Todos sabemos que presumo de una amargura que a nadie queda claro si es cierta o si nomás soy un presuntuoso de proporciones bíblicas. Como sea, en unos minutos he de recibir en casa -después de un par de años de llevar una vida al margen de las relaciones sociales- a todos los huérfanos de este año nuevo. La falta de costumbre dicta "paranoia, ponles correa a todos (y todas);" la realidad, el sentido común, la conciencia de que es factible, mas insano seguir así, la brevísima epifanía de que los modos pueden variar sin que por ello se modifiquen de fondo las formas, acusan con voz queda "abre la puerta y sonríe." El año entrante no he de recorrer distancias a pie, sino sentarme en mi oficina y dominar el imperio que todo tirano ha de construir. Y el mío querrá emular a Carlo y Alejandro.
Interrumpo la interrupción. Caso especial, pues acabo de encontrar la antena de internet que me regalaron. Después de poco más de un mes de vivir en este departamento, apenas esta semana los libreros tomaron su lugar. Casi todos los libros, incluidos los de más reciente adquisición, salieron de las cajas y ya descansan en las repisas. Las dos cajas con los archivos de la carrera están arrinconadas, los kilos de papel que leí y escribí durante tres años. En una de ellas debían estar las fotocopias de De fusilamientos de Julio Torri: después de cinco días, una cena de navidad, una visita a la familia y regalos que no esperaba, el enojo que alza la falta de atención al tiempo ajeno se ha calmado. Y a pesar de que recuerdo lo esencial de la cita, los microensayos/microcuentos de Torri saben decir con sobrada puntualidad: ¿para qué reconstruir según mi capricho? Desaparecieron las fotocopias, o al menos no están en la carpeta en que debían. Y metiche, revisé mi trabajo final a esa materia: orgullo y vanidad aparte, creo que es el mejor ensayo que escribí en la carrera, muy a tono con las divagaciones que aquí se han leído. Lo he dicho en repetidas ocasiones, y vale la pena repetirlo: si alguna vez fui feliz fue durante esos tres años. Recuerdo el terrible placer que me provocaba la crítica y la teoría literarias. Y comienza de nuevo la diatriba de abandonar de una vez por todas la literatura y arrojarme de lleno contra sierras circulares, caladoras, taladros, lijadoras, madera y clavos o continuar con la furiosa necedad que me insta a seguir trabajando en editoriales en las que no puedo ejercer el pleno de mi pasión.
Debido al periodo vacacional que cruza la Universidad Nacional Autónoma de México, el blog que está frente a usted se encuentra temporalmente fuera de servicio. Si por un azar se cruza con un grupo de editoras, tenga a bien informarles/recordarles de dicho periodo. V.g. no, no voy a corregir en varios días: estoy poniendo en orden mi casa y la base de operaciones mancomunada que tengo con mi socia.
Decía en el post anterior que había delineado el contenido del que sería el presente. En términos generales, esto que se lee debió haber sido mi punto de vista respecto a Copenhague; más todavía, el apoyo y expectativa que este blog puede ofrecer en su debida proporción: como se evidencia en el primer banner de la columna derecha, yo también tenía esperanza de que podría establecerse un acuerdo de beneficio común. Sin embargo, tras la noticia de un borrador que, en muy pocas palabras, da al traste con el Protocolo de Kyoto y licencia al rico para amasar fortuna y continuar un modo de vida insostenible a costa de los jodidos, admito con pena que empiezo a perder la esperanza. No es que ya se haya aceptado esa resolutiva (pues se ha planteado un nuevo borrador) y en consecuencia debamos resignarnos a vivir en un país que no goza de los beneficios de una economía rapaz y esperar a que los recursos se terminen. Ciega de furia la irrefutable evidencia de que siempre hay un interés ulterior, un abuso de las estructuras de poder, una flagrante negación a la vida, la imposibilidad de considerar al otro en la toma de decisiones. Ante un panorama como el que plantean quienes toman las decisiones que marcan todos los días de mañana, quizá la vida, efectivamente, encontrará su camino sin nosotros. Y nos lo habremos ganado a pulso.
To remember only achievement and worth is to ignore the vast majority of our cultural experience. It helps create that strange cultural telescoping that makes us think that the past was always better; that odd warping of collective memory that enables us to recall even the 1970s fondly.
–Sam Jordison
Buscando información para el que será el próximo post, encuentro esta nota en The Guardian. Dos cosas llaman mi atención: a) la furia con que se consume el tiempo presente en la actualidad, o la necesidad de mantenerse a la vanguardia, sin importar pasado ni futuro lejanos (lo que es signo palpable del consumismo), que se asocia con a') una ominosa ignorancia del cómputo del tiempo. "¿De qué te estás quejando? No entiendo un carajo." ¿Recuerdan que los últimos seis meses de 1999 vivimos una pseudocrisis debido a la incertidumbre de las reacciones que podrían tener los equipos informáticos ante el cambio de siglo, el famosérrimo-y-ahora-olvidado fenómeno Y2K? Todo mundo tenía los ojos puestos no en el cambio de siglo, sino de milenio, pero muy pocos estaban al tanto de que los siglos (y los milenios) cambian hasta el año 01: el S. XXI comenzó a computarse como tal en 2001. El sistema no es arbitrario, sino lógico y de costumbre: cuenten diez unidades, comiencen donde quieran; podría apostar a que comenzaron en 1 y terminaron en 10. Pero decía yo que dos cosas me llaman la atención: b) la concepción del pasado, el ejercicio de la memoria, requiere obligatoriamente de un acto de discriminación. Los recuerdos (y antes que ellos, los fenómenos que se instalan en la memoria) se seleccionan según una necesidad particular. Recuerdo las palabras exactas que reactivaron mi odio, pero no recuerdo el color de las paredes; y en sentido contrario, tengo presente el color del vestido y cada movimiento de la última mujer de la que me enamoré, pero no podría recuperar la vasta mayoría de sus palabras. Lo anterior es una cualidad/necesidad humana: es biológicamente imposible que una persona recuerde absolutamente todos los días de su propia vida, no digamos eventos ajenos a sí; cierto, hay casos de memorias atormentadas que registran la totalidad de lo que perciben, pero son tan contados que sólo tengo noticia de uno de finales del S. XIX. Inmersos en la era de la información, donde en los últimos veinte años hemos producido más textos que de los sumerios a la fecha, donde se espera producir la primera computadora personal con memoria física de un petabyte en los próximos quince años, donde las tecnologías de almacenamiento y distribución de información son obsolescentes seis meses después de su presentación, es inaceptable considerar la necesidad de discriminar los eventos que han de formar parte de la posteridad en función de su valor. La Historia, compuesta de "rodajas" de Realidad (ese cúmulo de simultaneidad temporo espacial, donde residen el total de memoria, expectativa y hechos), se ve obligada a acotar periodos de estudio. Sin embargo, los estragos de la guerra no son omitidos debido a su carencia de valor (bueno: habrá quien los encuentre valiosos): aunque se me podría objetar que la Historia entera es el registro de las guerras, debiera ser un derecho disponer de la totalidad de los registros de una época, sin sesgar a priori la aproximación a los eventos de la memoria. Y toda esta divagación gracias a los peores libros de los últimos diez años (que no de la década, que todavía no se acaba).
Doblar la voz por debajo de los cuartos traseros y los cascos. Prestar la voz a quien busca tras los muros del horizonte. Cambiar la lengua por otra más clara; hablar desde detrás de mí, con un aliento imperial. Callar: otro pide palabra.
Mi querido
Éste me trae sobre los lomos a ti: sabes mandarlos. Quisiera quedarme contigo, pero sé que me llevará de vuelta, y tendré que reposar de nuevo en mis huesos cansados y su dolor. Vengo, sólo, a recordarte. Después éste me llevará a otro lugar, uno donde Sol domine su imperio. No desmayes, has logrado mucho –falta otro tanto–: lo que no hubiera imaginado, pero siempre confié que podrías. No pierdas nunca, por ninguna razón, tu capacidad para sorprenderte: sigue mirando las cosas pequeñas, busca a tu rosa y a tu zorro, pozo y agua. Eres mi orgullo, desde hace tanto, y cada vez más. La tuya fue la última sonrisa; las tuyas fueron las últimas lágrimas de felicidad y la última piel erizada. Te amo entrañablemente.
Modificar hábitos es tarea absurdamente difícil. Unamuno, en cuanto se le puede respetar, decía que somos animales de costumbres. Y los suecos lo entendieron bien.
No puedo, sin embargo, dejar de considerar una cosa. Con estas ideas increíbles se modificó efectivamente, en experimentos muy sencillos, el comportamiento de una comunidad. ¿Qué sucederá cuando la novedad se vuelva costumbre? Y atención, que esto no es socavar ni demeritar el proyecto, sino pensarlo en un espectro algo más amplio, y llegar a la conclusión de que esas ideas tendrían que refrescarse constantemente. Come on people: don't tell me it can't be done once again.
Beba té de jengibre, ajenjo, limón y agua fuerte; sólo miel. Hoy no guarde cama, no tenga paciencia, no respete, no deje de arrastrarse a la fiebre, no espere a las preguntas. Ellos son materia; consumen materia y la reconstituyen en nueva materia; la exudan y la excretan. Y así usted, en los patrones que se perpetúan, que pueden no ser. Sol y fuego en la casa. Dos de los míos le aguardan, como tres años ha; de ellos cuatro, dos cargaban mis plumas. Espere a la lechuza. Espere, mientras los busco uno a uno, a quienes la furia toma en cargo de distancia, a los que nublan los días que son con amarga sombra, a los que se hundieron en el silencio, quienes no guardan las mismas palabras, cuantos no son lo que la memoria abraza.
Quién le vendió mi dirección a una emisora de correo masivo es duda que nubla mi calma: lo mismo recibo pornografía e invitaciones para citas a ciegas con rusas que escriben en un inglés escabroso, que recordatorios para tomar talleres de espiritualidad o de balance general contable y capacitación del personal de compras. Hay que admitir que no es un alud que aplasta mi buzón, pero no deja de ser una incómoda pérdida de tiempo. Sin embargo, me sorprendió recibir ofertas laborales; ¿soy sólo yo o en verdad hay un discurso increíblemente sórdido en la descripción del puesto?
Escalofrío. Ya sea la falta de interés de 42 de los 98 respetadísimos árbitros que leen los trabajos imposibles que les envío, ya sea tan solo su desidia, acaba de aterrizar en este escritorio una cantidad onerosa de búsquedas en Google por hacer. Y me rehúso categóricamente a construir los alteros de información curricular que se deben entregar a CONACyT. ¿No ven que estoy muy a mi sabor deshaciéndome desde hace casi dos horas, aplastado bajo la espeluznante fuerza de una canción? Hoy en día no se puede tener un arrobo y gruñir y maullar sin verse interrumpido por minucias. Escalofrío.
A pesar de que antes consideraba la labor del corrector de estilo como una grave ofensa a mi honor, hoy es sin duda una de mis grandes diversiones: un justificado ejercicio de mi soberbia, pagado (a veces) y que otros agradecen (las más de las veces no).
Hace tiempo ya que caí en cuenta de que el diacrítico es el reto más grande de cualquier ortografía, pero hasta hace poco –tras revisar las fotografías que esperaban su momento para demostrar el pobre dominio que tienen los publicistas de la lengua española– noté que la segunda persona les aberra. El lenguaje es revelación y constatación. Así como dice en la columna de la derecha, eres como escribes y hablas: eres tus palabras (y lo que comes y con quien te juntas y lo que lees y los sitios de internet que visitas y el teléfono celular que usas y los pantalones que vistes…). Si "tú" –el otro– es imposible y si ni siquiera se respeta su grafía, cabe preguntarse qué sucede en la relación entre el yo y el otro, entre el que está en estos zapatos e interpela al que no es sí mismo. "Yo es otro", dijo Rimbaud; y qué maldita razón tenía el niño precoz.
"??? No entiendo. ¿Dónde está el error?" Aquí merito:
El Índice de Revistas Mexicanas de Investigación Científica y Tecnológica del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología requiere que las publicaciones académicas "demuestren" que tienen los méritos suficientes para entrar o renovar su registro; v.g. auditan sus procesos editoriales hasta que deciden que ya se hartaron de revisar documentos que no terminan de entender. La documentación a entregar, a resumidas cuentas, es la relacionada al proceso de arbitraje: currículos de la cartera completa de árbitros (grado, nivel en el Sistema Nacional de Investigadores, disciplina, especialidad, líneas de investigación, últimas publicaciones y trabajos dirigidos) y notas de arbitraje (primera, segunda, y hasta tercera y cuarta lecturas [cuando suceden]). Pero vamos, ¿cuánta información pueden estar solicitando? Si consideramos que revisan los útimos tres años, haga usted, lector, las debidas multiplicaciones:
2007: 16 artículos publicados.
2008: 16 artículos publicados.
2009: 23 artículos publicados (sí: mi trabajo aquí redunda en el aumento de la tasa de artículos en proceso y publicados; y el año entrante serán 28).
Dos árbitros (al menos) por artículo.
En promedio, dos notas de revisión por cada árbitro.
En total (para que el lector haga menos multiplicaciones), 98 árbitros.
La corrección de estilo es, entre las disciplinas asociadas a la literatura la labor más árida a desempeñar: la lectura se queda ahí, sin licencia ética para comentarla, a menos de que uno sea necio como mula y se empeñe en hacer el copy-edit, aunque a las editoras no les provoque la menor gracia, y sin embargo no puedan dejar de agradecer todo el trabajo que se quitan de encima. En la carrera me decía con regularidad "¿Yo, corrector de estilo? Jamás: eso es muy bajo para mi decoro y pundonor." Y terminé desempeñándome en labores ridículas, como correveidile factotum en una imprenta industrial… En la actualidad, mido mi trabajo de ese escalafón hacia arriba: es esencialmente imposible caer más bajo. [rayón del disco de 33 rpm] "Necesito que fotocopies todos los arbitrajes de los últimos tres años, contactes a los árbitros, les pidas este altero de información, alimentes la base de datos de CONACyT, [una semana después] y que corrijas toda esta información que te pedí porque me equivoqué: no era esto, era estotro; y porfa dale seguimiento al proceso editorial porque nos estamos atrasando." ¿Mencioné que dijo, hace una semana, "yo creo que dejamos de hacer todo y nos concentramos en el informe que tenemos que entregarle a CONACyT o no terminamos"?
Haces una mudanza, la quinta en tres años. Tu casa vive en cajas: libros, comida, artículos personales, utensilios de cocina, todo está empacado y esperando a que tengas tiempo y recursos para darles orden. Te pasas el día recorriendo la casa, pensando cómo acomodar, dónde construir, dónde colgar los cuadros. Te pasas el día, esencialmente, haciendo nada; cuando más, lavas la ropa y el par de platos que estás usando. Has hecho una mudanza; la quinta, decíamos. Reparas que de todos los locales que ocupan la planta baja, la tienda de parafernalia de los Beatles es más interesante que la papelería y la taquería. Dispuesto a atender los menesteres de casa, te quitas de encima al gato y subes a recoger la ropa que tendiste al sol. Comienza el frío de la tarde; piensas en voz alta (casi en cuello), rumias tus pensamientos, sin caer en la trampa de recordar los amargos. Destiendes las camisas, y empiezas a doblar las sábanas cuando escuchas el graznido. Levantas la mirada y distingues un ave mayor posada en la antena de radiotelefonía que corona tu edificio. Miras de nuevo y cuentas cuatro; miras con atención y reconoces por fin a cuatro halcones pequeños, saltando entre las estructuras de la antena. Te reconocen a ti también; saben que estás ahí, y no importa. Sientes la tentación de escalar los doce metros de hierro y mirarlos de cerca: una idea estúpida. Sigues mirándolos, con el pecho alzado y súbitamente recordando la lección más grande de tu padre: nunca pierdas tu capacidad de sorpresa. Y ya desde antes se te escurrían las lágrimas por el rostro. Y tiemblas. Levantan el vuelo, uno a uno. Trazan rumbo hacia el oriente, y los ves perderse sobre los árboles. La ropa podría quedarse prendida de los cordeles toda la noche.
Ayer comencé propiamente a instalarme en casa: limpiar el baño (tres veces), acomodar los muebles, lavar los vasos y los tarros de cerveza, esquinar las cajas con libros que no saldrán hasta que no instale los libreros, tomar medidas para todo lo que se tendrá que comprar. He de admitir que mi prioridad era la tele (y qué bonito es verla en verdad, con una recepción razonablemente clara): no es que me pase aplastado las horas que pasé de niño, pero Canal Once en verdad está haciendo la mejor televisión nacional de la que tengo memoria, y XY se convirtió en un capítulo en la mejor serie que he visto jamás (no es que haya visto toda la producción televisiva, así que tampoco tomen eso como dogma). Y las razones son obvias: una editorial y las vicisitudes que se viven ahí, un manojo de hombres que cubren todos los perfiles que un hombre "debe cumplir hoy en día", el cuidadoso desarrollo de los personajes, las guapotas (brutalmente guapas) del reparto, la honestidad de darles voz y personalidad y vocabulario a cada uno, la extraordinaria música. Puede que las actuaciones a veces tengan fallos, pero es una historia magníficamente escrita. Eso basta y sobra para tomarla en consideración. Terminó el capítulo ("la edición"), y terminé una vez más con una ansiedad feroz de ver el siguiente. El sueño, que debiera ser una plaga incontrolable en estos días, se ha vuelto escurridizo, así que me acomodé en la cama. Una voz en off habla de una banda que surgió en Manchester y revolucionó la música, que creció con la ciudad y cuyas historias no pueden deslindarse; por lo bajo, admite que la película que he de ver es, en sí misma, la historia de la ciudad: Joy Division es, también, la ciudad que los arropó. Quienes en algún momento se relacionaron con Joy Division recuerdan candorosamente los puntos más significativos de su historia: los artistas involucrados en la estética visual de discos y fotografías, los productores que –casi en un accidente– construyeron un sonido distintivo que ninguna imitación iguala dignamente (no digamos que lo supera), los miembros de la industria musical que apoyaron ese sonido feroz, los amigos que lo atestiguaron y lo sufrieron. Honesta, abrumadoramente emotiva, a veces graciosa (cuando no ridícula: Peter Hook será un glorioso bajista, pero tiene una manera más bien ramplona de narrar historias en absoluto cómicas), Joy Division (Grant Gee, 2007) es la fotografía a la distancia de un momento en que las inquietudes de una generación no encuentran ya cabida. Hoy en día todo tiene cabida, y me atrevo a creer que eso va en detrimento para el desarrollo de la cultura y los individuos: todo es aceptado, no hay límite a romper, no se buscan nuevas formas, ser un loco es norma y no excepción (hubo en tiempo en que los locos daban voz a los dioses y el futuro). Es doloroso considerar que quizá jamás exista otra banda como Joy Division: por más que el indie haya dado y siga dando sonidos espectaculares, la capitalización de las ideas y su industrialización no han de permitir, al menos en un futuro mediano, que las exploraciones artísticas se rijan por una noción de construcción de identidad y expresión particular, sino por criterios de masas y comercialización. Ya lo había declarado Barthes hace muchos años: la última obra maestra de todos los tiempos es el Ulises; habrá que preguntarse si ya ha aparecido esa última en música. Llegar a casa no es botar la mochila en el primer rincón y rascarles las orejas a los gatos, sino tirarse con ellos y disfrutar el tiempo: encontrar de nuevo placeres que ya parecen desconocidos.
Resulta que ahora le estoy vendiendo el alma a la que otrora fuera la revista adolescente que marcó tendencia hace quince años, la que mi hermana compraba por el "guapo" de la portada, la que contenía todos los tests de diez preguntas necesarios para resolver las dudas existenciales de una adolescente, la que dedicaba más tinta a su horóscopo que a los artículos de fondo (por la sencilla razón de que jamás los hubo). Dos opciones: definitivamente soy un mercenario o estoy perdiendo el pudor.
O instructivo para sobrevivir un cambio de domicilio. No hay mudanza grata. Lo más parecido es "no se rompió nada", "no se me olvidó nada", "no se perdió nada", "no tuve que cargar nada aparatoso en el auto." En otras palabras, una mudanza se evalúa por negación. Por regla general, la sola obligación de empacar es físicamente demandante; la mudanza en sí misma (en relación al tiempo) lo es mentalmente. Uno carga con la casa hecho un manojo de dolor y estrés y ansiedad y preocupación; llegar al departamento que durante una temporada ha de ser tu casa (esmérate y reza por que sea más de un año esta vez) no se traduce en descanso, pues falta instalarte, limpiar el baño y todo el polvo que entró con las cajas, montar los libreros en los muros, tender la cama, sacar los platos (y lavarlos), acomodar la ropa, esperar una noche entera para poder conectar el refrigerador, cazar al señor que vende gas, verificar que todas las instalaciones (electricidad, agua, gas) funcionen adecuadamente, y matar bichos a pisotones si es que los gatos no son tu única compañía en esa nueva casa. Pero aun cuando sucediera un milagro (hechas las oraciones a San Judas Iscariote) y lograras instalarte por completo ese mismo día y todos los libros reposaran cándidamente en las repisas y –según un cómputo anómalo del tiempo– pudieras conectar el refrigerador antes de que la comida se pudra en las cajas en que la cargaste, aún tienes una relación con aquélla que fue tu casa hasta la tarde de ayer: ¿limpiaste el polvo y pelo de gato que dejaste atrás, sacaste la basura y cerraste las llaves de paso del gas y el agua, comprobaste tres veces que efectivamente cargaste con todas tus cosas, estás seguro de que no escondiste nada en ningún lugar secreto (sin que sea claro por qué, pues vives solo), reparaste modestamente los muchos hoyos que hiciste en las paredes? ¿Entregaste las llaves del departamento que has abandonado? Y encima de todo eso, el gato tortura a todos los presentes con un llanto desconsolador durante las dos horas que toma la mudanza. Ah, pero no es suficiente, porque se le ocurre hacer su gracia, y se esconde en el único recoveco de la cama al que nunca se metía porque era demasiado gordo (el connato de leucemia lo adelgazó hasta mi escalofrío; quizá no vuelva a ser pachón), y nos hace creer a su padre obsesivo/paranoico y a sus dos tíos que se ha escapado, y nos pasamos casi dos horas recorriendo el parque de la esquina y la colonia entera, la espalda encorvada y asomados debajo de todos los autos, y me sume en una tristeza infame; y el muy cabrón aparece justo cuando me rindo y me recuesto en la cama, con su carota de escuincle bien portado, un maullido apenitas audible y preguntando por comida. Gatos hijos de bruja, miren si los he de querer y le han de sacar canas a mis cejas y pestañas, que en mi cabeza hace nueve años no hay cabello.
Aparentemente, de mi padre sólo heredé hábitos estúpidos, como una constitución moral que me prohibe mentir o dejar de reconocer mi responsabilidad en cada uno de mis actos y sus consecuencias; admitir como caballero mis errores y esperar la debida enmienda de los ajenos (cuando tal procede); tener un incontestable respeto a la amistad y atesorarla, jamás faltar a ella y por ningún motivo traicionarla; ser honesto, próvido, cordial, contenido y de maneras sobrias. Sin embargo, hay quienes no se toman tan a pecho estas consideraciones, y parecen creer que un año es tiempo sobrado para olvidar y dejar de lado cualquier ofensa. Pero yo no olvido (esta memoria, con su crueldad implícita, no me lo permite), y rarísima la ocasión perdono. Más todavía, no hay motivo para perdonar si en la otra parte no sucede ese responsable acto de humildad y honestidad: pedir perdón. Muy a pesar de que sería lo ideal, las ofensas no son piedras que se deslavan con el tiempo y el paso de las aguas; no pueden enterrarse y con ello darse por zanjadas las cuentas. En este caso, no hay una situación que pueda resolverse, porque no existe más el punto de convergencia que mantuvo la relación durante veinte años; y si bien tengo parte en la responsabilidad por mi intolerancia y la virulencia de mi reacción, es sin duda menor. Hoy ya no es de mi interés que nuestros caminos se crucen de nuevo y vernos con gusto.
• Es obsesivo/a-compulsivo/a y necio/a hasta el hartazgo (el tuyo). • Quiere trabajar en todas las editoriales del país porque sólo así se publicarían libros, revistas, periódicos y sitios de internet escritos en correcto español. • Es tu único contacto en MSN que usa mayúsculas y acentos, jamás usa contracciones, no sabe qué es un emoticon e invariablemente te corrige cuando escribes algo mal. • Si por casualidad dices algo mal, supongamos “mas sin embargo”, inmediatamente levanta la ceja y te mira con algo muy parecido al desprecio. • Si le dejas una notita de amor pegada en el refrigerador, te la vas a encontrar con garabatos rojos cuando regreses, y encima se va a burlar de ti: “Gracias hamor [sic], eres un/a lindo/a.” • Dos terceras partes del día las pasa de mal humor y gruñendo porque un autor no sabe usar acentos diacríticos; una fracción la gruñe durante el sueño. • Le tiene más fe al diccionario de la Real Academia Española que a ti. • Sabe que existen el Diccionario Panhispánico de Dudas, el Corpus de Referencia del Español Actual y el Corpus Diacrónico del Español, pero no sabe cuándo es tu cumpleaños. • Aun cuando encontraras un error de ortografía en un texto suyo —como a cualquiera puede sucederle—, encontrará la manera de justificarlo según alguna etimología perdida. • Posiblemente padece esquizofrenia o sencillamente no tiene gusto literario, pues lo mismo lee panfletos publicitarios que reportes técnicos y artículos científicos. • Si por casualidad te deja a ti una notita de amor en el refrigerador, en el bote de la basura vas a encontrar —al menos— tres borradores que dicen casi lo mismo. • Es el/la único/a idiota en la Tierra que sigue usando la diagonal y el sufijo de género, siendo que hay maneras más sencillas de hacerlo, ¿verdad, chic@s? • Sabe qué es un sufijo y un objeto circunstancial de lugar, pero jamás sabrá explicarte para qué sirven. • Es más arrogante que necio/a (y ésas son palabras mayores). • Cuando te manda mensajitos por el celular, a veces necesita tres porque insiste (decíamos que son necios/as) en escribir TODAS las palabras con TODAS sus letras. • El día en que decida divorciarse de ti (si no lo has hecho tú primero), vas a encontrar una muy extensa carta en la mesa de la cocina, con tal cantidad de rayones y garabatos que no te será claro si te está pidiendo el divorcio o si prefiere que compres otra marca de cereal. • Enviarte un simple correo le toma un tiempo absurdo: si no lo lee por lo menos tres veces (una lectura de originales, otra de primeras pruebas y la de pruebas finas), no está satisfecho. • Vive en un estado de paranoia sostenida e invariablemente piensa que se le pasaron varios errores en los textos que entrega. • Todos, absolutamente todos los libros y revistas de la casa van a tener rayones. • Antes de haber ordenado siquiera en el restaurante al que te llevó a cenar, la carta habrá sido víctima suya. • No hay aplicación de Facebook a la que no le ponga reparo o artículo de Wikipedia que no anote en su lista de pendientes. • Su mejor piropo: "eres más lindo/a que el deleátur."
Por de orƒebre labrado el vaso de mercurio, bajo la voluntad de vuesa merçed queda la mía y el más mío rugido acallado y mullido, para a la mi voz dare el paso que non toma sino al aire del e∫te. Por dona pagada ha, en vue∫tra mano senté el dolor: qve non quedara dúbida del ca∫tigo correspondido, qve los dolores le hiçieran fincarse de hinojos, qve membrara los todos días a venir. Agora la dona será ida, y poderá tomar la gubia y la sierra: nueva y otra membranza, la del cantado en copla, la qve mis artes harán vue∫tra. En partiendo, fuyo con el viento qve sopla del œste.
Hace siete años, alguien que poseía mi amor me dijo que padecía leucemia. Le miré con desconcierto y algún cinismo. No le creía, no podía, pues nunca mi estado físico ha sido preocupación seria ni motivo de desasosiego. Error mío, sin duda: mi modus vivendi de los últimos dos años ha de costarme en un futuro no muy lejano.
Me dijo que debía tener confianza, y fe; fue la última vez que le pedí algo a dios: una semana después mi leucemia había sanado, pero aparecía un cuadro de lupus. Se hundió el primer clavo que resquebrajara el edificio de mi amor, y desde entonces me debato entre una suerte de conmiseración aberrante y el desprecio, bajo la ubicua certeza de que no puedo odiarle. Alta traición. Terrorismo en forma clara. Visto en perspectiva, mi escepticismo y la objetividad con que intento mirar las cosas se deben a ese solo episodio: el mundo new age perdió un adepto [sic] en tan solo dos frases. Yo, sin embargo, no perdí nada, sino que trasladé el amor y la fe a donde encontraran mejor puerto. Visité a un oncólogo con la sola razón de que me diera un diagnóstico clínico, sin especulaciones, sin suposiciones subjetivas, sin magia como medio de análisis, sin importarme siquiera el diagnóstico per sé. Este sábado noté que Timoteo está espantosamente delgado: al gato pachón que me asfixiaba si se sentaba en mi pecho, ahora se le ven los huesos sin mirar con demasiada atención. La veterinaria me advirtió que bien podía ser leucemia, y sentí que la sangre se me escurría hasta el suelo. Después de los análisis, el diagnóstico es negativo, pero existe una alta posibilidad de que padezca asma. Bien: dejo de creer en un sistema arbitrario donde el consenso es tácito, rara vez uniforme, y las suposiciones son el motor y motivo de sustento, para creer ahora en un sistema ordenado, con el mismo consenso, las mismas suposiciones, los mismos motivos. La religión (y sus variantes) y la ciencia tienen pocas diferencias en lo profundo.
"Papá, ¿por qué me rasuraron la garganta y me picaron con la aguja?"
Scientists and artists start by asking similar questions about the natural world. They just end up with completely different answers. –Luke Jerram
Esto de andar a caballo entre el trabajo y la disciplina agobia. Las epifanías siempre llegan sin preguntar y sin aviso, pero aclaran; esta vez: no es una pérdida de tiempo esta oficina y sus autores, sino un universo recalcitrante que todavía no sé cómo manipular.
Esta vez no fue corazonada: la Gaceta del día de hoy anuncia en la página 12 las propuestas de esta edición de Poesía en Voz Alta. A puntito de rabiar, si consideramos que debo montar una mudanza en estas fechas y el tiempo es un bien cada vez más escaso; por otro lado, me llama la atención que hay quienes repiten este año, como los dos anteriores. Cierto, la producción poética de calidad es difícil de encontrar en este país, pero no me queda la menor duda de que en algún lugar debe haber propuestas interesantes. Para no variar, le tengo el ojo puesto a más de la mitad de las actividades; la cosa es disponer de ese escaso bien y la energía para asistir a todas.
Rentar un departamento, al menos en esta ciudad, es situación delicada, pues implica confianza por parte de arrendadores, arrendatarios, y especialmente avales. Otrora viví con dos indeseables que estuvieron a nada de arruinar mi relación con la familia de mi mejor amigo: se tomaron la elegancia de dejar de pagar la renta de un departamento, y las acciones legales que derivaron por poco le cuestan el patrimonio a una familia. Otro de los muchos motivos que tengo para despreciarlos. Hoy le pedí al Dr. Rafael Villalobos Pietrini, fundador de nosécuántos centros de investigación en este país, de la Facultad de Biología de la Universidad Autónoma de Veracruz, autor de una miríada de artículos académicos y libros de texto, editor en jefe de la Revista Internacional de Contaminación Ambiental y, por tanto, su figura de mayor autoridad, y por encima de todo eso, la persona a quien más respeto en este centro de investigación, que fungiera como mi aval en el departamento que estoy próximo a tomar. Sin chistar ni preguntar detalle, me ofreció su apoyo inmediatamente. Sentí un nudo en la garganta cuando respondió que lo haría de buen grado. Corre la historia que solía ser un hombre tanto o más amargo, hosco y obsesionado con su trabajo que yo, y que una cirugía a corazón abierto cambió radicalmente su manera de ser; en más de dos años, he visto exclusivamente a un cándido y cortés caballero de setenta años. Hay gente a la que se le habla de usted por respeto, no por atención a las normas de etiqueta o para con el título académico.
Buscando información para el próximo examen de admisión al Sistema Universitario Abierto de la Facultad de Filosofía y Letras; en la página donde se refieren las características del sistema –en cualquier carrera–, me encuentro esta gloria, que vale por dos:
Una vez cada cuanto me pregunto por qué los licencian. Hoy me pregunto qué clase de licenciados podemos esperar si los licenciantes se permiten este tipo de cosas.
La Casa Refugio Citlaltépetl celebró la noche de ayer sus primeros diez años de existencia. Con carteles alusivos a sus huéspedes o casos de escritores exiliados en México, el patio se veía mucho más colorido y alegre que en otras ocasiones: a pesar de que es casi la base de operaciones de artistos e intelectuales que consumen cantidades apabullantes de vino y cerveza, la población padece de un amargo cuadro de solemnidad que me estremece. Es de notar que pocos de los asistentes eran menores de 35 años. – Como que falta música, ¿no? –me dijo alguno con quien conversaba. – Mira al quórum, ¿qué les pondrías de música de fondo? – Algo de cuerdas... – ¿Tú qué pondrías? –me preguntó la chica que lo acompañaba. – A Ligeti, pero seguramente me sacarían a los primeros tres compases. Prestando un poco más de atención, vi a unos pasos al Ing. Cuauhtémoc Cárdenas; reconocí a Jorge Volpi y Fabricio Mejía. Alguien me dijo que Eduardo Milán andaba por ahí. No me importó realmente, y no tengo motivos: la obra de todos ellos me es absolutamente desconocida y dudo que algún día mi curiosidad me arrastre a ella. Sin embargo, ver a Juan Gelman sí me pareció relevante. Si por una parte su poesía es muy hermosa, su caso es ciertamente apropiado en el marco de las actividades de la Casa. Fue una sorpresa sin duda agradable. Ya en el fuero de lo personal, después de una de esas semanas apabullantes, de verdad me hacían falta esas siete copas de vino. Casi al final de la noche, sentí alguna vergüenza: me descubrí a mí mismo hablando de política internacional y lingüística, con la copa sobre el libro y el canapé de ceviche en la mano. Es escalofriante sentirse intelectual de pronto.
Argenta en su dedo comanda. ¿Oro busca el amo? Aún de la sangre puedo darlo: no negro, mas blanco, amarillo o rojo. De Marte y Venus las argollas, de Mercurio el baño: este alazano y las legiones arrastrarían columnas si lo ordena. ¿Quisiera el amo un anillo de oro? Es momento que descanse, de dignidades goce: pronto recobrará el nobiliario. Y cantará a la noche y la mañana. Y su voz clara reanimará. Y sus voces vendrán ocaso tras noche, pasada la sexta, la nona.
Mi primer trabajo fue a los dieciocho años como asistente de ventas de reputada tienda departamental (mejor nos ahorramos la publicidad gratuita: no valen la mención), en el área de "chavos." Seis meses sacando y escondiendo ropa en las bodegas, desayunando a escondidas en las bodegas, coqueteándole a las clientas, discutiendo con los otros vendedores porque ése era mi cliente y yo lo vi primero y vamos respetándonos de una vez o nos partimos la madre en el estacionamiento, atendiendo a señoritas y señoritos pudientes que platicaban en inglés entre ellos (creyendo que ni por pienso podría corregirles la gramática y la pronunciación). Aprendí desde ese momento el valor del dinero, a pesar de que vivía en casa de madre y mis gastos se limitaban a cerveza, chucherías para ella, comida una vez cada cuanto, regalos para mis niños… Recuerdo que le dije a mi mejor amigo que la cerveza que uno mismo se paga es más sabrosa; justo era la primera que mi cartera costeaba. En todos estos años, y muy particularmente los últimos en que he administrado mi tiempo hasta en cuatro trabajos simultáneos, nunca había tenido una carga como la de esta sola semana. Tres artículos para científicos locos, una revista de señoras tontas, un cuento (lo mejor de todo esto: harto tiempo que no escribía fuera de las entradas de este blog), construir un artículo a caballo entre la divulgación científica y la curiosidad gastronómica, varios artículos sobre ciencia aplicada en la cocina, sin mencionar los deberes (desatendidos) propios de la oficina. Y tampoco en todos estos años había sorteado tantas vicisitudes a ese respecto: siete horas de corrección desaparecidas en tanto quiénsabecómo no se guardó el archivo, fechas de entrega una sobre la otra, un archivo corrupto, segundas lecturas porque se te fueron todos estos errores y necesito que lo revises todo otra vez, bases de datos incompletas (muy a pesar del caché del Google), sistemas operativos que sencillamente no ayudan. Y no entremos en materia de mi vida cotidiana y la minúscula fracción que no depende ni se relaciona con el trabajo: sería pura malvada necedad repasar el rubro. Baste decir que ésta será otra mudanza, amarga como todas. Hacía tiempo que no me dolían tantos los huesos, ni me sentía tan terriblemente desgastado, suficiente como para que sea difìcil articular palabra.
I. Hace nueve años, una cartomante me miró a los ojos con franca pesadumbre. Con esa piedad que quiere ser de madre y la voz cortada, me dijo entre balbuceos que muy probablemente sería figura pública, que algún día me vería a mí mismo sentado frente a una multitud dando un discurso. El costo de ello (Aquiles) sería quedar solo. Como en ocasiones posteriores, respondí impasible. Kate Bush no parece buena compañía a la luz de ese recuerdo.
II. Hace casi dos años –falta algo menos de dos meses; exacerbada memoria al respecto–, uno de esos hombres a los que se respeta no sólo por ser figura de autoridad y experiencia sobradas, sino por la candidez de trato, fue la primera persona en acercarse y ponerme la mano en el hombro. "Sucede, lo sabemos todos. Lo que usted necesita ahora es trabajar, y no pensar. Le sentará bien." A los veladores de este centro tengo por testigos.
II bis. Pero un día el trabajo no es suficiente para mantener a flote, no hay distractor. Un día, a pesar de que la bandeja rebosa de pendientes para con quienes hay fechas de entrega de por medio, no hay manera de eludir una idea que no es propia.
III. Considerando seria, poderosamente, hacer propia esa idea, hacer caso a ambos, asumir ambos, aceptar ambos impasible, fusilar nuevamente ilusiones (las de escenario): dejar de gastar la sangre. Tomar decisiones intempestivas. Saldar viejas cuentas. Respirar lentamente. No decidir con las tripas ardiendo.
Bala el carnero mientras hablo. Muge el toro mientras hablo. Latiguea la cola entre mi lengua estampida de rabia caída gruñe la saliva y silba desprecio mientras hablo. Tus sentencias serán concedidas: la pluma escondida bajo tu pecho. Con ella escondes la piel; has de decir en veneno lo que quieres, y con certeza tendrás su aplomo. No esperes. Ruge las zarpas el oso. Eres de su interés. Eras de su interés tiempo ha. No se dicen. Recuerda, no ha olvidado. Encaja las uñas en la pluma la piel escondida los ojos en la llama.
Habiendo leído las biografías de los doce, puedo decir(me) a quiénes les falta mucho trabajo; y para ello no requiero invocar a demonio de ninguna clase: conmigo me basto. Tres me llaman la atención por su técnica, muy sobria (como me gusta la literatura, en su mayoría), y las experiencias que se despliegan por debajo de la lectura. Sé de cierto que alguien se tomó la molestia de leer con cuidado las solicitudes y materiales entregados a la Dirección de Literatura de la Universidad Nacional Autónoma de México; sé de cierto que se hizo una selección que consideró el valor de esos materiales y discriminó (sentido etimológico, por favor) aquéllos que no sostenían un determinado nivel de calidad. Ello no quiere decir que todos mantengan la misma altura; y justo ahí es donde se encajan las agujas que revientan la roca, cosa que casi no me gusta hacer, claro está. En otros menesteres, me salta algo considerablemente interesante: el primer texto que estos nuevos doce entregaron, aparte de la colección de cuentos, fue una autobiografía ficcional. Me llama la atención que una mayoría de esos personajes construidos tiene una relación con la escritura y la literatura, a saber: hablen en primera o tercera persona, los personajes son escritores y lectores por vocación, como remedio a su condición, por las circunstancias… De ello se colige que la mano que escribe escoge un camino "sencillo" (no hay tal cosa en literatura, todos lo sabemos) y narra mayoritariamente su propia experiencia. Se me puede contestar que nadie escribe desde otro lugar, pero lo cierto es que la imaginación y la experiencia puesta en perspectiva llevan al autor a construir otro tipo de historias, las más de las veces de mayor interés y fuerza. Quiero creer que todos empezamos así, ceñidos a lo que hemos vivido y sufrido, y sin tamizar mucho se vierte en escrito. Pero también tengo la certeza de que eventualmente hay que imaginar más de lo que se recuerda, pues no hay relato de vivencia que recupere íntegramente lo sucedido o que no añada. Toda narración es siempre una ficción (aunque a algunos historiadores les queme que un literato diga tal). Otra cosa me llama la atención: los dialectos del español pueden reconocerse por el banco lingüístico al que recurre el hablante/escribiente, de donde se deduce o supone su nacionalidad. En este caso, las alusiones a ciudades y paisajes son dispares: a veces es evidente dónde está el autor, otras no (recordemos que esta edición de la Caza es internacional: las dos anteriores todos jugábamos de local), a veces se tiene la impresión de que podría ser de varias nacionalidades. El lenguaje revela, de eso no hay duda. Pero eso es mera curiosidad lingüística: nada que de verdad tenga peso literario. Ah, parece que esta edición la voy a disfrutar más que la anterior.
De oro y cobre, estaño, plata y mercurio, sellada la tapa en cobre y plata aliados, de plomo el último sello en lo alto, perfumado con alumbre y dátiles y cedro. Sellada la redonda vasija de bronce clareado, impuesto el sello de Salomón, dentro de este círculo espero a los dos y setenta que frente a mí aparezcan, dos y setenta potentados y sus legiones, que escuchen mi voluntad y respondan. Por la sabiduría del Rey, que en la vasija los ha confinado, respondan con verdad y conocimiento, según cuanto alcanzan sus ojos.
El mundo efectivamente se acabó: La Fura dels Baus, como siempre, hizo del espectáculo que ejecuta algo que rebasa los límites que permiten reconocerlo tal. Dicho en palabras más claras (disculparán: la cabeza sigue obnubilada), el teatro deja de serlo para convertirse en otra cosa: un experimento social, un comentario a las instituciones y el sistema del poder y los medios de comunicación institucionales y la opresión, una reflexión en torno a las pulsiones que nos obligan (eso ya no era un motivo) a llevar nuestros actos a sus últimas consecuencias, una conversación entre un texto dramático que se revela a sí mismo en su discurso representacional y una acción que materializa las ideas sobre las que se construye ese texto. Las resonancias, por supuesto calculadas, llegaban a ser descorazonadoras: hasta donde parece evidente, el género humano no ha cambiado sus modos y formas, probablemente jamás lo haya hecho. La conciencia exacerbada conduce, casi irremisiblemente, al cinismo; y entonces todos podemos gritar a voz en cuello "nuestra generación tiene derecho a hacer historia", como lo intentaron todas las que nos antecedieron y las que vendrán. Oh, terrible condición humana... Un grupo armado toma un teatro por asalto, exigiendo respeto, atención y concesión de demandas: un ejercicio político con ametralladoras, cinturones de C4 y doce bombas repartidas entre los asientos. Terroristas, pues, como se les define por extensión; ¿o en el concenso se admite llamarlos 'libertadores' o 'defensores de la patria'? La Fura no logró que sintiera terror, pero tampoco era ése el cometido. Boris Godunov es un ejercicio de reclusión y frustración, donde sentirse sofocado es terriblemente fácil. Como siempre, salí de ahí con una necesidad de vino, los hombros tensos, temblando y ansioso, después de mecerme en el asiento y mirar con subordinación al encapuchado que caminaba por el pasillo, la ametralladora en la mano. Me apena, sin embargo, admitir que llegué tarde a la parte inaugural de tan magno evento, pero no a su desarrollo medular. Sin duda, ciertos eventos deben suceder en compañía, especialmente cuando uno acompaña –a manera de la guarnición en el plato– a quien merece la atención. La mañana de hoy se ha ido, o quizá sólo me la guardo. Todos los días puede suceder otra mañana.
Las noches de martes se están confirmando las más amargas de la semana. Me recomiendan, por salud, construir un proyecto que debiera hacerme ver otra cara; no les sorprenda si me cuesta volver y decir. Habiendo arrojado tantas cosas por la borda, toca turno a recuperar las que lo permitan.
Llegas a la casa, las manos pesadas, el cuerpo cansado, los ojos arrasados de cansancio. Abres la puerta, los gatos salen en estampida; los dejas, vas al cuarto a quitarte los zapatos, te desplomas sobre la cama, la luna en el cielo claro. Termina la temporada de lluvias, pierdes lentamente la calma. Te sientas en la cama, renuncias a terminar la sopa. La luz apagada, casi medianoche, sin televisión, sin libros, sin ganas ni fuerza para rumiar más ira, sin ganas de dormir realmente. La luna a la izquierda, media cama ocupada por la luna. Piensas las palabras que dirías, tratas de borrar las palabras, sigues mascullando en el fondo esas palabras. A la izquierda, la luna ocupa la mitad de tu cama vacía.
El 21 de diciembre de 2012 termina la cuenta larga del calendario maya. Leído textualmente, el tiempo se termina; sobreinterpretado (a la manera de los exégetas paranoicos de las Revelaciones de Juan), el mundo se va a acabar, o la humanidad va a tener una epifanía, o sucederá por fin el sueño de Vasconcelos. O ninguna de las anteriores. En otras palabras, y si no sucede nada en perjurio de mi persona (como que me vuelvan a reventar en mi propia casa o me explote un ventrículo o un coágulo se me estacione en el cerebro, todas las cuales son muy probables dado mi muy sano humor), habré cumplido treinta años cuando me siente con un vaso de whiskey y cacahuates a ver el fin del mundo, que no será otro que el de los paranoicos y los suicidas apocalípticos haciendo eso que mejor saben hacer. Al margen de que sería extraordinario confrontar a Agustín con los mayas, lo sano es pensar en tiempo presente. Y Beth Orton lo dijo rebonito: today is whatever I want it to be.
"Nunca pierdas tu capacidad para sorprenderte", me dijo mi padre entre exclamaciones y risotadas, con la piel erizada y una amplia sonrisa; era el cuarto día que mirábamos el atardecer, parados en la misma piedra que los tres anteriores. Las nubes doradas parecían tan bajas que era natural sentir la tentación de estirar las manos. Anoche, después de remover con suma violencia mi odio y otros recuerdos que me enervan, y que casi desprecio por quienes están implicados y las consecuencias que derivaron, tuve que sosegarme antes de llegar a casa. Temblando, después de escuchar a la única persona que consideré capaz de ofrecerme un instante de calma, tuve que detenerme en el primer lugar que pude sentarme y respirar. En un altar improvisado entre dos ramas, un San Judas me daba la espalda; por ofrenda un plátano mordisqueado. Y un caracol.
Reconocer la belleza cuando no se puede mirar nada más –salvo uno mismo y cuando no se es bello– es terriblemente difícil.
Supongamos que hago un ejercicio descomunal y se me olvida que hoy estoy odiando al género humano enterito (o quizá sólo 98 centésimas partes); supongamos que al fondo de este saco de bilis y rabia y tripas hay una pulsión creativa capaz de omitir o -en el mejor de los casos- hacer uso de mis odios; supongamos que todos somos capaces de decir, bajo la insinuación velada o la declaración abierta, eso que revolotea en la cabeza; supongamos que alguien más, que leyó desesperadamente Momo, una y otra vez, les presta esa atención y escucha sobrias. Supongamos que, después de mucho tiempo, por fin tengo un personaje a quien escribir, pero no lo conozco; sin embargo, las lectoras de este blog sí. Si los (dos) lectores gustan participar, hagan las variaciones que les resulten pertinentes. Imaginemos un idilio: sueñan con el hombre de sus sueños; por tanto, sueñan que sueñan. Sueñan en un lugar atestado de gente, ruidoso, donde todos y todo lo demás tiene un rostro sin importancia. Sueñan en un espacio amplio, no abierto; entonces resulta que ahí en algún lugar está ése, el que han soñado ni siquiera saben ya cuántas veces. De alguna manera tendrán que reconocerlo, así que ése requiere una entidad: un aspecto físico, un gusto musical, una profesión y hábitos y entretenimientos, odios, vestimenta, defectos que construyen personas, cualidades, manías. ¿Qué tiene ése que no han tenido los otros, que debieron tener o ser o entender? Saturen [ajá...] los comentarios de sustantivos y adjetivos; tres mil puntos a la descripción que rellene la cara de ése que estoy escribiendo yo.
Uno abre los ojos por la mañana; el gato, por regla general, puede estar acurrucado a una distancia conveniente de la cara para estirar la pata y rozar la nariz pidiendo comida, o sencillamente echado sobre el pecho, ronroneando y mullendo, también pidiendo comida. Lo usual es levantarse mascullando, decirles a los niños "cómo joden" de tanto maullido hambriento (a pesar de que quedan suficientes croquetas en los platos como para el día de hoy), servir una taza de harina de pescado y otros residuos orgánicos comprimidos en figuritas de colores. Lo usual, a últimas fechas, es esperar a que se encienda la bomba y fluya agua suficiente para tomar un baño y hacer otros menesteres de la casa, gruñir por el estado de los servicios, contar los días que faltan para que termine mi contrato, despreciar a mis vecinos, y a casi todo el género humano. A últimas fechas, cada dos días, yazgo en horizontal: cinco series de lagartijas (falta masa para cobrar fuerza); bebo en ayunas jugo de limón, uno más cada día, seguido de dos rebanadas de pan; leo una antología de Kipling y me digo que dos páginas suyas valen más que la espantosa novela de Ricardo Piglia que no quemé el mes pasado sólo por disciplina (y porque no es mío el ejemplar), que quisiera dolorosamente dominar ese estilo tan pulcro y preciso que no puedo asociar con El libro de la selva de Disney. Es cotidiano que llegue a la oficina entre una y dos horas tarde, y que me vaya al menos tres después de mi "hora de salida." Es de lo más normal que consuma mi tiempo en actividades que nada tienen que ver con científicos locos ni gastronomía ni bodas y los textos de todos ellos, ya porque no tengo ni tantitas ganas de hacer algo "productivo", ya porque me han hartado y les iría peor si los leo de muy malas. Es perfectamente normal que piense las palabras de estos posts, a veces con días de antelación; es terriblemente normal que no pueda escribir lo que pensé, lo que quise decir. "Un cambio de hábitos a veces es bueno. [...] Mando una sonrisa grande que dure todo el día." Es inusual que una sonrisa persista, que yo esté de humor razonable, que no tenga el ceño fruncido, que tenga disposición después de un largo momento que secuestró todas mis funciones.
I. Cuando era niño, mis padres no me inculcaron realmente el hábito de la lectura; mi padre, por su parte, optó por no permitirme perder el sentido de la sorpresa. Quiero creer que de alguna manera sabía que eso sería más valioso, pues me llevaría naturalmente a desarrollar la apreciación de las cosas, a admirarme ante ellas (la literatura también); lo dijo Reyes en "Aristarco": la crítica más disciplinada requiere, por principio de cuentas, la capacidad de sorprenderse y disfrutar o sufrir las obras, que ya después vendrá el rigor y la disección taxonómica.
II. Recuerdo que los libros de texto de la primaria (no tocaré el tema de los penosos planes de estudio propuestos a últimas fechas) estaban sembrados de cuentos; supongo que los autores supusieron en su momento que los niños no serían capaces de leer una obra más extensa. Leí a Rulfo, a Quiroga, a Arreola, quizá a Kipling. Recuerdo que en su mayoría eran cuentos de estructura clásica, de final cerrado. En toda ley, la primera obra que leí fue Las batallas en el desierto, y después Aura. Muy poco tiempo después, a los quince años, empecé a escribir: la sombra de Felipe Montero, el narrador que me hablaba, el cuerpo de Aura, el cuerpo que cambia y que es el mismo, fueron directrices para ese primer cuento, para todos los que han venido después. La ambigüedad y el discurso polisémico. Nunca decir puntualmente; insinuar, marcar posibilidades. El sentido que subyace y excede. Una cosa es el planteamiento; muy otra lograrlo.
III. Un "asunto" que deben imputar siempre a un autor es su mal vicio de asociar su modus scribendi con el fuero personal; y peor todavía, su incapacidad para disociar su modus scribendi de su modus vivendi. En algún punto resulta de lo más normal cuando sus personajes (algunos) actúan como él, pero es del todo insano cuando concibe el mundo de la misma manera en que concibe la ficción. Perder la conciencia de esos límites es tentar a la solidez de la cordura. Y sin embargo, parece tan natural que se suele caer rendido ante la ilusión de construir el mundo, de que uno es Allah el artista, y no un mero artesano. Peligro como pocos. Vicio mayor que cualquiera que nombren.
IV. Es recurrente escucharme en un discurso ambiguo. Es recurrente que no diga lo quiero o debo decir, sino todo lo que se puede encerrar en una frase: al fondo de esa caja lingüística hay un gato de Schrödinger. Es recurrente que no sepa decir cuando debiera ser más sencillo. Y la voz quema, a veces dura, a veces amarga, a veces cruel, a veces insolente, feroz, torpe, dulce, sutil. Y la voz quema. Si la ofensa sucede, será porque he sido torpe: insulto cuando quiero, deliberadamente y con confianza, jamás inercia.
Por fin tomando un curso de Open Journal Systems -parte del Public Knowledge Project-, en virtud de que desde que entré a trabajar a esta revista se tiene el proyecto de utilizar la aplicación para administrar el proceso editorial. La verdad es que echar a andar OJS es proceso largo, rara vez complejo, locamente laborioso, y si no se cuenta con un departamento de cómputo que entienda cómo carajos hacer que funcione el servidor con Apache y que MySQL de verdad conforme la base de datos, no es recomendable jugar al editor del S. XXI. El proyecto (disfruten del chisme/adelanto) tiene el fin de consolidar algo llamado "ego puma"; v.g. buscar rutas que coloquen a la H. Universidad Nacional Autónoma de México en mejores puestos dentro del ranking mundial. Una de las principales es darle mayor visibilidad y factor de impacto de las publicaciones académicas, su indización en ISI Web of Knowledge y Scopus, y dicho en poquísimas palabras, índices bibliométricos cada vez más altos que reflejen el alto nivel de la investigación que se realiza en casa. OJS, en tanto gestor de contenidos editoriales, pensado específicamente para publicaciones académicas, desarrollado por editores que apuestan por el libre acceso a las investigaciones recientes (muera el celo y la administración capitalista del conocimiento), cumple la función de eficientar y dar seguimiento a los procesos editoriales; eso, toda proporción guardada, ha sido mi función en esta revista desde hace ya dos años. La tendencia "natural" que siguen las publicaciones (de cualquier corte) es la vía digital, aun cuando es estricto sentido es antinatural; el acceso en línea a cantidades insospechadas de información, de absolutamente todos los temas, permite la democratización que durante siglos ha sido meramente una ilusión. Si Leonardo fue El Gran Leonardo se debe a que tenía acceso a una biblioteca descomunal (en su momento) y pudo integrar y derivar ese conocimiento en aplicaciones que sobrepasaban a la información cruda. Todo esta divagación se debe a que hoy me pasaron la siguiente nota, publicada en Facebook (ah, qué Web 2.0 soy [ajá...]) por Brena Smith, o eso creo, porque en realidad está almacenada en la cuenta de la biblioteca de CalArts y no encuentro quien la firme. Copio verbatim, así que los errores que le encuentren vienen de la fuente.
To Kindle or not to Kindle I love books. I love all kinds of books - fiction, nonfiction, old books, new books (and sometimes even trashy books)...I love the printed page. I can't edit my writing on a computer, I have to print it out to make my edits. Despite all of the wonderful digital content available through various databases that I access regularly, I print it all out when I settle in to read. I often read when I eat. I normally read for at least a little bit before I fall asleep. If I were to add up all of the hours and days of my life that have disappeared into books, it would be...umm, a lot of time.
To my dismay, over the past several years there have been many commentators who state that the printed book is suffering a serious illness. The book is not not necessarily on its death bed, but sick. Very, very sick.
Unless you've been hiding under a rock, then you know the world of print publishing is changing. The print world is in decline, there's no way around it, there's no argument. Print publishing as everyone 30 and older has known it is going away. (Mr. Guttenberg is rolling over in his grave right now).
I follow the issues related to publishing very closely. It's part of my job as a librarian. Issues around publishing are very important to my profession because it directly impacts our libraries' collections and peoples' access to information. It is also important to my patrons, which include - because I am an academic librarian - college students and teaching faculty. Publishing is extremely important to the job security of many teaching faculty and can, in fact, make or break the careers of faculty members. What will they do if publishers cease to publish?
But I am not here to expound on how the decline of print publishing is affecting careers, access to information, education, or the spread of knowledge. These are other topics for other days. I am here to begin to pose questions about alternative ways to access books. The book is not going away, it just may look a little different than many of us are use to.
Earlier this year I went to hear a panel of professors speak who are active in the world of open access. The quick and dirty definition of open access is material that is published online and is freely available.* These professors I heard are strong advocates for open access publishing in many formats, including books. They are are in general strong advocates of alternative publishing. And on the topic of the book one professor claimed "we have fetishized the book;" we need to begin to think differently about the book.
I gasped. But the book is precious. It's important. Books change lives. It's..it's..it's... I. Love. Books.
And then I heard myself. I realized this man was right. We have fetishized the book. And from that point I began to question my relationship with books.
For a librarian, this could be considered a crisis of faith.
I remember several years ago when I first heard about the Kindle. I was with my sister and we were listening to the news. "Oh the horror!" I remember thinking about the report on the Kindle. I just couldn't imagine reading a book in it's entirety on an electronic object. I didn't think this Kindle thing would catch on. I had faith in my fellow book lovers. I ignored it. I ignored it the way we all ignore things that we know are not going away when we want them to.
I have been proven wrong. (This happens only on rare occasions. But it does happen). The Kindle (or any e-reader that matter) isn't going anywhere.
Publishing is changing. Our notion of the book is changing. We must admit this.
So, in the spirit of open-mindedness and "to try it before I knock it," I am giving the Kindle a shot. Luckily the CalArts Library purchased a Kindle and has been passing it around to the staff, so I don't need to shell out the $299. I will provide my review here and welcome your feedback.
I will say that my trial has gotten off to a rough start. I was given the Kindle last Friday and was excited to have it for the holiday weekend. As soon as I got home I pulled it out and prepared to charge it because the battery was dead. ...And realized - I, umm, forgot the power cord in my office. Sigh.
I'm not sure how I feel about book that require power.
In the coming weeks I will also be looking at different ways that libraries are utilizing e-book readers. I am very curious to hear from the CalArts community (and non-CalArts people as well!) concerning your thoughts about being able to access an e-book reader through the library and just your general thoughts on electronic books.
The Directory of open access journal http://www.doaj.org/ provides a gateway to 4344 peer-reviewed journals. 1648 of them are searchable at the article level. All scientific and scholarly disciplines are represented, as are many languages.
Notita: esta revista donde heroicamente me desempeño está listada en el DOAJ.
Algo profundo en el corazón me dice una vez cada cuanto: "busca a [...]: es importante." Hoy busqué a la Fura, hoy me enteré que viene Boris; probablemente hubiera quemado cosas de haber perdido la ocasión, y me refiero a muebles de la oficina y el departamento de algún indeseable, habitantes adentro. Sin saberlo, mi primer acercamiento fue en 1992; después vino Fausto y decidí que algún día tenía que trabajar con la Fura, o por lo menos asistir a todas los espectáculos posibles (he de irme a Barcelona). Con mi escudera en avanzada, el lunes tendré boletos en la mano.
Muchas veces he dicho (no me pregunten dónde, porque no me acuerdo; pero pueden metichear en la memorabilia de este blog) que me encantan los latinajos. Cierto, los abusos aturden: odié ese capítulo de Los detectives salvajes, precisamente porque Bolaño pone en evidencia a los "intelectuales" que no saben construir una frase en español. Quiero suponer que si tomara de nueva cuenta una clase de etimologías grecolatinas, esta vez la disfrutaría (también odié a mi profesor: no creo haber aprendido mucho de él). Me acabo de cruzar con esto, y me acaban de ver raro por golpear la mesa en el estertor de la carcajada. Corchos, los siete enanos...
I. On my way to an appointment with the one that helps me keep my mind clear, after some ten hours of ranting. Still growling, almost kicking people out of my way; in my worst mood. About two blocks after coming out of the subway, I find myself singing "With a little help from my friends"; anagnorisis: all what The Beatles are, is what I am not now. And that is a sad conclusion to come up with: Lord knows my love for their music.
II. "En tu estado, la rabia que sientes, la ansiedad y el agobio desmesurado, hay dos opciones: hacer que funcionen y darles un uso para cambiar las cosas, o la parálisis, perder la esperanza dado el estado de las cosas, porque no hay ya solución. Y a ti en particular te es muy fácil encontrar el error y el peor lado de cuanto sucede. Estás cayendo en esa desesperanza, y es donde no quiero que estés." No es algo que pueda modificar con sencillez: la manera más correcta de atajar el problema es haciendo cambios mayores. No es un análisis profundo el que hago, pero me basta para saber que es faena titánica y de largo aliento (a pesar de que no hay tiempo siquiera para un respiro): cambiar el sintagma es absolutamente inútil, no tiene uso repetir o reconstruir un discurso. La necesidad real es modificar el paradigma y DESDE AHÍ construir un sintagma (todas las veces que escuchen a algún "intelectual" hablando sobre la construcción de un nuevo discurso, seguramente se le ha olvidado que el paradigma es el que define qué sintagma, y en consecuencia qué discurso, puede suceder).
III. Es deseable -e indispensable si se plantea en términos reales- que el movimiento de mis ideas sea centrífugo. Evidentemente tendría que modificar mis propios paradigmas, pero las epifanías son elusivas. Mi creatividad no se enfrenta a este tipo de conflictos, suele resolver situaciones en la misma medida en que llena espacios vacíos o desarticula un discurso: en literatura, al menos, los grandes han sido quienes abordaron el sintagma de otra manera, quienes optaron por otra combinatoria; sólo en la teoría se ha modificado el paradigma, y por lo general han sido movimientos oscuros y difíciles de aprehender (consecuencia natural de ese nuevo paradigma). ¿Cómo hacer esas modificaciones profundas? Habría que sacar valor antes que otra cosa, y acelerar la furia de las ideas. Nuevamente en ese punto entre la desolación y la proactividad. Nuevamente me confirmo que entiendo el mundo mayoritariamente en términos literarios.