.
Cada quien se apropia del libro como mejor le parece; o más correctamente, como puede: nuestra imaginación está restringida y/o relacionada a nuestra experiencia y –queramos o no– volvemos recurrentemente, inconscientemente, inevitablemente a lo que conocemos. Entonces, tal vez Paul Ricoeur –filósofo y teórico literario francés– no esté tan errado al decir que existen tantos libros como lectores, pues cada uno refigura el texto como mejor le viene. Y de lo que quiso el autor, sólo quedan tasajos.

lunes, 11 de mayo de 2009

Leer a Felix Klein

Elmer Davidson [sic]
11/feb/07
Una vez más, después de otra necia cavilación –durante una temporada comparé (como tantísimos otros) al lenguaje literario con una energía sublime y divina que permea el cuerpo y los canales sutiles del autor; más tarde lo consideré una compleja proyección de un universo personal; después lo comparé con la rebelión satánica contra el lenguaje cotidiano; luego, con un ente en simbiosis con el autor; que todas subyacen todavía, hay que decir–, encuentro una imagen que refleja mi manera de entender la lectura, al tiempo que me ayuda a entender y a explicar(me) mi materia de trabajo (la real, no las compras ni los inventarios de una empresa que me importa un comino): una botella de Klein.
Descrita por primera vez por Felix Klein en 1882, la botella que lleva su nombre es una superficie cerrada, sin volumen, no orientable; por tanto, no hay dentro ni fuera. Su principio constitutivo es la banda de Möbius (descubierta en 1858 por August Ferdinand Möbius), otra superficie no orientable. Ambas superficies pertenecen, en términos matemáticos, a la cuarta dimensión, ese bonito lugar donde los objetos conviven en simultaneidad de tiempo y espacio y al cual nosotros –mortales inmersos en el universo euclideano– no podemos acceder salvo por procesos mentales y deducciones matemáticas. Traerlas a nuestro universo (Klein y Möbius se limitaron a describir cada una desde la matemática y nada más) implica modificar en cierto sentido su estructura, cosa que no es imposible: alguna vez encontré quien tejiera gorritos de esquiar en forma de botella de Klein; debí haber comprado uno...
Si alguien se animara a hacer una banda de Möbius muy grande y alguien más nos pasara la receta para retar a la gravedad durante un rato, entonces los parques de atracciones –en conjunto con museos de ciencias– tendrían una atracción turística bien divertida, porque tranquilamente pasaríamos de la parte de arriba a la de abajo, sin tener más que caminar en línea recta. Pero si alguien más arriesgado hiciera una botella de Klein de proporciones épicas (tamaño Caballo de Troya), entonces la cosa aumenta en valores exponenciales y seguro no me sacan (bueno, es un decir: ¿olvidamos que no hay distinción dentro/fuera?) de ahí.
Así igual con la lectura: cuando leemos, penetramos en un universo que no es el nuestro, pero tampoco salimos de él, tiende al infinito a pesar de tener límites, la lectura nos lleva al interior de sí misma –el lenguaje– sin que dejemos de percibir la superficie. Se abre la perspectiva, nuestra certeza del universo conocido se desmorona: el movimiento, el tiempo, el espacio, la perspectiva de uno mismo, todo se vuelve relativo, si no es que se anula.
Por cierto, los que tienen una botella de Klein recomiendan no llenarla: es una faena limpiarla.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Nodos y partículas

Habiendo editado alguna vez en una revista de arte contemporáneo (que algún día he de retomar el proyecto, aunque con otro tenor) y siendo el asistente editorial/corrector de estilo de una revista académica, sería de lo más lógico que entendiera una y otra cosas, pero no.
En general, mucho del arte contemporáneo del que tengo noticia me parece estúpido o demasiado indulgente y autocomplaciente: sí, lo que importa es el proceso en la mayoría de los casos, pero parece que todo mundo se olvida que esos procesos deben tener un sustento real y no hipotético, que es la estrategia "inteligentísima" a la que recurren los artistos. Y después dicen que los ignorantes somos nosotros...
Por otra parte, la academia científica también cae en esa terrible autocomplacencia: gracias a radiopasillo, uno se entera de las guerras intestinas entre los investigadores de este centro y sus respectivos grupos de trabajo, o del acendrado desprecio que, digamos, los físicos sienten por los biólogos, por no mencionar que su modalidad de relaciones es "entre pares", todos los cuales son referidos por apellido, pero no se le ocurra a alguien preguntar por la edad del otro porque no la saben.
Y al final de la historia, nomás no me queda claro qué factor ha determinado que unos sean artistas y los otros científicos, por qué se encuentran en un escalafón social que los separa tan abruptamente del resto de los individuos, por qué motivo se han endiosado de tal manera si la Historia nos ha demostrado una y muchas veces los errores que han cometido y que hemos permitido.
Meticheando (para no variar), me topé con el blog Katrina: estaba buscando imágenes de colisiones de partículas y terminé siguiendo sus sugerencias.



(Yo sé lo que les digo: píquenle a la imagen y revisen cada página; después meticheen ad nauseam.)

Cuando editamos el número de arte visual y palabra escrita con la invaluable (de veritas sorprendente) ayuda de Gonzalo Ortega, curador del MUCA Roma, me empeciné en publicar un artículo de Augusto de Campos, el poeta más arriesgado de Brasil y quizá de la Historia; por un azar maravilloso conocí a su albacea moral en la Ciudad de México y lengua hispana ("la segunda vez que fui a verlo, me pidió que lo acompañara a su cuarto mientras terminaba de prepararse; me senté en su cama y empezamos a leer algunos de sus poemas y traducciones"; qué maldita envidia), pero por desafortunadas razones Augusto no formó parte de esa edición. Una de las quejas que puso inicialmente era que no había un trabajo formal en muchas de las piezas seleccionadas, por lo que no se sentía cómodo formando parte de ese universo.
Su definición de lo que implica una pieza de arte, cualquiera que éste sea, me fue reveladora: el dadaísmo y las primeras vanguardias hicieron tabla rasa con los procesos artísticos que habían sucedido hasta ese momento (v.g. le dieron en la madre a veinte y tantos siglos de historia), y la consecuente labor y responsabilidad de los artistas que les siguieron fue crear nuevos lenguajes y discursos, muchas veces a partir de los elementos que se les fueron ofreciendo.
Muy a pesar de que las piezas de Jared Tarbell dependen funcionalmente de la aleatoriedad, de que el resultado no es uno y estático, sino que se genera cada vez y en cada suceso (a veces por la intervención del espectador), de que se puede prever el objeto final, pero nunca su forma, detrás de cada imagen hay una cantidad apabullante de trabajo, desde la prueba y error de los algoritmos y las fórmulas matemáticas, hasta la impresión (y por ende fijación) de un evento particular. Si chismean con cuidadito, algunas de las imágenes en pantalla tomaron hasta tres horas en formarse.
Sin duda son piezas muy hermosas, orgánicas a pesar de su carácter digital. Seguramente no me van a hacer caso, pero sería maravilloso que las pulsiones de los bits produjeran algún sonido y escucharlas mientras se dibujan, o que dibujaran siguiendo sonidos que cada quien introdujera en la línea de comando.

Ya estuvo

If you want to sing out, sing out!
(and if you want to be free, be free)
-Cat Stevens

Uno de mis más grandes entretenimientos es hacer playlists: organizar un corpus de música puede obedecer a una necesidad específica o al mero capricho. En mi caso, siempre he metido tantas canciones como caben en un disco, pero obedeciendo a una secuencia: detrás de ese orden hay un criterio curatorial (?) que construye una narrativa (?) destinada a provocar una experiencia (???) en el escucha.
Considerando que la ciudad está terminando el sitio que guardó la última semana y la imperiosa necesidad de relajarnos, en esta ocasión las rolotas (tan bien relacionadas como me lo permiten sólo diez canciones: el promedio eran 115) son pura ponmedebuenas, al menos en mi caso particular: si usted no comulga con mi gusto, eso no es de mi incumbencia, ni mi responsabilidad.
Sí, es un capricho egoísta; quien lo sepa aprovechar o disfrutar...

viernes, 1 de mayo de 2009

Falsa topografía de lector

Elmer Davidson [sic]
4/feb/07
1) Alguien me dijo que leía poesía (específicamente a Neruda, aunque no siempre) cuando se sentía más triste (habrá que ver si levantó a Pessoa en un momento así), y prefería el cuento cuando su humor era más alegre; alguien más me decía que su mejor manera para lidiar con el miedo a volar era García Márquez (cada quien...). Y así otros tantos, donde resaltan la melancolía, la tristeza, el hastío y uno que otro de imaginación ágil para los temas carnales; y uno lo relaciona y de pronto resulta que se lee desde cierto espacio, o para llegar a otro.
2) “Siempre te veo leyendo –me dice un día el gerente del banco al que tengo que presentarme regularmente, siendo yo, en este trabajo que tengo (al cual no le voy a dar adjetivo, por esencial respeto a mi lector) un factotum–, es bonita la lectura: a mí me sirve para escaparme del mundo de todos los días y relajarme”; respondo, solamente, que alguna vez fui estudiante de literatura y que la ficción tiene sus particularidades. Como primera regla y más obligatoria, no salgo a la calle sin un libro (o dos, mientras quepan en las bolsas del pantalón) y cualquier fila es buen tiempo de lectura.
3) Frase regular entre algunos promotores de la lectura: “No importa si no hemos visitado Moscú o París o Río de Janeiro, porque la literatura nos permite viajar a otros lugares, conocer otros mundos y otros tiempos, vivir una vida que no es la nuestra”. Cierto. Falso. Esquizofrénico. Pero si Comala no existe, ni Macondo, ¿adónde nos transportamos, entonces?
4) (y último) Tenemos la tendencia a creer que la literatura es una forma de fuga, por medio de la cual las sombras de todos los días desaparecen al menos por un instante: el tiempo se suspende, el espacio se cancela, el universo es otro. Pero no: la literatura –a pesar de su abrumadora amplitud– difícilmente es más que un divertimento: pesa más el torrente de pasión del enojo, del amor, de la obnubilación, de la ensoñación. Alguna posibilidad de fuga, pero no más que eso: como traicionados, los escritos caen de espaldas ante el rigor de un recuerdo, cualquiera. Y uno vuelve a la última oración cuyo sentido recuerda, repasa el mismo párrafo tres, ocho, doce veces, para empezar a leer el capítulo entero porque no entiende nada.
¿Leer desde algún lugar, para llegar a otro? Sólo en el trayecto entre la casa y el trabajo.