miércoles, 24 de septiembre de 2008

Eolo furioso...

o la versión climatológica de un libro de caballerías. Y a la fecha no hay huracán Angélica ni Orlando (o no que me conste).
Me llama la atención que todo mundo se conduela de las miserables condiciones en que quedan las ciudades de la unión americana tras el paso de un huracán cuando a Haití ya le pasaron encima cuatro (y seguro faltan uno o dos: la temporada de lluvias todavía tiene batalla que dar). Peor todavía: el fin de semana, mientras comíamos, mi roomie (que también es una biblioteca de datos curiosos, pero más útiles que los míos) me decía que a Haití ya mejor lo declararon país inviable.
Ah, pero nos negamos a ratificar Kyoto y me sale muy caro hacer todas esas modificaciones de tecnología y mi economía no podría soportar los costos y mejor -para que vean que soy reconsciente- convierto toda mi producción de maíz de este año en etanol -para que no les quepa duda de que a mí el petróleo me importa un corcho- y vean que estoy entrando en recesión y no me vean así que el 60% de las emisiones totales de carbono a nivel global es una exageración y el IPCC y Al Gore están mal y yo no fui y no fui y no fui: ¿no me ven los ojitos de cachorrito regañado, sufriendo por todos esos indocumentados que lamentablemente ya tienen trabajo y seguro se van a quedar hasta el fin de los tiempos?
¿Me está dando gusto ver estas fotografías? Hummm...

Water polo sobre pasto.

Arghhh...

"Amor, ¿te acuerdas que querías irte de crucero?"

No estaba muerto...

andaba de parranda (corchos, me encanta esta foto).

martes, 23 de septiembre de 2008

(Hagamos como que estoy de buenas)

Me habrá de perdonar el señor Xotla por el ventanazo, pero tengo que decirlo: me quedé esperando su sugerencia/petición para las rolotas de allá arriba (si gusta, pase a la sección de comentarios y remítalos, que serán bien recibidos y atendidos con prontitud).
Ahora, considerando que Rick Wright falleció el pasado 15 de septiembre, podría tomarme el caprichito (que más bien sería un minúsculo tributo) de publicar allá arriba un chorro de rolas de Pink Floyd -por supuesto, aquéllas en las que los teclados tienen preeminencia- o composiciones del propio Wright (y mira si le debemos unos rolonones); sin embargo, como ésta es todavía una pequeña y tiránica democracia, les dejo otra encuesta: "¿Qué género musical se nos antoja?".
Consideren dos cosas al momento de emitir los tres mil [sic] votos que espero: en las Rolotas se publican, por lo general, discos enteros o una compilación que dura más o menos lo mismo que un LP estándar; no esperen nada convencional, pero tengan por seguro que la selección es reeebuena, y no es presunción.
Y ahora pasemos al dos por uno:

¿Les quedó duda? No hay problema: un close-up, para despejar una de las dos incógnitas (vamos, que la otra abruma de evidente).
Terminado. Ya hice como que estoy de buenas. Sólo por hoy.

viernes, 19 de septiembre de 2008

...

Los puntos suspensivos sirven para esos momentos en que no se sabe cómo decir algo, en que se quiere presumir de pudor o respeto, en que se pretende tentar la imaginación de otro, en que se hace un intento (poco feroz, si se queda en intento) por imponer tono, en que se quiere connotar en lugar de denotar; o cuando uno no tiene nada que decir.
Hay quien los usa como si fueran comas, y también hay quien aparentemente desconoce su existencia y no sabe callarse algo, insinuarlo apenas; hay de todo en las viñas del señor, y han de ser grandes para que quepan todas esas cosas...
Son un instante de silencio, un filo de suspenso (dah... como si el nombre no fuera suficiente, vas y dices otra perogrullada), o más bien una brevísima suspensión del discurso. Son una vía por la que se carga de sentido el evento siguiente, o por la que cambia el del anterior.
Los puntos suspensivos de esta noche quieren apegarse a esas últimas funciones, con su debida insinuación.
Demasiadas ideas que rumiar, limpiar, derrumbar y construir. En cuanto ordene el muladar.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

¿Ya cargaron los fusiles?

Como es costumbre en esta sepultura, hoy no tenía ni la más remota intención de escribir ni siquiera puntos suspensivos: luego se quejan de que despotrico y me quejo como párvulo bajo la influencia de altísimas cantidades de azúcar. Y tratando de sabio como Eclesiastés, mejor me guardo de decir palabra.
Y para no variar en esta sepultura, alguien hace algo y me da de qué escribir...
La Caza anunció ya los títulos de las doce novelas que hemos (porque, por supuesto, ustedes van a estar muy al pendiente de todo cuanto suceda ahí, y eso es en tono imperativo: recuerden que esto es una tiranía) de leer próximamente. Si en la primera edición no entendí cómo se iban a hacer las cosas hasta que empezaron, esta vez parece ser igual y mi imaginación -bastante corta a últimas fechas (les suplico que me reten, por amor a lo que le tengan amor)- no me ayuda a vislumbrar los ejercicios ni de lejitos. Pero eso no es cosa que debiera preocupar a nadie, pues para eso hay tres que entienden muchísimo más de talleres y ejercicios que yo.
Tenía la oscura intención de hablar sobre los seudónimos de los concursantes de esta edición y que algunos me parecen ridículos, por decir lo menos, y de la importancia de tener un nombre (si no, vean a Lorena, que es más fácil encontrarla a ella que a Nohemí; por cierto, un abrazo) y de la historia detrás de Julián Iriarte y la novela que se supone le estoy escribiendo, pero he de ser franco y admitir que no tengo ganas de escribir más.
Con su amabilísimo, incuestionablemente amabilísimo, me voy a mi casa a cenar y dibujar una hora, o hasta que me duelan las muñecas, lo que suceda primero.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Servicios de bienes raíces

Vender cosas no es sencillo (hay una estufa arrumbada en una esquina de mi casa desde hace tres casas); vender cosas grandes, digamos una casa o un terreno o cualquier bien inmueble, es todavía más difícil, y los cuates están para dar cuenta de ello.
Pero eso no es problema si uno cuenta con un servicio de asesoría como éste: vaya con ellos, seguro en una semana venden hasta a su abuela en la mecedora.
(Disculparán la calidad de la imagen, pero el aparatejo no toma fotos extraordinarias a la una de la mañana.)

viernes, 12 de septiembre de 2008

Una pregunta cruel

Por andar de bocona, una amiga se comprometió a conseguir la opinión de diez respetados escritores (sic; no me pregunten por qué decidió convocarme a mí también) en torno a una pregunta que, cualquiera que sea el contexto, es estúpidamente difícil de contestar. Sin embargo, si la ubicamos en un contexto específico, la cosa se pone peor; copio textual del correo que recibí:
¿Cuáles son las diez obras literarias que darían en su opinión una mayor solvencia formativa a aquellas personas que se encargan de la educación de nuestros niños y jóvenes en el primer nivel de la pirámide educativa?
La respuesta, al menos para mí, no es en absoluto sencilla; pero por andar de bocón yo también, ya me comprometí a responder, y jodida la cosa, tengo que hacerlo antes de que se acabe el día...
En términos generales, lo que se pide es que uno juegue al antologador; por definición, toda antología es incompleta y ni por accidente pasa de lo ilustrativo. Con tal consideración en la cabeza, ¿cómo hace uno para antologar la historia de la literatura? ¿Cuál debiera ser el criterio de selección y, por tanto, eje rector de análisis y marco conceptual?
De inicio se me ocurre muy honesto escoger mis diez libros favoritos, pero dudo que a un maestro de primaria le sirva de un carajo una novela como o El amante o Si una noche de invierno un viajero. Después me viene a la cabeza que esos diez libros tendrían que ser representativos de la cultura universal -cualquier cosa que eso signifique-; pero para ser verdaderamente representativos tendría que haber muestras de las diez culturas más significativas (¿según quién?) para el saber humano, y debo admitir que no he leído mucho a los japoneses ni El libro de los muertos, por mencionar algunos.
También se me ocurre que esos diez libros podrían ser los que más ruido han provocado a posteriori al menos en literatura y entonces es obligatorio meter a la Biblia y a los griegos, sobre todo las Metamorfosis. Pero ya estoy oyendo a los que echaron la encuesta y a los críticos del sistema educativo: "Mocho pendejo, ¿qué no sabes que la educación pública en este país es laica?". Sí, sí sé, y también sé que la Biblia es un libro (por eso las itálicas) antes que un dogma y que no practico devoción religiosa alguna, aunque el jainismo me haga ojitos. Por lo demás, casi estoy viendo a los maestros de primaria (mocho como es este país) dando clases de catecismo en lugar de analizar historias tan divertidas como la de Jonás o poemas tan hermosos como el Cantar.
Y ahora no sé qué debiera hacer; y lo peor es que el futuro de este país y esas generaciones está en mis manos (!!!; ajá...).
Sus diez, en los comentarios.

Métodos de elección directa

Si se dieron cuenta (por supuesto que lo hicieron: ustedes siempre están muy al pendiente de todo cuanto sucede en este blog), a la derecha apareció una encuesta a principios de esta semana. Como esto es una pequeña democracia y mi catálogo musical ya pasa las 550 horas, me pareció lo más correcto que ustedes escogieran las rolotas que han de aparecer en la cabecera.
En atención y respeto al único voto recibido, "Me importa un corcho la música electrónica", me atengo a lo que ahí dice (ya mucho ha sufrido la política de este país con las impugnaciones electorales) y no publico música electrónica. Lo cual no exime que publique algo; recuerden: las democracias más efectivas tenían una cara muy similar a la dictadura totalitaria y tiránica.
Para que no digan que aquí no se oyen cosas interesantes y me guardo celosamente mis 550 horas, se quedan -apegándome ferozmente al tenor de los resultados- con la obra más importante de John Cage, no sólo porque todo mundo la critica, sino porque él mismo así la entendía.
Y de verdad, en las perogrulladas están las verdades que todos debiéramos tener en consideración.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Las consecuencias reales del calentamiento global

Uno de mis grandes placeres es comer, y una de las mayores envidias que me pueden tener (reinas) es que puedo hacerlo durante dos horas seguidas y mantenerme en mis 46 ñangos kilos, sin importar si el buffet es de supremas de cabra en salsa de fresa o tacos de suadero. Y por supuesto, es un crimen levantarse de la mesa sin tomarse dos tacitas de café bien cargado y dos o tres platitos de postre.
Ese gusto por comer se traduce en el gusto por cocinar, y si en general mi creatividad para los platos es más bien corta, puedo seguir recetas e improvisar un tanto sin caer en el crimen de tirar lo que cociné porque el sabor es espantoso. No es sorpresa: me pasé casi toda la infancia en la cocina con mi madre y mi hermana es chef, aunque hace ya mucho que no me toca uno de esos platos espectaculares que preparaba en la carrera (bueno, es un decir, porque dos veces estuvo a punto de envenenarnos: le perdonamos ésas nomás porque eran los primeros semestres).
En consecuencia, ir al supermercado a comprar fruta y verdura es hasta relajante; y además es bien bonito cuando las señoras se me quedan viendo porque me paso diez minutos escogiendo melones y tomates...
Pero los tres párrafos anteriores son mero introito, así que bien se los pudieron haber saltado y la diferencia sería mínima o nula... Pasemos al punto: el domingo, después de mucho de no poner pie en el súper, fui por fin a comprar fruta. Y en el pasillo de entrada me ofende esto:


Un segundo después de tomar la foto me pregunté si no era todavía verano; momento: todavía es verano, al menos astronómicamente, ¿o acaso será que en mi ostracismo no me di cuenta de que ya fue el equinoccio de otoño? Sí, me desconcertaron el señor de rojo que baila y canta villancicos, el reno y los muñecos de nieve.
Al cabo de las reflexiones, mi única conclusión es que el calentamiento global no tendrá consecuencias inminentes o a corto plazo: ya las estamos viviendo en toda su trágica amplitud y no hay ya distinción de estaciones climáticas, así que el señor barbado del Polo Norte simplemente no supo distinguir y presumió de iniciado el invierno. Aunque también creo que me quieren ver la cara en el supermercado...
Con su permiso, creo que se me está haciendo tarde para comprar un pino. Sirve que de paso compro otra cajita de cereal, como la de abajo.



miércoles, 10 de septiembre de 2008

Uno de los grandes asaltos verbales

Seamos gente y tengamos la cordialidad de recuperar la literatura. Disculparán el abandono y la miríada de divagaciones, pero bien saben (porque para estas alturas me conocen hasta la talla de zapato, estoy seguro) que tiendo a la indisciplina y la digresión, particularmente para conmigo mismo.
es una de mis más terribles envidias, y Thomas Bernhard un grande en mi panteón; para datos biográficos, sírvanse ejercer esa poderosa metichería suya... Contrario a las otras ocasiones en que he publicado mi opinión sobre un libro, esta vez me limito a copiar: no puedo decir mucho sin arruinarles un momento extraordinario, en tanto es cosa para experiencia y no para chisme. Así que dejen de hacer lo que sea que estén haciendo (y me importa un corcho que sean las cuatro de la mañana la hora en que estén leyendo esto), vayan a comprarlo (o róbenselo: recuerden a Darien) y sobrevívanlo.
La cuarta de forros tiene una sana advertencia: "Desde la primera frase [...] la cosa está clara: o bien dejamos el libro, o bien tomamos impulso para no detenernos hasta el final."; y para que no quepa duda, esa primera frase:
El Suizo y su compañera llegaron a casa del corredor de fincas Moritz precisamente cuando yo, por primera vez, no sólo trataba de describirle a Moritz y, en definitiva, explicarle científicamente los síntomas de mi enfermedad sentimental e intelectual, sino que había ido a casa de Moritz, probablemente la persona que en ese momento me estaba realmente más próxima, para volverle del revés, súbitamente y del modo más desconsiderado, la cara interna, no sólo enferma sino totalmente deformada ya por la enfermedad, de mi existencia, que hasta entonces sólo conocía él en un aspecto superficial que ya no le irritaba y, por tanto, en modo alguno le afectaba de modo inquietante y, simplemente por la inesperada brutalidad de mi experimento, por el hecho de que esa tarde, en un momento, descubrí y desvelé por completo lo que, en los diez años de mi relación y amistad con Moritz, le había ocultado, le había escondido siempre en definitiva, con sutileza matemática, y le había disimulado incesantemente y sin compasión por mí mismo a fin de no permitirle a él, Moritz, la menor idea de mi existencia, se había sentido profundamente horrorizado, pero yo no me había dejado cohibir lo más mínimo por ese horror suyo en mi mecanismo de revelación, por una vez puesto en marcha esa tarde de una forma vehemente y, lógicamente, condicionada también por el tiempo atmosférico, esa tarde, poco a poco, como si no tuviera otra elección, le había descubierto a Moritz, atacado por mí esa tarde, de forma totalmente inesperada, desde mi emboscada intelectual, todo lo que a mí se refería, descubierto todo lo que había que descubrir, desvelado todo lo que había que desvelar; durante toda la escena, como siempre, yo había estado sentado en el asiento del rincón situado frente a las dos ventanas, junto a la puerta de entrada del despacho de Moritz, el por mí llamado cuarto de los archivadores, mientras el propio Moritz, al fin y al cabo era ya finales de octubre, se sentaba frente a mí con su sobretodo de invierno de un gris ratón, quizá en ese momento ya en estado de embriaguez, no pude determinarlo exactamente en la oscuridad que había caído ya; yo no lo había perdido de vista a él durante todo el tiempo, era como si esa tarde, después de no haber estado desde hacía semanas en casa de Moritz y, de hecho, desde hacía semanas nada más que conmigo mismo, lo que quiere decir que había estado abandonado a mi propia mente y mi propio cuerpo un tiempo mucho más largo, aunque todavía no destructor de mis nervios, en la mayor concentración con respecto a todo, me hubiese decidido a todo lo que para mí había significado la salvación y, saliendo por fin de mi casa húmeda y fría y oscura, y atravesando el bosque espeso y sombrío, me hubiese precipitado sobre Moritz como sobre una víctima propiciatoria para, eso había pensado en el camino hacia la casa de Moritz, no dejarlo ya con mis revelaciones y por tanto, en realidad, inadmisibles ofensas, hasta haber alcanzado un grado soportable de alivio y, por tanto, haber descubierto y desvelado cuanto fuera posible de mi existencia, disimulada de él durante años.
Estaba a punto de meter mi cuchara (en la tercera de forros escribí algunas notas para el trabajo que tenía que entregar ese semestre, y hasta parecen inteligentes), pero no lo voy a hacer. Basta con que diga que este agresivo narrador se calma en el transcurso de la novela y la lectura regresa a lo posible, pero no por eso deja esa escritura obsesiva.
Aquí viene una confesión [sic]: me choca ver subrayados y marcas en los libros; me encabronaba sacar un libro de la biblioteca y encontrar párrafos y páginas enteras manchadas (porque no hay otro nombre) con marcatexto, ése de colores fosforescentes que agreden a simple vista. Sin embargo, suelo tomar nota al margen -obligatoriamente a lápiz- cuando un autor escribe sobre su idea de escritura o literatura. Cuando una idea así aparece en un libro como , es imperativo tomar nota:
Ahora [...] puedo hablar de la compañera del Suizo, o sea de la Persa, e intentar al menos conservar el recuerdo de ella, aunque sólo sea fragmentariamente y sólo en forma defectuosa y, como todo lo escrito, no pueda en lo más mínimo hacerse de forma acabada y completa, después de que tantos intentos como he hecho en los últimos tiempos han fracasado siempre. Sin embargo, todo lo que ha de escribirse debe empezarse siempre desde el principio e intentarse siempre de nuevo, hasta que por lo menos una vez se logra de forma aproximada aunque nunca satisfactoria. Y por inútil que sea, y por terrible y desesperado que sea, hay que probar siempre de nuevo cuando tenemos un tema que nos aflige siempre y siempre con la mayor obstinación y no nos deja ya en paz. Aun sabiendo que nada es seguro y que nada es completo, debemos, aun en medio de la mayor inseguridad y de las mayores dudas, comenzar y proseguir lo que nos hemos propuesto. Si siempre renunciamos antes de haber empezado, caemos en definitiva en la desesperación y en definitiva y finalmente no salimos ya de esa desesperación y estamos perdidos.
¿A alguien le queda alguna duda?

Bernhard, Thomas. . (trad. Miguel Sáenz [heroico]; prol. Juan Goytisolo) 4° ed. Anagrama: Barcelona, 1999.

martes, 9 de septiembre de 2008

Las oscilaciones del sueño

Reza el refrán, con la sabiduría que arrastran los siglos bajo los que se ampara, que no hay mal que dure cien años, ni pendejo que los sobreviva [sic]; o en otra versión, no hay mal que por bien no venga.
Ayer te soñé de nuevo, y fue distinto, y dormí toda la noche. Caminábamos juntos, tú vestido con un impecable traje azul y yo como siempre con mis tenis y los pantalones rasgados. De nuevo usabas la barba y tenías más cabello; te veías como hace unos años, con ese porte imperial que quiero tener cuando también visto de traje, pero que no logro a falta de uso.
Y caminábamos y decíamos cosas sobre las casas que veíamos y los árboles. No temblabas, te veías alegre. Otra vez tenías fuerza, como si no la hubieras perdido, y señalabas cosas para que yo las viera, con gesto decidido y mano firme. Y yo miraba todo cuanto me decías.
Fue distinto, y dormí toda la noche.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Iba a decir que Bob Geldof se equivocó

... y había visto mal el calendario; estaba convencido de que el estribillo debía rezar:
Tell me why?!
I don't like Sundays
I want to shoot
The whole day down...
Sin embargo, en atención a que eran las cuatro de la mañana y te volví a soñar, y que te vi justo como deseaba nunca hacerlo, haciendo tus ejercicios para no entumirte, con el brazo extendido y cansado, y a las cuatro de la mañana desperté y casi se me salen las lágrimas de desasosiego, sin que los gatos se dieran cuenta siquiera -a veces quisiera dormir como ellos-, y no pude hacer más cosa que abrazarte y darte un beso en la mejilla y cargarte para llevar contigo el esfuerzo, y que eran las cuatro de la mañana y no había podido dormir en toda la noche y ahora se me sumaba una imagen que me abruma de tan sólo recordarla (ahora sí se me llenan los ojos de lágrimas), rectifico.
Bob Geldof no se equivocó del todo: mi edición es el lado B de ese sencillo.

I Dont Like Mondays - The Boomtown Rats

viernes, 5 de septiembre de 2008

Así somos de importantes

En mi oficina nos reunimos para festejar los cumpleaños de los miembros de los grupos de Mutagénesis y Citogenética Ambiental: papaya, cacahuates y botanas, queso, refrescos y pastel; suena a fiesta infantil, pero con doctores de bata blanca, reunidos en un laboratorio donde hay tres centrifugadoras, un autoclave, un refrigerador que me da franco terror abrir y una mesota con una placa de acrílico donde creo que preparan cultivos bacterianos.
¿Y qué corchos hago yo ahí, si ni siquiera sé qué hacen en el laboratorio de Mutagénesis? Ah, pues resulta que el director del grupo, el Dr. Rafael Villalobos Pietrini, es también el editor de la revista donde trabajo, así que invitan al equipo de la sección editorial a todos los convites. Además el hijo del Dr. Villalobos es el diseñador y mi jefe fue alumno suyo: en ciencias, hasta donde he visto, hay una suerte de vicio por la endogamia.
Justo vengo de una de esas reuniones, con una particularidad: esta vez no festejamos el cumpleaños de nadie. En julio pasado, la Revista Internacional de Contaminación Ambiental (aka la revista donde trabajo) fue aceptada para indización por parte de Thomson Reuters en el Science Citation Index Expanded y en Journal Citation Reports, después de algo más de un año de evaluación. ¿Y eso qué corchos importa? Thomson Reuters, antes Institute for Scientific Information, es la empresa que dice qué revista académica es importante para la comunidad interesada y cuál presenta los mejores contenidos en su área, entre otras varias cosas, pero no termino de entender; tienen mecanismos de evaluación para determinar la incidencia y calidad de las publicaciones y además concentran en un solo lugar la producción académica. Dicho en menos palabras, son casi el monopolio multimillonario del conocimiento especializado, cualquiera que sea el área.
Más importante todavía, hay sólo trece revistas mexicanas indizadas, y si nos vamos a poner presumidos, dos de ésas se editan en este Centro, el único en México que puede presumir tal. Por tanto, el hecho de que nos incluyan es de harta relevancia, suficiente para que el rector de esta Universidad nos mande una carta de felicitación firmada por su propia manita. A título personal, mi jefe y el Dr. Villalobos me tomaron todavía más aprecio, pues tal logro se debe en buena medida a mi trabajo aquí; no, no soy el héroe que rescató con sus nulos conocimientos de ciencia a una publicación de la que no entiende más que el directorio, sino que vine a ocupar una plaza crítica (y abandonada, junto a la de la secretaria: gracias, honorable Sindicato de Trabajadores de la UNAM) para el proceso editorial, y además lo hago bien.
En fin, el caso es que hoy nos festejaron con nueces caras que nos hayan aceptado.
Un rato después de empezar a mascar almendras y avellanas saladas, llegó otro hijo del Dr. Villalobos, que también es doctor en ciencias y que además es miembro del Consejo Editorial (¿no les decía yo de la endogamia?). Por lo general, en las reuniones de cumpleaños contamos chistes y repasamos el anecdotario reciente, echamos chisme (que si el sindicato, que si el doctor de no sé dónde hizo no sé qué cosa, que el presupuesto, que los salones, que los cuerpos colegiados...) y comemos calmadamente; sin embargo, este señor se puso un poco más intenso y empezó a hablar de nanopartículas y superficie específica y nitratos y diez a la menos nueve metros y que está de moda hablar de nanocosas y que la tecnología siempre está cambiando y...
Se me salió una sonrisa y de pronto escupí. "En literatura las cosas son más sencillas". Y como siempre en estas situaciones, las tres conversaciones de alrededor hicieron un silencio sepulcral. Ante la mirada curiosa de todos, tuve que argumentar. "Sí, desde hace veinticinco siglos la preocupación es la misma." Por respuesta, este señor me dijo que en poesía de pronto se ponen locos y empiezan con versos que tienen 'no sé cuántas sílabas y que si la rima'. "Uy, eso tiene seis siglos. Y desde los griegos ya se medían los versos. Sólo hasta finales del S. XIX empezaron a trabajar el verso libre." Ellos saben de átomos y bichos, yo sé de palabras y versos: estamos a mano.
Ahí terminó el asunto. Nos acabamos las nueces y todo mundo hizo camino a su respectivo cubículo. De inmediato me acordé de Samuel Gordon, mi profesor de Poesía Mexicana de la carrera, quien se manejaba un anecdotario maravilloso, como haber levantado del suelo a Rosario Castellanos (que era su maestra) cuando ésta se electrocutó. "¿Yo para qué quiero un teléfono celular? Hace veinticinco siglos que nos estamos haciendo las mismas preguntas en poesía. ¿Qué pinche prisa puedo tener?"
Y sí, ¿qué prisa tenemos?
Bueno, ahora pasemos a la diversión. Una chulada...


Addendum: resulta que somos tan, pero tan importantes, que hasta estamos en el portal de la Presidencia de la República. Lo curioso es que nadie sabe cómo llegamos ahí...

jueves, 4 de septiembre de 2008

Y el fino arte de hacerlo

... con el debido cuidado.
"Love will tear us apart" fue la primera canción de Joy Division que entró a las listas de popularidad, en mayor grado por el suicidio de Ian Curtis un mes después de que se editara el sencillo. Al margen del morbo que pudiera circundar la muerte de Curtis, la crítica especializada (cualquier cosa que eso signifique) la ha considerado una de las mejores canciones en la historia del rock. Y de verdad es gloriosa.
Mi relación con esta canción es ingrata, pues por un lado es una joya de ésas que uno irremediablemente disfruta y encuentra extraordinaria (a la fecha no he conocido a alguien que le ponga reparo); del otro, he tenido la excelsa [sic] fortuna de cantarla en repetidas ocasiones: todo está bien, mientras no se llegue al "again" del estribillo, pues justo ahí se jode la cosa. Bueno, no, ¿qué digo?: la idea jode por sí sola, y dudo que haya punto más desagradable, rayano en la crueldad, que entender al amor como eso que da al traste con la relación. Y otra vez: el amor es cosa de sincronía.
Y de verdad espero no tener que cantarla de nueva cuenta.
Hay varios covers, algunos menos afortunados que otros (y algunos que no debieron haberse grabado jamás); el de Susanna & the Magical Orchestra es, por mucho, el más emotivo o el que más hondo le mete el dedo a la llaga, pero el de Squarepusher -que hoy descubrí- es __________ [rellene con el adjetivo laudatorio de su preferencia].
¡Qué difícil tener dos percepciones y dos emociones hacia un mismo objeto!

Love will tear us apart - Squarepusher

Los peligros de descargar música

... a destajo.
Ayer escuché por primera vez esta versión: tuvo que competir contra 530 horas de música para aparecer aleatoriamente en la lista de reproducción, y lo logró sólo después de seis meses, o más.

Yo no te pido la Luna - Javiera Mena

Javiera Mena me cae bien, y le encuentro algún encanto a su música. Pero ayer no podía dejar de reírme: me choca y recontrachoca el kitsch, y más de eso -que me cague de risa a cada intento rabioso de arte- no logra. Supongo (y espero) que la señora Mena lo haya hecho con cierta intención de pitorrearse, porque ésta está varios años luz por debajo de otras canciones suyas, que son rebuenas.
¿Borrarla o no borrarla? Por la sola diversión de reírme cada vez que cometa el crimen de aparecerse de nuevo en mi lista de reproducción, se queda.

YO NO TE PIDO LA LUUUNAAAAA
NA AH NAAA

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Una furia perpetua

O lo lindo de las formas rústicas o cómo se hacían las cosas antes o la incansable [sic] labor o la importancia de un corrector.

[...] Con tanto que todas las veces que hubiéredes de hacer imprimir el dicho libro, durante el tiempo de los dichos diez años, le traigáis al nuestro Consejo, juntamente con el original que en él fue visto, que va rubricado cada plana y al fin dél [...]; o traigáis fe en pública forma de cómo por corretor nombrado por nuestro mandado, se vio y corrigió la dicha impresión por el original, y se imprimió conforme a él, y quedan impresas las erratas por él apuntadas, para cada un libro de los que así fueren impresos, para que se tase el precio que por cada volumen hubiéredes de haber. [...] Fecha en Valladolid, a veinte y seis días del mes de setiembre de mil y seiscientos y cuatro años.
YO, EL REY.
Por mandado del Rey nuestro señor:
Juan de Amezqueta
Cervantes Saavedra, Miguel de. "Preliminares: Privilegio Real" en El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (1605). Florencio Sevilla, ed. Biblioteca Cervantes. Madrid: Alianza Editorial, 2001.

Si el Rey de España lo manda decir, entonces habrá que prestarle alguna atención. El Privilegio Real -junto con la Tasa, la Fe de Erratas y la Aprobación- era indispensable para publicar un libro desde 1558 y sabrán los filólogos hasta cuándo. En este caso, a Cervantes le daban permiso para publicar el Quijote durante diez años, con lo que se "protegían" (tan bien como era posible, y sabido es que poco se pudo) o ya de jodido se acreditaban sus derechos de autor; por otro lado, se apuntaba la posibilidad de una edición subsiguiente corregida, ya fuera por la autoridad real (qué útil era la Inquisición) o que el autor se viera en la necesidad de hacer modificaciones a la obra.
Hace ya más de cuatrocientos años que el corrector de estilo forma parte del proceso editorial y comunicativo; y sin embargo, parece que publicistas, creativos, copy's y ejecutivos de marketing (cualquiera que sea la definición y funciones de esos puestos) se han olvidado de que existimos, y que somos útiles, y más bien indispensables en muchos casos. Quizá el trabajo de esos señores sea construir las campañas mediáticas -con presupuestos millonarios- para hacer difusión de productos y servicios que no siempre nos son necesarios: a todas luces, yo no podría pensar en los medios y estrategias para promover un acondicionador de cabello (más si consideramos que hace ya casi ocho años que no tengo cabello), y probablemente su atención se deba centrar en un texto que no siempre es escrito, aunque eso no los exime de la obligación de tener una ortografía impecable. Y justo ahí donde mi creatividad no sirve a fines publicitarios, su ignorancia de las reglas ortográficas, sintácticas y donde la semántica y los dedazos traicionan, es donde tengo cabida yo y entera la Cofradía de los Sabios de los Acentos [sic] (ajá...).
Dicho mi propio Preliminar, anuncio una nueva etiqueta en este blog, prima hermana de Terrorismo: si se encuentran con Furia Perpetua, quiere decir que en algún lugar de la imagen hay un(varios) error(es) de ortografía o gramática, o todo junto. Me limitaré a campañas publicitarias en teoría (y sólo en teoría) supervisadas por alguien, porque si le prestara atención a todo lo que se escribe a mano en paredes y changarros de fritangas, mejor fuera abrir un blog entero dedicado a tan ardua labor. Como única regla y apelando a la voraz metichería de mis (ocho) lectores, me abstengo de apuntar los errores que encuentre; sin embargo, tengan la absoluta seguridad de que alguien la cagó si está publicado aquí.
Así pues, para inaugurar esta entretenida etiqueta: una nota de compra.

Habrán de perdonar si está arrugada, pero ayer me hicieron rabiar y de alguna manera hay que descargar el coraje.
Por un momento creí que la nota no iba a ser elegible para formar parte de e inaugurar esta honrosa lista, pues pensé que el sistema de la tienda en cuestión carecía de acentos; pero al encontrar el que encierro en el circulito azul, pues jodida la cosa y ni México lleva acento (según ellos).
En fin, así la diversión.
En MUY otros menesteres, la Caza ha seleccionado ya treinta novelas; de ellas quedarán sólo doce alrededor de la segunda semana de septiembre. Y entonces leeremos. Sigo sin saber ni entender cuál será la mecánica de esta edición, pero con el ingenio que echan, seguro voy a poner en pausa el trabajo por andar meticheando por allá todos los días, casi todo el día. Oh, si me conoceré, y la exigencia de estar ahí adentro.

martes, 2 de septiembre de 2008

Suma vectorial (y nadie apunta números)

Uno nunca se imagina los torcidos caminos que se hacen los resquicios de calma para llegar; tampoco los de la tensión. Y mucho menos sus soluciones.

I.
En Never Neutral se hace una advertencia muy justa; al margen del pragmatismo de esa advertencia, un rápido asalto por las entradas aledañas y les quedarán más claras las implicaciones y la necesidad de 300 libras esterlinas mensuales. Cierto: yo no estoy estudiando un doctorado (por principio de cuentas, tendría que terminar la licenciatura antes de considerar remotamente en presentarme para solicitar una beca ante el Conacyt) y no tengo planes de poner pie en Inglaterra o siquiera fuera de este país en mucho tiempo, pero los motivos son esencialmente los mismos.
Por supuesto, si tuviera el dinero suficiente para gastármelo en algo que no sean estrictamente mis necesidades del diario, mi mundo sería distinto. No requiero de nadie para solventarme, y eso es motivo de orgullo sobrado para aplastar a una larga fila de imbéciles que de verdad creen que lo único importante es amasar fortunas, pero no tienen idea de cuál es la puta utilidad de eso. En términos figurativos, un margen de error más holgado y con eso estoy tranquilo; y con eso pongo alguna sección del mundo en pausa y sigo escribiendo lo que quiero, en lugar de leer lo que ni siquiera entiendo.

II.
Hace relativamente poco, en uno de esos arranques de sabiduría aderezados de sentencias aforísticas, me dije una frase que ha determinado algunas de mis decisiones y acciones más recientes: me basto como problema. Me basto y no necesito de un francés imbécil con un coeficiente intelectual de 80 (a lo mucho), más su novia estúpida que cree que puede presentarse en mi casa y tomar posesión como si pagara la renta completa, y las ofensas e insultos gratuitos de los dos (políglotas a medio hacer, en francés y español), coronado con un conato de violencia que después quiso ser redimido con un "Perdón, no debí haber reaccionado así" -que evidentemente me sirve para una chingada y en nada me mueve a considerarlo persona: el respeto se gana- y encima tiene el atrevimiento de exigirme un dinero que perdió desde el preciso instante en que se negó a hacer caso y sacar a su noviecita de mi casa cuando le prohibí terminantemente que viviera allí. Me basto y no necesito que vengan a decirme estupideces de muy variada índole en lo referente a mi familia o mi historia personal o mis cargos de conciencia o todo lo que se me puede reprochar porque a todas luces soy una mala persona [sic]. Me basto y mis dolencias físicas son suficientes como para sumarle desasosiego de ningún tipo y más me valiera eliminar cualquier factor de esa sumatoria. Me basto y si tengo que decir una sola palabra más al respecto, en este mismo instante dejo de escribir este post.

III.
En el curso de los dos últimos años he vivido en cuatro departamentos distintos. Me choca ser un nómada, pero la cosa es así y no sobran las opciones. Y ahora, casi para no perder el ritmo, me mudo de nuevo.
Buscar departamento es una tarea pesada, pues hay que sopesar varios factores antes de cometer una estupidez y decir: "Sí, claro. ¿Dónde firmo?". Y más pesada tarea es preparar una mudanza y meter los siete metros lineales de libros en cajas y guardar todas las chunches de la cocina y el estudio. Y peor todavía, peor que cualquier cosa, es sacar todo eso de las cajas y acomodarlo en su debido lugar, después de haber arreado a los esclavos que cargan los enseres y supervisar que no rueden el refrigerador por la escalera o terminen de despedazar la cama: para ese instante, la única voluntad que queda en el cuerpo es tirarse en la cama (si sigue en condiciones de ser usada) y dormir hasta que haya amanecido el segundo día.

IV.
Treinta y tres mil puntos al que adivine por qué me despertó el dolor de cuello que todavía no me quito (siete aspirinas encima y contando).
¿Y quién diría que impartir una clase de inglés me serviría de algo ajeno a la economía?