El post de este día no tenía temática definida (realmente no tenía muy claro de qué escribir; más todavía, no tenía intención de escribir). Sin embargo, en atención a Agla, ordeno mi cabeza y dispongo este escrito.
Ayer, gracias a los Mártires de Chicago, tuve un día de asueto; y en lugar de quedarme encerrado en casa con los gatos, mi mejor opción fue dar una vuelta por el Centro Histórico. Podía, también, hacer turismo capitalista (???) y recorrer el centro comercial que hay a unos pasos de casa, comprar un helado y leer en las bancas de esos suntuosos pasillos atiborrados de señoritas que compran bolsas de mano de $4,000 (hechas en Tailandia) o pantalones talla cero (nota al pie: ñango como soy, me quedan bastante bien, lo mismo que la talla 14 para niño, con la salvedad de que me llegan arriba de los tobillos). Digo, de shoppear en un mall a husmear en las librerías de viejo de Donceles... Resultado: seis viejas adquisiciones.
Y sí: el Centro es distinto cuando no hay tanta gente. Antes, de día era un oloroso y ruidoso bosque de gente que impedía el paso hasta obligar al peatón a caminar por la calle, en lugar de hacer el correcto uso de las aceras; y por la noche era un muladar de basura y residuos de dudosa procedencia, que uno prefería no caminar dada la escasa seguridad. Presumo que el Festival (y la senda lista de empresas que lo respaldan y cuya imagen está involucrada) tiene alguna responsabilidad en ese cambio, otra cosa que debiéramos agradecerle.
Sin embargo, muchos todavía le tienen, más que respeto, franco terror y mal recuerdo al Centro. Uno de ésos, para mi mala fortuna, es el novio (ése
al que casi le incendio la casa) de mi mejor amiga y room-mate. Pero mejor me explico, pues bien se pudiera interpretar de muy otra manera lo que quiero decir: el domingo, desvelado, suficientemente cansado como para preferir la cama a cocinar y comer, el mundo entero se fue a la mierda y me hice bolita, un gato entre las rodillas y otro en el pecho. A eso de las cinco me hablan desde la puerta: "Pollo, ¿no vas a ir al Centro?". Según mi memoria, el concierto de Goran Bregovic, y por añadidura el evento de clausura del Festival, empezaba a las ocho, así que básicamente le debo a la roomie mi asistencia puntual.
Me desperezo, me pongo los zapatos, y bajo los cuatro pisos de mi edificio. Y este infame, en virtud de que no se ha cambiado los calcetines en tres días (me habrá de disculpar, pero este tipo de cosas y toda su escatología se tienen que ventilar, en toda la extensión de la frase), se toma más tiempo del exclusivamente necesario, muy a pesar de que ya tenemos algún retraso en nuestra contra. Ah, pero tu novia es demasiado consecuente contigo en ocasiones, infame, y yo te tolero más de lo que mis tripas toleran... Y todavía tienes el cinismo de quejarte: "Ay, pero es el Centro, y el Centro es bien peligroso. ¿Y tenemos que ir en Metro? Es que me choca el Metro. Además va a llover... Blah blah beeeeeee". Grrr...
Y llegamos por fin a la Plaza de Santo Domingo, después de otra larga perorata de quejas (mala cosa si uno sigue a medio dormir y el humor no da para calma). Qué lindo es el Centro, a cualquier hora; y qué pena es llegar tarde a los conciertos en plazas públicas y quedarse a veinte metros del escenario, viendo manchitas o pantallas. Siempre es interesante ver a los músicos haciendo lo suyo, y pocas cosas me cautivan tanto; sin embargo, si a uno le quedan dos dedos de sentido común (cierto, cierto: se me olvida que ése no es un bien ampliamente difundido), uno va a un concierto a escuchar música, no a verla.
Si a últimas fechas me he interesado por la música de Europa del Este (A Hawk and a Hacksaw, Gogol Bordello, The Cracow Klezmer Band, Kocani Orkestar [vs. Animal Collective]...), me acabo de aficionar con la mitad de las tripas. Por principio de cuentas me encantó el ensamble que carga Bregovic: la Orquesta y Coro para Bodas y Funerales (metales; el saxofonista es glorioso), dos coristas tradicionales de los Balcanes, la Banda Instrumental de Oaxaca (que a momentos parecían terriblemente aburridos, aunque las cuerdas sonaron rebién) y un coro de vocalistas masculinos, en pulcrísimos fracs. Uno no creería que tal conjunto haría bailar y brincar a la banda, al más animoso estilo de un concierto de rock, pero oh sí, lo lograron: la polka se baila (dah...) y es redivertido, aunque nadie bailara polka propiamente dicho.
Me pareció bien interesante que hubiera un chorro de niños, y hasta parecían divertirse más que el resto de la gente. Evidentemente, los padres parecían más preocupados que ellos por la lluvia. "Me duelen las rodillas, me estoy mojando, vámonos, tengo hambre"; y ése no era un niño, aunque lo parece... Ah, me debí haber fugado con los otros cuates que estaban al otro lado de la calle.
Casi tres horas de música gitana, con sus momentos harto emotivos por las voces de esas dos mujeres que por un segundo pensamos que podían ser oaxaqueñas (por el tocado, claro, porque sus 1.80 de altura y la tez blanca y el cuerpo delgado no son muy oaxaqueños), con otros harto divertidos. La banda de metales y los solos de clarinete o trompeta... uff, no tengo que terminar la frase. Y las vocales -gitanerías y chillidos y algunos gritos- me hacen reiterar que la voz debe ser un instrumento más en la música (de pronto me viene a la cabeza esa anécdota en que John Lennon quería que "Tomorrow never knows" sonara como cien monjes tibetanos cantando y la única manera que se le ocurrió fue colgarse de cabeza sobre el micrófono y pendular; "We're looking into it, John" decía George Martin, guardándose la repulsa ante idea tan idiota). Por supuesto, nadie entendía nada, pero no había necesidad. Tú pásatela bien, y no lloriquees.
Como era de esperarse, tocaron varias piezas de
Underground y otras películas de Emir Kusturica, lo nuevo del
Alcohol y varias piezas "tradicionales", con arreglos por los que se hizo famoso Bregovic.
Una cosa sencilla (nada en música es sencillo, ni el punk más básico: la actitud es más difícil que un acorde de guitarra), sucia, amontonada, con chorros de capas encimándose y jugando, con cambios repentinos, estrepitosa, colorida. De eso al noise no hay mucha diferencia, salvo que uno baila.
A resumidas cuentas, que me la pasé rebién, y supongo que la gran mayoría de los que fueron. Hoy estoy tentado a ponerle paliacates a los gatos.