jueves, 31 de julio de 2008

Lingüística aplicada

I.
Miércoles, 12:10 am. Para este momento el metro ya cerró sus puertas, así que no tiene el menor caso correr; por el contrario, mejor prepararse para cruzar de nueva cuenta esta universidad de madrugada y hacerlo tan agradable como lo permita la noche. Por lo demás, caminar es mi único ejercicio y si lo he hecho durante cuatro horas seguidas, poco me afectan estos treinta minutos que se avecinan.
En el estacionamiento encuentro un auto con las luces encendidas, lo cual es cosa poco común; pero por supuesto debe haber más como yo que se quedan hasta alguna hora de la noche haciendo algo en su oficina o su cubículo o su laboratorio o sabrán los dioses qué. Salgo del estacionamiento y el auto en cuestión me alcanza: "¿Qué rumbo llevas?" y el conductor me ofrece un aventón; me pregunta dónde trabajo, qué hago, qué hago aquí a estas horas, pero su esposa, sumida en el asiento del copiloto, guarda un silencio sepulcral. Pasados dos minutos, yo también guardo silencio.
Llegamos a nuestro destino, seis inmensos minutos después, y el conductor me vuelve a interpelar, no recuerdo sobre qué; lo que sí recuerdo es que me preguntó mi nombre y acto seguido les agradecí.

II.
El domingo tuve el impulso de escribirle a una mujer a la que quiero terriblemente; impulso bastante inusual, he de anotar: mi disposición para escuchar o leer a alguien más es constante, aun cuando mi paciencia no es avasalladora y el tiempo es un bien que no me sobra. Sin embargo, no sé decir, no inicio conversaciones, no les doy mayor continuidad, no sé darles continuidad, no sé establecer empatía.
Pero volviendo de la digresión. Me decía que justo un día antes revisó los mensajes que le he mandado (asumo que desde enero) y se preguntaba si me acordaría de ella. Lo mejor que pude hacer en mi defensa, estúpido como suelo ser, fue albergarme en el trabajo y la falta de tiempo, y pedir paciencia. Y no sé si me desarmó o me pasmó, pero ya no pude decir más nada ante lo que leí (cita editada: el amor no quiere decir que deje de lado mi trabajo y la corrección de estilo): "Soy una mujer muy impaciente, pero contigo tiene que ser diferente, a ti aprendí a quererte, extrañarte y comprenderte en tan poco tiempo que sólo dejo que lo demás suceda".
Justo como en ese momento, no sé qué apuntar. Extendiendo el ejercicio de silencio que precedió a ese mensaje, se sigue que he de mantenerme callado; ¿cómo decir?

III.
En repetidas ocasiones y distintas personas me han acusado de que mi silencio es violento; alguna razón he de darles -más por la insistencia y la repetición no intencionada-, pero también debo anteponer una respuesta. El silencio, como toda palabra, como cualquier significante, como toda entidad perteneciente a la estructura de un sistema lingüístico, carece de significado en sí mismo: en un sistema de signos, sólo hay diferencias, definición por oposición, no existencia sustancial. A nivel discursivo, sin embargo, el silencio -y todo significante- se convierte en un signo, pues se carga de significado o alguien puede imponerle uno: entre otras cosas, en la carrera aprendí (y, como esas otras cosas, nada me cuesta trasladarlo a terrenos no literarios) que nada es gratuito ni accidental, todo tiene una lógica dentro de la intención del autor (de un buen autor), y aún los silencios tienen un valor específico.
Podría continuar con mi respuesta y argumentar que el silencio carece de particularidades o atributos, y sin embargo alguien más tendrá la oportunidad de contestar que, muy por el contrario, el silencio es polisémico, y que lo mismo denota cobardía, enojo, resentimiento, apatía, ostracismo, negación, tristeza y una interminable lista de otras condiciones. Pero no es el silencio en sí mismo el que dice, sino quien lo interpreta, quien impone sentido.

IV.
Paul Ricœur fue uno de los filósofos franceses más prominentes (entre sus alumnos se cuenta, por ejemplo, a Jacques Derrida); sus investigaciones se fundamentaban tanto en la fenomenología como en la hermenéutica, y sus mayores aportaciones fueron en el campo de la teoría literaria. Casi el teórico de cabecera del Departamento de Letras de la universidad, el enfoque primario de interpretación que nos enseñaron parte de su trabajo.
Copio de Teoría de la interpretación la siguiente cita, la única que me cautivó lo suficiente -en el último curso de lingüística que tomé- como para recordarla.
Para el lingüista, la comunicación es un hecho, incluso uno obvio. Las personas en verdad se hablan una a la otra. Pero para una investigación existencial, la comunicación es un enigma, incluso una maravilla. ¿Por qué? Porque el estar juntos, condición existencial para que se dé la posibilidad de cualquier estructura dialógica del discurso, parece una forma de transgredir o superar la soledad fundamental de cada ser humano. Por soledad no me refiero al hecho de que frecuentemente nos sentimos aislados en una multitud, o al que vivimos y morimos solos, sino, en un sentido más radical, a que lo experimentado por una persona no puede ser transferido íntegramente a alguien más. Mi experiencia no puede convertirse directamente en tu experiencia. Un acontecimiento perteneciente a un fluir de pensamiento no puede ser transferido como tal a otro fluir de pensamiento. Aun así, no obstante, algo pasa de mí hacia ti. Algo es transferido de una esfera de vida a otra. Este algo no es la experiencia tal como es experimentada, sino su significado. Aquí está el milagro. La experiencia tal como es experimentada, vivida, sigue siendo privada, pero su significación, su sentido se hace público. La comunicación en esta forma es la superación de la no comunicabilidad radical de la experiencia vivida tal como lo fue.
¿Cómo decir? ¿Cómo transmitir la experiencia de un evento, de un momento? ¿Qué uso tiene siquiera la intención, o intentarlo? ¿Qué queda?
Una aporía, similar a la de Agustín: cuando no digo, la experiencia me es perfectamente clara, la puedo decir; cuando intento decir, la experiencia se reduce y se pierde, no la puedo decir.
Ahora que recuerdo, los tres tomos de Tiempo y narración de Ricœur parten de su interpretación de la aporía de Agustín.

V.
El último poema que escribió Samuel Beckett, en 1989, fue "What is the word". Fue uno de los primeros poemas que leí en la carrera, y marcó significativamente las ideas que yo tenía sobre la escritura y la lectura, mismas que después se extendieron y cambiaron según aparecían cosas nuevas (o viejas: el Amadís sigue siendo glorioso). Lo correcto sería copiar el original, pero tentar la metichería de los lectores de este blog resulta mejor a mis fines. Sirva como corolario a los cuatro puntos de allá arriba.

CÓMO DECIR
para Joe Chakin

locura
locura de
de
cómo decir
locura de esto
todo esto
locura de todo esto
debido a
locura debido a todo esto
viendo
locura viendo todo esto
esto
cómo decir
esto esto
esto esto aquí
todo esto esto aquí
locura debido a todo esto
viendo
locura viendo todo esto esto aquí
de
cómo decir
ver
entrever
parecer entrever
necesidad de parecer entrever
locura de necesitar parecer entrever
qué
cómo decir
y dónde
locura de necesitar parecer entrever
qué dónde
dónde
cómo decir
allí
allá
allá lejos
a lo lejos
a lo lejos lejos lejos de allá
desvaído
desvaído a lo lejos allá lejos allá qué
qué
cómo decir
viendo todo esto
todo esto esto
todo esto esto aquí
locura de ver qué
entrever
parecer entrever
necesidad de parecer entrever
desvaído allá lejos allá qué
qué
cómo decir

cómo decir

433" - John Cage

lunes, 28 de julio de 2008

Ruperto

Sin el menor empacho o vergüenza alguna, digo que sobre mi cama hay un oso de peluche y se llama Ruperto. A pesar de ser negro, está moteado de blanco, evidentemente por las generosas cantidades de pelo de gato que flotan en mi casa; por lo demás, no es inusual que alguno de los dos esté dormido encima de Ruperto.
Antes de que los gatos llegaran, ocasionalmente lo pescaba y me abrazaba a él antes de dormir. Como podrán suponer, más de una chica lo ha visto con ojos inquisitivos, y acto seguido me ha mirado con su mejor expresión de "¿Será que este idiota sigue siendo un mocoso mimado?"; mi mejor respuesta es: "¿Qué quieres? Mi sobrino me lo regaló".
Para la mala fortuna de esos niños, sus padres les regalaban cantidades estúpidas de juguetes, todos los que querían, sin que jugaran con ellos más de dos días. De hecho, era yo el que terminaba jugando con sus juguetes cuando los niños se hartaban de estar diez minutos sentados y pasaban al siguiente cachivache y después al siguiente y luego a alguna otra chunche que los entretenía lo mismo que duran los comerciales de la tele.
La madre de esos niños se deshacía una vez cada cuanto de los juguetes que ya no usaban, no sé si para hacer más espacio para regalarles más juguetes que al poco iban a dejar de usar. Recuerdo que varias de esas chunches estaban incompletas (nunca han sido ni tantito cuidadosos) y para terminar de joder el asunto les faltaban precisamente las partes más necesarias para funcionar. Pero ¿qué parte le puede faltar a un oso de peluche? Como no sea una oreja o la nariz o un ojo, suelen estar completos: es rara la ocasión en que a un niño se le ocurre el encanto de cortarle el pelo, cosa muy contraria a las Barbies (recuerdo las de mis hermanas esquiladas como borregos).
Y llegó el momento en que Ruperto se iba a la basura. Si no mal recuerdo, lo había visto sólo en dos ocasiones y francamente me parecía una chulada. Una de esas ocasiones, me lo eché encima y la forma del bicho abraza; mi hermana (ésa que sí es parte de mi familia) me vio y se rió de mí. "¿Qué? Me gustan los bichos que abrazan."
Mi sobrino se acercó y me dijo "Te lo regalo, tío". A sus entonces cuatro años todavía era dulce el mocoso; lo último que he sabido de él (hace más de un año que no lo veo; esa última vez, casi se echa a llorar y yo también cuando nos despedimos, y me decía que me fuera con ellos y le decía a su madre que quería que me fuera con ellos, pero ni ella me permitiría entrar a su casa ni yo me quitaría la tentación de degollarla una madrugada o en ese mismo instante) es que se ha vuelto como su padre, un patán en miniatura, arrogante, materialista, ofensivo e intolerable. Entre otras muchas particularidades de los padres de este niño y su hermana, ésta me hace rabiar y me entristece sobremanera. ¿Qué culpa han tenido estos niños de tener el par de imbéciles que son sus padres, cuya educación (más bien abandono) se traduce en "ve la tele, a mí no me jodas"?
Hace algunos años, cuando vivíamos juntos, yo tenía más control sobre ese niño que sus padres; ellos podían gritarle varias veces que se fuera a dormir o comiera o se metiera a bañar y al final no les hacía el menor caso. Si yo se lo pedía, se ponía quieto y obedecía. Y aunque tuviera que leerme en una misma semana La Celestina, El grado cero de la escritura, analizar dos antologías de cuento mexicano, alguna obra de teatro latinoamericano y sabrán los dioses cuántos ensayos, nada me costaba sentarlo junto a mí y jugar un rato con él.
Sí, puedo ser ácido como pocos y estar terriblemente amargado, pero la familia es de las pocas cosas que procuro. Ahora me resulta casi imposible y no se me ocurre manera de acercarme a él y su hermana sin tener que hacer escala en el susodicho par de imbéciles (no voy a comentar más sobre ellos: no hay por qué amargarle el día a nadie), pero no significa que deje de quererlos y que los extrañe un chorro.
Después de lo anterior, me sigue importando un corcho admitir que hay un oso de peluche en mi cama y que duermo con él y dos gatos y que le puse de nombre Ruperto y que me gusta mi oso de peluche y que quiero a mis niños.

jueves, 24 de julio de 2008

Un juguete atípico

Aparentemente, no sé yo por qué, el universo confabula a fin de hacerme cada vez más autorreferencial. ¿O será acaso que todo es un sistema de reiteraciones y concatenaciones? En verdad, hoy tenía planeado escribir de muy otra cosa, pero en un chasquido de dedos eso pasó a segundo plano.
Como siempre, me veo en la obligación de dar un breve [sic] contexto. Si a algún lector tal cosa le molesta, lamento decir que no hay rabieta (salvo la mía) que me haga cambiar de modus scribendi.
Ésta es mi tercera y última semana de vacaciones, lo cual es perfectamente absurdo pues las dos primeras vine todos los días a esta sagrada oficina. Sin embargo, el fin de semana decidí que ya era más que pertinente poner en pausa el trabajo y dedicarme algunos días a pasar largas horas tirado en la cama rascando barrigas de gato. Y así había sido hasta el día de hoy, en que mis editoras me conminaron a corregir un paquete de artículos.
En cuanto desperté, me llamó la atención que Timoteo no estuviera cerca; desde que son niños, los dos duermen encima de mí (error: nunca permitan que duerman ni una sola vez en su cama o se sentencian a una vida entera de gatos acurrucados justo donde ustedes duermen, porque por motivo ninguno se van a los pies de la cama o el lado que ustedes no acostumbran: otra vez, el imperio de mi casa lo tienen ellos) y todos los días amanezco con un gato en el cuello o en los pies o entre los pies o maullando porque tiene hambre o ronroneando como camión a cinco centímetros de mi cara.
Mi primer acto, todos los días, es servirles las croquetas; y como ya se saben la rutina, me persiguen (o más bien, casi me llevan de la mano) hasta los platos. Pero hoy no. ¿Y dónde corchos está Timoteo? Suceda lo que suceda, es el primero en hundir la cara en las croquetas y con sólo oír que abro la caja ya está ahí conmigo.
Tengo que admitir que estaba preocupado y maquinalmente revisé todos los lugares donde podía haberse escondido; después de todo, a mis hijos les encanta salirse del departamento a la primera oportunidad y muy temprano por la mañana la puerta estuvo abierta. El único lugar que no podía revisar era el balcón: desde que tengo nuevo roomie (un francés desfachatado, pero abismalmente más agradable que el último con el que tuve que compartir casa), ese balcón ha pasado a su propiedad y sería de pésimo gusto meterme a su cuarto para husmear con la excusa de que no encuentro a mi gato en mi departamento de tres habitaciones, más cocina y baño.
El caso es que sí estaba afuera, asoleándose. Y también eso me preocupa (qué quieren, soy un padre sobreprotector): justo frente al balcón están las ramas de una soberbia jacaranda, donde por supuesto anidan chorros y chorros de pájaros; a cuatro pisos de altura y con la constante tentación de pajaritos piando, siempre tengo la impresión de que alguno de los dos va a tener la ocurrencia de brincar.
Ya calmado al saber el paradero de mi hijo, preparé café y me senté a dibujar. De pronto me llamó la atención un movimiento brusco de Fuchi: se agazapó y despacito se acercó al filo de la cama. Supuse que le iba a brincar encima al Timoteo y como todo dueño de gatos les puse el ojo y empecé a reírme para mis adentros. Cuando por fin le presto atención al gato, noto que carga algo en el hocico; suelen jugar con bolsas para la basura, tienen seis pelotas de diferentes tamaños, una vez cada cuanto asaltan el bote de la basura y sacan huesos de pollo, las bolitas de papel los entretienen varias horas y las envolturas de celofán son sus preferidas. ¿Qué trae este cabrón?
Epifanía: por fin pescó un pájaro. Pinche gato... Con cuidadito lo pesco a él del cuello y le saco el gorrión. Yo sabía que aquel otro gorrión no se la iba a pasar bien con mis gatos, y esto me lo comprobó (aunque evidentemente no lo necesitaba, pero me encantan las perogrulladas). Está mugroso y mojadito, algo desplumado, bastante agitado. No sé cuántas sean las pulsaciones por minuto de un gorrión, pero seguro tenía taquicardia. Después de una brevísima revisión, mi conclusión clínica [sic] fue que Timoteo nomás lo pescó, pues no tenía marcas de dientes ni manchas de sangre, aunque probablemente le rompió un dedo (o quizá ya estaba bien roto) porque se le veía chueco.
Salgo al balcón (con tu permiso, francés, pero la puerta está abierta y no tengo más opción que cruzar tu cuarto... espero que no te moleste), y el bicho no se mueve. El francés me mira, luego al gorrión, luego a Timoteo, y pone cara de susto. No, no está muerto: deja ver si quiere volar. Abro la mano, el gorrión hace como que reacciona, me mandan otra vez a la mierda y vuela tan pronto como puede. Quizá mi diagnóstico clínico no fue tan acertado, porque más bien caía con gracia como Buzz Lightyear y con alguna dificultad llegó al primer árbol que se le cruzó, que por cierto no fue la jacaranda. ¿Pero qué hacer si uno de veterinaria no sabe más que es indispensable llevar a los gatos a que los vacunen?
Por supuesto, Timoteo me acompañó todo el tiempo, indudablemente para asegurarse del correcto trato hacia el pajarillo, su salud y vuelta a casa...
Y otra vez (esto es uno de los albures más básicos... ni modo) tengo un pájaro en la mano, otra vez se me olvida el mundo por un instante, otra vez un bicho que más parece plaga (sí, me lavé las manos inmediatamente después) hizo un momento, otra vez sucede que las cosas pequeñas son las importantes. Sí, son gorriones diferentes, pero ¿quién corchos dice que la experiencia no es en esencia la misma?

viernes, 18 de julio de 2008

Y nada más

Esto me ha pasado ya no sé cuántas veces (tendría que revisar los archivos para saberlo, y francamente me provoca pereza). Hoy consideré abstenerme de publicar una entrada, pues no tengo nada que decir; o será quizá que algún sutil resabio de tristeza no me lo ha permitido. Dejemos esa especulación de lado; a fin de cuentas, ¿qué importa?
Ésta fue la tercera canción que sonó esta tarde en mis audífonos -curiosamente, The Beatles hoy sonaron bastante en mis audífonos-. Me es increíblemente conmovedora; y el motivo me importa un corcho. Como las cosas que son grandiosas, es irrelevante investigar sus causas. Pasando la estafeta de Lennon a McCartney, let it be.
Por un momento estuve tentado a contar la historia de la grabación, pero para eso no me necesitan: el Wikipedia resuelve más dudas que la Enciclopedia Británica. Basta decir que casi todo lo que se oye, salvo las vocales de Lennon, es el audio original.


miércoles, 16 de julio de 2008

¿De quién es el sillón?

Si bien es harto interesante (o se supone) indagar en los más recónditos espacios de mi cabeza y ordenar ideas con un propósito críptico que nomás yo entiendo, también es cierto que cualquiera se cansa de ser serio. Tengo por mala costumbre, tirano como soy, torturar por diversos medios a quien se deja; sin embargo, tampoco se trata de que mis lectores tengan una relación masoquista conmigo (chicas, si de pura casualidad les interesa, bien se podría reconsiderar el punto... Hagamos como que no dije ese chiste, ¿va?).
Muchas y muchas y muchas veces he dicho que mis gatos tienen el imperio de mi casa. Y eso es una perogrullada más en este blog: los gatos siempre son los señores del lugar donde ponen la pata. Si no me creen, pregúntenle a Simon: su gato se parece un chorro a Timoteo...

martes, 15 de julio de 2008

Construcción cronométrica

Disculparán ustedes, amables (cuatro) lectores si estas últimas entradas han versado sobre ideas mías rumiadas de camino a casa y a esta oficina. Lamentablemente (para ustedes) el hecho de que yo tenga menos trabajo o al menos éste sea más disperso implica que puedo pensar un poco más. Si habrán de culpar a alguien, pasen con el secretario académico que decide los calendarios de la UNAM, y después con mis editoras y editores.
En fin, que ayer tentaron mi capacidad para alisar mis pensamientos y darles alguna lógica, con la sutil esperanza de que el resultado fuese suficientemente claro como para que tuviera algún sentido escribir sobre el asunto. A ver si sí...
¿Cuánto es capaz de abarcar nuestra atención? Algún estudio al respecto arrojó hace unos años (no pregunten datos concretos: son cosas que recuerdo no sé cómo) que la atención del sujeto promedio frisaba los tres minutos y medio. Si alguna vez se han preguntado por qué no terminan de leer algunas de las entradas de este blog, he ahí la respuesta. Curiosamente (o perversamente), los sencillos radiales, los videos musicales, los comerciales televisivos, las cápsulas televisivas, los tráilers cinematográficos, y etcétera, rara vez pasan ese lapso. Algunos especulan que un perverso cuerpo de análisis notó el hecho y subrepticiamente delimitó esos tiempos; otros, un poco menos paranoicos, especulan que los medios de comunicación han modelado un chorro de capacidades, entre ellas el criterio y el sentido común (maldito oxímoron...).
Peor: ¿algo puede asaltar nuestra atención al punto de volverse único y exclusivo? ¿Puede algo instituirse el centro absoluto de la atención, de MI atención? Tengo dos gatos y como padre responsable y amoroso que soy (ajá...) a ellos me entrego sin empacho; tengo (todavía) cuatro trabajos que me absorben, y si no estoy pensando en los pendientes de uno, estoy resolviendo los de otro, o estoy resolviendo cosas de dos (o tres) trabajos al mismo tiempo (bueno, algo parecido); tengo una casa que administrar y dos inquilinos a quienes cobrarles la renta y el gas y la luz y todo lo demás, dos inquilinos para lidiar y sacar los dientes de ira una vez cada cuanto y ladrar cuando las cosas no fluyen; tengo un cuerpo adolorido y más viejo de lo que en realidad es, al que debiera prestarle atención una vez cada cuanto y hacer caso cuando me grita.
Supongo que son pocos los que pueden abstraerse de tal modo que en verdad haya un único objeto de atención, un absoluto. Es más: supongo que han sido poquísimos en la historia quienes lo han logrado. Se me ocurren (quien quiera desmentirme o ampliar la lista, sírvase pasar a los comentarios) personajes como Santo Tomás de Aquino, San Agustín, Santa Teresa de Jesús, Job (Job, ¿vería otra cosa que Dios? Job, que no veía daño en perder toda su hacienda y vida); un poquito más cercano a nosotros, Søren Kierkegaard, que renunció a Regine, su prometida, a la "fama" filosófica, a una vida "normal" por dominar el estado religioso, lo único que tenía valor. Admito que no conozco o al menos no se me ocurre otro ejemplo más contemporáneo.
En parte se debe a la manera en que se distribuye nuestro tiempo hoy día y la cada vez más escasa posibilidad de dedicar largos periodos a una sola actividad. Si me sigo con el planteamiento de una entrada anterior, nos hemos acostumbrado a vivir instantes: antes había oportunidad de tener largos momentos, y la gente se dedicaba a buscarlos, o a construirlos.
Y siguiéndome precisamente con esa idea, se requiere de un momento -jamás un instante- para que sea absoluta la atención. Algo puede abstraerme y secuestrarme hasta de mis gatos, pero sólo será por un corto periodo. Y sin embargo, nada más tendrá importancia alguna.
He de advertir, entonces, que algo comienza a producir esos momentos; digamos, por otra parte, que en este instante tengo intención de hacer que se sigan uno detrás de otro casi encadenados, que sobrepasen a cualquier otro en su constancia, que los objetos de mi atención se reduzcan en cantidad y condición. No puedo hacerme un momento perpetuo como los arrobos de Santa Teresa, pero al menos puedo intentarlo: de necedad se nutren las grandes empresas.

viernes, 11 de julio de 2008

Uno sí y uno no

Vadinho -recomendado del señor Xotlatzintla-, meticheando en este blog, tuvo la providencia de mandarme esta liga. Me guardo de decir sobré qué versa el asunto, salvo que no pregunten, dejen de hacer lo que sea que estén haciendo y consulten. Tales son las virtudes de un tirano.
Al margen de eso (y aquí es donde empieza lo críptico), ¡qué terrible es la ansiedad! Y nada me desagrada más que la incertidumbre. Como si no fuera suficiente venir todos los días (en periodo vacacional) a esta oficina a tratar de terminar lo que hace un mes (o dos, o tres) estoy arrastrando y verme obligado a resolver tan inmediatamente como me es posible los asaltos de impertinencia editorial de otros ("Ay, perdón: se me olvidó mandarte estos cuatro artículos de dos cuartillas cada uno. ¿Verdad que me los puedes tener al rato? Llevamos un poquito de prisa: ya sabes que ya está todo en diseño.") y postergar a cada ocasión lo que de verdad es importante, encima de eso la preocupación me toma de la barriga y no me suelta; y por más que trato de concentrarme, lisamente no puedo.
¡Qué terrible es el cariño en ocasiones!

miércoles, 9 de julio de 2008

De donde parte el robo

Sí, ayer también porstergué a Girondo, pero tenía una cita que al final no se hizo. ¡Qué raro es presentarse a entrevistar al que va a ser el reemplazo en el trabajo que acaba de dejar! Bueno, eso es relativo, porque no entrevisté a nadie y no dejan de darme trabajo.
En fin, al quid.
Oliverio Girondo (1891-1967) fue el poeta más radical de lengua hispana. Digamos que si los americanos tienen a cummings, los argentinos tienen a Girondo. Lo más interesante es que a cada libro es más radical, y a cada libro es más impresionante su poesía.
Desde la ironía más filosa que uno pueda encontrar hasta una ternura que ni de lejos se lleva bien con globos de corazones y cartas escritas en papel rosado, pasando por un erotismo exquisito, la poesía de Girondo me abrió otra perspectiva de lo que significa la literatura. Quizá lo haga con ustedes: recordemos que las cosas que a mí me gustan, a otros tantos les parecen actos de franco terrorismo.
Más les vale que lo disfruten, porque en lugar de pasar tranquilamente mi tarde en casa, estuve un chorro de horas peleándome con el InDesign, y yo de diseño no sé un carajo... (bueno, ya: si no lo disfrutan, está bien. ¿Actos de terrorismo?)
Hace unos días dije que a alguien le robaba yo sus recursos para escribir lo mío. Aquí está la respuesta; por supuesto, me faltan como quince años luz para acercármele, pero de disciplina se nutre el arte (chale, qué pretencioso suena eso... Disculpen mi impertinencia.).

girondo
girondo.pdf
Hosted by eSnips

Addendum: disculparán ustedes si no puse antes la ficha bibliográfica, pero tuve que salir intempestivamente y sin mayor uso: para la hora en que llegué a la estación del metro, ya habían cerrado la puerta. Nada de qué quejarse: caminar de madrugada por esta universidad es una gloria y hasta los tlacoaches se dejan ver.
Antelo, Raúl (ed. y coord.). Oliverio Girondo: obra completa. Edición crítica. Col. Archivos, 38. Madrid, Barcelona, Lisboa, París, México, Buenos Aires, Sao Paulo, Lima, Guatemala, San José, Santiago de Chile: ALLCA XX, 1999. 798 pp.

lunes, 7 de julio de 2008

Cronometría

Dejo (nuevamente) para mañana a Girondo: hay un par de pendientes que resolver primero y resulta por demás importante terminarlos pronto.
Una idea ha estado revoloteando en mi cabeza -como la mariposa de Blas- desde anoche. Por supuesto, la rumié todo el camino a casa desde esta venerable oficina (ya debería darle un toque hogareño: paso más tiempo aquí que en cualquier otro lugar de la Tierra); por supuesto, la seguí rumiando de camino a esta venerable oficina el día de hoy.
Me chocan esas frases de libro de autoayuda que sentencian la necesidad de ver perpetuamente la belleza, aún donde no la hay. Rimbaud respondió (antes de que existieran los libros de autoayuda [qué tiempos aquéllos], en 1873) mejor de lo que yo podría hacerlo: "Una noche senté a la Belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la injurié."; a los 19, sin duda tenía más capacidad para comprender cómo funcionan los sistemas del mundo que cualquier pseudoautor cuarentón, experimentado, con conocimiento de la vida...
El asunto no es encontrar belleza en absolutamente todos los rincones del mundo: ¿alguien ha visto amapolas floreciendo en una porqueriza? ¿Alguien encuentra hermosa una porqueriza? Seguramente alguien sí lo hará: hay de todo en las viñas del señor...
El asunto, repito, no es encontrar belleza, sino saber reconocerla. Por tanto, cada sujeto y de forma absolutamente independiente (bueno, en el mundo ideal: es claro que hay miríadas de imbéciles sin criterio) determina los valores por los cuales considera que algo pertenece a ese rubro o cualquier otro. Más todavía, el hecho per sé y la materia que lo compone no son suficientes para determinar su belleza: el tiempo incide en esa capacidad de reconocimiento. Esto, por supuesto (a todas luces), es una perogrullada: la física cuántica que diga todas las cosas que a mí me faltan, y que el sentido común haga las insinuaciones pertinentes.
Según yo (según yo), los eventos pueden dividirse -según su incidencia temporal- en dos: los instantes, y copio del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, son porciones brevísimas de tiempo, cuya relevancia va de mínima a nula, por lo que es sencillísimo olvidarlos o dejarlos de lado. Los momentos, por el contrario -y copio nuevamente del Diccionario, aunque sólo una acepción- son lapsos más o menos largos que se singularizan por alguna circunstancia. Volviendo a la física cuántica, o haciendo como que puedo valerme de ella, un instante tiene una marca de tiempo específica; un momento es un instante al que se le arrancó esa marca, se hace relativa, se puede distender en todos los planos sin perder sus particularidades. Probablemente cometo algún error al aventurar la distinción: algún día me daré el lujo de estudiar bien el asunto de la cuarta dimensión.
La pregunta es qué arranca esa marca de tiempo. Lo mismo que con la belleza, depende de cada sujeto: la música que a mí me gusta crea, por lo general, momentos, y sin embargo resulta un atentado terrorista para muchísimas otras personas. Si uno extiende lo anterior en un ejercicio silogístico libérrimo, no podría haber belleza en un instante; hagamos una suposición más: las necesidades temporales de la belleza sobrepasan la capacidad de contención del instante. Oh, bendita relatividad.
Empiezo, de manera más bien tímida y lenta, a construir momentos nuevamente, después de ya mucho tiempo; falta, cierto, pero esa distención temporal está obligada a abarcar hechos previos, los subsumidos, los negados: la construcción no es lineal. Los instantes son divertidos, pero no veo motivo por el cual los eventos en mi vida se diluyan en mi memoria y no tengan incidencia significativa.
Buscaba un incendio: empieza a arder.

viernes, 4 de julio de 2008

Histéresis (no, no estoy histérico)

Hoy tuve el impulso de levantar poemas de Girondo: hace ya un chorro que no aparece aquí nada que tenga que ver realmente con literatura -salvo una que otra curiosidad incidental- y se supone que este espacio se iba a dedicar a eso (ah, pero te encanta pasar el chisme y promover la metichería ajena...). Sin embargo, el internet es cosa de poco fiar y nada de lo que encontré sirve para mis fines, así que será hasta la semana que entra (o el domingo, porque ya me estoy haciendo a la idea de que voy a tener que venir, otra vez).
En fin, para compensar, una reflexión profunda que deriva en algo ridículo:
Mientras hacía mi investigación sobre cambio climático (que aparentemente nunca va a terminar: tanto dato que considerar, tantas cosas que hacer, tanta información), el Wikipedia -casi tan sabio como Eclesiastés- me dijo lo siguiente: "En términos generales, casi todas las formas de variabilidad interna en el sistema climático pueden reconocerse como una forma de histéresis, lo que significa que el estado acutal del clima refleja no sólo los acontecimientos, sino también la historia de cómo llegó ahí. Por ejemplo, una década de condiciones secas puede causar que los lagos se encojan, se sequen las planicies y se expandan los desiertos. En consecuencia, estas condiciones pueden provocar que llueva menos en los años siguientes. En resumen, el cambio climático puede ser un proceso que se auto-perpetúa pues diferentes aspectos del ambiente responden a diferentes escalas y en distintos modos a las fluctuaciones que inevitablemente ocurren".
Ahora, la histéresis, en la definición de la Real Academia, implica fenómenos biológicos y físicos: "[...] el estado de un material depende de su historia previa. Se manifiesta por el retraso del efecto sobre la causa que lo produce". ¿Qué tal si yo soy ese material?
Presumo, por añadidura, que mi estado físico (ñango, por debajo de los 50 kilos desde hace no sé cuántos años [ténganme envidia, reinas], con una inamovible cara de cansancio, ojos enrojecidos, dolores varios repartidos por el cuerpo) se ha perpetuado tal a fuerza de excesos, y presumo también que dicha perpetuación tiende ad infinitum en tanto cada vez parece que tengo más cosas que hacer y tantísimo menos tiempo para terminar.
Hoy, lo mismo que hace varios días, tengo cara de borrego a medio morir.

jueves, 3 de julio de 2008

Arquitectura dinámica

Nuevamente, benditos y bizarros mis trabajos que me exponen a experiencias que me serían absolutamente inaccesibles desde mi oficina (bueno, técnicamente aún lo son, pero al menos hay un conocimiento vicario).
Mi revistita de arte me ha acercado a un pequeño universo que hace un año me importaba un carajo; habrá que admitir que la abrumadora mayoría de ese universo me sigue importando un carajo, pero al menos una respetable minoría me sorprende.
Ahora, en mi más nueva adquisición laboral (aunque la frase correcta debiera tenerme a mí por objeto) me expongo a tecnologías limpias, sustentabilidad, ecología, economía... Empiezo a tener un brote paranoico y de pronto me sorprendo en un intento por elucidar algún proceso para secuestrar grandes cantidades de dióxido de carbono y vapor de agua, como si el solo sentido común y lo que recuerdo de mis clases de física y química de hace diez años fuesen suficientes para resolver el asunto; total, qué conocimiento podrán tener esos respetabilísimos doctores en ingeniería que supere al mío... La ilusión, la esperanza y la estupidez son las características más comunes entre los que pretenden cambiar el mundo.
En fin, que corrigiendo un artículo sobre arquitectura dinámica, me topé con este video. En términos simples, un equipo de locos decidió que ya se habían aburrido de los rascacielos como han sido desde los últimos cien años, así que se dieron a la tarea de diseñar lo que van a ver, y además de todo se empecinaron en que sirvieran para algo.
Cada piso se hace en un proceso industrial (al carajo con las cuadrillas de albañiles gritando a diestra y siniestra "Mamacita, quién fuera tu zapato... piernuda" [aunque el folclor del doble sentido y el piropo es rebonito]) y se ensambla in situ; lo único que se construye -en el sentido convencinal de la palabra- es el eje de rotación. En dos terceras partes del tiempo que tomaría terminar la torre se encuentra en condiciones de ser ocupada.
¿Lo lindo? Entre cada piso hay una turbina de viento y paneles solares por todos lados, así que el bendito edificio es autosuficiente en su consumo energético y todavía capaz de generar la electricidad requerida por todo Dubai: para sí mismo requiere la producción de ocho turbinas, así que las cuarenta que quedan que se las consuma la compañía de luz de la ciudad.
A resumidas cuentas, o los magnates multimillonarios (nomás para que no se nos olvide nuestra miseria, el segundo millonario más millonario del mundo [y que cada cuanto desbanca al que más] es mexicano y dueño de la mitad del continente) traen a estos locos y hacen varias torres eólicas y se dan el lujo de hacerse todavía más millonarios con las ganacias que reportan a mediano plazo o nos va a cargar la mierda con el cambio climático.


miércoles, 2 de julio de 2008

Oscilaciones

Hoy es uno de esos días en que todo tomó un curso espectacularmente distinto del que esperaba. Más todavía: ni siquiera sabía qué corchos esperar (no hay nada más peligroso que una cabeza cansada).
Y la cosa resultó para bien, y me tiene más tranquilo, y más contento, y al menos puedo trabajar sin que una idea loca revolotee en mi cabeza. En suma: todo va para mejor.
Sin embargo, entre tazas de café y la excitación de una conversación acalorada, uno requiere un estatequieto: qué difícil temblar tanto. Algunos gloriosos ejercicios de piano, que producen algo entre dos márgenes que no sé describir.

Oscillate wildly