lunes, 19 de diciembre de 2011

El oficio de soñar

En Extraños peregrinos: doce cuentos, García Márquez escribe sobre una mujer que un día comienza a tener sueños premonitorios; es tal su habilidad que la "ascienden" de criada de la casa a la soñadora de la familia, y su único deber es contar cada mañana lo que soñó. No recuerdo el final, y no tengo intención de volver a levantar un libro de García Márquez.
No sé, a ciencia cierta, cómo podría ser el oficio de soñar. En este momento estoy aturdido de gripa y antibióticos (dos inyecciones, faltan tres), al punto de pasar el fin de semana tirado en cama; el sábado, más puntualmente, desperté sólo para enviar dos correos y recibir la comida que los amigos me trajeron. El resto del tiempo fue sueño pesado, hasta el dolor de espalda y cadera.
De todo ese tiempo, no recuerdo nada, ni un solo sueño, una sola experiencia onírica que me hiciera dudar de la realidad. Hace mucho no recuerdo mis sueños, sin que sepa realmente por qué. Mi tiempo dormido se ha convertido en un vacío del que nada se recupera.
Las implicaciones, por supuesto, podrían ser varias, o sencillamente ninguna. Si no queda en claro de dónde vienen los sueños, ¿qué importaría si yo no soñara? ¿Acaso los sueños vienen de algún lugar? ¿O debiera preocuparme la otra acepción, la que implica ilusión y deseo? ¿Qué queda de una persona si no sueña?
Importa, en cualquier caso, descansar.

martes, 6 de diciembre de 2011

What if black

Muy tarde, ya entrada la noche y cuando terminé de desvestirme, me di cuenta de que ayer toda mi vestimenta fue negra: de los zapatos al saco, así todas mis prendas.
¿Qué poderosa fuerza, oscura y oculta de la vista plena, puede obligar a un acto que podría parecer del todo deliberado? Han pasado muchos años desde que vestí enteramente de negro, en que al menos mi ropa guardó luto. Nunca me ha parecido indispensable, y estos gatos lo hacen más difícil (apenas sale la camisa del clóset y ya tiene sendas manchas de pelo; pero eso no afecta, porque sencillamente ya me vale madre).
Inhóspito momento para hacer estas reflexiones.

sábado, 3 de diciembre de 2011

What if

Hay días en que el sol no navega su ruta con calma, y en su desasosiego se olvida de entibiar el aire o iluminar su propio camino. Hay días en que los cardúmenes de nubes se agolpan, indecisos de ser níveos o mudar la piel y teñirse de púrpura y pez. Hay días en que la música decide desplomarse, dejar de cruzar aire y agua, sentarse en un rincón del que no sale. What if the seas refused to wave? Y hay días en que se siente traicionar las convicciones, en que se eleva la esperanza de que exista un cuerpo inmaterial y presencia ultraterrena.
Si las voces de los fantasmas, entonces una conversación. Si las presencias inmateriales, entonces una sonrisa. Si la comunicación con las esferas superiores, entonces tu consejo. Si solamente quien escuchara, entonces todo lo que hoy te haría sonreír y decirme que no desmaye.
Entonces podría invocarte. What if the words could bring you here? Pero sé que no, que traicionar las convicciones es un retroceso que no se puede operar. Sé que no vienes tú, sino mi recuerdo de ti. Sé que no te hablo a ti, sino que me hablo a mí, que me hablo a través de ti, que le hablo a tu recuerdo en mí. Sé que memoria.
Y sé que memoria es palabra y palabra es virtualidad: te nombro en este momento, estás aquí en cuanto te nombro y te veo caminar hacia mí con ese extraño paso marcial, el brazo estirado y las zancadas amplias, imponente, para sentarte a mi lado con la sonrisa afable a pesar del ceño perpetuamente fruncido. Te veo y en mí te veo, en el corte de los ojos, en las manos y los gestos. Te veo a pesar de que no estás aquí. No estás.
Lentamente esto se remueve, puedo, digging now for the feel of something new. Y a pesar de que se anuncia una nueva luz, ni por pienso el día –este día– es más luminoso.

Smashing Pumpkins - Apples + Oranjes from DandyJon on Vimeo.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Prospectiva de horas de sueño

Calendario 2012:
1. Trabajo de tiempo completo.
2. Seis materias de universidad (las últimas, por fin, por gusto).
3. Una revista trimestral (redacción, corrección de estilo, edición, lectura de galeras).
4. Gestión de una casa de residencias artísticas.
5. Corrección de cinco a seis artículos semanales para una revista de arte de Miami.
6. Imposible decir cuántos trabajos de mis científicos (pero quizá uno cada dos meses).
7. Vida cotidiana.

Suma = menos de lo necesario

martes, 22 de noviembre de 2011

Factotum

10:12
Comienzas la traducción de una encuesta a un importante ejecutivo de relaciones públicas de una farmacéutica trasnacional.

10:32
Dejas en paz al ejecutivo y traduces modificaciones a las políticas financieras de una firma trasnacional de investigación de mercados.

11:49
Entregas las políticas financieras (qué difícil es el inglés de negocios) y traduces las respuestas automáticas que debe arrojar un programa computacional.

13:52
Regresas de la comida (cargando una bolsa de croquetas para gato) y te dispones a continuar con el importante ejecutivo de relaciones públicas.

15:48
Miras con incredulidad el monitor y empiezas a especular: ya sea que el importante ejecutivo no sepa hablar o quien transcribió sus respuestas no sabe escribir, lo cierto es que la traducción se detiene en seco. Después de deliberar el justo proceder, la encargada del proyecto recibe sutil mensaje de que hubiera sido lindo que leyera lo que manda traducir.

16:51
La encargada del proyecto quiere, ahora, que inicies el trabajo casi de cero. Antes de la embolia: chocolate, un vaso largo de agua, amarga queja con el jefe, y apagar la computadora. Mañana saldrá esa traducción (sin adjetivos, más por pereza que por respeto).

20:46
Te quitas por tercera vez al gato de las piernas, que duerme muy cómodo y a sus anchas, pero ya se te entumió la rodilla izquierda y el brazo entero.

21:18
Después de revisar las instrucciones para los autores de una revista académica, comienzas la corrección de un artículo de oncología.

[No sé a qué hora termine, pero sí sé que las lecturas del editor son tan variadas que su versatilidad apendeja.]

viernes, 11 de noviembre de 2011

Una pira roja

Sería una imprecisión decir que postergué la escritura de esta entrada de manera deliberada, cuando en realidad el motivo es que perdí capacidad, confianza, energía y una larga lista de otras cosas. Sin embargo, ya ha pasado suficiente tiempo desde que sucedió lo que narro a continuación; por tanto, cuanto se lea debiera ser exclusivamente lo que resulte relevante a la distancia.

viernes, 28 de octubre de 2011

miércoles, 26 de octubre de 2011

Una coincidencia

Pasan los intentos, uno después de otro, y por fin termino The Scarlet Letter. Hester Prynne es una de las mujeres más hermosas de la literatura, y eso se debe no sólo a su fulgente cabello y sus ojos imponentes, o a la devoción y amor de su corazón y su paciencia para con sus vecinos. Nathaniel Hawthorne supo dominar un lugar común –el que se lee al final de la narración y que el lector conoce desde muchas páginas atrás– y empujó el lenguaje hasta encaminar ese desenlace inevitable, sin que uno sienta un repudio innombrable hacia el autor. Por el contrario.
Y lograr ese pequeño milagro, narrar algo que el lector conoce, y sin embargo mantener su atención, el placer de su lectura, es obra de maestro, cosa que pocos logran.
Entonces continúo con mis lecturas, en inglés porque se hace costumbre ese sonido. Levanté hace dos meses La cámara oscura de Georges Perec, en una muy linda edición de Impedimenta, y me pareció que sencillamente no tenía la potencia de mis lecturas más recientes (a saber: The Jungle Book, Moby Dick, Dubliners). Quizá el juicio es injusto: poner en abierta confrontación a tres autores que se toman muy en serio el lenguaje y la literatura contra uno solo que se divierte al hacerlo, y que tiene muy otra visión de las implicaciones de la escritura, es poner en desequilibrio el fiel.
Así que vuelvo a mis lecturas, sigo recorriendo mi biblioteca, y me cruzo con Dickens y Great Expectations. Recuerdo que lo compré en Borders (RIP) junto con Things Fall Apart de Chinua Achebe, hace unos nueve años, en el primer viaje que hice con mi padre. Se quedó guardando polvo y esperando en el estante todo ese tiempo, guardando la voz de Pip. Y levanto Great Expectations, su humor sardónico, su voz inocente y ambiciosa y triste, su humildad y su desprecio por la condición de la vida cotidiana.
Hoy, de camino (largo) a esta oficina, me encuentro de pie junto a un sujeto batallando por mantenerse en equilibrio, el libro abierto. "Chapter I" leo de reojo (siempre la curiosidad de leer el libro ajeno); me pregunto qué libro leerá, como siempre. A la primera oportunidad, en cuanto gira el libro para cambiar la página, deduzco -pectations en la segunda palabra.

viernes, 14 de octubre de 2011

Una respuesta

No importan las condiciones lamentables en que estoy ("se fue por sus tequilas, ¿verdad joven?", dice el taxista en el camino a esta oficina), hoy me reventaron los ojos. Y no puedo hablar, y no puedo pensar, y no puedo decir: sólo sé que tengo las lágrimas en el pecho.
Hace mucho dijiste que mi regalo de graduación iba a ser esa litografía de Dalí que vimos. Aún me la debes, porque aún te debo un título. Hoy empiezo a cobrar y saldar la deuda:
Supongo que tendré que regresar a Hawaii por lo que es mío.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Volver, volver

De nuevo Hawthorne, The Scarlett Letter, "The Custom-House". De nuevo la escritura. De nuevo la necesidad, después de tanto tiempo, de tanta ira (por una vez, justificada y vista sin mi intermediación). De nuevo, ante todo, la posibilidad.
Un día, por fin, tienes la pulsión de escribir. Para sacar (acomodar) de otra manera la ira, para decir el desasosiego, para poner en perspectiva las dudas de un momento particular y aclarar las soluciones que se avecinan, para recuperar un ritmo que se perdió (si acaso se tuvo) hace años. Y de alguna manera las palabras se hacinan en el pecho y buscan su camino, pero la falta de uso hace extraños los sonidos. Quiere surgir la voz de entre los sepulcros y la brisa cauta es más ruidosa, quiere despuntar la mañana en un nido de colores y la bruma aplasta los rayos entre sus nubes, busca el agua su cauce y se encuentra con un muro de argamasa.
Se quiere decir. Se tiene algo que decir. Se intenta decir. Pero cada brizna de voz se rompe. Es una extraña tristeza.

jueves, 16 de junio de 2011

Pero de veras tómalas

Vagaba por obligación en la página del ICATI y me encontré con esta chulada. Hay algo igualmente encantador y perturbador cuando se encuentran contradicciones como ésta.

miércoles, 8 de junio de 2011

Undoubtedly

¿Qué quiere decir "pensar en alguien"? Quiere decir: olvidarlo (sin olvido no hay vida posible) y despertar a menudo de ese olvido. Muchas cosas, por asociación, te recuerdan en mi discurso. "Pensar en ti" no quiere decir otra cosa que esa metonimia. Puesto que, en sí, ese pensamiento está vacío: no te pienso; simplemente, te hago aparecer (en la misma medida en que te olvido).
–Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso

Hace mucho no platicamos. Al menos no así, in extenso, con mucho que decir. Pero he perdido la cuenta de las cosas que han sucedido, también de las que valdría la pena alguna mención; probablemente olvide algo: sobrevivirá sólo lo que en verdad sea significativo.
Terminé a finales del año pasado (sí, ya mucho tiempo ha) dos libros que en verdad me gustaron; no pude moverme los días siguientes, tal era el cansancio, pero esos dos tienen un brillo especial en mi currículo. Y los menciono a la primera excusa, para hacer alarde de ellos (de mí), para sentir que el esfuerzo y el tiempo que le he dedicado a la edición tienen un peso específico y palpable.
Después siguió un periodo extraño como pocos: sigo sin entender por qué, pero me pidieron que revisara el plan de estudios de una licenciatura en gestión cultural, y que escribiera el programa de ocho materias. Yo, que no he terminado la carrera, que sé eminentemente de literatura y esencialmente nada de gestión cultural o periodismo o comunicación, que no tengo elementos para decir con solvencia si un plan de estudios es adecuado o no. Vamos, es una responsabilidad seria: de una u otra manera, el futuro de un puñado de personas estaba en mis manos. Pero lo hice, con toda la dignidad que pude y la ayuda de muchos amigos que tenían más en claro qué debía hacer.
En el lapso fui a Hermosillo, a ver a Cindy, a madre, a los niños. Especialmente iba a ver a Yarehd, para qué decirlo de otra manera. Cindy me contaba cada semana cómo iban los preparativos de la fiesta, el vestido, los amigos, cómo controlar a la tropa de adolescentes… El día de la fiesta fui a la playa: la última vez que pisé arena fue contigo, hace seis años; estaba pasmado, el mar frío y tranquilo frente a mí, el cielo nublado, el día apenas tibio a mediados de enero en el desierto. Apenas escuchaba lo que me decían. Recordaba las tardes en casa de Lorraine, la morena amarilla que vivía bajo la piedra frente al barandal, la arena gruesa, las cervezas y las discusiones hasta tarde. Y mientras todo eso se revolvía, me hablaban y me preguntaban qué me parecía el paisaje, por qué no decía nada.
Ya en la fiesta, me sentía alejado de todo: los poquísimos adultos estaban ocupados en cuidar que los adolescentes no metieran de contrabando una botella de ron, o se dedicaban a tomar una cerveza que escondían celosamente. Nadie con quien conversar. En toda honestidad, pasé un mal rato: su gusto musical es, por lo menos, irritante. Pero qué importaba si Yarehd se veía hermosa, si la niña de quince años se estaba robando la fiesta entera, si disfrutaba cada canción y bailaba como si nada más importara.
También en ese lapso decidí (me vi obligado) a compartir la casa. Por fortuna la primera chica que llegó es extraordinaria persona, con una historia de vida que abrumaría a casi toda la gente que conozco. Madura, sensata, razonable. Sé de cierto que si no me hubiera relacionado tan limpia y apaciblemente con ella, mi humor sería todavía más violento. Los dos padecíamos una soledad terrible, y ahora, a la distancia, nos hacemos compañía con conversaciones en las que constantemente nos damos ánimos.
Ahora comparto la casa con una sommelier. Me sorprende la claridad de sus ideas y sus decisiones, su madurez, su cordialidad. Le pedí una botella de aquel licor de whiskey que nos tomamos hace unos años; no hay en la tienda en que trabaja, pero me dice que de buena gana me traería una en julio, cuando regrese de Londres. Quería tomarme un vaso hoy, contigo; tendrá que esperar.
El trabajo volvió. Hacía casi un año que no estaba formalmente empleado, y de pronto cayó una oferta, justo cuando empezaba a desesperarme. De nuevo camisa y pantalón de vestir, pero traducir, el solo acto, compensaba ésa y otras incomodidades, como la soberbia idiota de los muchos mercadólogos que me exigían un inglés prístino muy a pesar de su español lamentable. Y traducir, trabajar el lenguaje de otra manera, trabajar el lenguaje mismo.
Después se me anunció otra vuelta a la forma: "Ven, te invito a un proyecto editorial en el que vas a aprender mucho." Admito que lo dudé, pero el sentido común dice que la única manera de devorar mi pasión es no soltarla. Así que de nuevo estoy haciendo libros; unos que me parecen terribles, que no disfruto, que me dan vergüenza (al menos uno), que me hastían. Quiero pensar que una manera de crecer como editor es trabajando libros que no me gustan, conocer sus particularidades; fuera de eso, me cuesta encontrar ese aprendizaje que me prometieron.
Por regla general, consulté contigo muchas de mis decisiones: quizá no siempre me diste el mejor consejo, pero siempre vertiste alguna luz sobre esas dudas, sobre el mejor resultado posible. Y en esto hubiera querido a mi mentor conmigo: me preguntaba (pregunto) cuál sería tu opinión, qué me dirías, cuál sería tu sugerencia a partir de tu experiencia, qué anécdota me contarías.
No sabes de ella –al menos no por mí–, pero una mujer llegó. No recuerdo que alguien me haya querido así: desde el principio me ha procurado, me ha cumplido caprichos varios, me ha tolerado en mis momentos exasperantes, y sigue ahí. Es hermosa en muchos sentidos, es puntillosamente detallista y atenta, es sumamente inteligente (aunque a veces se rehúsa a creerlo). No conoce el alcance de su influencia en mi persona: puedo relacionarme un poco más con una mujer, procurar su felicidad y ver en eso algo de la mía, entiendo que el veneno de mi voluntad y de mi ira han alejado a mucha gente, hay una brizna de calma.
Me avergüenza no quererla, o no en la misma medida que ella, a pesar de que lo he intentado tantas veces. Recordó tu cumpleaños, sin que yo dijera nada en las semanas pasadas. “Me tomo la licencia (disculpa por eso) de felicitar a quien cimentó a ese hombre que eres ahora.” No podrías decirme que no es una mujer magnífica.
Ya ves (lo sabes, siempre) que mi vida es parca, que se parece en mucho a la tuya. Hay tanto en lo que te reconozco. Las metonimias se enciman, desde el espejo hasta la ira y la voz ronca, en las manías y los gustos. Es ausencia imposible, si el referente pervive en tantos espacios que se llenan sin siquiera evocar, que se llenan de manera incompleta.
En el corazón de todo eso es difícil no pensarte. Sé que la escritura no compensa nada, no sublima nada, que es precisamente ahí donde no estás (Barthes de nuevo), pero ésta es la necesidad de conversar contigo.


[Ustedes disculparán, pero esta conversación es exclusivamente de dos.]

martes, 3 de mayo de 2011

Un peso

Hay días en que me pregunto cómo he tomado mis decisiones, en qué entorno me he detenido y las razones por las que veo el mundo tan lejos. Qué oscuro hado me presenta la realidad que veo.
Inmediatamente quiero ser responsable y asumir que el azar tiene poco o nada que ver, que son efectivamente mis decisiones las que distribuyen esa realidad, y no una potencia ultraterrena la que dicta suceso y destino. Por supuesto, la consecuencia es más grave, y sin embargo queda ese resabio incierto de que algo no he decidido, que el mundo también pasa frente a mí y no todas las opciones están en mis manos o a mi alcance, que puedo aspirar a cierta solución, pero desde el inicio el rumbo era otro.
También siento la necesidad de desarraigar esa responsabilidad de mí y delegarla cómodamente hasta hacerla desaparecer. Eso me daría a quién culpar y sería libre de todo fardo. O lisamente olvidar toda responsabilidad y seguir sin memoria. Pero esta constitución me lo prohíbe, no hay sombra de descanso.
No siendo suficiente, la potencia de la memoria arrastra a un recuerdo, una experiencia, una emoción, o quizá una ilusión. Y cualquier cosa que eso sea, duele de alguna manera, y sabe exigir atención y encontrar su espacio en el cotidiano. No me queda en claro por qué regresar a ese dolor, si quizá intentemos recuperar lo bello que encerró, a costa de padecerlo de nuevo. Pero queda claro que volvemos.
Y ahí voy, mascullando canciones y poemas que aplastan porque no son o no fueron. Es esa relación metonímica con un objeto simbólico (Barthes): el objeto no contiene un significado por cuenta propia, sino que lo imponemos nosotros a partir de la memoria de lo simbolizado. Resulta entonces que un letrero, una hoja de papel, un aroma o una textura encierran un fragmento del otro. No está ahí, y sin embargo está presente. Son recuerdos (o experiencias, más bien) dulces, que en su ausencia y distancia pesan.
Queda resignarse estoicamente o combatir cada fibra de uno mismo. Cualquiera que sea el caso, sé que tengo un problema mayor cuando me cuesta tanto trabajo hilar discurso.

lunes, 2 de mayo de 2011

All that life

And terrible as it seems, and actually is, I admit it; and I'd love to see that dress rolling around, close to me. Soon I might be deprived of even the slightest of it, and such is indeed painful.

lunes, 25 de abril de 2011

No te me mueras

Hoy me preguntaron si sabía qué fecha era; contesté inmediatamente, con perfecta conciencia. Hoy es un día agridulce.
Por una parte, es el cumpleaños de uno de mis recuerdos más queridos. Pasan los años, nos hacemos personas distintas, me vuelvo cada vez más cauto, más silencioso, más ácido y honestamente más distante; él también cambia lentamente, pero no sé cómo: hace años ya que no lo veo, que no cruzamos al menos una palabra o tomamos una cerveza juntos. Hace mucho que no sé siquiera cómo está, o cuándo vino y cuándo se fue. Y lo sigo queriendo, y lo sigo presumiendo mi mejor amigo.
Y justo hoy falleció Gonzalo Rojas. Lamento terriblemente no haberlo escuchado en una lectura que dio el año pasado: tuve un instante de rabia por enterarme tarde.
Como casi todos los grandes que me son preciados, conocí a Gonzalo Rojas en la carrera, en una clase de Poesía y poética latinoamericana. Esa voz poderosa, tan suya, sonora, con profunda carraspera, reconoce humildemente a Pound y a Williams y a una vasta generación de poetas norteamericanos a quienes tradujo. Ahí había una enseñanza que Rojas llevó a su campo personal para decir: la frase musical a su servicio. Suya es una obra hermosa y potente del siglo pasado, con un oído en el amor y las manos en los conflictos que le demandaban atención.


No le copien a Pound
No le copien a Pound, no le copien al copión maravilloso
de Ezra, déjenlo que escriba su misa en persa, en cairo-arameo, en sánscrito,
con su chino a medio aprender, su griego translúcido
de diccionario, su latín de hojarasca, su libérrimo
Mediterráneo borroso, nonagenario el artificio
de hacer y rehacer hasta llegar a tientas al gran palimpsesto de lo Uno;
no lo juzguen por la dispersión: había que juntar los átomos,
tejerlos así, de lo visible a lo invisible, en la urdimbre de lo fugaz
y las cuerdas inmóviles; déjenlo suelto
con su ceguera para ver, para ver otra vez, porque el verbo es ése: ver,
y ése el Espíritu, lo inacabado
y lo ardiente, lo que de veras amamos
y nos ama, si es que somos Hijo de Hombre
y de Mujer, lo innumerable al fondo de lo innombrable;
no, nuevos semidioses
del lenguaje sin Logos, de la histeria, aprendices
del portento original, no le roben la sombra
al sol, piensen en el cántico
que se abre cuando se cierra como la germinación, háganse aire,
aire-hombre como el viejo Ez, que anduvo siempre en el peligro, salten intrépidos
de las vocales a las estrellas, tenso el arco
de la contradicción en todas la velocidades de lo posible, aire y más aire
para hoy y para siempre, antes
y después de lo purpúreo
del estallido
simultáneo, instantáneo
de la rotación, porque este mundo parpadeante sangrará,
saltará de su eje mortal, y adiós ubérrimas
tradiciones de luz y mármol, y arrogancia; ríanse de Ezra
y sus arrugas, ríanse desde ahora hasta entonces, pero no lo saqueen; ríanse, livianas
generaciones que van y vienen como el polvo, pululación
de letrados, ríanse, ríanse de Pound
con su Torre de Babel a cuestas como un aviso de lo otro
que vino en su lengua;
cántico,
hombres de poca fe, piensen en el cántico.


¿Qué se ama cuando se ama?

¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida
o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se halla, qué
es eso: amor? ¿Quién es? ¿La mujer con su hondura, sus rosas, sus volcanes,
o este sol colorado que es mi sangre furiosa
cuando entro en ella hasta las últimas raíces?

¿O todo es un gran juego, Dios mío, y no hay mujer
ni hay hombre sino un solo cuerpo: el tuyo,
repartido en estrellas de hermosura, en partículas fugaces
de eternidad visible?

Me muero en esto, oh Dios, en esta guerra
de ir y venir entre ellas por las calles, de no poder amar
trescientas a la vez, porque estoy condenado siempre a una,
a esa una, a esa única que me diste en el viejo paraíso.


Retrato de mujer
Siempre estará la noche, mujer, para mirarte cara a cara,
sola en tu espejo, libre de marido, desnuda
en la exacta y terrible realidad del gran vértigo
que te destruye. Siempre vas a tener tu noche y tu cuchillo,
y el frívolo teléfono para escuchar mi adiós de un solo tajo.

Te juré no escribirte. Por eso estoy llamándote en el aire
para decirte nada, como dice el vacío: nada, nada,
sino lo mismo y siempre lo mismo de lo mismo
que nunca me oyes, eso que no me entiendes nunca,
aunque las venas te arden de eso que estoy diciendo.

Ponte el vestido rojo que le viene a tu boca y a tu sangre,
y quémame en el último cigarrillo del miedo
al gran amor, y vete descalza por el aire que viniste
con la herida visible de tu belleza. Lástima
de la que llora y llora en la tormenta.

No te me mueras. Voy a pintarte tu rostro en un relámpago
tal como eres: dos ojos para ver lo visible y lo invisible,
una nariz arcángel y una boca animal, y una sonrisa
que me perdona, y algo sagrado y sin edad que vuela de tu frente,
mujer, y me estremece, porque tu rostro es rostro del Espíritu.

Vienes y vas, y adoras al mar que te arrebata con su espuma,
y te quedas inmóvil, oyendo que te llamo en el abismo
de la noche, y me besas lo mismo que una ola.
Enigma fuiste. Enigma serás. No volarás
conmigo. Aquí, mujer, te dejo tu figura.


Enigma de la deseosa
Muchacha imperfecta busca hombre imperfecto
de 32, exige lectura
de Ovidio, ofrece: a) dos pechos de paloma,
b) toda su piel liviana
para los besos, c) mirada
verde para desafiar el infortunio
de las tormentas;
____________no va a las casas
ni tiene teléfono, acepta
imantación por pensamiento. No es Venus;
tiene la voracidad de Venus.

sábado, 23 de abril de 2011

Prueba A

Un día por fin te decides a bañar a los gatos. Todo sale razonablemente bien: sólo tres rasguños serios en el brazo (peor te ha ido). Cuando terminas, te das cuenta de que ya es tarde (pasan de las cinco), no hace tanto calor como otros días y esos dos siguen mojados.
Iluminación: si los cepillas, entra aire (o debiera) al pelo y en consecuencia se seca más rápido. ¿Qué obtienes de casi una hora de cepillado?


lunes, 18 de abril de 2011

Imperatrix mundi

Let's not be afraid to be Don Quixotes.
Algirdas Julien Greimas

Para Aquiles, la gran preocupación era fama y gloria (que no necesariamente pasar a la inmortalidad, como se pretende en la multimillonaria y muy libre adaptación en Troya): podía quedarse sentado a la vera de su tienda y esperar a que llegara la muerte en la vejez, perdido en el olvido de los hombres, uno más sin pasado; o podía levantarse, con la certeza de que quedaría tendido en los campos de Troya y la inconmensurable fama de haber sido el mayor guerrero que recordaran los hombres. Y sin embargo, Odiseo encuentra en los infiernos a uno que preferiría ser un esclavo vivo a un rey entre los muertos.
La fama, entonces, se volvió carga a cuestas para los siguientes siglos, todos penando por pasar a la memoria del mundo. Fama y Fortuna comandaron los actos hasta entrado el S. XVI, y sólo hasta que Don Alonso se burló —sin saberlo— de esa gloria, paró ésta de encontrar su camino.
La defensa de la fama no ha perdido vigencia, y una medida es mantener la cordura, aparentar solvencia en todos los órdenes de la vida, lograr sin demasiada pirotecnia que Fortuna sonría y su rueda nos encuentre en alto. No cometer impertinencia o imprudencia alguna, ser probos, mantenerse en los lindes del respeto convenido, hacerse del reconocimiento a punta de méritos.
Pero entonces falta la voluntad, el asalto del cambio, una oscura pulsión de vida que dicta: "no tiene importancia, no hay decisión absoluta, puedes cambiar la opinión ajena si tienes la tenacidad, reventar la locura, disolver el tiempo". Se vislumbra la posibilidad de vencer en batallas absurdas o que ya han sido ganadas, de cargar contra un justo. Y entonces hacerse de su nombre.
¿A quién mira Fortuna desde lo alto? ¿Al que espera que lo aplaste, o al que se yergue para alcanzarla? El refrán es viejo: Audaces fortuna iuvat.

domingo, 17 de abril de 2011

Una dinámica

Es cierto que se dejan de hacer ciertos libros. Sin embargo, tal no quiere decir que se dejen de hacer libros, o que uno no quiera seguir haciendo libros.
Suponiendo que no conozcan Ars Electronica, baste decir que es el festival de artes electrónicas (duh) más importante y de más añeja historia en el mundo. Vamos, el que entra a la selección oficial de verdad sabe manipular nuevas tecnologías y objetos digitales.
En el marco del Festival de México el año pasado, Ars Electronica tuvo presencia con una selección internacional que, ahora, me parece arrebatadora (bueno, casi toda). Disculparán si voy un año tarde, pero lo cierto es que apenas en octubre supe realmente lo que sucedió, y sólo hasta hace relativamente poco tengo una razón de peso para entrar en materia.
La tarea fue descomunal: el catálogo es trilingüe, con textos densos y un montón de gente trabajando en traducciones y lecturas. Medie la aclaración, mi participación no estuvo en la edición, sino sólo en la corrección del inglés; lo que no quiere decir que no fuera descomunal para mí también: cuando terminé, sentí los brazos entumidos durante tres días.
Pero aquí está mi ejemplar y me rebosa el orgullo cada vez que lo repaso.



lunes, 11 de abril de 2011

El precio de las cosas

I.
[...] después de haber estado sentado unas cuatro horas con mi impresor para corregir las pruebas de una de mis obras, más tarde, cuando había salido de la imprenta, aún flotaban delante de mis ojos las imágenes de aquellos pequeños mecanismos a los que había mirado tan intensamente, e incluso durante la noche me parecía verlos.
Bernardino Ramizzini (1700)

Tengo una razón de peso para escribir esta entrada: no queda muy en claro cuáles son las funciones de un corrector, y consecuentemente cómo hace su trabajo.
Doy un ejemplo veloz: hace unos días me pidieron que corrigiera un texto cuyo lector final era el director de operaciones de importante empresa. Antes siquiera de terminar el primer párrafo tenía sobre las espaldas un sutil reclamo: "¿Sabes qué? Pasemos a lo que sigue porque ya tengo que enviar ese documento. Llevo prisa." Eso último quería decir que yo debía leer un documento de quizá tres cuartillas en siete minutos, reloj en mano.
Sin embargo, no tengo licencia para culparlo: distinto de un cirujano plástico, un violinista, un abogado o un contador, el corrector de estilo no se forma propiamente en una universidad y esencialmente pasa desapercibido en cualquier proceso del que forme parte. La corrección no constituye una profesión a la que aspiren los estudiantes (yo mismo despreciaba la idea de ser corrector cuando estaba en la carrera) y no hay "convenciones" socialmente establecidas en torno a ella, como la bata blanca o el traje inmaculado.
Las consecuencias de eso abarcan un espectro ridículo, desde quiénes son susceptibles de obtener un puesto de corrector –como egresados de literatura y ciencias de la comunicación o médicos (en el caso de la corrección de literatura médica) con experiencia editorial, en lugar de lingüistas, mucho mejor preparados para semejante tarea–, hasta quiénes deben asumir esa responsabilidad en una empresa: resulta que el copy en una agencia de publicidad es el encargado de corregir hasta las cartas del director, o periodistas y traductores deben corregirse a sí mismos. Y eso sin mencionar a la miriada de (hay que decirlo) charlatanes que aprietan un botón en Word y dicen que corrigieron el texto en cuestión; conocí dos, así que es honesta la frase.

II.
Entre los factores indispensables del mundo literario, ningúno [sic] tan poco apreciado generalmente como el corrector de pruebas, cuyos inestimables servicios debieran proclamarse diariamente para que, siendo conocidos, pudieran ser debidamente recompensados.
Manuel Ossorio y Bernard (1880)

Pero eso agobia un poco menos que el tiempo del que dispone un corrector para hacer una lectura digna, o lo que pretenden pagarle por no poco esfuerzo. En México al menos, las tareas editoriales se tasan siguiendo los parámetros del Fondo de Cultura Económica; probablemente me traicione la memoria, pero en mi mente flotan $17 por cuartilla. El resto de las editoriales mantiene precios similares, a veces muy por debajo. En Porrúa ni siquiera leen originales y toda la corrección se hace sobre pruebas formadas.
El tiempo, por supuesto, es el gran látigo en las espaldas. Ya lo decía en el ejemplo del inicio, pero es recurrente, aún en empresas que conocen a fondo las implicaciones del proceso editorial (v.g. las editoriales mismas). Entonces un corrector tiene doscientas cuartillas sentadas en la mesa, y tres días montados sobre las espaldas: no hay café que te permita atrapar al vuelo las erratas más evidentes si el día ha durado más de doce horas.

III.
¿En qué consiste, ya para ponernos de acuerdo, una corrección de estilo? Por principio de cuentas, el corrector está justo en el punto donde se cruza el fuego del autor, el lector y el texto: no es solamente cazar errores gramaticales y ortográficos fusil en mano (el texto), sino comprender el mensaje original (el autor) y asegurarse de que sea claro y transmisible (el lector). Más todavía, tiene que conocer al lector potencial del texto –de definición mucho menos precisa que el lector ideal– y apegarse a los términos que le son familiares.
Por supuesto, gramática, ortografía, sintaxis; pero también sentido. En la semántica se nos queman las espaldas, pues de pronto resulta que la última afirmación traiciona el sentido del párrafo entero. Un corrector disciplinado, por regla general, pasa más tiempo en textos periféricos que en el texto que va a entregar.

IV.
Encima de eso, hay una sensación oscura de que la competencia es feroz y deshonesta. Pero entonces caemos en un círculo vicioso: si no especifico en qué consiste mi trabajo y cuánto cuesta, a menos de que me pidan una cotización, entonces mantengo a raya a mi competencia. Y mis clientes potenciales tampoco conocen los pormenores de lo que hago, y nadie sabe reconocer un trabajo bien hecho, correctamente tasado.

V.
Ninguno hay que no pueda ser maestro de otro en algo.
–Baltasar Gracián (1657)
Por todo lo anterior, así aparece una nueva etiqueta en este blog, y una sección en la columna de la derecha. Y para dar en mano:
  • Corrección de estilo (originales): $55 - $80
  • Corrección de pruebas formadas (digital): $45
  • Corrección sobre pruebas de impresión: $50
  • Corrección de estilo en inglés: $90 - $110
  • Traducción: $140 - $220
Estos precios se dan en pesos mexicanos y se contabilizan en cuartillas editoriales de 1,500 caracteres, contando espacios. El costo varía en función de la complejidad del lenguaje y el volumen de trabajo. El tiempo de entrega oscila entre cinco y siete días hábiles, aunque siempre estará en directa relación con el volumen: ni en broma logro traducir cuarenta cuartillas en un día.
Quede en defensa de las mejores prácticas (disculparán, pero a últimas fechas la jerga del mercadólogo es moneda corriente).

*Algunos de los epígrafes que aquí se leen fueron tomados de Libros y Bitios (de varias entradas, así que pueden tomarse el gusto de repasarlo a fondo).

jueves, 7 de abril de 2011

I haven't yet

Hace dos días fue el aniversario luctuoso de Allen Ginsberg. Podrían encontrar anécdotas hermosas como el día en que los Beatles -poco después de que pusieran pie en Nueva York- se sintieron intimidados ante la presencia de Ginsberg, invitado personal de Bob Dylan; y entre anonadado y confuso, incómodo por el silencio que había en la sala, se sentó en las piernas de John. "Dime John, ¿te gusta la poesía?" Y raudo negó. "Ah, no mientas: tu favorito es Blake", se escucha entonces en la voz mordaz de Yoko.
Allen Ginsberg, en cierto sentido, es el paradigma del poeta contemporáneo que conjuga dos tradiciones. Por un lado, el poeta maldito que explora los bajos fondos y conoce por experiencia propia la mezquindad humana, que está dispuesto a consumir el mundo en todas sus formas, radical, contestatario y crítico; se declaró abiertamente homosexual temprano en su carrera -cosa locamente escandalosa en los cincuenta, en especial para un judío; en terrenos del arte, también constituía algo cercano al suicidio- y consumió todas las drogas que existían en su tiempo. Por otro lado, era practicante poco ortodoxo del budismo zen, sobrio, moderado, de conocimiento enciclopédico. Ginsberg podía ser a la vez el Beaudelaire de cabello teñido de verde y el Kenneth Rexroth que traduce poetas místicas japonesas.
Y así como la poesía de Ginsberg es sumamente personal, me siento movido a recordar el impacto que tuvo en mí, esa clase de literatura norteamericana en que escuché una grabación del "Howl" en su voz y sentí cómo me golpeaba la espalda, el ritmo que no podía alejar y que tuve que imitar de alguna manera, la profundidad con que entendí Estados Unidos a través de algo más potente que la crónica histórica o la propia imagen directa. Sin embargo, no es justo: todo eso se volvió mío de una manera, pero puede ser de alguien más de otro modo.

lunes, 21 de marzo de 2011

Una esperanza

Es marzo y el Festival está en apogeo: mucha música por descubrir y quizá alguna actividad en danza o teatro si muerden mi curiosidad. El año de conciertos, sin embargo, empezó antes.
Fiel (mecánico) devoto, para mí empezó con Junip: José González y otros cuatro sujetos haciendo algo que, forzadamente, tendría que describir como electrofolk sicodélico. Tenía un lindo color, pero todo el concierto fue del mismo color. Sin duda volvería a un concierto suyo, ligeramente más sobrio y menos cansado: justo esa tarde hubo comida con los amigos, y la pulsión de jugar con el carbón encendido y cocinar resulta más poderosa que cualquier razón y sentido común.
Saliendo del concierto, tuve la extraña impresión de que el resto del festival podría tener un sabor similar, de desencanto y cierta insatisfacción de mis expectativas; acepto que de alguna manera soy supersticioso. Quiero regresar a la casa y dormir la incomodísima semana (extraño dolorosamente a mi roomie del año pasado; desprecio a la que se acaba de ir) que he tenido.
En todo caso, se avecinaba un concierto que tenía que grabarse en el granito de la memoria de esta ciudad: los Residents confirmaron desde noviembre una fecha. Recuerdo que por poco escupo el café cuando leí el comunicado; después de todo, el Meet the Residents es una parodia al Meet the Beatles, y su cuerpo de obra se extiende por ya cuarenta años. No sólo eso: los Residents experimentaron con casi todo lo que hoy conocemos de multimedia, noise y música conceptual.
Y sin embargo, en mi vida he estado en concierto más aburrido. Sí, había quienes se desgarraban las ropas nada más de ver a esos tres sujetos anónimos en el escenario: una sala vieja en la que una televisión emitía estática bajo una lámpara de pantalla. Caben dos posibilidades: o yo no tengo acceso al críptico sentido del humor de los Residents, o sencillamente no es un espectáculo que pueda, por naturaleza, ser entretenido o espectacular.
Inevitablemente pensé en Roland Barthes y su distinción entre placer y goce: el primero es inmediato, eufórico, volátil, acotado en el tiempo; el segundo es absolutamente personal, requiere de absoluta atención y es más parecido al aburrimiento que al entretenimiento. Pero para qué parafrasearlo:
Texto de placer: el que contenta, colma, da euforia; proviene de la cultura y está ligado a una práctica confortable de la lectura. Texto de goce: el que pone en estado de pérdida, desacomoda (tal vez incluso hasta una forma de aburrimiento), hace vacilar los fundamentos históricos, culturales, psicológicos del lector, la congruencia de sus gustos, de sus valores y de sus recuerdos, pone en crisis su relación con el lenguaje.
El placer del texto. México: Siglo XXI, 1974.
Pero no lo encontré gozoso. Contrario a otras experiencias abrumadoras y sorprendentes que han sucedido en el Festival (como Le noir de l'etoile), que efectivamente verifican la distinción de Barthes, en esta ocasión me pareció que quien esgrimiera el argumento lo haría de modo más bien artificial.
Me quedaban dos boletos en la mesa. El jueves se presentó Text of Light en la Cineteca Nacional: Lee Ranaldo (uno de esos cuatro que fundaron Sonic Youth, o sea cualquier pelado), Ulrich Krieger, Alan Licht y Tim Barnes musicalizaban en vivo dos películas cortas de Stan Brakhage. Con toda honestidad, Lee Ranaldo fue la razón para comprar el boleto, a sabiendas de que el concierto/proyección iba a ser una dolorosa masa de ruido. En algún momento deliré con lo que veía, y justo ahora vuelvo a tener una extraña sensación de desprendimiento. Esto sí fue goce, uno vibrante.
Y con el último boleto en la mano, el sábado llegamos puntuales al Palacio de Bellas Artes para escuchar a Herbie Hancock. No era mi plan, pues tenía intención de ver a los Melvins ese mismo día; sin embargo, un devoto imposible del jazz me vendió un concierto que, ahora sí, debía grabarse en granito. Para mi fortuna, en última de las instancias, apareció un comunicado que informaba la posposición de la presentación de los Melvins: estaban en Tokio, y no salieron sin rasguños. Será mi fortuna, pero que desagradable manera de ganar tiempo.
Entonces llegamos al Palacio art decó y tomamos lugares, al vértigo de lindos veinte metros de caída libre. Comienza el concierto, y no es lo que me prometieron.
Con absoluto respeto a quien tocara el piano junto a Miles Davis y John Coltrane, escuché un concierto de jazz de los ochenta, con pocos momentos relevantes y un montón de sonidos grises, opacados por la historia del genio detrás de esas composiciones. No fue sorprendente, o revelador. Es cierto que no soy devoto encarnizado de Hancock, pero no tuve la necesidad de regresar a casa y poner sus discos a la brevedad.
Me queda una pregunta honesta: ¿acaso no tengo disposición a relacionarme con estas experiencias, ya por falta de empatía, ya porque son muchas las cosas que me cruzan la cabeza? ¿O es que mi gusto ahora difiere y no me relaciono como antes? Asumo que lo segundo no es preciso y lo prueba Text of Light.
Mi conclusión es otra: no ha sido un buen año para el Festival. De buena fuente sé que hay una serie de problemas al interior, de muy diversa índole. Haciendo memoria, tuve un mal presentimiento ante dos cosas: la desaparición de Radar (aunque digan que sólo lo rebautizaron Aural, aunque sea evidente la ausencia de los ciclos de compositores, por mencionar sólo una falta mayor) y el muy reducido cartel de este año.
Queda un resabio de esperanza: el concierto de clausura, que ha sido emocionante desde que asisto al Festival. Sólo espero que se satisfaga la esperanza.

viernes, 11 de febrero de 2011

Una tormenta de hojas

Hoy día, hacer un libro significa dominar diversas herramientas digitales; decir 'tecnológicas' es de suyo una perogrullada si consideramos que la factura del libro como lo conocemos va de la mano de los desarrollos tecnológicos de la época. Al margen de eso, hacer un libro implica seguir un proceso que no ha variado mucho desde que Gutenberg fraguó una idea.
Hacer un libro, ante todo, implica conocimiento y técnica, orden, proceso, y por supuesto control de tiempos. Sí, podemos hacer un libro en quizá la vigésima parte de lo que tomaba hace cien años, gracias a las herramientas de transmisión de datos, almacenaje y portabilidad, lo que no quiere decir que podemos hacerlo en la vigésima parte de lo que toma hacer un libro.
Hacer un libro siempre ha sido una tarea especializada, meticulosa, que se aprende en el proceso, con la nariz metida en cada etapa. Ese conocimiento, sin embargo, es inútil sin materiales de los cuales partir: un libro se hace para alguien más, con lo que ese alguien quiere leer publicado, con lo que entrega, con lo que tiene. Y sucede casi de cotidiano que eso que entrega no cumple con las características razonables para producir su libro, así que se buscan salidas: investigar datos aquí y allá, consultar reiteradamente, cotejar, revisar, dibujar de nuevo, y pedir y pedir y pedir al autor que entregue materiales de mejor calidad, a veces asistirlo para que así sea.
Ya no hacemos libros por capricho propio: hacemos libros siguiendo nuestros criterios para cumplir el capricho ajeno, para que luzcan y poder decir orgullosamente "aquí está mi firma, esto lo hice yo", no como autores, sino como los encargados de hacer que ese objeto sucediera. Eso nos hace, de cierta manera, mercenarios que trabajan para quien pueda costear, aunque muchas veces estemos a expensas de a ver qué ocurrencia.
¿Y qué tareas implica hacer un libro hoy día? Primero, todos deben estar de acuerdo: cuánto cuesta, en cuánto tiempo está listo, cómo se entrega, qué tareas específicas se tienen que hacer, bajo qué criterios se hacen esas tareas, qué quiere el autor y qué se puede hacer realmente. Después empieza el trabajo: dictamen (cuando se requiere), edición del texto, corrección de estilo, comentarios con los autores, diseño de maquetas, diagramación y vaciado en cajas, manipulación, retoque y trazado de imágenes, lectura de pruebas de impresión, más comentarios de los autores, más lecturas de pruebas, más revisiones. Y si sobrevivimos eso, entonces entramos a imprenta y alguien tendrá que ver asuntos de distribución.
El párrafo anterior, ha de decirse, involucra al autor aparentemente de manera tangencial. "Yo te entrego y tú resuelve: a mí no me molestes hasta que lo tengas listo"; mas no es así: el proceso editorial tiene un departamento de calidad (los correctores), pero el primer filtro es el autor. Un libro que se entrega en condiciones suficientes (no digamos siquiera óptimas o prístinas) fluye con ligereza y llega a buen puerto sin que nadie se desmaye en el camino. Un autor que se preocupa por su libro le procura atención y tiempo antes siquiera de entregarlo a un editor.
Hoy dejé de hacer un libro, debido a que el autor, en su completa incapacidad para seguir instrucciones y atenerse a un proceso, decide fincar en mí la responsabilidad que le compete a él. A todas luces, un instructivo completo y detalladito, con marcas de tiempo y especificaciones puntuales para todos los materiales, no es suficientemente ilustrativo como para que se siga atentamente. Y resulta que lo quiero en tres días o no entro a imprenta, pero te mando todo en el texto (no vaya a ser que te pierdas, y tampoco tiene mucho caso que te mande cuarenta archivos si en uno caben todos), y si quieres que te reciba para ver lo que no te mandé correctamente, nos vemos en un rato, pero me esperas una hora y media porque tengo una junta y se me olvidó decirte; y fíjate que los cambios que hiciste no me gustan porque suena mejor como lo escribí yo, aunque gramaticalmente sea incorrecto; aunque estaría bien que me entregaras tus archivos de trabajo y yo lo resuelvo (sirve que me quedo con tu trabajo y te quito de los créditos y todo sale a mi nombre); y es que no es posible que hasta ahora me digas que no te sirven las imágenes (no, no me importa que me lo dijeras desde el inicio). Ah, y de una vez te lo digo: voy a hacer todo lo posible porque no agarres una puta chamba: te voy a boletinar a ti y a tu empresa, cabrón.
Por supuesto, tengo la violenta tentación de encontrar recovecos y dinamitar la dependencia entera. Pero ahí hay gente que aprecio. Me limito a ser elegante, citar a un gran amigo (que también conoce con claridad cómo piensan) y encajar la aguja en el iceberg de su ego, en su asunción de que sólo ellos tienen acceso a la verdad de las consecuencias del cambio climático:

EL CONOCIMIENTO NO ADMITE REPRESENTANTES

martes, 8 de febrero de 2011

La marea

¿Qué poder encierra la palabra? Es (debiera ser) la articulación del lenguaje en un acto inteligible y comunicable. Puede ser un milagro, un capricho, un accidente, un reflejo.
Las palabras no dicen nada, son en sí mismas materia fónica. El sonido bien puede aglomerarse de la misma manera en otro entorno y las palabras seguirán sin decir nada. Las palabras sólo tienen vida en correlatos, en distinciones por oposición y comparación; su expansividad depende de lo que pueden abarcar, pero también de lo que obligatoriamente excluyen de su significación.
Las palabras son virtualidad, presencia de eso que lleva nombre, que puede llevar nombre. Eso no está (quizá nunca estará) aquí, y sin embargo tiene presencia en cuanto lo evoco por la palabra. Y aun cuando quisiera negarse, llega aquí y se instala en este presente, en lo que digo, en mis imaginaciones sobre eso y esotro. No cobra vida por la palabra, sólo presencia: no están aquí los niños que extraño aunque no lo sepan, pero sí sus sonrisas terribles, sus manos, sus ojos que me separaban al menos un momento.
Esto que lees no pertence a un espacio determinado: se actualiza según tus circunstancias y experiencias, eso que te parece relevante. Bien podrías considerar que has perdido el tiempo al leer estas líneas, y sería correcto si no puedo llegar a un punto en el que nos entendamos.
No somos palabras: somos lenguaje. Comunicamos con muchos más recursos. ¿Comunicar qué? Esto que lees es una caja casi cerrada; en cada costado hay una cantidad variable de agujeros por los que podrías asomar; cada agujero debiera permitirte una imagen distinta: ves un mismo objeto (si acaso hay un objeto ahí dentro) y alguna cantidad de entornos y sombras.
Y hay lenguajes acerbos, dulces, cáusticos, conmovedores, inquietantes; sea cual fuere, nos instalamos en uno, por azar o decisión, y desde ahí construimos discurso. A veces, si suficientemente hábiles, un lenguaje se arropa en otro por disímil que sea, se disfraza de una capacidad que le es ajena; entonces tenemos la rara habilidad de mostrarnos igualmente expansivos y dinámicos. Decimos con suficiencia una mentira inocente, o extendemos una verdad con malicia hasta llegar a los fines de una agenda personal. Pero el discurso se revela, apenas un susurro debajo de la espuma.
Ahí comienza el esfuerzo. ¿Qué lenguaje? ¿Y qué si no me place tal?
Tomar una decisión es de regular sencillo: sin prisa podemos ver las consecuencias y las responsabilidades que seguramente acarrea. Su ejecución es lo que arrebata.

Addendum
Just read it; had to share (00:42).

martes, 1 de febrero de 2011

Una centena

O cuantos sean.
Devotchka es grande; y es hermoso. Y es lo que necesito en días como casi todos mis días amargos.

miércoles, 26 de enero de 2011

Un banco de arena

La última vez que pisé una playa fue en el verano de 2004, justo después de varios malos momentos. Lo que ha seguido se resume en trabajo y poco tiempo libre; también poca voluntad.
El sábado, por intempestiva iniciativa del primo de mi cuñado, aparecimos en la Bahía de Kino con tres cervezas bajo la mano. No recuerdo cuándo fue la última vez que comí ostiones frescos, o pata de mula, o jaibas en su concha; pero sí recuerdo la última vez que pisé una playa, y acompañado de quien. Y ese recuerdo navegaba el instante, mi relación con una playa que no conocía.
El agua era incómodamente fría, no cargábamos toallas con nosotros (sólo tres cervezas), no era clima para nadar en el mar: el sol era plácido, pero había familias en chamarra. No era ocasión de nadar —al menos para aflojar por fin el cuerpo después de tanto tiempo de tensión y trabajo y entregas y dolor—; a pesar de alguna necedad de lanzarme, sólo pude meter las piernas hasta las rodillas y mirar mis pies hundidos en la arena.
Si me paro en cierto lugar, este viaje fue mala idea; si doy un paso, es lo más prudente y correcto en mucho tiempo.

jueves, 13 de enero de 2011

El vhiernes (casi)

Tan mal, en tantos sentidos, de tantas formas, que no sabría por dónde empezar. Sólo voy a invocar las reglas de la furia: seguro a la primera deducen las razones que amparan la presencia de esta joya en este intolerante blog.

miércoles, 12 de enero de 2011

En las vísceras

Tuve el impulso (muy a destiempo: hay que entregar un catálogo el viernes, y otro más por la tarde, y una tira de materias la semana entrante, y hacer como que estudio [ajá...] para el próximo examen de la UNAM) de revisar un cuento. No están ustedes para saberlo, pero lo poco que he escrito en mucho tiempo ha sido por encargo de Eme-Equis, vía Antimio Cruz.
Me gusta "Ámbar gris" por el ritmo que logró y la cantidad de sensaciones que lo cruzan. Independientemente de ese impulso paternal de exhaltar a mis hijos, sucede que soy corrector de estilo, y ya pasó mucho de que escribí el cuento, y ahora lo miro con la navaja en una mano:
No llevan prisa. Saben que todos van a estar sentados en la sala, contando las mismas historias, fumando y tomando cerveza. Saben que, pasadas un par de horas, se van a empezar a aburrirse, Octavio se va a acordar de Susana y le va a marcarllamará a las tres de la mañana, Miguel se va a adueñartomará control sobrede la música y todos se van a quejar, todos le darán su dinero a Horacio va a juntar dinero para más cerveza y botana y se va a quedar conpodrán dar el cambio por perdido, a las cinco van a cenar a ver dónde y luego él tendrá que llevar a varios a sus casas. Prefieren no llevar prisa.
¿Qué hacer cuando uno tiene este ojo de carnicero?
En otros menesteres, el cuento cobra una dimensión más después de leer los capítulos aromáticos (llamémoslos así) de Moby Dick.

jueves, 6 de enero de 2011

Vida y opinión

I.
Una prueba de personalidad arroja los siguientes descriptores a partir de mis respuestas; comprenderán si me permito escoger los datos relevantes.
Oliver es un individuo preciso, exacto y meticuloso. Constantemente busca la perfección y se interesa mucho en los detalles; si bien tiene cierta inclinación por el detalle, también necesita realizar tareas de carácter variado, para evitar aburrirse y lograr la máxima eficiencia. Le gusta reflexionar sobre las cosas. Usa sus destrezas lógicas y analíticas para responder a problemas complejos y difíciles. Tiende a seguir el protocolo. Trabaja más eficaz y cómodamente en situaciones estructuradas, claras e inequívocas. Su aproximación general es cautelosa y conservadora.
Ha de entenderse que es un perfil para reclutadores laborales y que la 'valoración' está sesgada hacia mi capacidad para funcionar en un entorno de trabajo. Pero maldita la cosa, la piedra no cae lejos respecto a mi carácter general; ni siquiera de mi gusto literario. Del musical no hablo, porque en definitiva no ajusta.

Ia.
Lo que una prueba de personalidad en línea no arroja es la variación en situaciones localizadas: sí, tengo una obsesión por el orden y el sistema; sí, le traigo el ojo puesto al objeto perfecto; sí, necesito hacer cosas muy distintas, muchas, al mismo tiempo, o no me pongo quieto; sí, soy de formas y gusto conservador ('clásico' me parecería un poco más preciso). Pero tengo una pulsión maniática por encontrar soluciones distintas dentro de un mismo proceso. 'Make it new' (Pound).

II.
En la columna de la derecha se lee un robusto pliego petitorio: libros de variopinto tono y color que debieran formar parte de mi biblioteca* desde hace mucho tiempo, o quizá desde que se agitó mi curiosidad. Poco de lo que ahí se enlista se escribió en la segunda mitad del S. XX, y es generosa la cantidad de lo que se remonta a dos (o tres) siglos atrás.
Es perogrullada que ese pliego petitorio da clara idea de mi gusto literario; lo que resalta, en última de las instancias, es el derecho que tienes de disentir: si mi selección te parece anticuada, a mí no me da curiosidad leer a Stephenie Meyer o Dan Brown, entre otras novedades editoriales. Y todos contentos.

III.
Y podrá ser anticuado, oxidado, retrógrado o sencillamente viejo, pero la gran literatura se actualiza y toma su lugar en el tiempo, se hace espacio y presencia sin importar su edad. Sólo la gran literatura aprehende su futuro.
Ya saben qué edición quiero y me pueden regalar.

*De paso le agradezco a Xotlatzin por aquella edición digital de Los viajes de Gulliver. Digo, ya que estamos tocando el tema.

sábado, 1 de enero de 2011

A su salud

Sobran, a todos, los motivos para recordar y hacer evaluaciones, especialmente en estos dos días. Me parece más pertinente planear y disponerse a descubrir que sancionar, o no tener la providencia de considerar complementarios esos dos momentos.
En última de las instancias, tendría que hacer memoria en función de las cosas que me apasionan y cambiaron, por adición o sustracción. En mi lista de conciertos que reverberan con rabia, despuntan los Boredoms, Massive Attack (los dos) y Health. En su momento no hice una reseña en forma y orden, pero me excusa (que no disculpa) el vértigo que continúa al día de hoy y que seguirá al menos durante dos semanas.
Para repasarlo de manera sencilla, pocas veces verán que una masa de ruido haga bailar al público. Intenso. Emocionante. Divertido. Vital.
Revisen las rolotas: de veritas que vale la pena.