viernes, 26 de marzo de 2010

Un ángel sin trompeta

Después de mucho tiempo –tanto que ni siquiera recuerdo qué fue lo último que apareció–, este blog recupera su espacio para rolotas.
Desde que imeem murió (o pasó a manos de Myspace), he buscado una alternativa que me permita presumir los meses y meses de música que orgullosamente he coleccionado al paso de los últimos años. Habrá quien encuentre un mayor beneficio a esas bibliotecas, pero hay que saber conseguirlo.
Entrando al quid de esta entrada, la serie Book of Angels de John Zorn puede ser sorprendente o monótona, aunque en Tzadik siempre presuman que toda nueva encarnación del proyecto es espeluznante, hermosísima, sin duda la mejor en la historia de la disquera, soberbia y… Lo cierto es que no siempre es así y hay ocasiones en que uno se aburre terriblemente.
En esta ocasión, afortunadamente, Mycale es un disco chulísimo. Basya Schecter, Ayelet Rose Gottlieb, Malika Zarra y Sofía Rei Koutsovitis arreglaron las composiciones de Zorn como no se les escucha normalmente. Y en su brevedad de apenas media hora, es gratísimo escuchar jazz y klezmer sin recurrir a los instrumentos que de regular les dan voz.
En menesteres no tan musicales, el miércoles tuve el gusto de tomar (más de) una cerveza con Arturo, tomando por excusa la entrega del ejemplar que le corresponde de Gastronómica de México. Tenía intención de colgar un pdf con las páginas de microficciones donde nos podrían encontrar; es más: tenía la buena voluntad de levantar la revista enterita para que pudieran leerla gratis y se ahorraran la vuelta al puesto de revistas, pero la tecnología me traicionó. Si logro resolverlo (y me acuerdo de resolverlo), les dejaré un regalito.

martes, 23 de marzo de 2010

Sábado de gloria


El Festival del Centro Histórico (sigo sin acostumbrarme a 'Festival de México') es, en pocas las palabras, las tres semanas que espero con más ansia cada año; pero casi es necedad decirlo, pues es harto sabido en este blog. Debido a la carga de trabajo y a la inestabilidad de las últimas semanas, sumado a los gastos que hube y he de hacer, no asistí a todas las actividades que quería. Pero de alguna manera tenía que solventar eso:
El solo planteamiento de Huey Mecatl me parecía increíble a priori: contenedores de barco utilizados como cajas de resonancia. Había escuchado antes de arquitectura que recicla los contenedores, y me parece maravilloso (replanteé la idea que tengo de mi casa cuando descubrí a este despacho en Monterrey), pero no hay punto de comparación entre eso y una instalación de arte sonoro. Y a'i va uno a enarbolar de nuevo sus estandartes de batalla: nunca es el qué, sino el cómo.
Dispuestos en un pentágono de dos pisos de altura, cinco contenedores de siete metros de largo distribuyen el sonido que se produce en los otros cinco que soportan sobre ellos; esperando en la fila, alguien apuntaba que había visto las cajas en el estacionamiento de la Tienda UNAM, y ya antes lo había notado, y me había preguntado por qué estarían ahí, sin hacer las debidas asociaciones hasta que aquel sujeto hizo la nota. Dos músicos y tres cuerdas tensadas por caja, arcos, instrumentos de percusión, un director musical con harto carisma, una soprano que rondaba entre las cajas inferiores, dos compositores, una hora y media de sol y música y estruendo. Eso sólo puede tildarse de felicidad.
En varios momentos la instalación era una masa de sonido que golpeaba con una fuerza sorprendente, y sin embargo no lastimaba los oídos. Era la parte física del sonido, su espacialidad, su materia, las vibraciones recorriendo el aire e impactando el cuerpo. Y las dos piezas que presentaron eran de una belleza apabullante, la segunda más orgánica y dinámica (y divertida cuando los músicos saltaban y golpeaban muros y piso y techo, a patadas, con palmas y puños, con los arcos enormes, con tablones de madera, mazos y cadenas); más de la mitad de ese tiempo cargué una vasta sonrisa, pensando en una canción de cuna dulcísima. Cuando un helicóptero nos sobrevoló, fue inevitable recordar el Cuarteto para cuerdas y helicópteros de Stockhausen, y el compositor ya me parecía un genio (la vibración de las hélices era brutal), pero resultó un accidente francamente despreciable para los organizadores, que no para mí.
Lo único lamentable fue la logística: si la instalación depende de la vibración de una caja de resonancia, lo salomónico es no permitir que el público entre en contacto con ella. Y jamás será encomiable que los organizadores deban indicar a la gente dónde pueden sentarse, qué espacios no obstruir para que el director pueda entrar y salir. Para ser la cuarta presentación de cinco, ya debían tener previstas todas esas situaciones.
Salí de ahí físicamente cansado (no en balde pasa una hora y media de pie), y un tanto preocupado pues sabía que faltaba mucho para esa noche: primero el centro de Coyoacán para ver a IG Blech y en la noche al Lunario del Auditorio Nacional al concierto de los Boredoms. ¿Afortunadamente? algo sucedió con los primeros, porque recorrí la plaza entera y no encontré el menor indicio de fiesta.
A sabiendas de que me iba a gastar lo que me quedara de cuerpo y oídos con los Boredoms, no apuré el paso y me tomé la providencia de comer algo antes de entrar; sabia acción: Fat Mariachi no merece más que esta mención, y me siento tranquilo de ahorrarme la casi totalidad de su set.
KK Null… Hasta la noche de ayer tenía tinnitus en el oído derecho, y probablemente perdí varios años de audición: no recuerdo, de entre todos los eventos de Radar a los que he asistido, que los fotógrafos de prensa tuvieran que utilizar orejeras de protección… A pesar de la tortura que se lee, se debe reconocer que el tío tenía un dominio sorprendente de su recursos y sin duda sabe manipular una caja de ritmos y los procesadores de sonido que tenía en la mesa. Aullido sobre aullido, se podía escuchar el camino en descenso hacia el final, un tanto más sereno.
Pero para los Boredoms había que beber cerveza, y preparar el cuerpo, y disponerse a algo, sin que quedara claro qué era. Había que bajar los brazos y esperar a que mostraran qué harían con una Telecaster de siete cuellos, con cuatro baterías, con siete arpas montadas en vertical y dos estaciones de sintetizadores. Fue algo como esto:


Pero no, el inicio fue otro: Yamataka Eye golpeaba con delicadeza la Sevena, esa monstruosa guitarra de siete cuellos, mientras Yoshimi P-We dirigía a dos bateristas, marcando una síncopa de largas pausas en los toms; lo que nadie esperaba era la salida de un baterista más al fondo del Lunario, cargado en hombros y reventando tarola y platos y bombo en un solo estremecedor, gritando al escenario y dialogando con Eye.
Lo que siguió no puede terminar de describirse. Todo intento será vano. El esbozo de una experiencia incomunicable será, cuando mucho y en el mejor de los casos, una insinuación. Si arriesgado, tendré que comparar a Yamataka Eye con Gonzalo, el director musical de Huey Mecatl, batuta en mano, llevando la segunda pieza musical a un espacio mucho más sobrio y sutil, sin dejar de lado la energía que exige la precisión.
Across over 20 years, founder and leader Eye, along with frequent collaborator Yoshimi, has taken the band on a cosmic road trip, from the early swamps of chaos through times of tribal frenzy, oceanic tranquility, and massive sonic constructions. Perhaps most remarkable is the unceasing commitment to vision above all else, and the effects of that Commitment.

jueves, 18 de marzo de 2010

Impasse

Es de sumo difícil pensar con nobleza cuando uno sólo piensa en ganarse la vida.
–Jean-Jacques Rousseau

I.
– Oiga, ¿qué tanto sabe de robótica?
– No, pues no la armo.
– ¿No le entra a una traducción? Mire, le reenvío.
Y recibo por correo una descripción poco precisa del documento; hoy, terminada la traducción, no sé para qué sirve ni cómo funciona el robot.
Nota al pie: en mi tabulador, una traducción de este tipo cuesta casi el doble de lo que nos han de pagar, sin mencionar que mi tiempo de entrega también se duplica.

Ibis.
– Hubiera ido ayer con nosotros por una cerveza.
– No, ni cómo: salí de aquí a las once y media. Pero al menos ya terminé la traducción.
– Le iba a decir, ¿y si le mando las imágenes de mi texto para que las traduzca? A mí ya no me da tiempo.

II.
El jueves pasado.
– Buenas tardes, Oliver. Quería agradecerte todo lo que has hecho con nosotros, pero esta situación ya no se puede sostener. Espero encontrar pronto a alguien tan profesional como tú.
– No entiendo lo que me quieres decir [sí entiendo, pero me chocan los eufemismos en ámbitos que no sean estrictamente literarios].
– ¿Ah, no me entiendes? Pues déjame decírtelo. Ya no podemos trabajar con el desastre de tiempos que tienes. Me dicen que ni siquiera tienes disposición para hacer tu trabajo. No es posible que me detengas la publicación de la revista. Si es necesario, las niñas van a tener que venir el fin de semana, y nadie se va hasta que esa revista esté en la imprenta.
– A ver. Yo le propuse una fecha de entrega a tu diseñadora, y en tanto nadie ha puesto reparo, doy por sentado que la aceptan. Nadie me dijo que necesitaban que entregara en otra fecha ni que les urgía. Por eso le escribí a tu diseñadora para pedirle que me mandara los archivos, y sigo sin recibir respuesta. Por lo demás, el calendario que tengo estipula que debí leer esa revista el 25 de enero, y que tengo cinco días para la tarea.
Silencio. Titubeos.
– Esto no puede estar pasando. En este mismo momento hablo con la diseñadora. En un rato te devuelvo la llamada.
No me llamó. Y me tomó cuatro intentos conseguir una cita para que me dijera que ya no formo parte de esa editorial, debido a que las editoras se quejan amargamente de que mi trato es grosero y prepotente, hasta ofensivo, y mi actitud nefasta. En ningún momento hizo mención a mi trabajo, si no fue para reconocerlo, al punto de poner involuntariamente en evidencia a las editoras.
Podría, en este punto, narrar el exquisito episodio en que me contrataron y las condiciones en que recibí esas revistas, los magnánimos errores de ortografía (los menores respecto al resto de la publicación) que encontré no digamos en una página, sino en un solo encabezado. Pero no: mea culpa, en su debida proporción, y como reflejo de las nefastas actitudes que vi en reiteradas ocasiones, desde mi banca, por parte del resto del personal.

III.
– ¿Y cómo va lo de tu negocio?
– Pues seguimos trabajando en eso, pero estamos trabados con la página de internet. Se me hace que este fin de semana me aplasto con mi diseñadora y no salimos hasta que esté en línea.

IIIbis.
– ¿Entonces sí me echas la mano para organizar la información de mi página?
– Con mucho gusto. Si logré ordernar las ideas de tu maestro y aterrizar todo lo que le estaba revoloteando en la cabeza, contigo llevo un chorro de camino andado.
– Ah, pues nos ponemos de acuerdo y nos vemos un domingo para trabajarlo. Yo pago las caguamas.
– Me parece [me parece porque me representa un trabajo menos grave –no por el estipendio–, porque todo mi esfuerzo consistirá en traducir una nueva versión cuyo original no sufriría modificaciones profundas].
– Híjole, se me había olvidado: este fin de semana me voy a mi casa de Tlayacapan.
– Chin…
– ¿Y si vienes con nosotros y le chambeamos allá?
Dicho: este fin de semana no me aplasto con mi diseñadora. Las revistas en pausa, las empresas en pausa, los impuestos y trámites en pausa. El cuerpo me exige descanso desde hace tiempo, y las circunstancias disponen todo para hacerlo. Observa el signo de tus tiempos, obedece lo que te diga el cuerpo, renuncia de vez en cuando.

martes, 16 de marzo de 2010

A true friendship

Este año cambiaron de manera significativa mis hábitos de lectura: sentado frente a esta computadora durante la comida, procuro distraerme de mis responsabilidades y dedicar al menos una hora a lecturas más amables que el agua de cola y los residuos de diazinón en miel de abeja.
Sin embargo, Never Neutral –el que otrora fuera el blog que me mostrara un montón de cosas o me recordara que mi capacidad de análisis no es todo lo profunda que yo quisiera– cerró en enero. Ahora voy saltando ocasionalmente entre blogs y me cuesta trabajo no perder la atención. Y comer me exige ambas manos libres y pocas distracciones, así que ahora leo Gog de Giovanni Papini en línea.
Hoy llego a estos párrafos, que me recuerdan a "Una modesta propuesta" de Swift (sí, otra vez Swift), pero con muy otra solución.
–Cuando le haya dicho lo que es la FOM estoy seguro de que cambiará de manera de pensar. El nombre, como ya debe imaginarse, es una sigla de iniciales. Nuestra Liga se llama Friends of Mankind y sus fines son completamente desinteresados. Los fundadores, cuyos nombres me es imposible revelarle, han partido del siguiente principio: el aumento continuo de la Humanidad es contrario al bienestar de la Humanidad misma. Por medio de la industria, la agricultura y la política colonial se intenta suplir el déficit, pero está claro que dentro de algún tiempo habrá un balance demasiado desigual entre el banquete y el número de los que al banquete asisten. Malthus tenía razón, pero se equivocó al creer demasiado cercano el desastre. En realidad, la Naturaleza, en forma de terremotos, erupciones, epidemias, carestía y guerras, viene a diezmar de un modo periódico al género humano. También el tráfico automovilístico, el comercio de estupefacientes y los progresos del suicidio contribuyen, desde hace algún tiempo, a la reducción de los habitantes del planeta. Pero todas estas, llamémoslas providencias, no consiguen compensar el aumento de nacimientos, sin contar que son, para las víctimas, formas dolorosas de supresión.
»¿Cómo remediarlo? Aunque no hayamos llegado al hambre, está cercano el momento en que nuestras raciones se verán reducidas. Y entonces es cuando interviene la FOM. Ésta se propone acelerar racionalmente la desaparición de los que sean menos dignos de vivir. La nuestra podría llamarse –en su primera fase– la Liga para la eutanasia inadvertida. El inconveniente de las calamidades naturales –como las epidemias y las guerras– es que provocan la desaparición de los jóvenes, de los inocentes, de los fuertes. Pero si es necesario hacer un expurgo sobre la tierra, es justo, ante todo, eliminar a los inútiles, a los peligrosos o a aquéllos que han vivido ya bastante. El terremoto y la cólera son ciegos; nosotros tenemos ojos y muy buena vista. Nuestra Liga se propone, pues, apresurar de un modo dulce y discreto, y en el secreto más absoluto, la extinción de los débiles, de los enfermos incurables, de los viejos, de los inmorales y de los delincuentes; de todos esos seres que no merecen vivir, o que viven para sufrir, o que imponen gastos considerables a la sociedad.
¡Cuántos que caerían en esas categorías! ¡Cuántos que uno quisiera entronizar en lo más alto del patíbulo!

viernes, 12 de marzo de 2010

Al carajo

Para una semana que en cuestión de dos palabras mal dichas (y no por mí) se convirtió en un insulto, una manera prudente de cerrarla, o al menos ponerle el punto y empezar a cambiar la página, es ésta.
No es difícil encontrar alguna resonancia entre la poesía japonesa y el epigrama griego, aunque el último sea más lúdico e incisivo. Pero cabezas inquietas como Ikkyu rebasan los límites de su formato de escritura, del zeitgeist de su época. Otra vez, ¿qué sería de nosotros si tuviéramos límites?

martes, 9 de marzo de 2010

Sr. Óscar

Ya no recuerdo cuál fue la última película que vi en el cine, pero es harto probable que haya hablado aquí de eso, así que pueden metichear en los archivos (y decirme). En términos generales, el cine rara vez llama mi atención, pero siempre tengo disposición para ver una buena película: lamento horriblemente Transformers 2 y Hancock, y me queda claro que las vi sólo por pasar una tarde con mi mejor amiga.
Los Óscares, en consecuencia, tienen poca relevancia para mí (por no decir que me importan un rábano). Sin embargo, tirado en la cama en un estado de ominosa pereza que me guardó de salir siquiera a comprar las croquetas de la gata, vi trozos de la ceremonia de entrega. Si leen algo que ya saben, por favor recuerden que este blog ha vivido varios periodos de perogrulladas, y que la naturaleza de mis reflexiones eminentemente es ésa.

I.
La coreografía para el número musical que antecedió al premio en la categoría de mejor banda sonora –una mezcla de piezas de los candidatos– llama especialmente mi atención. Algo a caballo entre la danza clásica y b-boys de hip-hop, lo que se presentaba en el escenario no era homogéneo, ni solemne. Si consideramos que el hip-hop fue una cultura marginal que surge a finales de los setenta y que le debe casi toda su existencia a músicos salidos de los barrios olvidados de Nueva York, estamos ante un fenómeno francamente radical.
Los doctos en hip-hop vendrán y me harán pasto de su ira debido a mi ignorancia, pero no me queda la menor duda de que debe de ser el último movimiento musical del S. XX que modificó la relación que la gente establece con la música. He oído o sabido de cualquier clase imaginable de mestizaje entre hip-hop y ritmos locales, y en muchos casos con resultados muy afortunados.
El punk, unos cuantos años antes, estuvo a punto de lograr eso mismo, pero sus alcances fueron mucho más limitados. Presumo que se debe en gran medida a que uno tenía, en el fondo, una noción de comunidad y construcción (Afrika Bambaataa y la Universal Zulu Nation), y el otro siempre ha sido abiertamente contestatario, pero también demoledor sin –en muchos casos– proponer un orden que renueve lo que ya destrozaron.
La adopción del hip-hop en la cultura popular norteamericana, con actos más bien vergonzosos y actitudes ridículas (vid. la portada de cualquier revista para adolescentes o MTV), es un signo de cómo funciona esa sociedad en particular: lo que alguna vez fue marginal y opuesto a la agenda cultural, política o social del momento puede eventualmente entrar en el gusto general, y formar parte de lo institucional. Ezra Pound, repudiado durante y después de la Segunda Guerra Mundial por su apoyo al fascismo italiano, respetado y (a veces) alabado por todos los grandes poetas que le siguieron, reconocido como una figura central en el desarrollo de la vanguardia poética, laureado con el premio Bollingen por los Cantos pisanos, fue incluido apenas hace siete años en la Library of America, que –en pocas palabras– es la colección que sentencia qué obras de la literatura norteamericana califican como clásicos.
Y mientras escucho el Rather ripped de Sonic Youth, viene a mi memoria un comentario de Thurston Moore en entrevista durante una visita a México en el marco del Festival del Centro Histórico. Parafraseando: "encuentro al hip-hop profundamente radical. Alguna vez el punk lo fue, pero surgió una oleada de músicos que se adhirieron sólo por seguir una moda: los ideales y el formato de vida del punk se diluyeron y dejó de ser fresco. El hip-hop es distinto. No deja de sorprenderme que una música de pandilleros y estigmatizada debido a quiénes la consumían haya entrado en el mainstream y que su público sea cada vez más variado. Es radical."

II.
Pero eso es una de mis muchas reflexiones marginales y una de las pocas cosas que aprecio y envidio de la sociedad norteamericana (como su sistema vial). Sería injusto saturar a mi lector con ideas densas, así que agradezco otra vez al que me regalara uno de los mejores conciertos de mi vida, esta vez por mandarme esta liga para ver a los nominados al Óscar por mejor corto animado.


viernes, 5 de marzo de 2010

Magisterio

En mi cabeza rondaba una solución más bien modesta –por no decir rotundamente pacata y previsible– para ese cuento que le(me) debo a Eme Equis. Pensaba en un niño recordando sus años de infancia, jugando a las canicas con sus amigos en el recreo y sorteando a las maestras para poder jugar con el PSP del compañerito adinerado; sí, de pronto me suena a Las batallas en el desierto, pero con treinta años de diferencia.
Al margen de querer sorprender a mi lector, intento sorprenderme en la medida de lo posible. En estricto sentido, eso representa una paradoja, pues la sorpresa se asocia por definición con el desconocimiento y la novedad; cuando hay un camino trazado, ese espacio se ve reducido, o al menos acotado por directrices o imágenes. Pero el acto creativo no sorprende al creador por el resultado las más de las veces, sino por el proceso, las decisiones tomadas, la dinámica que exige la materia trabajada (escrita), la extensión del contenido que es la forma (Creeley).
Ayer por la noche, tras aceptar una invitación a cenar con los amigos de mi alumno, escuché una de las historias más trepidantes y no intrínsecamente ficcionales de que tengo memoria. En el momento en que yo narre esa historia pasará a ficción, será una versión de textos que se desarrollan y la tragedia que se convirtió en delirio será exclusivamente eso segundo.
Ah, en definitiva esa clase se está convirtiendo en uno de mis momentos de calma de la semana.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Delusional and compulsive

Para no variar demasiado, no tengo muy en claro cómo llegué al blog de Scott Adams (la recurrencia de esa falta de certeza empieza a ser inquietante…). Tengo idea de haber visto la versión animada de Dilbert, aunque cabe la posibilidad de que sea uno de esos delirios que se dicen una vida; sin embargo, es más poderosa la duda de haberlo leído en papel o en digital.
Me llama la atención esta reflexión dispersa que hace Adams. Eso que algunos consideran correcto o apropiado o necesario es aberración para otro; pero ¿qué define la distinción o le da sustento? Y volvemos a poner pie en lo subjetivo, donde todo se vuelve relativo (y la paradoja que contiene la frase) y cada quien deberá aportar su mejor definición según el modelo ético, social, político, económico, cultural et al. que le convenga o mejor le acomode.
Entonces uno y todo está a expensas del juicio de los demás; y más cruel aún: del propio. Y resulta que la literatura es una pérdida de tiempo, algo que pude haber aprendido en casa, inútil para el desarrollo económico, obsoleto, incompleto (por definición), un dispendio de recursos, un lindo pasatiempo, una de las pocas profesiones donde encuentro sentido, el único lugar donde alguna vez he sido feliz, una ambición, una botella de Klein.
The best you can do is make your delusions benign and your compulsions useful.

martes, 2 de marzo de 2010

Un chismógrafo

I.
El universo se ordenó y tuve la oportunidad de escribir un cuento para Eme Equis, siguiendo la prerrogativa de Ficciones 2010, una colección que la revista ha abordado en el inevitable marco de tan histórico año (cualquier cosa que eso signifique).
Y sin embargo, mi cabeza no me permitió ajustarme a la línea temática. De un lado, los grandes eventos y las historias donde se reconocen tiempos y espacios definidos no son materia que yo sepa tratar (la épica de las cosas pequeñas); del otro, la idea que se fijó en mi cabeza quizá resolvería esa prerrogativa, pero de manera absurdamente sutil, por no decir vaga y ambigua.
Ergo: el cuento que Antimio Cruz recibió no se publicará bajo la pleca de Ficciones 2010, aunque quizá bajo alguna otra (no lo sabemos). Y yo intentaré escribir, esta vez con harta más precisión, otro cuento con ese apellido.
Gracias Antimio

II.
Se convoca a fiesta; y se ejecuta fiesta. Quórum de once, contando mi persona; veinte años, al menos, son imposibles de abarcar en seis horas. Y el gallardo anfitrión, procurando mantener generosamente surtida la fuente de botanas, estuvo a punto de arrancarse el pulgar izquierdo con su mejor cuchillo (pelo de gato en la herida; inevitable).
Al menos hubo pepinos y jícama y zanahorias y frituras durante un largo rato; y trece trepidantes minutos en que recorrí la casa y el cuarto buscando los curitas que –bendita la cosa– estaban sepultados en una maleta donde guardo la botella de Resistol, un álbum de fotos y diversas otras chucherías.
Nota al pie: más simple fue ponerme quieto y apretar el dedo hasta que dejó de sangrar. Probablemente no le agradecí lo suficiente, ni dije cuánto me apenaba que se ensangrentara las manos.

III.
Después de desenterrar la música gracias a mi juguete nuevo (un resplandeciente disco de 1.5 Tb que debiera ser suficiente para almacenar mi vida digital por los próximos diez años), brincoteo en mi silla con las canciones que de a poco se enlistan. Un enorme favorito: