martes, 31 de marzo de 2009

Fin de la hibernación

Justo cuando estaba a punto de caer en uno de esos penosos momentos y sumirme en una desesperación de las que me muerden un pie y no sueltan durante mucho rato, un balazo veloz de diseño, una cuenta pendiente, una sonrisa de ésas (matadora), una conversación de ésas (las que le recuerdan a uno las cosas y los libros importantes, las que hacen que uno mire con nostalgia los momentos que no fueron hace muchos años, las que dejan entrever la alegría de otro por las cosas pequeñas, y que se contagia), una cerveza prometida, unas tarjetas de presentación prometidas, una cita de trabajo anunciada y la inminencia de un viaje que espero desde hace un mes y medio me hacen recuperar el aire.
Y encima de eso, el oso que vive en mi barriga empieza a estirar las garras y quitarse la modorra: comienza la temporada de caza y un hambre atroz ya lo espabila.

lunes, 30 de marzo de 2009

A New World Order

La noche de ayer clausuró el Festival: el Balkan Beat Box es pura diversión, y el Asian Dub Foundation es feroz; en un país como éste, su dinámica de trabajo, composición y reflexión social y política son una aguja quebrando hielo. Estoy convencido de que sí hay otra manera de pensar las cosas, el mundo y la realidad se pueden resolver de otra manera.
A pesar de que pudo ser mi concierto favorito de esta edición del Festival, lamento decir que no: hubiera sido mucho más divertido de haber estado más cerca del escenario para escuchar mejor. Siendo francos, el audio fue pobre. Al margen de eso, y muy probablemente porque esperaba una versión exponencial, algo me resulta de mayor relevancia que el concierto.
Debido a mis rasgos paranoides y -en palabras de Lemuel- a una memoria feliz, salgo con la predisposición de encontrarme con alguien: en bares, fiestas y eventos de vario color, suelo reconocer rostros que vienen de muchos rumbos, que son familiares. Entre los muchos miles que tapizaron ayer la plancha de la segunda plaza de armas más grande del mundo, efectivamente encontré a alguien: iba con un grupo de amigos, y en determinado momento, justo cuando se iba, se dio la vuelta y me reconoció. Ella no lo sabe, pero la había visto una hora antes, y la había perdido de vista y me había resignado a no verla de nuevo; y por el concurso de las circunstancias, después de que mis amigos decidieran irse (hartos de la humareda de marihuana), me paré detrás de ella, en lo que a ella y a mí nos pudo parecer un accidente. No la busqué, es cierto, pero sigo sin creer en la casualidad.
La conocí hace unos doce años, en un áshram; en ese centro conocí a mucha gente, y a la fecha muchos me reconocen, aún cuando desde hace siete años no pongo pie por ahí. La comunidad de jóvenes (v.g. entre trece y 24 años) me conocía bien porque yo era el encargado de la cafetería y a cada reunión yo contaba mi experiencia de meditación, con irreverencia y sarcasmo, cosa que no era usual en ese entorno solemne y pacato. Terminada una de esas reuniones, nos quedamos viendo, con una sonrisa amplia, y tímidamente me acerqué (ya nada podía hacer para evadirla): "Me dan mucha risa tus comentarios", y en adelante platicamos unas cuatro horas, a pesar de que los dos teníamos cosas que hacer.
Me enamoré perdidamente de ella, o eso me decía: la infatuación conserva una importante distancia del enamoramiento y otra tanta del amor en sí mismo. Salimos en un par de ocasiones, la llevé al teatro y le contaba del libro que estaba leyendo (en tercero de secundaria, Carmen Carrillo -crucial en mi formación literaria y mi maestra de Español- nos dio la opción de leer Cien años de soledad o La ciudad y los perros; por algo lo levanté de nuevo el mes pasado). Un día me decidí a confesarle que estaba "enamorado" de ella: se lo susurré al oído (me faltó la voz), temblando, con las manos entumidas, incapaz de comprender su reacción, que fue un paso atrás, abochornarse, y darme las gracias con la mirada baja.
Uno o dos meses después, en una tarde de hastío, escribí el primer borrador de un cuento que trabajé obsesivamente; uno de los personajes era ella. Le di el cuento a Carmen, quien tuvo la deferencia de dudar de mí y preguntarme quién lo había escrito, lo que demostraba que era razonablemente bueno. Dicho con toda propiedad, ellas dos son las principales razones por las que esto comenzó. Y no les he agradecido con el debido rigor.
Hacía siete años que no la veía, y en cuanto la reconocí, me asaltó la sorpresa y sentí un golpe en la cara y la espalda fría. Eso tampoco lo sabe. Fue un gusto encontrarla y ver que es tan linda como la recuerdo; sólo para no variar con respecto a mi incapacidad social, poco pude decir y preguntar, salvo los rigurosos "¿Cómo estás?" y "¿Qué has hecho?".
Quiero creer, arrogante como soy, que ninguno de los dos sabía qué hacer con el otro: yo miraba al frente mientras caminábamos al metro, ocasionalmente intervenía en la conversación de sus amigos y hacía comentarios sobre lo maravilloso que es el Centro; y sentía su mirada (presumo de curiosidad) que saltaba de mí a otra cosa cuando la miraba de vuelta.
He de decir que en otro tiempo, si la hubiera encontrado, muy probablemente sentiría la tentación de intentar una relación con ella; pero no: lo único que se agitó fue un recuerdo, y no queda sentimiento (porque no lo hubo, si somos honestos y miramos la cosa con objetividad). Ello no implica que no me gustaría tenerla por amiga y aprender algo.
El mundo se reacomoda, y yo sigo sin entender cómo.

viernes, 27 de marzo de 2009

Formica divinae

Gabriela me hizo un comentario que, por un azar, resonó con un correo que recibí justo un día después. Resumo y traduzco las ideas más importantes de aquel correo:
El punto focal de mi meditación es rendir, una y otra y otra vez, todos mis pensamientos. Requiere un enfoque incansable, continuo y sin fin hacerlo.
[...] Meditación Zen extremadamente simple: tus pensamientos son como peces saltando fuera del agua en el océano; tu mente cree que si dejas de pensar, si los peces dejaran de saltar, morirías o incluso desaparecerías. De hecho, lo cierto es lo contrario: si la mente guarda silencio, más o menos renaces, un sentimiento de "volver a casa".
Intentar y detener el pensamiento no es posible; el truco es simplemente relajarte, cerrar los ojos, mirar justo al frente a los puntitos de luz bailarines y mantener tu atención en ellos tanto como puedas. Por supuesto, los peces seguirán saltando. [...] Lo que debes hacer es dejar la curiosidad y el interés por los pensamientos, dejarlos hacer lo suyo y mantener la atención en los puntos de luz, sin distracción. Esto requiere una atención INTENSA; ayuda pretender que tu vida depende de ello.
De ahí, ten una intención, una oración, para mirar el océano debajo de los pensamientos. [...] La mente ya está 99 % callada, pero estamos hipnotizados por ese molesto 1 %, así que sólo debes descubrir el resto.
[...] El truco reside en dejar ir cada pensamiento desde el momento en que surge, y seguir atento a los puntitos de luz. Y no hagas nada más: no trates de sentir nada, enfócate en los puntos, ignora todo lo demás. Se requiere un poco de fe, y paciencia.
[...] Si te mantienes en calma y atento, eventualmente pondrás en silencio tu mente y "te volverás" el espacio. Vas de lineal a no-lineal, de ser el contenido a darte cuenta de que eres el contexto.
Ya he confesado en otras ocasiones (no me acuerdo cuáles) ese periodo new-age de mi vida; los resabios persisten, pero de manera tan sutil que apenas se asoman en mi persona. Dos (quizá tres, pero ése no es materia de discusión) fueron los motivos por los que me alejé, a saber: la feroz tendencia a usar términos abstractos que no tienen un correlato con el mundo conocido y sensible, sin parámetros de reconocimiento y que sólo oscurecen la explicación que hacen (sí: mi cerebro racional pseudocientífico está al frente de esas afirmaciones; sí: la ciencia recurre a los mismitos procedimientos las más de las veces). Si de un lado es cierto que la materia de ese universo es otra a la del nuestro y por tanto se debe configurar un lenguaje que le sea adecuado, no he encontrado quien defina sus elementos. Es bien curioso darse cuenta que quieren jugar a que son matemáticos y usan axiomas, sin antes haberlos demostrado o explicado: no eres Euclides, tío.
El otro motivo es que nunca me enseñaron o lograron que entendiera cómo meditar. Vamos, me han dicho que me rebosa la magia desde el fondo de las tripas, pero nadie ha tenido la delicadeza de darse a entender. Y otra vez, no ha habido un lenguaje nuevo ni un correlato.
Por primera vez, en la explicación de este tío, encuentro un ejercicio de meditación claro y que construye un pequeño universo referencial comprensible; pero inmediatamente me asalta la sospecha. O más bien, mi necedad por subvertir presupuestos sin mayor uso que organizar debacles innecesarias.
Un postulado del Zen es el vacío, la ausencia de deseo, pensamiento, identidad, et al., la fusión del todo en un no-lugar donde no hay tiempo ni distinción. "La mente ya está 99 % callada, pero estamos hipnotizados por ese molesto 1 %"; ¿qué sucedería si el intento fuera en sentido contrario, si la lucha feroz no fuera por vaciar a la mente de sonido, sino llenarla, multiplicar ese 1 % y ordenarlo de manera que todo tuviera otra consonancia? Las paralelas se tocan, las conclusiones son las mismas: por oposición no se hace más que probar y validar lo rechazado.
Sin duda, el silencio es consonante con absolutamente todo: John Cage lo descubrió en una cámara anecoica. "No entendieron. No hay tal cosa como el silencio. Lo que pensaban que era silencio, porque no sabían escuchar, estaba lleno de sonidos accidentales. Podías oír el viento soplando afuera durante el primer movimiento. Durante el segundo, las gotas de lluvia comenzaron a estampar el techo, y durante el tercero la gente misma hizo toda clase de sonidos interesantes cuando hablaba o salía de la sala."
A veces llego a la conclusión de que quisiera llenar todo ese espacio, no con conocimiento crudo, sino con sonido mismo quizá, a momentos ordenado, a veces caótico, sonando y resonando en todos los rincones, encontrando lentamente -ya por su propia cuenta o por mi orden o delirio- una forma que conviva sin excluir. Supongo que si existe algo divino, tendrá que ser algo entre una banda de Möbius al hipercubo y una hiperesfera.



jueves, 26 de marzo de 2009

The bitter and the torn

And so once again
My dear Oli, my dear friend
And so once again you are readin'em all
And when I ask you why
You raise your arms and nod, and I fall
Oh, my friend
How did you come
To get so bitter and then torn

You say I have turned
Like the enemies you've loved
But I can remember
All the good things you've done
And so I ask you please
Can I help you stop the read and the harm
Oh, my friend
What time is this
To trade reality for a hint

And so once again
Oh, Fine Reader my friend
And so once again you are readin' us all
And when we ask you why
You raise your arms and nod, and we fall
Oh, my friend
How did you come
To get so bitter and then torn

You say we have turned
Like the enemies you've loved
But we can remember
All the good things you've done
And so we ask you please
Can we help you stop the read and the harm
Oh, my friend
We have all come
To feel the shredding of your torn

-Joni Mitchell, although heavily perverted


Buenos días, corazón - Le Mans

martes, 24 de marzo de 2009

Un carbón ardiente

Como no encuentro manera para describir lo que vi el sábado:



Zu + Mike Patton quartet; Kenji Haino abrió el concierto, y he de admitir que me cansó terriblemente.
Al margen de eso, imágenes de Scarful, que de pronto se me antoja uno de los mejores ilustradores que he visto jamás.

viernes, 20 de marzo de 2009

Kamikaze

Sentado frente a la computadora, leyendo un trabajo que hay que entregar el lunes. Tarea difícil: Chunky Move es una brutalidad y regresé a la casa temblando. Sin embargo, la disciplina debe ser más poderosa, y mejor avanzar a pasarme el fin de semana leyendo ciencia.
Me llama un ruido a mi izquierda: por segunda vez desde que vivimos en este departamento, Timoteo hizo un esfuerzo supremo y se subió al clóset. Casi medianoche, me voy a dormir, le rasco la cabeza al gato antes de echarme yo también.
Dos de la mañana (o algo así: no vi la hora realmente) y vuelvo a despertar de mala manera: el gato cabrón me cae en la barriga de lleno, desde lo alto del clóset, o 1.2 m de caída libre. Además del susto, me sacó el aire.
Me costó mucho a) recuperar el aliento, b) volver a dormir, c) dejar de insultar al gato en su camino a la sala.
Pinches gatos: miren si los he de querer. Definitivamente mis hijos son la mayor amenaza a mi persona.


Si la luz y el ángulo lo permitieran, leerían "8 kg".

jueves, 19 de marzo de 2009

La esperanza y el iris

La espontaneidad se practica.
-Franz Klein

El Teatro de la Ciudad ayer no supo a mojito ni a matzá: fue algo como ajenjo con láudano, un cubito de azúcar quemada, una medida de THC destilado y el vino de Borgoña más duro que se encuentren. Esos cuatro señores __________ [rellene con la expresión eufórica que le venga a la cabeza, porque a mí se me vienen un par de decenas y no sé ponerles orden].
Para mi mala fortuna, no alcancé boletos baratitos, a cincuenta metros del escenario, y me vi forzado a tomar un lugar en platea; me quedé en tercera fila, en el costado izquierdo del Teatro. Qué maldita suerte la mía...
Sin siquiera decir agua va, Han Bennink empezó a tocar la batería; Marc Ribot ni siquiera se había sentado ni conectado la guitarra, y Greg Cohen apenas estaba levantando el contrabajo del piso. Y sin decir agua va, empezó a tocar la tarola con el tacón del zapato y a golpear los platillos con una toalla. De verdad, ese señor toca lo que sea, y sentado en el escenario, golpeó la duela, las suelas de sus zapatos, el atril de un micrófono, se metía las baquetas a la boca, y remató acostado, en lo que cualquiera pensaría que es un estertor harto doloroso. Alguien me dijo que un buen baterista se reconoce porque siempre está haciendo algo: Bennink es el hipercubo de eso.
Ribot, el que le seguía de atascado, me dio el momento de más felicidad: después de un largo pasaje de texturas sonoras, empezó a rasgar las cuerdas en los puentes, ahí donde nunca han visto a un guitarrista hacer un solo porque simplemente no es espacio convencional de ejecución. Sin escalas, pensé en una caja de música y en una canción de cuna. Justo después se desquició y eso se volvió un delirio.
La persona de Ray Anderson me pareció extraordinaria: durante todo el concierto pareció encantado y sorprendido de lo que hacían los demás y a cada instante miraba a Greg Cohen con una sonrisa, como diciendo "en la madre, ya perdimos a este tío; y qué bueno: es la onda". Sus solos sonaban a veces como blues, a veces con una melancolía súper linda, a veces con una risa (se veía que estaba echando chistes que nomás él entendía), a veces como una ola, a veces como jazz "convencional" (si alguna vez ha existido eso), y rara vez como algo que pueda reconocerse o asociarse con otra cosa.
Pero Greg Cohen... Ayer decidí que quiero aprender a tocar el contrabajo, y esta vez no es como cuando digo que quiero amigos como James Turrell o que un día de éstos voy a escribir mi Ciudad y los perros (toda proporción guardada) o que ya pronto voy a empezar a nadar. En el programa de mano lo calificaban del "guardaespaldas perfecto", y ya antes lo habían considerado el cuerdo que le ponía orden a Masada cuando John Zorn perdía el suelo: Cohen es un ejemplo glorioso del uso e importancia de los límites de que hablaba Calvino. No hace nada extraordinario con el contrabajo, salvo tocar dentro de todos sus registros con una sencillez (jamás exenta de virtuosismo) sorprendente, coadyuvando a los otros y marcando el ritmo, esperando paciente el momento en que él debía llevar.
Y ahí fue donde, otra vez, la gente jodió la cosa: justo cuando el solo brincaba a Cohen, algún necio gritaba y aplaudía y el Teatro entero aplaudía, y Cohen se detenía y se le veía un cierto disgusto por la interrupción; en consecuencia, lo pararon tres veces y no abundaron sus solos. Supongo que a ése que gritaba nunca se le pasó por la cabeza que la improvisación exige un oído finísimo y una concentración feroz. Bennink calló a la gente en un solo.
Quiero creer que se llevaron una gran impresión de su público, pues los cuatro se mostraban contentos y se vieron forzados a regresar el escenario dos veces: a su segunda salida, la gente no paró de aplaudir durante cinco minutos, los últimos dos acompasados los aplausos. Me gusta pensar que ninguno (Han Bennink tiene más de cuarenta años de carrera) ha tenido un público tan feroz como nosotros; me encanta mi arrogancia.
En definitiva no podía llegar a mi casa, así que tuve que ir por una cerveza: simplemente no podía brincar de ese estrépito a la comodidad de mi cama y los ronroneos de mis gatos. Hubiera preferido una borrachera de ésas que son mala idea entre semana, pero no hubo quién me reclutara en su fiesta.

miércoles, 18 de marzo de 2009

martes, 17 de marzo de 2009

Aquí como allá

Si mi memoria no me traiciona, Roland Barthes distingue el placer del goce según la atención y apertura requeridas para lo segundo: llegan a tal extremo que rayan en el aburrimiento. Para un observador, quien se apasiona por algo realiza una actividad absurda y asquerosamente aburrida, sin beneficio de ningún tipo. La materia de trabajo de Barthes en ese ensayo era la lectura de una novela realista (placer) y una moderna (goce).
El domingo, las Percusiones de Estrasburgo tocaron Le noir de l'etoile, de Grisey, en el Espacio Escultórico de esta honorable universidad; sin embargo, no todos los asistentes eran tan honorables o dignos de respeto.

I.
A mi lado, un joven padre de familia se hacía cargo de sus dos hijos, de ¿cuatro? y ¿uno? Sería incorrecto de mi parte quejarme de él y recriminarle que los niños no dejaran de hablar, pero el hombre se esmeró todo lo que pudo por tenerlos tranquilos; en cuanto se pusieron beligerantes, hizo lo más pertinente y se los llevó: yo hubiera estado rabioso y mucho más beligerante si tuviera que sobrevivir, a su edad, a seis percusionistas que tocan muy erráticamente y muy lejos de mí.
La verdad es que ellos tres no fueron motivo para mi disgusto: "Papá, Miguel [o como se llamaba] me mordió el pelo. Me duele mucho."

II.
A pesar de que el personal de seguridad prohibió inicialmente que la gente se subiera a las estructuras de concreto del Espacio Escultórico, cedieron y se veía a muchos sentados allá arriba. No sé si mi paranoia es tan grave, pero estoy convencido de que eran los más ruidosos y molestos, por encima de los que contestaban el celular, los que comentaban la anécdota del sábado, los que estaban considerando en qué taquería iban a cenar, los que refunfuñaban porque qué aburrido es esto, los que callaban a los que estaban hablando, los que callaban a los primeros, et al.
Cuatro chicos de los que estaban allá arriba me calentaron gravemente las tripas: amargas discusiones porque alguno secuestraba la mota y la cerveza, la llamada al celular "Fer, te habla tu mamá", anunciada con el mismo volumen que lo haría cualquiera de ustedes si estuviera en la sala de su casa, eructos, piropos a todas las chicas que cruzaban por su campo visual, "no ma, qué hueva con estas mamadas", y todo lo demás que tuvimos que soportar.
Independientemente de que yo sea un exquisito y de que no me saque de la cabeza que "el arte se contempla en silencio", frase que me dijo mi profesor de sociología en la preparatoria, estoy convencido de que la música exige respeto, no sólo a los ejecutantes, sino a los asistentes.
Si Grisey o Wagner no me parecen interesantes, me largo a hacer cualquier otra cosa que sí me lo parezca y asunto arreglado. ¿Para qué perder mi tiempo?

III.
Para contextualizar debidamente es necesario anotar que Le noir de l'etoile es una pieza donde abundan el silencio y los cambios de volumen y tono: en la presentación que se hizo, se le pidió al público que por favor guardara mucho silencio, pues empezaba en un volumen muy bajo. Hay largos pasajes muy suaves para un sexteto de percusiones, y en general es difícil distinguir la reverberación de las grabaciones de estrellas. En suma, es una pieza contemplativa de las que exigen tripas.
A mi lado, después de casi una hora, escuché a alguien decirle a su chica: "Nada más estoy esperando a que pase algo". Presumo que esperaba un despliegue espectacular como el de Kraftwerk y Radiohead, que en esos momentos debía estar empezando.

IV.
Escuchaba ayer comentarios generales sobre el concierto de Radiohead del domingo. Presumen una cosa sublime, precisamente un despliegue espectacular que supo aprovechar y manejar un determinado número de recursos. Pero cuando uno es culto cultísimo puede prescindir de esas demostraciones poco significativas del arte e inclinarse por el Festival del Centro Histórico; v.g. en noviembre no tenía dinero y el Festival es una opción distinta, disponible en el mismo momento.
Entre esos comentarios, hubo quien se movía de lugar si alguien hablaba o cantaba (???) a su lado, y hacía un esfuerzo por que nadie le perturbara la experiencia.

V.
Sería lindo tener presentaciones hechas a mi talla, en mi casa o el foro que me venga en gana, con los asistentes que me parezcan los adecuados, con las cantidades de cerveza y vino que se me antojen, sentado con esa mujer que me interese.
Tiene su encanto compartir con otros (ya para estos momentos reconozco a varios de los asistentes a Radar, y ellos también me reconocen), sólo que a veces quisiera que esos otros fueran otros y no ésos.

viernes, 13 de marzo de 2009

Strokes of truth

Cuando le preguntaron a Franz Kline, en algún momento de los años cincuenta, qué pintaba y cuáles eran sus temas, respondió con algún enfado: "well, look, if I paint what 'you' know, then that will simply bore you. If I paint what 'I' know, it will be boring to myself. Therefore I paint what I don't know."


Junto con Mark Rothko y Jackson Pollock, Kline es de mis pintores favoritos; y si han sido los feroces observadores que sé que son, lo habrán notado desde que este blog se maquilló y peinó.
Aun cuando los cuadros de Kline pueden parecer absurdamente simples y veloces, detrás de cada uno hay una larga investigación, bocetos, muchas horas de trabajo y corrección capa por capa de pintura. En casi dos metros cuadrados de lienzo, no son trazos fortuitos ni hechos con rabia, sino un lento y apasionado proceso.
Los pintores de esta generación -el Expresionismo Abstracto, que para no variar la crítica agrupó según le vino en gana y muy a pesar de ellos- tienen pocas cosas en común, como el aparente dinamismo de su trabajo y una extraña y casi inexplicable emotividad: si son cuadros complejos en su creación, no lo son en la relación que establecen con quien los mira. Cuando presentaron una retrospectiva de Rothko en el Museo de Arte Moderno hace tres años, casi me tiro a llorar frente a Untitled (1964); no sé qué haría si veo una exhibición de Kline. "Silence is so accurate."
Todo es un descubrimiento, decir la verdad, acercarse a las pasiones y las emociones con los menos intermediarios posibles, pero jamás un intento de impresión.
Si mi vida es un universo delimitado y mis reacciones son previsibles después de un tiempo, si no me convierto en una sorpresa andante, si mis rasgos generales parecen no cambiar con el tiempo, si soy un cristal macizo y quebradizo y no una llama furiosa, es simplemente porque voy a otro lugar: la sorpresa que busco es personal, no para otro.

jueves, 12 de marzo de 2009

Pulsar

Hoy inaugura el Festival, y aunque no voy a ver Don Giovanni, desde hoy mi humor es otro. La sola idea de toda la música loca que voy a escuchar me emociona a rabiar: todas las mañanas, taza de café en mano y gato restregándose en las piernas, veo con ansiedad mis boletos, especialmente el de Marc Ribot, Greg Cohen (los dos otrora miembros de Masada, en sus distintas encarnaciones), Ray Anderson y Han Bennink.
Me acuerdo que de niño pasé unas vacaciones con la familia de mi madre en Tijuana; fue la primera vez que viajé solo, sin mis padres, así que brincaba de casa en casa y mis tíos cumplían mis caprichos, aunque eran pocos. Uno de ellos, dueño de un 7-Eleven en San Diego (cuyos refrigeradores y dulcerías matemáticamente asaltamos todos mis primos y yo cuando éramos niños), me llevó a una juguetería y me dijo que escogiera lo que quisiera; me llevé un avión, e inmediatamente me recriminó que no llenara un camión de juguetes, así que me preguntó si tenía alguna consola de videojuegos y me puso enfrente todos los que se le cruzaron. Me pasé las siguientes tres semanas de mis vacaciones ansioso por regresar a casa, mirando las cajas de mis dos nuevos videojuegos y brincoteando encantado.
Más o menos me siento así en este momento, toda proporción guardada. Aunque es probable que hoy también brincara como niño si tuviera una consola...
Otro concierto que espero es Le noir de l'etoile, de Gérard Grisey: con su permiso, voy a escuchar estrellas. Y mientras llega el domingo, a Marc Ribot y los Cubanos Postizos en las Rolotas.



Marc Ribot

miércoles, 11 de marzo de 2009

Vicario

Mi misantropía, siendo francos, es poco feroz:
I have ever hated all nations, professions, and communities, and all my love is toward individuals: for instance, I hate the tribe of lawyers, but I love Counsellor Such-a-one, and Judge Such-a-one: so with physicians—I will not speak of my own trade—soldiers, English, Scotch, French, and the rest. But principally I hate and detest that animal called man, although I heartily love John, Peter, Thomas, and so forth. This is the system upon which I have governed myself many years, but do not tell...

Siempre he odiado a todas las naciones, profesiones y comunidades, y todo mi amor es para los individuos: por ejemplo, odio a la tribu de los abogados, pero amo al Consejero Fulano, y el Juez Mengano; así también a los médicos —no hablaré de mi propio gremio—, soldados, Ingleses, Escoceses, Franceses y el resto. Pero principalmente odio y detesto a ese animal llamado Hombre, aunque amo sinceramente a Juan, Pedro, Tomás... Éste es el sistema por el que me he gobernado mucho años, pero no lo divulgue...

Jonathan Swift a Alexander Pope, 29 de septiembre, 1725
En la mañana recibí un mensajito del diseñador de mi revista de científicos locos; ayer, casi a medianoche, nació su hija. Mal de mi grado, fui al baby shower hace tres semanas, me embadurnaron de Gerber de manzana y de lejos vi las muchas humillaciones que pasaron otros invitados, vaciando mi vaso de cerveza y comiendo como oso. El portarretratos en la esquina de su escritorio, a no más del largo de mi brazo, tiene cuatro fotografías del ultrasonido.
Se puede decir que no he visto a Sofía, y ya la conozco.
Lo miro en perspectiva y me acuerdo de mis sobrinos, y todo lo contento que estaba cuando nació cada uno. Tenía trece años cuando la primera, y aunque intentaba leer no me acuerdo qué, estaba sentado en la sala de espera, comido de ansiedad.
Por mucho que odie y deteste a ese animal llamado Hombre, no puedo dejar de alegrarme sinceramente ante su alegría, y envidiarla -a veces- con más desprecio del que le profeso a él mismo.

martes, 10 de marzo de 2009

Prescindible

(Habrán ustedes de perdonar, pero lo que van a leer a continuación se resume en una digresión estúpida que no redundará en beneficio suyo, salvo que se entienda así a una ominosa pérdidad de tiempo; no me he tomado la molestia de reflexionar [sic] mucho en estos días, y las cosas serias sobre las que he pensado requieren más elaboración: cuando sea grande, quiero ser como Jonathan Swift.)

I.
El sábado fuimos a ver Watchmen, la función de las 22:30. Me habían presumido que había fiesta, así que di por entendido que, saliendo del cine, haríamos camino. Y cuál es mi sorpresa que ya es la una y media de la mañana y en el cine no venden cerveza ni tacos de suadero; v.g. tengo sed y hambre. Y no hubo fiesta.
No puedo emitir una opinión autorizada sobre Watchmen, puesto que ni he leído la novela de Alan Moore, ni alcanzo a pescar todas las dimensiones de la cinematografía. Admito, en cualquier caso, que esta entrada picó mi curiosidad; y si el señor está haciendo su tesis doctoral en el cómic como discurso en el S. XXI, yo -con la humildad que me cabe en el cuerpo- me sujeto a su autoridad, no pregunto y voy de metiche al cine, y quizá después (en función del presupuesto) consiga una versión en papel. Por otra parte, suelo caer rendido cuando me cuentan sobre una historia que no sigue una narrativa lineal y donde tiempos y conceptos se entretejen así, compleja y delicadamente.
Al margen de lo anterior, me parece una historia sumamente interesante (y para un obseso metiche como yo, ver física cuántica es maravilloso), con personajes extraordinarios (no todos: presumo que los de la novela sí lo son; quizá se deba a las actuaciones) y una exploración en torno a causas mayores, sensibilidad y pulsiones humanas, política, crítica social y la historia estadounidense reciente. De hecho, estuve a punto de chillar de rabia cuando vi el logo de MTV y un instante después a Nixon dando un discurso: qué bueno que entré rapidito en ese universo paralelo, pues los fans me hubieran despedazado y hecho pasto de su furia.
Tengo que admitir que sigo haciendo chistes, como los hice en la sala de cine, sobre varios puntos, especialmente el de la cámara nuclear: hoy en la mañana especulaba si mi horno de microondas funcionaría de manera parecida si lo conecto a un acelerador de partículas. Digo, pelón y soberbio ya soy: nada más me falta ser azul, alto y fuerte como roble, dominar la física cuántica, transmutar la materia a nivel atómico, caminar sobre la superficie del sol, tener un desapego escalofriante por la humanidad y en el fondo ser coherente hasta la última fibra.
Qué banal soy...

II.
El domingo fuimos a comprar arena para nuestros hijos a Costco. Para no variar, los tres nos detuvimos en las mesas de ropa a ver qué había y qué nos quedaba.
- Caballero, por favor: ya cómprese unos pantalones. Los que trae puestos ya están muy rotos.
- Si me encuentras un talla 28, te compro uno a ti.
Y rauda como flecha, repasó cuatro mesas. Lo más cercano era un 30x32, y me sobraba bastante cintura. ¿Por qué los fabricantes de ropa no entenderán que, además de los millones de obesos que pueblan este país, algunos no pasamos de los cincuenta kilos?

II bis.
Hoy en la mañana decidí ponerme unos de esos pantalones que están abandonados en lo más profundo de mi clóset. Talla: 20 slim, o niño alto y ñango.
Y me quedan de puta madre.

III.
Digamos una frase que, en cualquier otro momento y bajo cualquier otra circunstancia, me haría repudiar a mi propia persona: estoy tentado a sacrificar a Mike Patton en aras de una noche de iPods y vodka tonic.
Las cosas que uno es capaz de considerar en ocasiones... Y las soluciones que se le pueden venir a la mente.

IV.
Hoy más que ayer,

I Want to Hold Your Hand - The Beatles

jueves, 5 de marzo de 2009

Ah, qué voluble soy

Ahora fue el gato

No me cayó encima: me rasguñó la nalga izquierda. Y las circunstancias fueron casi las mismas, y también ardió cuando me bañé.
Miren si los he de querer, gatos hijos de bruja.

Una entre varias consecuencias

I.
De camino a ver a unos amigos, me topo con un mequetrefe que reparte uno de los varios panegíricos de López Obrador en la entrada del metro Mixcoac; con el libro en la mano, rechazo el periódico que me ofrece. En respuesta, me dice: "Hay que leer toda la lectura universalmente". Mis opciones son dos: cagarme de risa por el fraseo o seguir caminando. También me tienta la idea de preguntarle su opinión sobre -por recurrir a un lugar común- El Quijote, pero no estoy de humor para ponerlo en flagrante evidencia.

II.
Ayer, mientras esperaba a que mis amigos llegaran al bar, leía. En la mesa vecina, ocho personas platicaban ruidosamente, tres punks (mohicano de treinta centímetros, cadenas, chaleco con consignas anarquistas y demás parafernalia) entre ellos.
Ya entrados en cervezas, uno de esos tres me pregunta qué leía hace un rato: Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift. Independientemente de los ojitos de borracho, me mira con extrañamiento; "¿Has oído esa canción de 'Gulliver en el país de los gigantes, Gulliver en el país de los enanos'? Me sigue mirando con extrañamiento; "Digamos que Swift fue un punk de la más vieja escuela" y entonces se emociona y trata de hacer la nota mental, que seguramente seis segundos después olvidó.
Los dos nos dimos la vuelta y seguimos tomando cerveza, aunque él estaba bastante más borracho que yo.

III.
La semana pasada escuché en el radio una entrevista que le hacían a Bernardo Fernández, aka Bef; decía que le disgustaban los programas de lectura como estaban contemplados y que consideraba un error que los jóvenes no se acercaran a los libros. "Cada quien debe encontrar el libro que lo atrape. Los libros no muerden. Y lo que necesita el país son más lectores."
Sí. No. México es un país donde abundan los lectores: todos los días, en mi trayecto en metro a esta oficina, veo a un montón de gente leyendo: El Código da Vinci, ¿Quién se ha robado mi queso?, Harry Potter, Vidas de grandes maestros, La universidad del éxito, otros tantos títulos de superación personal, por no mencionar los periódicos de nota roja. Los estudiantes que veo con un libro en la mano parecen disgustados y casi se les lee el pensamiento: "Carajo, estúpida tarea".
Hasta donde me es evidente, las sociedades que crecen más están nutridas de lectores, pero sobre todo de críticos. Dicho en castellano regular, se necesitan lectores críticos, por lo menos y entre muchísimas otras cosas.

IV.
Soy renuente a visitar la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería. La última vez que fui deliberadamente, mi tarjeta sangró y sangró con todos los libros que compré (no todos los cuales disfruté, maldita sea): si es comida, chocolate, café, música o libros, nunca es suficiente ni demasiado.
Por otra parte, es una tomadura de pelo que irrita: tooodas las editoriales presumen de paquetes, precios especiales y descuentos, pero si uno busca el mismo libro en una librería en cualquier otro momento del año, la realidad es que es más caro comprar en la Feria. Sin embargo, y esto hay que notarlo con justa razón, las editoriales vacían las bodegas y de pronto aparecen los libros que uno creía fuera del catálogo.
En consecuencia, me entero de los chismes por el radio: quién fue, quién presentó, qué novedad exquisita publicaron, quién dio una conferencia. El lunes escuché lo que me pareció el slogan de este año: "Leer se nota".

V.
Pero no leer también se nota, y se nota todavía más. No tengo que preguntarme cuánto ni qué lee el hijoputa que le disparó a un topógrafo esta semana. O los imbéciles que asedian a otros; me vienen dos casos a la cabeza: el de una amiga a la que el ex-novio, ¿dos? años después de terminar, no deja en paz. El otro me voy a guardar de mencionarlo siquiera: me hastía de sólo pensarlo.
Cuando escucho a alguien decir que no le gusta leer, pienso que más bien no sabe leer: pasa los ojos por la página, no reflexiona, no analiza, no correlaciona con su horizonte de experiencias y el libro es (en mejor de los casos) una distracción temporal de cosas más importantes.
La lectura, lejos de ser sinónimo o fuente de cultura, es un hábito que deriva de una formación cultural dada, y que colateralmente abre una posibilidad de formación ulterior no académica, no familiar, no institucional y amoral; por supuesto, esas características no se dan cuando uno lee un panegírico o un panfleto: los textos exigen posturas y aproximaciones determinadas. Detrás de una lectura hay una pulsión, que a los ojos de la sociedad actual parece inútil, y sin embargo es justo al contrario. La pregunta que a la abrumadora mayoría de los políticos en todas las naciones no les conviene hacerse es cómo provocar y propagar esa pulsión.

lunes, 2 de marzo de 2009

Almost a slumdog

[Me choca perder mi tiempo; por ejemplo, tener una conversación con alguien y sentir, al final, que nada de lo que dijo me es importante o ha tenido sentido nada de lo que dije, o ir al cine y ver una mala película, o leer un libro que despedazo porque el autor quiso descubrir el hilo negro que hace setecientos años alguien encontró, o recibir y tener que procesar artículos flagrantemente malos en mi revista académica.
Considerando lo anterior, voy a omitir un hecho estúpido -aunque estoy tentado a despotricar-, en aras de evitarme un dolor de huesos innecesario y salvaguardar mi paciencia. A la mierda: ¿soy claro?]

El sábado, en lugar de perder mi tiempo, me fui al cine con una amiga; es cosa que no hago muy seguido, eminentemente porque tengo la profunda creencia de que el cine, el teatro, la música en vivo y demás se deben comentar justo cuando termina el evento, y por tanto se deben compartir. Vimos Slumdog Millionaire, y con justa razón se ganó el Óscar a mejor película; aunque es injusto decirlo porque no he visto (y probablemente no veré) las demás.
Mi conclusión: es casi un cuento de hadas a la vieja escuela, donde el hada madrina es la televisión. Otra vez: hay muy pocas historias para contar, y toda la diferencia está en cómo se cuentan. No importa si es el S. XIV y el príncipe valiente tiene que pelear contra una malvada bruja para rescatar a la princesa o si un post-adolescente hindú tiene que sobrevivir a un país con tal de recuperar al amor de su vida: la estructura está ahí, los actantes están ahí, las pulsiones son las mismas; y todo está espléndidamente usado.
Por otra parte, los dos coincidimos en que está plagada de momentos de ojito Remi, pero -muy distinto a una película sosa o a los dramas del Holocausto- son de suma alegría y no de pena o tristeza. Un héroe que recurre a otros para resolver un conflicto es habilidoso; uno que los resuelve por sus propios medios es poderoso; pero uno que los resuelve eminentemente por su experiencia, sin habilidades sobresalientes ni recursos, en una onda bildungsroman, ése es un modelo que rebasa las posibilidades. Y el sólo hecho de la resolución de verdad provoca alegría.
Hablaba yo dos párrafos arriba sobre la manera de contar, y eso no es más que diferencias; encuentro dos: una pulsión secundaria (la esperanza), en una suerte de sublimación, se transmite a todo el universo que compone la historia. Pero la diferencia más importante y con que la historia vuelve a sí misma es el tiempo: independientemente de que no sea una narrativa lineal, el punto central es la suspensión del tiempo, o más bien su cancelación. Como no les quiero arruinar nada, no explico y aquí me callo, así que vayan a verla.