jueves, 28 de agosto de 2008

Lecciones de zoología

En esta universidad he visto bichos de muy diversa índole, a saber: ardillas, tlacoaches, murciélagos, gorriones, gatos, caballos, borregos, conejos y perros (los últimos cuatro en la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia), y un par de mandriles (ah, no: ésos eran estudiantes de 17° semestre de la Facultad de Filosofía y Letras; se desconoce qué carrera estudian, pero ellos presumen que todas las que se ofrecen, además de Economía). Me han pasado el chisme de que también se asoman de pronto tarántulas y culebras, pero a la fecha no he tenido la buena fortuna de desearles buen día.
Me han chismeado también que no siempre se comportan como gente decente: antes de que yo entrara a trabajar aquí, una ardilla se metió por la ventana a la oficina de mi jefe y asaltó una caja de galletas que tenía la secretaria en su escritorio. Importando un corcho que se hubiera zampado las galletas (pues al final era de lo menos grave), lo maravilloso del asunto fue que después buscó más y tiró todo lo que se interpuso en su camino; ergo: una oficina hecha un desmadre y cubierta con excrementos de ardilla por todos lados. No siéndole suficiente una caja de galletas y algo de papel, se escurrió a la oficina de la Secretaria Administrativa, donde -según reza la leyenda- le guardan los cacahuates, las nueces y los chocolates al director del Centro... Locura y destrucción.
"Bueno, dulces y botanas, algunos papeles revueltos: no es pérdida ominosa." No, pero ¿quién será el valiente que la saque de atrás del archivero? Maldita sea la cosa, me hubiera encantado ver a las secretarias corriendo desaforadas por los pasillos o subidas en los escritorios: como si no hubieran visto a esa misma ardilla brincoteando en los jardines, a cinco pasos de ellas.
Pero eso fue hace más de un año... El asunto es que ayer por la noche alguien (que no era peludo y de cola esponjada, o quizá en otro sentido) tocó a la puerta de mi oficina y puso un pie dentro:


Empiezo a tomarle cariño a mi más nueva adquisición tecnológica: uno nunca sabe cuándo puede ser útil una camarita en el teléfono; y por cierto, eso da pie para mi más nueva diversión, pero esperen otro post.
En cierto sentido, no es de sorprender su visita: los escorpiones pueden vivir en prácticamente cualquier clima (oh sí, algunos hasta a 25 °C bajo cero), son de hábitos eminentemente nocturnos y gustan de zonas pedregosas, como casi cualquier lugar de esta universidad. Por otro lado, los que vinieron antes que él llegaron antes que yo, y más bien soy yo quien puso (...; ustedes entienden) una oficina en su changarro.
Como constata la fotografía y mi tarjeta del Metrobús (arrojada desde y a una distancia cobardemente prudente, con cuidadito para no alebrestar al bicho: pura providencia), no era un monstruo enorme y abominable. Sin embargo, tranquilamente apostado este caballero en el claro de mi puerta, confieso que me pegué al marco tanto como pude (y ñango como soy, me sobraba espacio); tampoco recogí la tarjeta en ese lugar, sino que la jalé con la punta del piecito y a salvos 50 centímetros me agaché sin despegarle el ojo al octópodo.
Muy amablemente le deseé buenas noches al señor caballero, apagué la luz y salí a paso firme del Centro. Por un momento creí haber cometido un error y consideré regresar a planchar al bicho, pues bien podría estar ocupando mi silla cuando llegara yo por la mañana. Pero no pude: de pronto tuve un arranque de jainismo (nota al pie: quizá la única religión que me podría llamar la atención; ingrata relación entre sus símbolos sagrados y su uso histórico) y el bicho me fue más valioso que miríadas de individuos. Uno ve todos los días a gente estúpida en la calle y se pregunta si el mundo sería muy diferente sin su presencia o si acaso no sería mucho mejor; pero pocas veces uno le abre la puerta de su segunda casa a un invitado que llega como emperador otomano, y además se deja seducir. Por lo demás, los hoyos en las suelas de mis tenis bien podrían servirle de casa.
Como era de esperarse, mi cabeza -que en mucho se parece al estómago de una vaca- no se pudo quitar la imagen en todo el camino de regreso a casa, y el solo roce de las correas de la mochila en los brazos era espeluznante, por decir lo menos. He ahí el poder de un bicho del tamaño de mi meñique y que pesa menos que mi pulgar.
¿Quién siente comezón en los costados y la espalda esta tarde?

miércoles, 27 de agosto de 2008

Compromisos que más valiera no adquirir

Me he quejado y quejado y quejado y quejado, quejiche como soy, de los artistoides que han de aparecer en mi revistita de arte. "¿Que no se supone que tenías autoridad en tu revista?" Oh, sí: un chorro; de hecho, en el último informe que se entregó me tachaban de subdirector [sic] de la publicación. "Entonces deja de quejarte y mándalos a la mierda." Oh, mierda: no puedo.
Para mi buena (cuando es una persona decente y respetable)/mala (cuando es uno de tantos mequetrefes que se nos cruzan en el camino) fortuna, mi revista se atiene en cada número a los proyectos locos que escoja un editor invitado. Somos mañosos, y no podemos negarlo: de un lado, los editores que invitamos tienen un montón de contactos y conocidos (de beso en el cachete y todo) que nosotros no tenemos y en consecuencia la revista acepta propuestas de más amplio espectro [sic] y agarra más color; del otro, nos ahorran un chorro de chamba.
A querer o no, el hecho de que alguien se haya tomado la molestia de hacer una selección, justificarla, ordenarla y presentarla según los dictatoriales lineamientos que exijo, implica un compromiso al cual nos hemos de atener, por esencial respeto. Lo ridículo aquí es que las Direcciones General [sic], de Arte y Diseño [sic] y Editorial [sic] (o sea nosotros tres) estamos de acuerdo en que los proyectos que nos presentaron no son simplemente feos, sino que son pinches como pinches pueden ser pocas cosas: desde lo ridículo e injustificable (aunque los artistos se esmeran en hacerlo) hasta lo grotesco (y los dioses saben que no exagero), no hay mucho que recuperar.
Quería subir tres de esas rolotas que me ponen de buenas, pero la chunche electrónica no me dejó, así que tendré que regodearme con el playlist de esta computadora y mi repulsión/susto ante estas cosas (yuk...). Sin embargo (y grande es el Banksy):

martes, 26 de agosto de 2008

Festejar muchas cosas

Considerando que la población de la licenciatura en Literatura Latinoamericana de la Universidad Iberoamericana se componía (al menos hasta hace tres años) en 80 % o más de chicas, tengo más amigas que amigos desde hace varios años. Para este momento, casi todas han terminado ya la carrera, y algunas ya están haciendo la maestría. "¿Y tú qué estás haciendo?" Pos aquí nomás, fingiendo que aplico (tangencialmente) lo que aprendí en tres años: ¿quién dijo que la ciencia dura no está estrechamente relacionada con la metáfora y la metonimia y el Siglo de Oro español y los románticos alemanes y la vanguardia? Todo es cosa de hurgar [sic]...
Justo durante ese último semestre que cursé, algunas de ellas tomaron una materia de escritura creativa -con especial énfasis en el microrrelato- con Raúl Renán, escritor que trabaja un chorro de géneros, en particular poesía y minificción. Algo encaprichadas (habrán de perdonarme: denme un párrafo y me explico), publicaron una somera (¿podía ser de otro tipo?) selección de esos cuentitos. Me acuerdo que a lo largo del curso tuvieron ríspidas discusiones con un par de mequetrefes que se creían en condiciones de corregir a Barthes y a Todorov y a Frye y a Benjamin y a Adorno y a cualquier otro miembro del panteón de la teoría y la crítica literaria; con esa poderosa confianza en sí mismos, fundaron -con otros compañeritos igualmente soberbios- una revista de literatura que, si mal no recuerdo, tenía por objetivo difundir lo más arriesgado y novedoso de la narrativa actual, así de pretencioso como lo leen. No tengo que apuntar que siempre vi con malos ojos esa revista, desde el mismo día en que me invitaron a participar y decliné cortésmente, empezando por que el título (que me voy a cuidar de mentar: uno nunca sabe qué calaña de escoria metichea en un espacio público como éste) es uno de los más insulsos que he escuchado en años.
El asunto es que este par de mequetrefes se negaron categóricamente a formar parte de la selección que se publicó bajo el cobijo de Renán, a menos de que tuvieran el control de la edición. Huelga decir que mis amigas, además de ser relindas, son reinteligentes y nada les costó mandarlos a la mierda, con argumentos de sobra. Total, si no se quieren incluir, ¿para qué hacer el esfuerzo? Y qué bueno que lo hicieron: alguna vez me mostraron uno o dos de los cuentitos de esos lelos y tuve el impulso de quedarme a la clase y despedazarlos. Ah, ahora que recuerdo, a uno de ellos lo despedacé en otra materia... Ups.
En fin, las señoras heroínas de esta historia imprimieron su libro, lo engargolaron y lo presentaron con fanfarrias en uno de los auditorios de la universidad. Me regalaron un ejemplar, y una vez cada cuanto lo leo, ya por metichería, ya por nostalgia (¿snif?). Y cada vez que lo leo, no puedo dejar de observar la dimensión caprichosa de esto: de un lado, la selección trastabillea y no todos los cuentos gozan de buena salud (de hecho, me gustan menos de la mitad); del otro, la edición adolece de faltas de ortografía, algunas penosas. Ellas me podrán decir que fueron sus pinitos, así que alguna licencia tenían, pero yo podría objetar que...
En fin, conteniendo mis impulsos de furioso corrector y editor, hoy vengo a copiar mis favoritos, que además son de la misma autora. A fin de reconocer y ensalzar su autoría, su nombre es Laura Vizcaíno; y métanselo en la cabeza, que las costillas me apuesto a que le van a leer más. Aquí me siento impelido a mencionar que el sábado festejó su cumpleaños en un antro buena ondita del sur de esta ciudad. A pesar de ser un exquisito en términos musicales (ya se habrán dado una idea con esas rolotas que escuchan aquí), puedo fingir demencia y tolerar joyas como el popurrí en vivo de Luis Miguel y los sencillos de Belanova y la vanguardia del reggaetón y (mi favorito) electrónica que no entiende de melodía y aparentemente tampoco entiende cómo funciona el ritmo. Sin embargo, por ningún motivo tolero a un mesero imbécil al cual tengo que pedirle seis veces -casi en tono de discusión- que me sirva una cerveza barata que me cobra a precio de alemana con levadura viva, que además me entrega caliente, de mala gana y encima me cobra la propina; si a eso le sumamos a los otros tres meseros a los que les pedí una cerveza y al bartender que me dijo que no me podía servir y al pendejo cajero que también me quiso cobrar la propina (¿quién carajos se merece una propina por sólo recibir dinero?), pues jodida la cosa y ladra como si en verdad te fueran a escuchar. En cuanto llegué a mi casa, lo primero que hice fue enviarle el siguiente mensajito: "Y si esto no dice cuánto y cuánto y cuánto te quiero, entonces hoy mismo me divorcio de mis gatos...".
Dicho todo lo anterior:
Llovizna
Tu amor es así de natural: altera el ambiente para nada, sólo para ensuciar.

Primer deseo
El genio apareció a mitad del desierto dispuesto a conceder tres deseos al primer peregrino que pasara por ahí. Seguro de su omnipotencia y colmado de vanidad y soberbia, se sentó a esperar a algún suplicador de milagros.
De repente, un hombre pasó de largo, por lo que el genio, lleno de ansiedad por mostrar sus poderes, tuvo que interponerse en su camino. Aquella persona, que parecía más necesitada que nunca, pronunció su primer deseo: "Protégeme de lo que quiero" y el genio tuvo que desaparecer.

Pura vanidad
Cuando desperté, él ya estaba encima de mí, tomándome con sus manos callosas, restregándome contra el estiércol del piso, infectándome de su aliento a pescado encerrado. Traté de defenderme jalando sus cabellos y lo único que logré fue llenarme los dedos de algo pegajoso, y cuando quería golpearlo mis manos se pegaban a su piel. Él intentaba sujetarme la cara mientras olía el sudor de sus brazos que goteaba en mis ojos. Cuando mordió mis labios y simuló un beso, había algo más que saliva en esa boca, como trozos de pellejos y semillas, un sabor agrio, mezcla de sus secreciones que me obligaba a probar. Cuando sentí todo el bulto de mugre dentro de mí, ya no pude hacer nada. Volteé a ver las ratas que me habían rodeado desde el principio y las envidié profundamente.

Las Aurelias
La medusa Aurelia discurre en el océano. Baila, gira e inventa muchas historias en su mente. La medisa tiene muchos amigos y familia, pero el día de hoy se siente sola. El meduso de sus sueños no ha aparecido, no lo conoce y nunca lo conocerá, porque nadie le ha explicado que para meducir a un meduso se necesita medusearlo de rosa, meduciar cada endodermo con todos sus tentáculos hasta saciarlo de dulces meduceos.
Así que la medusa Aurelia está llorando, pero ¿quién se atreverá a explicarle que para tener meducitos necesita que su plánula se fije en el fondo marino para formar un pólipo?
Hay tantos medusemas problemáticos que las medusas mayores prefieren mantener en secreto y no se dan cuenta que las Aurelias ya están en extinción.
Extrañamente, hace un par de semanas me escribió pidiéndome consejo sobre una minificción que le publicaron en una página de internet. "Apelo a tu experiencia y conocimiento". ¿Y qué corchos tengo yo que aconsejarle? Como si no escribiera de darme envidia...

sábado, 23 de agosto de 2008

Discurso maullado

Con mis divagaciones y diversos estados contemplativos (o los intentos que aventuro)

corro el riesgo de aburrir a mis (ocho) lectores,

cosa que me apenaría muchísimo, y que además no quisiera: no sería justo. Muy por el contrario, hay que jugar distinto: ya es fin de semana, ya nos ganamos las chuletas,
y ahora es imperativo salir,

tomar todo el whiskey y la cerveza que nos quepa en la barriga,
hasta el embrutecimiento si quieren (y pueden: mis articulaciones me lo prohíben, aunque no siempre les hago caso...).

Ya será domingo, y tendremos tiempo de dormir holgadamente,
y ver la televisión (bueno, yo no: mi tele está tirada en el suelo, amasando polvo).
En fin, no me queda sino desearles buena fiesta. Besitos, los quiero mil, bye!!

viernes, 22 de agosto de 2008

Un posible epíteto heroico

El domingo por la noche, oyendo uno de los pocos programas de radio que me parecen extraordinarios: "Hace poco llegué a la conclusión de que la nostalgia es un sentimiento comprobatorio de que alguna vez fuimos felices". Con esa frase cerró la emisión. Después vino la hora nacional, y lo más prudente fue irme a dormir: dudo que haya algo más aburrido en la radio mundial.
Si me atengo a la etimología, el término refiere al dolor sentido por el deseo de volver a casa. ¿Será, entonces, Ulises el nostálgico por excelencia y antonomasia? ¿Debió Homero considerar, entre sus muchos epítetos, "el del corazón que anhela" o "el que añora el hogar"? Por sobre las demás, la mayor cualidad de Ulises es la astucia; sin embargo, su nostalgia por Ítaca y Penélope lo mantiene en el periplo, muy a pesar de pasarse siete comodísimos años con Calipso (el hijo que tienen da fe que mal no la pasaron), muy a pesar de echarse al hombro a Poseidón y a Eolo y a Helios y a Zeus en determinado punto, muy a pesar de perder a su tripulación entera y naves, muy a pesar de que Nausicaa (como todas las mujeres de Homero, bella como ella sola y ninguna más) se enamorara de él y le insinuara el reino de Antinoo. El heroísmo de Ulises quizá se traduzca en las implicaciones y los alcances de su nostalgia.
Sin embargo, especulo que la cosa va más lejos. ¿Sólo se vuelve a casa? ¿A qué se vuelve, qué se desea?
Si la nostalgia sólo nos comprobara que alguna vez fuimos felices, entonces se excluye otro momento, que a posteriori provoca el mismo dolor, sino es que uno más grave casi por ser más estúpido. ¿Y qué si eso que duele no es el tiempo de felicidad ido, sino la expectativa de que se pudo haber sido feliz?
Quizá en un escondido reducto me queda la esperanza de que todavía no sea así.

martes, 19 de agosto de 2008

Saberse metiche

Soy un metiche, un enorme -aunque ñango- metiche. Meticheo en los temas más disímbolos, ya sea porque el trabajo lo exige, porque mi curiosidad me ha de matar, porque de pronto me intereso por algo, porque alguien me pasó un dato curioso, porque algún grande citó a alguien, porque no tengo nada que hacer (a últimas fechas, mi excusa menos común).
Una vez cada cuanto, mis amigas de la carrera (de las cuales soy una más) organizan una comida o hacen sus mejores faenas y nos reunimos, tomamos vino, picamos botanas durante horas, nos ponemos al día con los chismes más estrambóticos que tenemos (tanto propios como ajenos; y los ajenos siempre nos dan largas horas de discusión y diversión), platicamos de todo cuanto nos viene a la cabeza; y mi cabeza, llena de datos curiosos y eminentemente inútiles, de pronto me obliga a decir cosas sumamente oscuras y de referentes harto desconocidos. Entonces, una vez más (porque lo hace siempre que nos vemos), una de ellas me pregunta cómo es que sé tantas cosas [sic]: porque soy un metiche.
Hoy, meticheando en el blog de Alberto, leo un aviso suyo de una entrevista que le hicieron para la segunda edición de Caza. Y admito, vanidoso como soy -ampliamente vanidoso como soy-, que me llenó de gusto su comentario. Al menos por este instante: ya veré con qué recursos cuento para sostener tal, y más por mí que por comentario venido de cualquier otra persona, con todo el respeto que me merece.

lunes, 18 de agosto de 2008

El servicio postal

Esta entrada, muy a su manera, es una segunda versión de otra anterior, toda proporción guardada. Es, por otra parte, una suerte de compensación (o reparo) de las últimas dos semanas: una cosa buena entre muchísimas otras que me han hecho ladrar (me detengo aquí, no hay que puntualizar ninguna de todas ellas).
El sábado se acercó Mariana con la mano extendida: "No me preguntes por qué tengo yo esto":

El sobre ya estaba abierto cuando lo recibí; y no importa: nadie me escribe, ni siquiera por correo electrónico, nada que sea tan personal que me sienta impelido a esconderlo del resto del mundo. Por otra parte, alguna justificación tenía para abrirlo: recurrí a la dirección que se leía (y que borro por motivos de privacidad de la familia) en tanto, en ese momento, vivía con gente de nula confianza y estaba a punto de mudarme.
Y el contenido del sobre es el siguiente (por supuesto, corrección de estilo hecha):

Dec [sic] 20, 2004
¡Hola Pollito! Espero que te llegue esta postal y que no se pierda en el maravilloso servicio postal mexicano... Hoy es mi último día en París :( :) Nada es eterno, ¿no? Regresaré a la pedante vida americana: idiotas que volvieron a votar por Bush, pero ya qué... Espero que este año nuevo te traiga felicidad y que las cosas en tu casa se arreglen: después de la tormenta, viene la brisa, ¿no? Me imagino que la vida está llena de dolores y alegrías, es un ciclo para que así podamos apreciar lo que tenemos cuando lo tenemos.
Pollito, ¡cuídate! Y me alegra que aunque hayan pasado ocho años, nos mantengamos en contacto.
Besitos,
La amarilla
Habrán ustedes de perdonar si las imágenes están chuecas, pero mi diseñador es un poco desfachatado y nomás aventó los papeles en el escáner, sin echarle mucho esmero al acomodo... Por lo demás, ni sé usar el Photoshop ni me dan muchas ganas de aprender: para eso están mis cuates y los favores los pagamos en favores.
Si metichean un poco en este blog, entenderán algunas de las referencias de la postal, mismas que no habré de detallar (hoy estoy cansado de ladrar y me rehúso categóricamente a buscarme de a gratis un motivo para hacerlo). Ésta es su respuesta a una carta que le escribí un par de meses antes, después de haberla recibido una noche en casa en su trayecto de Glendale a Francia; sabía que la había enviado, pero ambos presumimos que el Servicio Postal Mexicano nos había jugado una mala pasada. Y maravillosa la cosa, llega a mis muy adoloridas manos casi cuatro años después, en un momento en que mis nervios están a punto de salirse de su lugar.
Uno nunca se imagina los torcidos caminos que se hacen los resquicios de calma para llegar.

viernes, 15 de agosto de 2008

En la antípoda

En general, cosas como la que van a ver a continuación no me provocan la menor gracia. Sin embargo (muy sin embargo), hay que loar y hacerle un monumento al que tuvo la providencia de parodiar al voluptuoso colectivo (pedazos de carne, como etiquetan a figuras como ellas en la Pildorita) que hacía el tema de Moulin Rouge hace unos siete años.
Por lo demás, he de apuntar que las cuatro de acá son, en todos sentidos, la antítesis de mí, por evidentes razones...


miércoles, 13 de agosto de 2008

Otra supremacía

La batalla deportiva, caballeresca, despierta las mejores características humanas. No divide, sino que une a los combatientes en entendimiento y respeto. También ayuda a unir a las naciones en el espíritu de la paz. Por ello la Llama Olímpica no debe morir jamás.
-Adolf Hitler


Consideré seriamente escribir sobre lo asqueado que estoy y quejarme de un imbécil y su novia, quienes usan mis artículos de higiene personal como si fueran propios (y no quieren saber cómo me di cuenta ni lo asqueado que todavía estoy ni las ganas que tengo de prenderles fuego a los dos [después de todo, las bacterias no sobreviven a altas temperaturas] ni lo desagradables que me parecen estos dos franceses).
Por el contrario, muy a tono con el espíritu olímpico (y, maldita sea, admito que me enteré hasta la noche del sábado que los Juegos ya habían inaugurado), habré de divagar en torno a esta fotografía que me encontré en el Wikipedia (todos los datos -o casi todos- que encuentren aquí se los debemos a la inconmensurable sabiduría de la enciclopedia libre). Tomada en los Juegos de Berlín de 1936, me parece una de las ironías más escabrosas que hayan sucedido en la historia, particularmente de la gráfica.
Es harto sabido que, bajo el régimen Nazi, las Olimpiadas de 1936 sirvieron como propaganda de la supremacía aria: no por nada Joseph Goebbels, incuestionablemente lúcido (caso brutal que demuestra que la lucidez es un arma de grave poder), era el Ministro de Propaganda del Reich y quien convenció a Hitler de hacer los Juegos. En cierto sentido, el cometido propagandístico se logró, pues Alemania ganó un total de 89 medallas, 33 más que Estados Unidos, quien le siguió en la tabla.
Pero no hay historia gloriosa que no tenga sus fallos, ocultos o evidentes; y para ésta fue James Cleveland Owens. Habrá que anotar que el fallo no fue sólo para el Reich, sino también para la segregación (que ah, cuántas resonancias tiene con el nazismo, toda proporción guardada) en Estados Unidos.
La prueba reina de las Olimpiadas de Verano, como absolutamente todos sabemos, son los cien metros planos. Tal fama no es gratuita: en Iliada, una de las pruebas que pone Aquiles durante los funerales de Patroclo es una carrera que gana Ulises (aunque es de dudar que hayan sido cien metros). Podría decir, sin temor a equivocarme, que el valor de Citius se traduce en esos diez segundos, mismos que cada cuatro años van a la baja.
Para terrible sorpresa del Reich, y de Franklin Delano Roosevelt en Estados Unidos, Jesse James y Ralph Metcalfe ganaron oro y plata en los cien metros. El primer día de los Juegos, Hitler felicitaba exclusivamente a atletas alemanes; después se rehusó a hacerlo: el Comité Olímpico lo instó a saludar a todos los atletas ganadores o mejor no hacerlo. Por supuesto, ni Owens ni Metcalfe cruzaron más que una mirada con el canciller; y tampoco lo hicieron con el honorable presidente de su país, que ni siquiera les escribió un telegrama.
Sin embargo, el mayor fallo para esa grandilocuencia supremacista no fue ese día, 3 de agosto de 1936, sino al siguiente, cuando se disputó el salto de longitud. Owens, después de fallar sus dos primeros intentos, estuvo a punto de no calificar para la última ronda. Lutz Long, competidor alemán que ya había calificado, se acercó a él y le aconsejó que saltara antes de la línea de partida; si bien el consejo es absurdamente simple (sí, ya sé que un atleta no se puede dar el lujo de perder ni milímetros siquiera, pero tampoco la oportunidad de continuar), a Owens no parecía habérsele cruzado por la cabeza.
El resultado de esa frase simple se ve en la foto: Jesse Owens en el oro, Lutz Long en plata y Naoto Tajima en bronce.
Un alemán, en un gesto de amabilidad, consideración y compañerismo, se arriesga a verse vencido por su contrincante, que además es negro, y efectivamente se ve sobrepasado por casi veinte centímetros; un alemán, imbuido en un régimen intolerante y discriminador, se pone en igualdad de condiciones con otro que -en esencia- es igual, pero que ante los ojos del resto es inferior. Al parecer, no fue fácil para Long acercarse a Owens frente a los principales del gobierno y felicitarlo, pero antepuso el entendimiento y el respeto -dos cosas que, sobra decir, se ganan- que se mencionan allá arriba al prejucio ajeno.
Pero sería injusto olvidar el bronce en esta enorme ironía. En esa imagen, tres atletas de diferentes naciones, de tres continentes distintos, de tres lenguas distintas, están reunidos en el mismo sitio, como iguales, y escuchan el himno americano con respeto, un himno que momentáneamente avergüenza a los compatriotas: ¿cómo un negro ha de ser mejor que todos nosotros, blancos de sangre limpia y superior, con derechos, con privilegios, con mayores capacidades? Y qué terrible es que las naciones no sean a imagen y semejanza de su gente: una nación celebra la supremacía e instituye los campos de concentración, una nación busca extender sus territorios y se permite licencias atroces, una nación demuestra su supremacía devastando dos ciudades.
Y todo, apenas nueve años después de tomada esa foto.

viernes, 8 de agosto de 2008

Cinisia

En efecto, el odio es un licor precioso, un veneno más caro que el de los Borgia, pues está hecho con nuestra sangre, nuestra salud, nuestro sueño, y los dos tercios de nuestro amor. ¡Hay que guardarlo avaramente!
-Charles Baudelaire

Por fin haré algo que debí hacer hace mucho tiempo; quieras participar o no, no tiene importancia, pues no tienes parte.
Te desterré con la férrea convicción de que quizá tendrías alguna dignidad; y sin embargo vuelves a tierra donde no se te recibe, creyendo que podrías tomar cuanto no te pertenece, luciendo toga imperial para cubrir una piel parricida (todos lo saben; él también). Es claro que no fue suficiente, que el destierro no basta y que se requieren otras formas: éste es otro imperio.
Incinero hasta las cenizas, en el acto que más voluntad y determinación me exige, tu memoria entera. Me dicen que antes debiera perdonarte y me exhortan a hacerlo, pero no es necesario: no se requiere perdonar algo que no existe, que nunca ha existido. Si mucho, habrás sido un ínfimo sueño mío.
Ante la ausencia que eres, tu inexistente materia, sé que jamás has estado en mi vida, y por ende no habrás de venir de nuevo.
No me mereces ni el desprecio.

martes, 5 de agosto de 2008

Temporada de caza

Incuestionablemente (lamentablemente) el mundo está infestado de imbéciles; según una teoría que escuché hace poco, debido al cambio climático los únicos seres vivos capaces de poblar la tierra en un futuro cercano serán cierto tipo de cucarachas que comienzan a adaptarse a climas más cálidos y húmedos y los imbéciles. Es una pena que no formen parte de la lista de especies en peligro de extinción: sería la única que reportaría provecho si desapareciera.
Lo grave del asunto es que vivo con un ejemplar de ésos, y no siendo suficiente tolerarlo, tuvo el cinismo de llevar a la novia con él y encima querer imponerse. Pero el quid de esta entrada no es mi desprecio por los imbéciles, sino muy otra cosa.
La Caza abrió formalmente el día de ayer -y después de más de un año- su convocatoria para la segunda edición. En esta ocasión, en lugar de poner a los concursantes a escribir los textos más variopintos y de más diversa naturaleza y técnica (como fue nuestro caso), los doce gallardos seleccionados tendrán que retocar una novela corta de su autoría.
Presumo (y ellos me habrán de disculpar si no he revisado sus blogs, pero -para no variar- le robo el tiempo a esta oficina para escribir estas líneas) que los demás participantes de la primera Caza han comentado algo al respecto. De algunos sé de cierto que no van a presentarse a esta segunda convocatoria (cito textual la mejor respuesta: "Sería de mal gusto ganar dos veces seguidas"); de los otros lo deduzco debido a las respuestas que dieron a su salida: el consenso es que fue una linda experiencia, pero fue una y suficiente. Yo, por mi parte, no puedo participar por motivos técnicos: ni tengo una novela corta registrada en Indautor, ni escrita, además de que la planeada versa precisamente sobre la vida y obra [sic] de Julián Iriarte, así que la cosa del anonimato se ve soterrada, por decir lo menos.
Considerando lo anterior, no los conmino, sino que prácticamente les exijo que sigan el concurso y lean con regularidad a los autores participantes: este blog se debe a la Caza, así que vayamos a ella y leamos, seamos críticos, vilipendiemos a quien nos parezca que no es un buen autor y apoyemos a quien sí. Tengan una sola cosa en consideración: estar allí adentro implica una carga impresionante de esfuerzo, trabajo, disciplina y desvelos, pero sin duda es harto más divertido que penoso.
En conclusión, llegado el momento escojan a su presa y tiren certero: si es escritor, con su más afilado comentario; si es imbécil, con el fusil que tengan más a mano.

lunes, 4 de agosto de 2008

La verdad

¿Decirla o callarla? ¿Apegarse a los hechos o tergiversarla? ¿Hacerla pública o restringirla a los dominios de lo privado? ¿Decirla completa o reservarse algo? ¿Aceptarla serenamente o renegar con virulencia de ella? ¿Atenerse con responsabilidad a ella o afrentarse debido a ella? ¿Abrazarla o abrasarla? ¿Apreciarla o temerle? ¿Defenderla o pasarle por encima?
Mi constitución moral me prohíbe mentir y no lo hago, particularmente para las cosas que me son de mayor importancia. A veces el asunto se vuelve cruel y uno se ve orillado a responder cosas que no quisiera decir o dice cosas que otros no quisieran escuchar, pero el ministerio de la verdad -al menos en un mundo ideal, donde los ciudadanos detentan valores- tendría que ser irrestricto y público ante todo: ¿a poco no sería bien lindo si todos nos dijéramos la verdad y, sobre todo, si aceptáramos esas verdades? Supondría, primero que nada, que somos conscientes de nosotros mismos y también de los demás, y en función de ello podríamos discriminar lo cierto de lo falso. Aunque quizá Nietzsche ya me hubiera dado una zarandeada y me gritaría al oído que sólo los valientes son capaces de soportar la verdad.
Pero ante todo, hay que decir la verdad ante todos, ya sean desconocidos, conocidos, burócratas de oficina de gobierno y dependencias judiciales, amigos, necios, los que nos quieren, los que uno quiere, los que no, la familia, el cocinero que les ha servido la peor sopa que han comido en toda su vida (a él en especial hay que decirle la verdad), los desterrados... Reza ese dicho absurdo que el mundo requiere de la hipocresía para sobrevivir, pero yo no estoy de acuerdo.
Y aunque no puedo poner la mano sobre una Biblia (pero sí puedo ponerla sobre Iliada y Odisea, o el Amadís, o Si una noche de invierno un viajero, o El Principito, o...), juro decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad:
- Quiero y extraño a mis niños, a todos.
- Quiero terrible y vibrante e incendiariamente a una mujer.
- Soy fan del chocolate.
- Soy workaholic.
- Detesto el kitsch.